2 de marzo de 2015

Patología de la izquierda

Ayer oí una frase que pronunció José Alberto Mugica Cordano, el hasta hace unos días presidente de la República del Uruguay, en unas declaraciones a un medio de comunicación: "la peor patología de la izquierda es confundir a veces lo que se quiere hacer con lo que se puede hacer".

Si la sentencia procediera de algún político conservador, es muy posible que no me hubiera llamado la atención, porque la consideraría una forma como otra cualquiera de desacreditar a sus adversarios políticos, en este caso atribuyéndoles intenciones muy distintas de las que dicen defender. Pero Pepe Mugica no es sospechoso precisamente de pertenecer a un partido de derechas. Por eso, para mí está claro que lo que quería decir es que una cosa son los objetivos irrenunciables de un progresista y otra muy distinta cómo y cuándo se pueden alcanzar.

Me parece que hoy, ante tanto alboroto como existe en las filas de la izquierda de nuestro país, convendría meditar las palabras del carismático guerrillero, convertido en presidente de su país gracias al dictamen de las urnas. Porque su reflexión respondía a una pregunta que le hacían sobre el incumplimiento o retraso de algunos de los principios contenidos en su programa, y su razonamiento era que no había renunciado a ellos, sino que hasta ese momento no había sido posible llevarlos a cabo.

Si algo caracteriza a las ideologías progresistas es el sentido de la autocrítica, que en ocasiones por desgracia es causa de su destrucción. Mientras que en las filas conservadoras es fácil encontrar a quienes justifican que determinados programas conservadores no se hayan cumplido, en las progresistas no se perdona la más mínima desviación. Parece como si los primeros entendieran perfectamente la diferencia que existe entre lo que se quiere y lo que se puede hacer en cada momento, mientras que los segundos, de acuerdo con la sentencia de Mugica, confundieran los dos conceptos o, lo que es peor, no quisieran diferenciarlos.

Convendría meditar sobre este asunto, no para abandonar la autocrítica, un valor irrenunciable del espíritu progresista, sino para entender o diferenciar lo deseable de lo posible, dos valores que no están en oposición, sino que a veces no coinciden en el tiempo.

No vaya a ser que, entre tanta discusión como hay, a la izquierda se le vaya una vez más la oportunidad de gobernar, que es la única manera de convertir lo que se quiere hacer en hechos.

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