29 de marzo de 2015

Ecologismo inhumano. Talibanes del medio ambiente

Pantano de Castellote
Siempre he sostenido que la naturaleza debe estar al servicio de los hombres y no al revés. No quiero con lo anterior decir que no haya que preservar el entorno natural con esmero, incluso ejerciendo la militancia activa cuando sea preciso, sino que las políticas de defensa del medio ambiente no deberían ir nunca en contra de los legítimos intereses de la sociedad.

Digo lo anterior, porque cada día que pasa proliferan más los “talibanes” del ecologismo, verdaderos integristas que, llevados de su desaforado y casi sacro amor a la naturaleza, cerrarían el acceso a cualquier rincón del espacio habitable, para que ningún ser humano pudiera visitarlo, no fuera su presencia a deteriorar el entorno.

Entonces, ¿para qué le serviría al hombre una naturaleza que no pudiera pisar? Quizá para que un grupo de estudiosos disfrutara a sus anchas, sin molestas compañías, de la soledad del campo; o para que avezados periodistas gráficos filmaran con comodidad unos maravillosos espacios naturales, que luego contemplaríamos en National Geographic o en otros medios especializados, apoltronados en las mullidas butacas de nuestros cuartos de estar.

Sí me gustan, no obstante, los modernos conceptos de impacto ambiental controlado  y de crecimiento sostenible, según los cuales no hay que detener el progreso que vaya en beneficio de la sociedad de los humanos, siempre que se haga protegiendo al mismo tiempo la naturaleza afectada y el entorno natural.

Recuerdo hace unos años las obras para un nuevo trazado de la carretera que desde Castellote, mi querido pueblo, conduce primero al pantano de Santolea y después se adentra en el profundo Maestrazgo. Fueron muchas las voces que se alzaron entonces para denunciar que los taludes que aparecían, consecuencia de los necesarios movimientos de tierra que inevitablemente hubo que hacer, estaban deteriorando el paisaje. Proclamaban que se dejaran las cosas como estaban, con el viejo trazado del siglo XIX, que nadie había modificado desde entonces, cuando se construyó para que circularan por sus endiabladas curvas vehículos de tracción animal.

Pues bien, terminadas las obras, la propia naturaleza ha restaurado poco a poco la vegetación en las calvas abiertas, integrando el trazado de la carretera en el paisaje, como si siempre hubiera estado ahí. Además, los ciudadanos disponemos ahora de una carretera cómoda y segura, que nunca hubiéramos disfrutado de triunfar las tesis de los ecologistas más exaltados.

Sólo es un ejemplo, pillado al vuelo de mi propia experiencia. Pero estoy seguro de que los lectores de este artículo encontraran otros muchos a su alrededor. Una cosa es el  detestable “Algarrobico” y otra muy distinta detener el progreso de la sociedad hacia el bienestar, en aras de un ecologismo desaforado.

27 de marzo de 2015

¿Nos conviene estar en Europa?

Con esta crisis galopante que lleva machacándonos nada más y nada menos que la friolera de ocho años y cuyo final ni siquiera se vislumbra, ha aumentado el número de euroescépticos. Son muchos los que opinan que si no hubiéramos pertenecido a la Unión Europea otro gallo nos cantara. Algunos, los más osados, incluso se atreven a asegurar que si no fuera porque formábamos parte de la zona euro podría haberse devaluado la vieja peseta para capear el temporal.

Quienes opinan así no tienen en cuenta algunos principios elementales de economía moderna, sobre todo el que defiende la necesidad de avanzar hacia mercados integrados, única forma  para poder competir en el internacional con cierta posibilidad de éxito. Puede ser que lo hagan porque echan de menos los tiempos del aislamiento y de la heroica autosuficiencia, cuando hubo que poner en marcha el gasógeno y fabricar el Biscuter; o puede que sea por puro desconocimiento de las leyes que rigen la economía de mercado, en la que  estamos inmersos nos guste o no.

Si España no fuera miembro de la Unión Europea desde hace tiempo, y por tanto no hubiera estado recibiendo durante tantos años la ayuda de sus socios, es posible que la crisis nos hubiera sorprendido con una economía atrasada en varios lustros con respecto al nivel actual. Como consecuencia, el país se habría hundido en la más profunda de las recesiones y convertido en una nación insignificante, sin capacidad de recuperación. Además, sin el respaldo europeo no hubiera sido posible el rescate de nuestro sistema financiero, ese que algunos niegan.

Europa es un proyecto al que le quedan muchas etapas por cubrir. Se equivocan los que juzgan la situación actual como definitiva, porque sólo estamos en los comienzos del desarrollo de la identidad europea. Es cierto que se ha empezado por crear un mercado único y por implantar una sola moneda, sin haber cerrado bien los aspectos financieros, fiscales y otros necesarios para que el sistema económico funcione de manera equilibrada. Pero eso es algo que tiende a solucionarse, aunque sólo sea porque estamos condenados a entendernos. La crisis ha actuado como un potente revulsivo y ha abierto los ojos a muchos, y nunca es tarde si se reacciona con la voluntad de resolver los desajustes estructurales.

La pregunta que se hacen muchos es por qué se avanza con tanta lentitud. En primer lugar porque la historia de Europa ha dejado una pesada herencia de rivalidades y desconfianzas, difíciles de superar en tan poco tiempo. Se pueden suprimir las fronteras políticas por decreto, pero resulta más difícil eliminar las mentales. Los gobiernos democráticos de cada una de las naciones actúan bajo la presión de sus respectivas opiniones públicas y a estas no les gustan por igual las decisiones que se van tomando, por lo que la larga marcha hacia la integración total resulta un proceso de lentos ajustes, con avances y estancamientos, aunque nunca retrocesos.

