30 de abril de 2015

Corrupción galopante


El comentario de un buen amigo mío al artículo que publiqué el pasado día 10 de abril en este blog, bajo el título “¿Dónde se sitúa Ciudadanos? ¿Es un partido de centro derecha?” -que ya he contestado, con la obligada brevedad, en el lugar correspondiente-, me lleva ahora a dar una opinión más extendida y detallada sobre el profundo problema de la corrupción que sufre nuestra sociedad y sobre sus consecuencias.

Empezaré por condenar, una vez más, la epidemia de sinvergonzonería que nos atenaza. No me cansaré de decir que lo que está sucediendo en España no sólo es inaceptable por indecente, también peligroso por lo que aporta de inestabilidad social. El sistema entero parece podrido, desde las altas instancias del Estado –incluida la Casa Real-, pasando por los partidos políticos de todos los signos, sindicatos, organizaciones empresariales, judicatura, hasta un largo etcétera que no voy a detallar porque de todos es conocido.

Afortunadamente, la labor de algunos jueces, lenta y por tanto ineficaz a veces, pero también tenaz y contundente en ocasiones, y las denuncia cada vez más extendidas de unos cuantos medios de comunicación, no de todos, van aflorando un gran número de casos, lo que a mi entender podría ser el principio de una gran catarsis que depurara el sistema y empezara a resolver el problema, aunque el optimismo no deba llevarnos de momento a tirar cohetes. Demos tiempo al tiempo, aunque la impaciencia nos domine.

Dicho esto, añadiré que desde mi punto de vista la corrupción no está en el ADN de los políticos en general, como algunos sostienen, sino en el sistema que los acoge; o mejor dicho, en algunas piezas mal engranadas del aparato del Estado, es decir, en el funcionamiento de las instituciones. Es cierto que los partidos políticos forman parte de ese engranaje, y que por tanto es preciso ponerlos también a tono, pero eso no debe llevarnos a demonizar a las formaciones políticas como tales, sino a exigir su limpieza y depuración, es decir, la expulsión de los indeseables.

¿Se consigue eso votando a partidos que nada tienen que ver con tu propia ideología? Yo creo que no, que ese no es el camino. Lo que les está sucediendo ahora a muchos electores es que quieren castigar con sus votos a los corruptos, sin tener en cuenta a quién le dan su confianza. Lo importante para ellos es que ganen otros, sean los que sean, con tal de que no repitan los anteriores. Craso y peligroso error a mi juicio.

Los partidos políticos representan ideas, defienden modelos de sociedad, y por eso los electores votan al que consideran que mejor los representa. Son herramientas imprescindibles en democracia, una vía a través de la cual cada ciudadano intenta que sus ideas lleguen al poder para que las cosas cambien. Por eso, poco sentido tiene favorecer con tu voto o abstención a los que no te representan.

Decía hace poco en otra entrada en este blog que la investidura de Susana Díaz puede suponer la prueba que defina de una vez la tendencia política que de verdad anida en alguno de los grupos políticos de nueva aparición. ¿Se imagina alguien que un partido político que se proclama de izquierdas o de centro pueda impedir con su voto en contra la formación de un gobierno progresista? A mí no me cabe en la cabeza. Con eso lo que estarían haciendo sería favorecer al adversario político, en este caso a la derecha liberal que domina el panorama político español, que dicen querer desplazar.

Corrupción no, pero veleidades ideológicas tampoco. No perdamos de vista lo que de verdad pretendemos cuando depositamos la papeleta en la urna.

21 de abril de 2015

Arreglar el mundo

Leí hace algún tiempo la siguiente sentencia: “yo antes pretendía arreglar el mundo, ahora me conformo con mantener limpio mi entorno”. Lamento no recordar de quién era la cita, o a quién se la achacaban, porque sabido es que la mayoría de las autorías de frases ingeniosas son inventadas. Pero en cualquier caso le agradezco a quien fuera que la pronunciara, porque me da pie al comentario que viene a continuación.

