4 de octubre de 2016

Sacudir el árbol para que se desprendan las hojas secas

Un viejo proverbio proclama que de vez en vez hay que agitar el árbol para que se desprendan las hojas secas, sabio consejo aplicable a muchas facetas de la vida. Le decía yo el otro día a un buen amigo, a propósito de la coyuntura por la que atraviesa el PSOE, que es posible que, a pesar del espectáculo que los socialistas dieron el sábado pasado, su partido salga fortalecido a medio plazo. No soy tan optimista como para opinar que el guirigay que formaron no les vaya a pasar factura a corto, pero sí lo suficiente animoso para recordar que las transformaciones políticas de cierta importancia suelen surgir tras grandes debates y fuertes controversias. De todo ello hubo en el Comité Federal, incluso en demasía.

El PSOE, visto desde mi óptica -por supuesto muy distinta de la que puedan tener los conservadores del PP o los anticapitalistas, comunistas, radicales de izquierda y toda esa larga retahíla de tendencias que militan o simpatizan con Podemos-, necesita un alto en el camino, una reflexión serena y una redefinición de objetivos y estrategias. El panorama político ha cambiado, para bien o para mal, pero ha cambiado. Esa es una realidad incuestionable que obliga, en primer lugar, a remarcar las diferencias con la izquierda radical –que son muchas y muy profundas- y, en segundo, a explicárselas a los ciudadanos. Nunca como ahora se hace tan imprescindible para los socialistas ejercer la pedagogía política, una ciencia que da la sensación de que hubieran olvidado por completo.

Supongo, aunque en política no se pueda estar seguro de nada, que ahora, tras la dimisión de Pedro Sánchez, los socialistas terminarán absteniéndose en la segunda votación de investidura de Rajoy, en la que, al no necesitarse mayoría absoluta, estarían permitiendo la formación de un gobierno conservador. Las cuentas para articular una alternativa no salen, por mucho que algunos intenten retorcerlas, y unas terceras elecciones podrían bajar aún más la representación que ahora ostenta el PSOE en el Congreso de los Diputados, con la consecuencia añadida de que el PP podría bordear la mayoría absoluta o incluso alcanzarla. Por eso, mientras que los 85 escaños actuales no permiten a los socialistas gobernar, sí los deja en buenas condiciones para controlar al gobierno de Rajoy desde la oposición.

Como todo eso hasta ahora no lo han explicado a la ciudadanía, enzarzados como estaban en disputas subterráneas -y no tan subterráneas-, nada de particular tiene que ningún dirigente socialista reconozca en estos momentos que es proclive a la abstención. Habrá que esperar a la próxima reunión del Comité Federal para comprobar qué sucede, pero no hay que ser demasiado sagaz para sospechar que por ahí, por la abstención en la segunda votación, irán las cosas.

Mientras tanto, Podemos pondrá el grito en el cielo acusándolos de ser lo mismo que el PP (en realidad eso lo vienen diciendo desde que nacieron), tratando así de ganar nuevos adeptos; y el señor Rajoy, que se las prometía felices pensando en unas terceras elecciones, no tendrá fácil excusa para eludir el voto de investidura. Los primeros continuarán con su incansable acoso al PSOE, que a veces parece que es lo único que les interesa, y los segundos se verán obligados a gobernar en minoría, con una oposición que no les permitirá cometer los desatinos de la pasada legislatura, cuando gozaban de mayoría absoluta.

Como decía al principio, es posible que si el partido socialista pone inteligencia, a medio plazo salga fortalecido tras el desagradable episodio que sus máximos dirigentes protagonizaron este fin de semana. Todo dependerá del saber hacer de los responsables. Si hacen las cosas bien, sin miopes, torpes y cortoplacistas precipitaciones, se lo agradecerán sus militantes y, sobre todo, los millones de españoles que todavía siguen confiando en soluciones progresistas moderadas, porque ni son conservadores ni confían en los cantos de sirena ni en las promesas cargadas de utopías.

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