Además, los interese creados durante siglos no se pueden desmontar de la noche a la mañana. Los ciudadanos de los países ricos no están en contra de que los que pertenecen a los menos desarrollados progresen hacia un mejor nivel de vida, pero es fácil entender que prefieran que no lo hagan a costa de su propio bienestar. Los fondos europeos de desarrollo y cohesión son los únicos instrumentos que pueden acabar con las desigualdades entre las naciones europeas, y no se les puede pedir a los ciudadanos de los países que aportan el dinero que estén dispuesto a ir más allá de lo que en cada momento consideren más adecuado a sus intereses personales.

Pero Europa está ahí, construyéndose día a día, avanzando contra corriente, intentando convertirse en una identidad política, económica y social que pueda competir en el mercado internacional. Sus dirigentes conocen perfectamente que no hay otra solución que seguir adelante, si no quieren que la vieja Europa, la que durante siglos ha marcado en gran medida los destinos del planeta, perezca derrotada por sus competidores. Sólo así podrá sobrevivir. Al menos de momento.

24 de marzo de 2015

¿Se está dividiendo la derecha?

Es un hecho incuestionable que la derecha en España ha tenido en los últimos años un comportamiento unitario y monolítico, al menos la parlamentaria, porque la extraparlamentaria está tan dividida que resulta difícil seguir sus huellas. El mérito de esa cohesión se debe en parte a Fraga Iribarne, que impuso el principio de la unidad como un valor imprescindible cuando se pretende gobernar.

Reconozco que a mí siempre me ha resultado difícil de entender que en el Partido Popular quepan posiciones tan diversas y se mantengan unidas todas ellas dentro de una misma disciplina. Conozco a muchos votantes populares y a veces me cuesta creer que todos voten lo mismo. Difieren en sus planteamientos tanto, que de hecho lo lógico sería pensar que pertenecieran a formaciones distintas. Pero no, todos dan su voto al PP, entre otras cosas porque coinciden en que no son de izquierdas.

En el lado progresista eso no es así, sino todo lo contrario. Su voto siempre ha estado dividido, al menos en dos grandes corrientes, las que representan respectivamente el PSOE e IU, el Partido Comunista incluido en esta última. Ahora, con la irrupción de Podemos en el escenario político, estamos viendo que la opinión de sus electores se fracciona aún más, aunque sospecho que pronto las aguas volverán a sus cauces anteriores, pero con distinto nombre. Seguirán existiendo dos grandes corrientes, una de ellas más centrada que la otra, porque, en mi opinión, Podemos terminará desplazando o absorbiendo a IU en el espectro político y el PSOE se mantendrá en su posición de izquierda moderada.

Pero volvamos a la derecha. Ese amplio grupo de electores, hasta ahora monolítico, parece estar escindiéndose en dos fracciones, la tradicional, que representa el PP, y otra situada más a su izquierda o, si se prefiere, algo más moderada en sus planteamientos ideológicos, que en estos momentos parece encarnar Ciudadanos. Otros intentos han existido y existen, pero tengo la impresión de que el partido de Albert Rivera es el que ahora aglutina esa intención de voto. En las elecciones andaluzas ha hecho su primer acto de presencia a nivel estatal, con unos resultados aceptables, que sospecho repetirán e incluso mejorarán en las que se avecinan a lo largo de este año cargado de comicios.

¿Es malo que aparezca una derecha más centrada que la actual en el panorama político español? Mi respuesta es que no, sino todo lo contrario. No estoy pensando en términos de rendimiento político propio –cuanto más dividido esté el adversario mejor para los míos-, sino en que la aparición de un grupo parlamentario conservador moderado rellenaría el abismo insalvable que ahora existe entre la izquierda moderada y la derecha tradicional, lo que como consecuencia otorgaría a la política parlamentaria mayor versatilidad en cuanto a posibilidades de pactos, permanentes o circunstanciales.

El otro día me preguntaba en este blog que dónde estaban los centristas, esos votantes que hasta ahora han ido dando la victoria a uno u otro de los dos grandes partidos de ámbito nacional. Y contestaba que puede ser que estén ahí, en los partidos moderados de izquierda o derecha. No digo que esas formaciones sean de centro, sino que algunos de sus votantes pertenecen a ese amplio espectro de electores, a quienes no satisfacen los extremos.

Si como dicen los analistas políticos se ha acabado el tiempo de las mayorías absolutas, incluso el de las grandes mayorías parlamentarias, por qué no pensar que el nuevo centro de gravedad se situará en al menos dos partidos, colindantes y alejados de los extremos políticos. Yo vislumbro un arco parlamentario formado por dos partidos situados en los extremos, Podemos y PP, y dos más centrados, un PSOE de centro izquierda y un Ciudadanos de centro derecha.

Si fuera así, la convulsión que ha sufrido la opinión pública española, tras el hartazgo provocado por la corrupción, habría servido al menos para colocar a los peones en el tablero con una mejor definición de sus funciones en el juego. No sé si serán ensoñaciones mías, pero lo estoy viendo venir a pasos agigantados. En las próximas elecciones autonómicas y estatales quizá lo verifiquemos.

23 de marzo de 2015

Ganó el PSOE de Susana Díaz

Sucedió lo que las encuestas decían que iba a suceder, ni más ni menos. El PSOE de Susana Díaz ganó las elecciones, y además con unos resultados superiores a los esperados. Los 47 escaños obtenidos no sólo sitúan a esta formación muy por encima de la segunda, la del Partido Popular, sino que además la colocan  donde ya estaba, próxima a la mayoría absoluta, que en el Parlamento de Andalucía es de 55 diputados.

El PP ha descendido nada más y nada menos que en 17 diputados. Podemos, una de las dos fuerzas políticas emergentes, irrumpe con 15 escaños -menos de los que podía esperarse después de tanto alboroto mediático como se ha formado-, a costa de la posición de Izquierda Unida, que baja hasta sólo 5 representantes. Por último, Ciudadanos, fuerza  conservadora situada a la izquierda del PP,  ha conseguido 9 asientos parlamentarios.