No existen verdades absolutas, sólo verdades individuales, las de cada uno. Ni siquiera esto que acabo de decir es verdad: es mi verdad. Lo que no quiere decir que sea mentira, si acaso sería mi mentira. ¿Juego de palabras? Trataré de explicarme, si es que puedo salir del entuerto, porque a veces me meto en unos jardines...

Los científicos llaman genotipo al conjunto de caracteres que se heredan a través del mensaje genético y fenotipo al conjunto de condiciones adquiridas a lo largo de la vida, desde la más tierna infancia hasta que llega la muerte. Sin negar la importancia de lo primero, aquí me voy a referirme a lo segundo, a lo adoptado a partir del nacimiento.

Ortega dijo aquello, que tanto se ha utilizado y con propósitos tan distintos, de "yo soy yo y mi circunstancia". Me atrevería a apostillar al filósofo español añadiendo que sin mi circunstancia, sin mi fenotipo, no sería yo, ni siquiera existiría. Una persona no es un cuerpo -ni un alma como sostienen los creyentes-, es un cúmulo de coyunturas, de experiencias, de amores y desamores, de dichas y adversidades, que han ido rellenando el cuerpo, -o el alma si se prefiere-, de vida, de personalidad, de contenido; y entre esas aportaciones figura en un puesto muy destacado eso que llamamos escalas de valores.

Podría decirse, simplificando en exceso, que una escala de valores equivale a una moral individual, no a la impuesta desde fuera, laica o religiosa, sino a la que cada individuo ha ido interiorizando como norma de conducta, en función de su trayectoria vital, es decir, de su circunstancia. Esa escala de valores es también la vara que utiliza cada uno para determinar las verdades, lo que nos lleva al corolario de que éstas dependen de quien las asume, dependen de su escala de valores, personal y difícilmente transferible. Son las verdades de cada uno.

Si las cosas son así (ya sabemos a estas alturas que lo que digo aquí es sólo mi verdad), ¿por qué nos pasamos el día sentenciando verdades? Pues porque al darlas por buenas las pregonamos. No tenemos empacho en difundirlas como verdades absolutas, ya que nuestra escala de valores las sitúa en tal estado de certeza, que nos lleva a creer que podemos ayudar con su divulgación a resolver los grandes conflictos de la humanidad. Nos conduce, en definitiva, a querer arreglar el mundo.

Me gustaría dejar claro que aquí no me estoy refiriendo a los predicadores profesionales, porque sospecho que éstos ni siquiera dan por cierto lo que sermonean en sus pláticas. Me refiero a los bienintencionados, al común de los mortales, a aquellos que sin perseguir objetivos espurios sostienen su verdad como absoluta, a los que quieren arreglar el mundo, sean estos columnistas de medios de comunicación, tertulianos, blogueros o ciudadanos de a pie.

¿No sería mejor que cada uno de nosotros se conformara con mantener limpio su entorno, como decía la sentencia que encabeza este artículo? Así quizá sucediera que con la suma de muchas limpiezas parciales se llegara a conseguir arreglar un poco el mundo, y no predicando a troche y moche nuestras verdades personales con la idea de convencer a los demás.

Para que nadie me diga ahora eso de que quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, me adelanto a contestarle que desde luego no seré yo quien la arroje.

19 de abril de 2015

Hacer el "sesenta y uno"

El título de este artículo no se refiere a una postura erótica concreta extraída del Kamasutra -como es posible que alguno haya interpretado al leerlo-, ni al tranvía que yo cogía para ir a clase en la Ciudad Universitaria hace ya medio siglo (a partir de cierta edad se pueden utilizar fracciones de siglo sin grandes dificultades), sino a una forma de evitar el fenómeno de la bipolarización política que sufre la opinión pública de nuestro país, como consecuencia, entre otras muchas cosas, de la influencia que ejercen los medios de comunicación, no ahora, desde siempre. En ese sesenta y uno del encabezamiento, el 6 representa a La Sexta y el 1 a TVE 1, dos cadenas de televisión cuyos telediarios sigo desde hace algún tiempo, uno detrás de otro, por el orden que imponen los horarios. Es evidente que estas dos cadenas no son más que un ejemplo para ilustrar lo que quiero hoy analizar en este artículo. Tradúzcalo el lector a cualquier otra variedad de medios, sean estos prensa, radio o televisión.

