Forma parte del carácter de algunas personas considerar que cualquier tiempo pasado fue mejor que el actual. Son aquellos que opinan que con su plenitud vital se acabó lo bueno y que lo que ha ido llegando a continuación no admite comparación con lo que retienen sus recuerdos. Consideran, en esa idealización de su propia existencia, que todo se va degradando.
Se trata de un pensamiento conservador, que marca como ideal del comportamiento humano las propias vivencias. Como consecuencia, los que así razonan no admiten los cambios culturales que van llegando, simplemente porque éstos no se adaptan al patrón de medida que retienen sus respectivas memorias. Conservan en el recuerdo un fotograma del largometraje de la historia de la humanidad, el único que les resulta aceptable de toda la película, que por cierto empezó a proyectarse mucho antes de que ellos nacieran y continuará en cartelera sine die cuando hayan desaparecido.
Entre las comparaciones que se suelen establecer está, cómo no, la de la juventud actual con la propia. Ni que decir tiene que la de ahora sólo les merece descalificaciones, desde el nivel de sus conocimientos, pasando por el comportamiento ciudadano que mantienen, para terminar con sus gustos y preocupaciones. Se preguntan, ¿dónde van estos chicos? ¡Con lo majos que éramos nosotros!
A la mente del individuo le cuesta evolucionar a la velocidad que lo hace el conjunto de la humanidad, consecuencia de que las células del hombre envejecen y las del colectivo humano se renuevan constantemente. Pero ese hecho no debería ser motivo para abandonar la objetividad cuando se juzga a los que van ocupando al escenario de la vida, que por cierto también envejecerán y serán sustituidos por otros en el carrusel de la humanidad, y algunos de ellos tampoco aceptarán los cambios que traigan las nuevas generaciones.
Sucede además que, entre las consecuencias de la evolución del conjunto de la humanidad, está el de una mayor permeabilidad social, entendiendo como tal el contacto creciente entre las distintas capas que componen la sociedad. Ese hecho introduce un factor a tener en cuenta al establecer comparaciones generacionales, ya que antes el ser humano se movía en un círculo cultural más restringido y ahora está en contacto con muchas más capas sociales, consecuencia del progreso. Por eso al establecer comparaciones se puede caer en un grave error, el de comparar el nivel cultural de unos pocos de antes con el de muchos de ahora.
En ese loable intento de mantenerse en forma, tan extendido entre las capas de mayor edad de la sociedad actual, debería figurar -además de los conocidos principios de seguir una dieta equilibrada y practicar algún ejercicio físico moderado-, una tabla de gimnasia intelectual, con ejercicios de adaptación a los nuevos tiempos. Sin esta ayuda, se corre el riesgo de convertirse en viejos aceptablemente conservados y mentalmente inadaptados.
Se trata de un pensamiento conservador, que marca como ideal del comportamiento humano las propias vivencias. Como consecuencia, los que así razonan no admiten los cambios culturales que van llegando, simplemente porque éstos no se adaptan al patrón de medida que retienen sus respectivas memorias. Conservan en el recuerdo un fotograma del largometraje de la historia de la humanidad, el único que les resulta aceptable de toda la película, que por cierto empezó a proyectarse mucho antes de que ellos nacieran y continuará en cartelera sine die cuando hayan desaparecido.
Entre las comparaciones que se suelen establecer está, cómo no, la de la juventud actual con la propia. Ni que decir tiene que la de ahora sólo les merece descalificaciones, desde el nivel de sus conocimientos, pasando por el comportamiento ciudadano que mantienen, para terminar con sus gustos y preocupaciones. Se preguntan, ¿dónde van estos chicos? ¡Con lo majos que éramos nosotros!
A la mente del individuo le cuesta evolucionar a la velocidad que lo hace el conjunto de la humanidad, consecuencia de que las células del hombre envejecen y las del colectivo humano se renuevan constantemente. Pero ese hecho no debería ser motivo para abandonar la objetividad cuando se juzga a los que van ocupando al escenario de la vida, que por cierto también envejecerán y serán sustituidos por otros en el carrusel de la humanidad, y algunos de ellos tampoco aceptarán los cambios que traigan las nuevas generaciones.
Sucede además que, entre las consecuencias de la evolución del conjunto de la humanidad, está el de una mayor permeabilidad social, entendiendo como tal el contacto creciente entre las distintas capas que componen la sociedad. Ese hecho introduce un factor a tener en cuenta al establecer comparaciones generacionales, ya que antes el ser humano se movía en un círculo cultural más restringido y ahora está en contacto con muchas más capas sociales, consecuencia del progreso. Por eso al establecer comparaciones se puede caer en un grave error, el de comparar el nivel cultural de unos pocos de antes con el de muchos de ahora.
En ese loable intento de mantenerse en forma, tan extendido entre las capas de mayor edad de la sociedad actual, debería figurar -además de los conocidos principios de seguir una dieta equilibrada y practicar algún ejercicio físico moderado-, una tabla de gimnasia intelectual, con ejercicios de adaptación a los nuevos tiempos. Sin esta ayuda, se corre el riesgo de convertirse en viejos aceptablemente conservados y mentalmente inadaptados.
Estoy acordándome de un compañero de trabajo al que no le gustaba usar el ordenador y prefería su vieja maquina de escribir: era un nostálgico al que le gustaban el sonido de las teclas, el ring del carrete llegando al final, el tipex para corregir... en fin, y sobre todo el aroma, incluso el sabor de la tinta y del papel. Hay muchos entre los que ya no me cuento, que abominaban del libro electrónico... yo, sin embargo, una vez acostumbrado al nuevo elemento, me digo cada día: qué maravilla, poder contar con un pequeño artilugio donde cabe una enorme biblioteca y poder llevármela al parque o a la consulta médica o a la cafetería mientras espero que la parienta termine con sus compras en el super.
ResponderEliminarQué maravilla, qué maravilla poder además compartir unas líneas con un lejano familiar al que antes apenas podía hablar y al que hoy, gracias a la tecnología, puedo visitar a diario.
Lo decía en otro apartado de este huerto desabandonado: que las neuronas hay que ejercitarlas, y una buena forma es aceptar los desafíos que las nuevas tecnologías nos ofrecen.