Hasta aquí los valores numéricos que ya están en las hemerotecas. A continuación mi humilde valoración de los resultados, que por supuesto no tiene por qué coincidir con la que hagan otros. Ya sabemos que el color lo da el cristal a través del que se mira y la tonalidad del mío es muy bien conocida por mis amigos seguidores de este blog.

Para empezar diré que no creo que estos resultados puedan extrapolarse al conjunto del Estado, porque la personalidad de Andalucía es muy acusada, dicho lo anterior en términos socio económicos. Oía decir esta mañana a Susana Díaz en una entrevista en la radio, que el paro estructural en su comunidad ha superado históricamente en diez puntos a la media nacional, consecuencia de un tejido industrial desequilibrado y empobrecido, y del gran peso relativo que la agricultura aún mantiene en su economía, cuyo rendimiento, por si fuera poco, está muy mal repartido. Es fácil entender que allí las soflamas de austeridad “merkelianas” no gusten, como tampoco la última reforma laboral, ni la muerte por inanición de la ley de dependencia, ni las subidas de impuestos. .Los conservadores nunca han entendido Andalucía y quizá sea esa la razón de la larga permanencia del partido socialista en el poder.

Sin embargo, sí hay matices en estos resultados que apuntan maneras. El primer dato a tener en cuenta es el brusco descenso del Partido Popular, nada más y nada menos que de 50 a 33 escaños. No creo que ante estos resultados le quepa a nadie duda de que Ciudadanos se ha llevado parte de las papeletas de la derecha. Esta formación, que el PP tanto ha criticado en la campaña electoral porque tanto temía, ha atraído el voto conservador moderado, el de los centristas que yo mencionaba el otro día en un artículo de este blog. Atención al dato, porque podría significar un giro hacia la moderación del voto conservador, lo que significaría una posible escisión que dejaría al PP todavía más escorado a la derecha.

La segunda consecuencia es que Podemos ha atraído el voto de Izquierda Unida en gran medida, pero el de muy pocos socialistas. ¿Es esto extrapolable al conjunto de la nación? Yo creo que sí, sobre todo lo primero, es decir, que Podemos parece llamado a sustituir a la tradicional coalición de izquierdas. Al fin y al cabo la nueva formación no es sino una gran alianza de “círculos” que se autodenominan progresistas. No tengo tan claro sin embargo que Podemos no vaya a erosionar el voto del PSOE en el resto de España. Aunque quizá estos resultados muevan las conciencias de no pocos tránsfugas en potencia y amortigüen el efecto de atracción del nuevo partido.

Pero, ¿qué va a suceder con las alianzas poselectorales? Susana Díaz ha dejado muy claro que hay dos que no considera, con el PP y con Podemos. A partir de ahí se puede elucubrar, porque la aritmética parlamentaria acepta otras combinaciones. Pero a estas alturas, después de haber oído a los líderes de las distintas formaciones políticas andaluzas valorar el resultado de las elecciones, me inclino a pensar que el PSOE gobernará en solitario, con apoyos ocasionales procedentes de Ciudadanos y quizá de IU, sin necesidad de establecer acuerdos previos de legislatura.

Por último y muy importante: la figura de Susana Díaz ha salido muy reforzada. Ella dice –esta mañana he tenido ocasión de oír su reiterada insistencia- que su lugar “ahora” está en Andalucía. Yo prefiero creérmelo, porque desde su comunidad puede desarrollar políticas que contribuyan a reafirmar la presencia del PSOE en el resto de las comunidades. Es joven y ya tendrá tiempo de dar el salto a Madrid, legítima aspiración de cualquier político ambicioso. Y a Susana Díaz no le falta ambición política.

22 de marzo de 2015

Adaptación a los nuevos tiempos. Gimnasia mental para mayores.

Forma parte del carácter de algunas personas considerar que cualquier tiempo pasado fue mejor que el actual. Son aquellos que opinan que con su plenitud vital se acabó lo bueno y que lo que ha ido llegando a continuación no admite comparación con lo que retienen sus recuerdos. Consideran, en esa idealización de su propia existencia, que todo se va degradando.

Se trata de un pensamiento conservador, que marca como ideal del comportamiento humano las propias vivencias. Como consecuencia, los que así razonan no admiten los cambios culturales que van llegando, simplemente porque éstos no se adaptan al patrón de medida que retienen sus respectivas memorias. Conservan en el recuerdo un fotograma del largometraje de la historia de la humanidad, el único que les resulta aceptable de toda la película, que por cierto empezó a proyectarse mucho antes de que ellos nacieran y continuará en cartelera sine die cuando hayan desaparecido.

Entre las comparaciones que se suelen establecer está, cómo no, la de la juventud actual con la propia. Ni que decir tiene que la de ahora sólo les merece descalificaciones, desde el nivel de sus conocimientos, pasando por el comportamiento ciudadano que mantienen, para terminar con sus gustos y preocupaciones. Se preguntan, ¿dónde van estos chicos? ¡Con lo majos que éramos nosotros!

A la mente del individuo le cuesta evolucionar a la velocidad que lo hace el conjunto de la humanidad, consecuencia de que las células del hombre envejecen y las del colectivo humano se renuevan constantemente. Pero ese hecho no debería ser motivo para abandonar la objetividad cuando se juzga a los que van ocupando al escenario de la vida, que por cierto también envejecerán y serán sustituidos por otros en el carrusel de la humanidad, y algunos de ellos tampoco aceptarán los cambios que traigan las nuevas generaciones.