Digo que veo los telediarios de estas dos cadenas, porque de sus versiones, dispares hasta lo desconcertante, saco mi propia conclusión, que no tiene que situarse necesariamente en un punto medio. Dependiendo de la noticia, mi elaboración mental la colocará más cerca de una que de otra, incluso a veces podrá coincidir con alguna de las dos, por qué no. No se trata de una media aritmética, sino de dos puntos de referencia que me ayudan a entender mejor las noticias. Es un ejercicio intelectual que aconsejo a todo aquel que no quiera dejarse influir por lo que dictan los medios de comunicación, por lo general tendencioso y sesgado, en uno u otro sentido.

No quiero caer en la tentación de poner ejemplos con nombres y apellidos de informaciones discrepantes, porque hay tantos que prefiero dejar a los lectores que sean ellos quienes los pongan. En esta ocasión me inclino por hablar en abstracto. Así, si se trata de la interpretación del resultado de alguna elección, una de las dos cadenas dirá que el partido ganador no ha alcanzado la mayoría absoluta como pretendía, mientras que la otra asegurará que se han cumplido sus expectativas electorales con creces. Si de corrupción se habla, las dos la condenarán (¡hasta ahí podríamos llegar!), pero los ejemplos que utilicen serán distintos. Si de economía, una verá el vaso medio lleno, la otra medio vacío. Como excepción, es posible que coincidan en el pronóstico del tiempo.

Resultaría irrisorio, si no fuera porque algunas veces uno se siente agredido, intelectualmente hablando, por supuesto. No son posibles esas diferencias de valoración, salvo que aceptemos que están manipuladas, unas veces porque lo ordenan los poderes fácticos y otras por la tendencia política de quien las expone, aunque en ocasiones las opiniones se disfracen de contrapunto de la mentira, de periodismo valiente y esforzado.

Sucede sin embargo que son muchos los que, no sólo sienten simpatía por un medio de comunicación determinado, sino que además no pueden soportar lo que se ofrece en otros. Si a la afinidad por el primero se une la animadversión hacia el segundo, está servida la fidelidad a uno solo, con la consiguiente riesgo de pérdida de objetividad, porque falta el contrapeso de las ideas de signo contrario. Mi recomendación es hacer un esfuerzo, tragar quina y acudir a dos interpretaciones de la realidad, a ser posible discrepantes en sus planteamientos, y después utilizar la inteligencia para cocinar las referencias que llegan al cerebro y sacar conclusiones. Sólo así  se podrá ser objetivo, al menos intentarlo.

A eso es a lo que yo llamo hacer el sesenta y uno.

18 de abril de 2015

De bien nacidos es ser agradecidos


Supongo que a nadie se le escapa que detrás de un blog hay dos facetas completamente distintas, pero tan necesarias la una como la otra. Me refiero por un lado a la escritura de los artículos y por otro a los aspectos técnicos que permiten que lo primero salga a la luz. Los lectores por lo general reparan en la primera, porque la tienen ante la vista. Sin embargo, la labor de soporte informático les pasa desapercibida, razón por la cual quisiera mencionar a quien desde un principio se ha encargado de poner en marcha los procedimientos necesarios para que El huerto abandonado funcione con un cierto grado de calidad editorial. Estas páginas no hubieran nacido y no seguirían abiertas si no fuera por la colaboración de mi buen amigo Alfonso.

Empezaré por confesar que aunque trabajé durante muchos años en el mundo de los ordenadores, en la actualidad no tengo ninguna vocación informática, más allá de la que me dicta la necesidad de utilizarla como una herramienta más, en tantos aspectos de la vida cotidiana. Por eso, los conocimientos que necesito en cada momento los voy adquiriendo sobre la marcha, con mayor o menor aptitud, pero nunca yendo más allá de lo imprescindible para seguir funcionando con cierta eficiencia.