Sucede además que, entre las consecuencias de la evolución del conjunto de la humanidad, está el de una mayor permeabilidad social, entendiendo como tal el contacto creciente entre las distintas capas que componen la sociedad. Ese hecho introduce un factor a tener en cuenta al establecer comparaciones generacionales, ya que antes el ser humano se movía en un círculo cultural más restringido y ahora está en contacto con muchas más capas sociales, consecuencia del progreso. Por eso al establecer comparaciones se puede caer en un grave error, el de comparar el nivel cultural de unos pocos de antes con el de muchos de ahora.

En ese loable intento de mantenerse en forma, tan extendido entre las capas de mayor edad de la sociedad actual, debería figurar -además de los conocidos principios de seguir una dieta equilibrada y practicar algún ejercicio físico moderado-, una tabla de gimnasia intelectual, con ejercicios de adaptación a los nuevos tiempos. Sin esta ayuda, se corre el riesgo de convertirse en viejos aceptablemente conservados y mentalmente inadaptados.

20 de marzo de 2015

¿Dónde están los centristas?

De tanto elucubrar, estamos perdiendo la perspectiva de los posibles cambios políticos que se avecinan en España. Algunos dicen que no serán tantos, porque en definitiva se tratará de los mismos perros con distintos collares; pero yo sospecho que en el panorama inmediato se vislumbra algo más que la simple sustitución de la hegemonía de los partidos tradicionales por la de otros de nuevo cuño.

En nuestro país ha existido siempre una amplia base centrista, llámese como se quiera, de centro derecha, de centro izquierda o simplemente de centro. Esa franja podría estimarse en cuatro o cinco millones de votos, o quizá más, que han sido precisamente los que hasta ahora han ido dando la victoria al PP o al PSOE alternativamente. Su voto no depende de ideologías, sino de su percepción de la situación del país y de quién pueda gobernarlo mejor en cada momento. ¿A quién le darán su confianza en las próximas elecciones generales? Esa es la cuestión.

Como una parte de la opinión pública se va deslizando poco a poco hacia posiciones extremas del espectro político, el número de votantes de ese centro, teóricamente equidistante entre los extremos, se podría ver fortalecido, aunque no fuera más que como reacción ante la radicalización que observan y no les gusta. Por tanto su peso en los comicios sería todavía más decisivo que lo ha sido hasta ahora.

Las bases naturales de los partidos políticos, la de los electores incondicionales, se están desmoronando. Han sido éstos hasta ahora fieles a sus siglas, inamovibles en sus posiciones, y por tanto han permitido al perdedor de cada elección mantenerse en situación de ejercer de partido de la oposición y esperar a que llegara su oportunidad política en las siguientes elecciones, es decir, a que los centristas les dieran su confianza. Pero el panorama está cambiando por muchas razones, sobre todo por la sañuda crisis que ha empobrecido al país, lo que ha dado lugar a la aparición de nuevas opciones políticas, que se presentan como alternativas a las tradicionales.

Ante este fenómeno, los partidos de la alternancia tradicional están reaccionando para defender sus posiciones, con la intención de no perder comba; y en ese intento lanzan sutiles o descarados mensajes de moderación, estabilidad y fiabilidad, atractivos a los oídos centristas, a quienes no les gusta ni los extremos ni las incertidumbres, aunque muchos de ellos no sepan todavía qué hacer con su voto, como muestra en las encuestas el alto índice de indecisión.

Con todo esto nos hallamos ante un batiburrillo de opciones y, como consecuencia, ante la posibilidad de un Parlamento muy fragmentado. Por eso los partidos ocuparán necesariamente posiciones minoritarias en el hemiciclo, y para intentar formar gobierno se verán obligados a pactar con los que consideren más afines a sus ideas, lo que podría dar lugar a extraños maridajes, de uno u otro color. Una de esas alianzas, no la perdamos de vista, podría ser ese gran pacto, que algunos temen y otros dicen contemplar con buenos ojos, del PP y el PSOE.

Los centristas, que ahora parecen desorientados ante tanto cambio de situación, es muy posible que al final se inclinen una vez más por uno de los dos partidos de la alternancia tradicional, y sin saberlo abran las puertas a esa gran coalición, a la que no le quedaría más remedio que moverse en el terreno de la moderación, el que gusta a ese electorado.

Atentos a las palabras y a las gesticulaciones de los líderes políticos de los hasta ahora grandes partidos, que, aunque enmascaradas por la necesidad de ocultar sus intenciones hasta el momento oportuno, van siendo muchas, la mayoría dirigidas a esa franja de electores. Porque ellos saben que los indecisos que aparecen en las encuestas están ahí, observando la radicalización de unos y los sutiles mensajes de los otros.

Si al final resultara ser como digo, se demostraría una vez más que es el centro quien inclina la balanza, aunque en este caso de forma muy distinta a como lo ha estado haciendo hasta ahora, porque una parte de ese electorado votaría al PP y otra al PSOE, para al final provocar, sin haberlo pretendido, la alianza de los dos partidos. Aunque es muy posible que muchos de ellos sospechen lo que puede suceder y no les importe.

Otro día hablaremos de Ciudadanos, una variante conservadora, situada a la izquierda del PP, que muy bien pudiera ser la que absorbiera el voto centrista de la derecha. Quizá los resultados de las autonómicas andaluzas, pero sobre todo las alianzas posteriores, nos indiquen algo sobre este último extremo. Sólo faltan unas horas para saberlo.

17 de marzo de 2015

Partidos políticos y ciudadanos libres

Un reciente encuentro con un amigo, al que no veía desde hacía la friolera de cincuenta años, me ha traído a la memoria una vieja reflexión que me asalta en ocasiones: una cosa son los partidos políticos, sus estructuras organizativas, los programas que defienden, las estrategias que utilizan, la palabrería que derrochan, la agresividad que rezuman, y otra muy distinta la mentalidad y el comportamiento de sus electores, que somos los que al fin y al cabo les damos nuestra confianza para que intenten alcanzar el poder.

Para que se entienda bien lo que pretendo decir, la persona a la que aludo en el párrafo anterior milita en el Partido Popular. Yo sin embargo me considero socialdemócrata y suelo votar al PSOE. Durante más de una hora de conversación, en la que no mencionamos de forma explícita nuestras preferencias políticas, nos fuimos poniendo al corriente de cómo habían transcurrido nuestras respectivas vidas durante todos estos años, los más decisivos de nuestras existencias, y de cuáles habían sido las escalas de valores que habían guiado las principales decisiones que tuvimos que ir tomando a lo largo del tiempo. Cuando terminamos el intercambio de información, concluimos que eran muchas las coincidencias de conducta, con total y absoluta independencia de cuales fueran nuestras opciones políticas.

Una cosa son los grandes estereotipos que acompañan las declaraciones de principios que se hacen en política y otra muy distinta el comportamiento cotidiano en la vida. ¿Cómo puede ser que esta persona, que teóricamente defiende unos programas políticos tan distintos a los que promueven los que voto yo, haya actuado a lo largo de su existencia de forma tan parecida a la mía o yo de manera tan similar a la suya? ¿Qué explicación tiene que en temas tan complejos como educación, seguridad, sanidad, Europa y tantos otros que son objeto de controversia política estemos de acuerdo en lo fundamental?

Da que pensar, decía un amigo mío cuando no acababa de entender algo. Nos mueven los gritos de los políticos, sus proclamas llegan a influir en nuestros pensamientos, las consignas que manejan nos hacen meditar, y todo eso nos convierte en zombis repetidores de sus eslóganes. Pero, a la hora de la verdad, actuamos con total independencia de los arquetipos, porque tomamos decisiones en función de nuestro ADN o de nuestra percepción personal de la vida, lo que no significa que seamos unos cínicos o unos hipócritas, sino que en los amplios marcos de las ideas caben muchos comportamientos individuales, que en realidad no tienen por qué ser contradictorios.

Viene bien meditar de vez en vez sobre la relatividad de los posicionamientos políticos, conviene poner a prueba las grandes ideas que creemos inamovibles y merece la pena revisar eso que llamamos ideología; y no necesariamente para cambiar de bando, sino para relativizar su valor. Sólo así se puede ser libre y actuar con independencia de criterio.

¡Hay que ver cuánto aporta un encuentro como el del otro día con un viejo y querido amigo! A mí me ha hecho meditar y me atrevería a decir que a él también. Aunque luego sigamos cada uno de nosotros adscritos a nuestras respetivas ideas. No pasa nada.

13 de marzo de 2015

Carta abierta a Pedro Sánchez

Querido y respetado Secretario General del PSOE.

Me dirijo a ti en calidad de viejo votante del partido que lideras, al que nunca me afilié, quizá por eso de que prefiero la independencia ideológica a la atadura administrativa. De esta forma puedo elegir en cada ocasión lo que mejor encaje en mis ideas y, sobre todo, merezca mi confianza. Prefiero mantenerme alerta.

Te confieso que abrigo la esperanza de que puedas poner orden y encauzar al Partido Socialista, que está necesitado de una purga de decencia, no porque la militancia se haya corrompido, sino porque algunos listos se han aprovechado de su condición de políticos profesionales durante demasiado tiempo y han manchado con espurias maniobras el nombre de una formación política que, a mi juicio, ha representado y sigue representando el instrumento imprescindible para realizar las reformas estructurales que necesitamos los españoles, sobre todo los más necesitados, que ya van siendo muchos en esta España empobrecida.

No te voy a dar nombres, porque tú los sabes muy bien. Que no te tiemble el pulso a la hora de apartarlos y que no te sirva de disculpa la porquería que arrastran los demás partidos, que ya sabemos que es mucha. Cada palo que aguante su vela, como dice el proverbio. El electorado no es idiota y no va a disculpar la corrupción de alguno de los tuyos por eso de que “y tú más”. Déjales ese argumento a ellos, que está ya muy manido y no convence a nadie.

Una cosa son los errores políticos que se cometen, inevitables cuando se gobierna y hay que tomar decisiones, y otra la falta de honradez. A tu antecesor en la Secretaría General del partido podrá achacársele equivocaciones, quizá falta de olfato político e, incluso, puede ser que cierta dosis de ingenuidad, como consecuencia de ese optimismo antropológico del que hacía gala; pero no que no fuera honrado. La Historia lo juzgará como gobernante, teniendo en cuenta las circunstancias que rodearon sus mandatos, nada fáciles por cierto; y el electorado, que no perdona, ya dio su veredicto en forma de derrota en las urnas.

No sólo debes combatir la corrupción interna, también mostrar con claridad al electorado el programa del PSOE, sus irrenunciables objetivos de solidaridad con los más débiles, la decidida intención de profundizar en las reformas democráticas y modernizar el país, sin concesiones a la demagogia ni a las vías rápidas. Creo que fue Unamuno quien dijo que prefería la gota que horada en vez de la convulsión volcánica. La primera labra la piedra y deja huellas indestructibles. La segunda puede hacerla añicos.

Te lo diré de otra forma, para no dar lugar a dudas interpretativas: no defraudes a la izquierda moderada de este país, que es mucho más amplia de lo que pueda parecer. Porque si la defraudas, algunos de ellos se deslizarán hacia esa derecha de nuevo cuño que ha aparecido recientemente en el panorama electoral de nuestro país, que se autocalifica de moderada; o, en mayor número, hacia esa “otra izquierda”, también de nuevo cuño y de incierto programa.

Todavía confío en que estés a la altura de las circunstancias. En ese caso, y sólo en ese caso, el PSOE seguirá contando con mi modesto apoyo en las urnas y tú con mi respeto político.

Mucha suerte.

9 de marzo de 2015

Elecciones en Andalucía (¿PSOE o Podemos?)