Cuando hace unos meses me planteé la posibilidad de abrir este blog, al primero que acudí fue a Alfonso, porque yo ignoraba casi todo lo que se escondía detrás de los artículos que leía a otros blogueros y tenía mucha confianza en su capacidad técnica. Mi amigo me animó desde el primer momento, guiado por el vehemente ímpetu que lo caracteriza en tantos aspectos de la vida, quitó importancia a las dificultades técnicas que pudieran surgir y se puso de inmediato en la labor de aprender cuanto fuese necesario para poner en marcha este blog. Alfonso nunca había trabajado con estas herramientas, porque no había sentido la necesidad hasta ese momento, de manera que tenía que partir de cero. Pero eso a él no le arredraba un ápice. Con manuales y alguna consulta a quien ya tuviera alguna experiencia (Javier: ¿estás ahí?) todo es posible.

Han pasado cuatro meses desde que lancé el primer artículo y hasta ahora nunca había hablado de esta oculta faceta del blog, como si las cosas hubieran surgido por generación espontánea. Desde entonces han sido muchas las sesiones de carácter técnico que hemos mantenido los dos, a través de esa maravillosa herramienta que se llama Skype y con la ayuda de un programa, el TeamViewer, que permite que dos usuarios puedan compartir a distancia el manejo de un mismo ordenador (¡qué gozada contemplar como se mueve el cursor en la pantalla sin que tú tengas que hacer nada para ello!). Largas sesiones, prolongadas charlas, en las que además de vencer las dificultades técnicas que iban surgiendo, nos ha dejado y nos sigue dejando gratos momentos de animadas conversaciones, porque no todo va a ser técnica informática.

Debo decir que, aunque he procurado ser un buen alumno y liberar cuanto antes a Alfonso del soporte cotidiano, hasta el punto de que en la actualidad pudiera considerarme bastante autosuficiente para el trabajo diario, sigo, sin embargo, contando con su ayuda cada vez que la necesito, lo que sucede con cierta frecuencia. A veces, incluso, es él quien se anticipa a la necesidad y me sugiere nuevas formas de trabajo.

Sirvan estas improvisadas palabras de agradecimiento al soporte que me ha brindado mi amigo Alfonso desde el principio de la existencia de este blog y que me sigue prestando cada vez que lo necesito. Sin su ayuda El huerto abandonado no existiría, porque nunca hubiera nacido.

16 de abril de 2015

La inmigración ilegal. Los "sin papeles"

No se me escapa que el asunto de la inmigración ilegal es complejo, socialmente controvertido, plagado de matices y por tanto difícil de tratar en unas pocas líneas. Se ha escrito mucho sobre este problema, se han vertido ríos de tinta, pero como soy bastante osado en esto de exponer a la intemperie mi pensamiento, voy a atreverme a añadir una opinión a tantas otras que leo, oigo y contemplo todos los días en los medios de comunicación, por supuesto subjetiva, sin más pretensión que poner de manifiesto lo que pienso sobre un tema muy delicado, que no quiero rehuir.

Negar la necesidad de controlar las fronteras sería algo así como negar que hay que cerrar la puerta de nuestra casa para que no entre todo el que quiera. Por tanto, entiendo perfectamente, y nada tengo que objetar, que los estados europeos establezcan medidas de control que traten de evitar la inmigración ilegal. Otra cosa es que tales medidas incluyan métodos que pongan en peligro la vida de las personas o contravengan las leyes.

Disparar pelotas de goma contra aquellos que intentaban hace unos meses alcanzar a nado las playas de Ceuta, con el consiguiente balance de víctimas mortales, es desde mi punto de vista una barbaridad impropia de un país civilizado. Por supuesto que no pretendían acabar con sus vidas, pero se cometió un homicidio por imprudencia. Aunque, todo hay que decirlo, los responsables no fueron los Guardias Civiles que dispararon cumpliendo órdenes,  ni siquiera los oficiales que los mandaban, sino a mi juicio  la cadena de mando política, que parte de la Delegación del Gobierno y llega hasta el Ministerio del Interior, donde se dictan esos mandatos. Se trata de una responsabilidad política.