Según las últimas encuestas publicadas en los medios de comunicación, parece ser que a Susana Díaz podría haberle salido bien la jugada de adelantar las elecciones en Andalucía. El PSOE sería el partido más votado, aunque perdería escaños, el PP bajaría en número de diputados y se situaría por debajo del primero y Podemos mostraría su verdadera dimensión, alejada de las aplastantes previsiones iniciales. Además, Izquierda Unida bajaría hasta 4 o 5 diputados y Ciudadanos se estrenaría en el Parlamento andaluz con otros tantos representantes.

De una simple encuesta de intención de voto es difícil sacar conclusiones, pero voy a intentar extraer algunas, por muy aventuradas que sean mis deducciones. Al fin y al cabo estamos hablando de política, ciencia nada exacta por un lado y totalmente subjetiva por el otro. Me lo puedo por tanto permitir sin correr grandes riesgos.

El PSOE, a pesar de lo que está cayendo, se convertiría en la fuerza más votada. Superaría en bastante al PP y se quedaría a mucha distancia de Podemos, dos hechos relevantes, el primero por lo que significa que la derecha que gobierna el país pierda apoyos y el segundo porque pone de manifiesto que Podemos no es tan fiero como lo pintan. Por otro lado, el significativo descenso de Izquierda Unida mostraría un desplazamiento del voto de la izquierdas radical hacia Podemos, que en mi opinión terminará sustituyendo a este partido en el panorama político español. Por último, la irrupción de Ciudadanos es una evidente manifestación de que los votantes de la derecha más centrada buscan salidas distintas de las que les brinda el PP.

Pero como no habrá mayorías absolutas, será preciso ir pensando en alianzas poselectorales, esas que los líderes en campaña niegan, pero que deben de estar ocupando parte de sus preocupaciones. Dado el panorama, las únicas combinaciones que caben son dos: PSOE-PP y PSOE-Podemos. Los otros dos partidos, Izquierda Unida y Ciudadanos, podrían apoyar a alguna de estas dos coaliciones, pero su peso sería más simbólico que decisivo.

También cabría gobernar en minoría, si una de las fuerzas que quede en segundo o tercer lugar apoyara tácitamente al partido ganador, sin comprometerse directamente en las labores de gobierno, simplemente respaldando sus iniciativas legislativas para defenderlas del ataque del otro. Con el panorama que muestra esta encuesta, Podemos podría apoyar al PSOE para contrarrestar el posible bloqueo legislativo del PP, o el PP al PSOE para impedir que Podemos intervenga en la política autonómica con sus iniciativas, dos actitudes de signo contrario que en cualquier caso favorecerían a los ganadores.

Pero quizá lo más importante sea que el resultado que señalan las encuestas, y sobre todo lo que luego se haga con él, tendrá una amplia repercusión en el resto del panorama político español. A partir de ese momento los electores de todo el país observarán con lupa cualquier alianza explícita o acuerdo tácito que se origine en Andalucía, antes de decidir su voto definitivo. Y como los entendimientos poselectorales tendrán que darse por fuerza, el horizonte actual de la poítica nacional podría cambiar muy significativamente.

Decía yo que a Susana Díaz le ha salido bien la jugada de anticipar las elecciones. Pero, ¿no será que al saber lo llaman suerte?

8 de marzo de 2015

Virus del lenguaje (IV)

Hoy le toca el turno al laísmo y a su hermano el loísmo. En realidad, aunque no dejan de ser virus debido a la facilidad con la que se contagian, se trata de viejos errores lingüísticos que tienen por causa un pobre conocimiento de la sintaxis del español, nunca bien aprendida. Por eso, quizá merezca la pena dedicar unos minutos a su análisis, por si a alguien le fuera de utilidad.

Las explicaciones que vienen a continuación, aunque he procurado simplificarlas, pueden resultar algo farragosas, pero animo a leerlas a quienes quieran aclarar las reglas que dicta la gramática sobre este asunto. Quizá lo ayuden a corregir alguno de estos defectos de expresión o, en el mejor de los casos, a entender por qué se cometen.

Empezaré diciendo que lo, la y le, y sus plurales los, las y les, funcionan en los casos que nos ocupan como pronombres, es decir sustituyendo o representando a un nombre. En vez de decir “miré a Rosa”, se puede decir “La miré”. Ese la está sustituyendo a un nombre de género femenino, que en el contexto de la oración es el objeto de la acción del verbo mirar (lo que se mira), es decir, el complemento directo. Si nos refiriéramos a Rosendo, diríamos “lo miré”; y si el objeto de las miradas fuera plural, masculino o femenino, diríamos “los miré” o “las miré”. Es decir, cuando sustituimos un nombre que constituye el complemento directo de la oración por un pronombre, usamos la o lo, o sus plurales, en función del género.

Hasta aquí parece sencillo. Las complicaciones para algunos suelen empezar cuando la palabra sustituida por un pronombre no es el complemento directo de la oración, sino el indirecto. Pongamos un ejemplo: “cuando Rosa pasó por mi lado, le miré el sombrero”. El complemento directo ahora es el sombrero (lo que se mira) y el indirecto Rosa (quien lo lleva puesto), y el pronombre le no sustituye al sombrero sino a Rosa. Cuando se utiliza un pronombre para sustituir a un complemento indirecto, no hay variación del pronombre en función del género, siempre se utiliza le o les, nunca lo, la, los o las. Por tanto, no se debe decir “la miré el sombrero” (laísmo), como tampoco “lo miré el sombrero” (loísmo), aunque ya sé que este último error en masculino es mucho menos frecuente que en femenino.