Por otro lado, devolver a los inmigrantes “en caliente” está prohibido por las leyes europeas, que obligan a que se identifique a los que hayan logrado entrar, se les atienda y se inicien los correspondientes procesos de devolución a sus países de origen, teniendo en cuenta las circunstancias que concurran en cada caso. Será difícil, quizá costoso y puede que hasta imposible, pero estamos hablando de vidas humanas. Por eso Europa se ha dotado de unas leyes propias de culturas civilizadas, entre las que doy por hecho que está incluida la española a todos los efectos.

No cabemos todos, les oigo decir a algunos, como si unos pocos miles de desesperados que logran cruzar las verjas o desembarcar en las playas fueran a desequilibrar demográficamente a un país de cuarenta y seis millones de habitantes. Que se queden en sus casas y no vengan a incordiar, proclaman otros, sin reparar en qué lugares pretenden que continúen malviviendo los que intentan llegar hasta aquí. Hasta al ultraderechista Le Pen padre le ha costado el puesto electoral pronunciar expresiones de esta índole, que chirrían incluso en los oídos de los neofascistas de su partido.

Observo que estos puntos de vista suelen darse en los mismos que desprecian a los inmigrantes en general, legales o ilegales, en aquellos que desconfían de “las otras razas”, en definitiva en personas que no aceptan las diferencias. Lo diré más claro: en individuos de mentalidad ultraconservadora. Lo que no significa en absoluto que todos los conservadores estén en esta categoría. Conozco a muchos con un alto grado de sensibilidad social, que abominan de expresiones como éstas; como también existen supuestos progresistas que se dejan la progresía en la puerta de los verdaderos problemas sociales, porque para ellos lo social se acaba en las fronteras de su país, se circunscribe a su propio mundo. Por tanto, ni están todos los que son ni son todos los que están.

Confieso que me conmueve contemplar esas escenas en las que voluntarios de la Cruz Roja o de otras organizaciones humanitarias ayudan a los emigrantes, cuando llegan exhaustos a nuestras playas, tras haberse jugado la vida en alguna travesía infernal. Me emociona comprobar su dedicación, su entrega, a veces hasta con mimo exquisito, porque han aprendido a lo largo de su abnegada dedicación que están tratando con seres humanos, con personas que abrigan la ilusión de alcanzar las cotas de bienestar que se les niega en sus países de origen.

Y también confieso que me ilusiona imaginar que estos inmigrantes puedan llegar a incorporarse algún día a nuestra cultura y a convertirse con el tiempo en ciudadanos europeos de pleno derecho. Así nacieron y crecieron la mayoría de las naciones a lo largo de los siglos, por movimientos migratorios obligados por el hambre y la desesperación. Aunque siempre hubo quien se opuso a ello, como ahora ocurre y como seguirá sucediendo en el futuro. La historia de la humanidad se repite incansablemente, hasta la saciedad.

15 de abril de 2015

¿Genialidad en las ideas o perseverancia en el esfuerzo?

En un ensayo filosófico escrito por Allexandre Jollien (Pequeño tratado del abandono, Espasa Libros S.L.U., 2013) he leído una frase de carácter metafórico que me ha llamado la atención e inspirado un comentario: es más difícil ser un hombre justo durante ocho días que un héroe durante quince minutos. Se refiere el filósofo con esta curiosa sentencia a que en la vida son más importantes el tesón y la tenacidad que los brotes de genialidad, a que es preferible la continuidad en el esfuerzo que el impulso pasajero que perece nada más nacer o, dicho de manera más poética, a que resulta más duradero el efecto de la gota de agua que horada la roca y modifica su forma poco a poco que la convulsión volcánica que transforma la naturaleza sin control y deja la labor inconclusa y desordenada.

Casi todas las cosas que destacan en la vida se consiguen gracias a la continuidad en el esfuerzo. En cualquier faceta de la existencia, desde la creación de obras de arte, pasando por la investigación científica, por el desarrollo personal, por la educación de nuestros hijos, hasta terminar en los avances de la sociedad hacia mayores cotas de bienestar, la clave del éxito radica en la perseverancia. No voy a poner ejemplos, porque el lector de estas líneas encontrará con facilidad centenares de casos a su alrededor y es posible que también pueda extraerlos de su propia experiencia personal.