Pongamos otro ejemplo, ahora con el verbo decir. “Le dije que viniera” (a Rosa), o “le dije que viniera” (a Rosendo). Rosa y Rosendo son complementos indirectos. La acción del verbo recae sobre lo que se dice (las palabras que se pronuncian), no sobre a quién se le da el mensaje. Si quisiéramos referirnos con un pronombre a lo que se dice, y no al receptor de lo que se dice, podríamos decir “se lo di” (el mensaje) o “se la repetí” (la frase), porque recado y frase son aquí complementos directos, masculino y femenino respectivamente, y los pronombres lo y la los sustituyen.

Sé que da pereza entrar a entender lo que en principio parece un galimatías, pero estoy convencido de que si algún “loísta” o “laísta” se decide a leer estas palabras, y sobre todo a entenderlas, lo habré ayudado en algo importante. Como me ayudaron mí cuando me explicaron en su día estas sencillas reglas gramaticales.

6 de marzo de 2015

Descubriendo a Forrester

Ayer tuve la oportunidad de ver en televisión una película que me encantó. Se titula en inglés “Finding Forrester” y en español “Descubriendo a Forrester”, traducción caprichosa de los distribuidores como suelen serlo casi todas. El argumento es sencillo, pero muy atractivo para mí, porque cualquier asunto que verse sobre el mundo de la escritura y la vida de los escritores siempre atraerá mi atención. En cualquier caso, se trata de un largometraje del año 2000 que recomiendo a los amantes del buen cine.

El argumento se resume en un largo diálogo entre un misterioso escritor de origen escocés, de unos sesenta y muchos años de edad, que vive aislado en un viejo piso del Bronx neoyorkino, sin apenas comunicación con el mundo exterior, y un joven estudiante de raza negra, en quien sus profesores han descubierto grandes dotes para la escritura. Otras circunstancias sazonan la trama, pero para mi propósito hoy aquí debería bastar con mencionar lo anterior.

Los diálogos que se establecen entre los dos personajes son de gran viveza, no sólo desde el punto de vista humano y generacional, también desde el literario. En un momento determinado el viejo escritor recomienda a la joven promesa que escriba con el corazón y no con la cabeza. Como éste se sorprende ante un consejo de apariencia frívola, le aclara que primero deje el corazón abierto, para que los dedos pulsen las teclas que deseen oprimir en cada momento, y más tarde utilice la cabeza para corregir y poner orden en lo escrito.

Desde que oí este consejo, que aparecía incrustado entre las decenas de sentencias que adoban el diálogo de la película, he estado analizando el sentido de la recomendación, intentando contextualizarlo en mi propia realidad como escritor. Y el resultado ha sido que debería sentirme incluido entre los que escriben de ese modo, aunque sea preciso hacer algunas consideraciones adicionales por mi parte para que se entienda bien la conclusión.

Yo paso por las dos etapas, que según el viejo escritor serían la del corazón y la de la cabeza. Empiezo a escribir a tumba abierta, sin fijar demasiados parámetros a mis objetivos, teniendo en cuenta tan sólo una leve noción de las intenciones que me han llevado a teclear; y no me detengo hasta que el cansancio me rinde o hasta que me siento perdido entre tantas palabras improvisadas. Podría decirse que hasta ahí ha sido el corazón quien ha guiado la escritura y que, como consecuencia, la cabeza poco ha tenido que ver en todo ello.

Después, en otro momento, releo lo escrito e inicio la fase de las correcciones que me dicte la cabeza, etapa en la que entro en conflictos conmigo mismo, porque donde dije digo quisiera seguir diciéndolo, aunque la razón me pida a veces que ahora diga Diego, lucha interior en la que no siempre gana el mismo contendiente. Lo esporádico, aquello que fluye del pensamiento sin atravesar demasiados tamices, suele gozar de una calidad que no posee lo meditado, que no tiene la escritura sometida al control de la razón.

Ahora que acabo de escribir los parrafos anteriores, sin más condicionante que el dictado del corazón, debería empezar a revisar lo escrito, a corregir la forma y el fondo, que sería lo sensato si siguiera el consejo de la película. Pero como mucho me temo que la cabeza me pida hacer modificaciones que no esté dispuesto a introducir, así se queda lo escrito. Al menos por esta vez.

4 de marzo de 2015

Marisa Herrera


Foto de Marisa Herrera
Marisa Herrera, a quien conocí hace ya muchos año a través de su marido, Ángel Lahoz –amigo y compañero mío de fatigas en IBM durante tanto tiempo-, es una extraordinaria fotógrafa. Aunque ella dice que se trata de un simple entretenimiento, estoy seguro de que si decidiese convertir su afición en profesión se transformaría en una renombrada artista de la fotografía. Su talento para captar imágenes es de sobra conocido entre aquellos que siguen su obra creativa, que ya son muchos.

Como Marisa y Ángel pertenecen a esa clase de personas que podrían agruparse bajo el epígrafe de viajeros (no confundamos con turistas, que son cosas muy distintas), resulta que cada dos por tres dejan atrás su vida habitual para recorrer el mundo durante un mes, siempre a lugares lejanos, donde la diferencia con lo cotidiano de sus vidas se haga notar. Su último viaje fue a Sri Lanka, y mientras escribo estas líneas se encuentran recorriendo Japón, desde donde acabo de recibir la foto que encabeza este artículo. De esa manera, Marisa encuentra siempre motivos que fotografiar, desde curiosos nativos sorprendidos en sus labores habituales, pasando por maravillosos paisajes, hasta simples estanterías de una tienda de té en Colombo.

Me voy a permitir recomendar a los lectores de estas páginas que entren en el siguiente enlace: https://www.flickr.com/photos/elangel. Seguro que me lo agradecerán. Allí se encontrarán con todas las fotografías de Marisa y se convertirán en el visitante millón y pico, redonda cifra de amantes de sus fotografías que se superó la semana pasada.

Hace unos años me llamaron los dos para proponerme una andanza artística conjunta. Se trataba de organizar una serie de exposiciones fotográficas, en las que las fotografías que se exhibieran deberían estar inspiradas en mi novela “El corazón de las rocas”, personajes, escenarios o reflexiones captados por el objetivo de la cámara de Marisa Herrera. Ni que decir tiene que, superado el desconcierto inicial, acepté la propuesta y me puse a su disposición. Desde entonces se han celebrado media docena de muestras, todas ellas con gran concurrencia de visitantes, lo que me colocó en la tesitura de lanzar una tercera edición de la novela, que a estas alturas está completamente agotada.

En el prólogo de esta última edición escribía yo que “la muestra fotográfica es la visión de una lectora que, además de dar forma en su fuero interno a lo que lee, como hace cualquier persona cuando se enfrenta a la lectura de un libro, es capaz de captar en imágenes aquello que su mente ha interpretado previamente, lo que significa un doble ejercicio de creatividad”. Y terminaba diciendo: “de ahora en adelante su exposición y mi novela caminarán juntas por las poco exploradas sendas de la imaginación, por ese intrincado mundo de las ilusiones hechas realidad”. En este caso concreto, la suya de fotografiar y la mía de escribir

2 de marzo de 2015

Patología de la izquierda

Ayer oí una frase que pronunció José Alberto Mugica Cordano, el hasta hace unos días presidente de la República del Uruguay, en unas declaraciones a un medio de comunicación: "la peor patología de la izquierda es confundir a veces lo que se quiere hacer con lo que se puede hacer".

Si la sentencia procediera de algún político conservador, es muy posible que no me hubiera llamado la atención, porque la consideraría una forma como otra cualquiera de desacreditar a sus adversarios políticos, en este caso atribuyéndoles intenciones muy distintas de las que dicen defender. Pero Pepe Mugica no es sospechoso precisamente de pertenecer a un partido de derechas. Por eso, para mí está claro que lo que quería decir es que una cosa son los objetivos irrenunciables de un progresista y otra muy distinta cómo y cuándo se pueden alcanzar.

Me parece que hoy, ante tanto alboroto como existe en las filas de la izquierda de nuestro país, convendría meditar las palabras del carismático guerrillero, convertido en presidente de su país gracias al dictamen de las urnas. Porque su reflexión respondía a una pregunta que le hacían sobre el incumplimiento o retraso de algunos de los principios contenidos en su programa, y su razonamiento era que no había renunciado a ellos, sino que hasta ese momento no había sido posible llevarlos a cabo.

Si algo caracteriza a las ideologías progresistas es el sentido de la autocrítica, que en ocasiones por desgracia es causa de su destrucción. Mientras que en las filas conservadoras es fácil encontrar a quienes justifican que determinados programas conservadores no se hayan cumplido, en las progresistas no se perdona la más mínima desviación. Parece como si los primeros entendieran perfectamente la diferencia que existe entre lo que se quiere y lo que se puede hacer en cada momento, mientras que los segundos, de acuerdo con la sentencia de Mugica, confundieran los dos conceptos o, lo que es peor, no quisieran diferenciarlos.

Convendría meditar sobre este asunto, no para abandonar la autocrítica, un valor irrenunciable del espíritu progresista, sino para entender o diferenciar lo deseable de lo posible, dos valores que no están en oposición, sino que a veces no coinciden en el tiempo.

No vaya a ser que, entre tanta discusión como hay, a la izquierda se le vaya una vez más la oportunidad de gobernar, que es la única manera de convertir lo que se quiere hacer en hechos.

1 de marzo de 2015

Virus del lenguaje (III)

Hace tiempo que se puso de moda iniciar determinadas frases con un infinitivo, con una forma no personal del verbo.

-Decir que mañana hay que madrugar –informa el guía turístico a sus tutelados.

¿Quién lo dice? Nadie, porque el infinitivo no admite persona. Al menos en el español correcto.

-Informar que se espera que mañana haga buen tiempo –continua el cicerone antes de despedir hasta el día siguiente a los integrantes de su grupo.

A mi estas expresiones me recuerdan al doblaje de las películas del oeste americano, cuando el jefe cheyenne o el sioux o el comanche le espetaba al coronel Custer o a Buffalo Bill o a David Crockett: “yo gran jefe matar todos rostros pálidos si no salir fuera tierra india”. El pobre no sabía conjugar y tenía que utilizar infinitivos para hacerse entender, si no quería que aquella situación fuera a mayores.

La utilización del infinitivo necesita el auxilio de otro verbo. Por ejemplo, en estos casos, “debo deciros, para que no se le olvide a nadie, que mañana hay que madrugar” o “tengo que informaros que se espera que mañana haga buen tiempo”.

He observado que se trata de un virus del lenguaje muy contagioso y me he puesto a intentar encontrar las causas. Quizá una de ellas sea la misma que obligaba a los indios del Far West a utilizar un tiempo no personal del verbo, la sencillez constructiva de la frase. Si esta fuera la razón, intentaría disculpar al contagiado, porque bastante tiene con no saber conjugar correctamente. Pero me temo que haya otra motivación, que nunca podría justificar, la pedantería del hablante, a cuyos oídos suena esta construcción gramatical como música celestial.

Otra frecuente incorrección lingüística es adjudicarle propietario a los adverbios de lugar.

-Ponte detrás mío -ordena alguien y se queda tan ancho después de arrogarse la propiedad del espacio físico que se extiende a sus espaldas.

En realidad lo correcto hubiera sido decir detrás de mí.

-Cuando quise darme cuenta, estaba encima mío –se queja alguien, como si el espacio por encima de su cabeza fuera suyo.

Habría quedado como los propios ángeles si hubiera dicho encima de mí.

En el caso de este último virus no hace falta analizar sus posibles causas. Se trata simplemente de una incorrección lingüística que pone de manifiesto que el infectado no estudió en su día Gramática Española como debería haberlo hecho. Conocer bien sus principios es sin duda la mejor vacuna para evitar contagios de este tipo.