Sin embargo, el mundo está lleno de arranques súbitos de proyectos sin continuidad en su desarrollo posterior, de intentos fallidos de reformas sociales por abandono de los reformadores, de propósitos personales cargados de buenas intenciones que no van más allá de meros inicios sin persistencia ni constancia en el empeño. Brotes de genialidad, luminosidades pasajeras que mueren nada más nacer por falta de la tenacidad necesaria para llevarlos a buen fin; buenas intenciones de principios de año que no llegan al día de Reyes.

Entre los defectos que yo achaco a nuestro sistema educativo (debería decir a nuestros sistemas educativos, porque cada gobierno trae el suyo debajo del brazo), está la carencia de una asignatura, o al menos cierto temario no excesivamente extenso, que tratara la importantísima cuestión de la continuidad como herramienta necesaria en cualquier actividad humana que persiga un buen resultado. Desde niños, deberíamos haber sido educados en esta doctrina, necesaria desde mi punto de vista para ser capaces de alcanzar cierto éxito humano, social y profesional a lo largo de nuestra existencia. Por el contrario, los alumnos, ayer y hoy, reciben consignas de prontitud, urgencia y celeridad, sin recomendación alguna de dar prolongación a lo emprendido. Es más, algunos pedagogos insisten en la rapidez con la que deben ejecutarse las tareas docentes y siembran en sus alumnos la sensación de que lo importante es acabar la labor de hoy cuanto antes, con independencia de que continuemos con ella mañana.

Está bien ser rápidos, acabar la tarea del día cuanto antes, pasar inmediatamente a otros capítulos, no emplear demasiado tiempo en un mismo tema, huir de las redundancias innecesarias; pero al mismo tiempo es preciso insistir en que cualquier actividad que persiga un objetivo concreto necesita perseverancia en el esfuerzo. Rapidez no significa discontinuidad. Por el contrario, sólo con la debida constancia se alcanzan las metas difíciles, que por lo general son las más gratificantes. Zamora no se tomó en una hora.

Por eso creo que, contestando al título de esta entrada, para triunfar en la vida como seres humanos hace falta genialidad en las ideas y perseverancia en el esfuerzo. Lo primero sin lo segundo no conduce a nada, lo segundo sin lo primero quizá sí.

12 de abril de 2015

El huerto ya no está abandonado

Los viejos perales en flor
(Dedicado a la Guijarrada)

Hace ya unos años asistí a una de esas cenas que se organizan en Castellote durante los calurosos meses de verano, veladas que por lo general transcurren en las viejas cuadras de nuestras antiguas casas del pueblo, ahora acondicionadas como bodegas o comedores rurales. Me llamó la atención la decoración que los dueños habían dado a un entorno tan rústico como aquel, celosías pintadas de verde cubriendo las paredes, con flores artificiales colocadas en macetas sujetas a las estructuras de madera, en un creativo e ingenioso intento de darle cierta frescura a unas estancias tan oscuras como acostumbran a ser los establos.

Le comenté mi impresión a una de las artifices de la ambientación y le confesé al mismo tiempo mi propósito de imitar su estilo en las cuadras de nuestra casa, más grandes y quizá un poco más luminosas que las suyas, pero al fin y al cabo estancias sombrías, situadas en los semisótanos de la vivienda. Me miró con extrañeza y me contestó que si ellos dispusieran del huerto que teníamos nosotros, no se hubieran molestado en intentar darle viveza a las cuadras, sino que hubieran acondicionado ese espacio exterior semiabandonado, para utilizarlo como complemento de la bodega.

Así nació la idea de recuperar el huerto de nuestra casa de Castellote. En aquel momento decidí ponerme en el empeño de ir poco a poco desbrozando el terreno, que al cabo de veinticinco años de abandono se había convertido en un lugar casi inhabitable, sanear los viejos frutales de épocas anteriores que todavía sobrevivían de cuando durante tantos años o quizá siglos estuvo cultivado, plantar nuevos árboles, construir jardineras, colocar plantas ornamentales, enredaderas y setos, instalar tomas de corriente eléctrica y un sistema de riego gota a gota, cambiar las puertas de acceso, arreglar las escaleras que comunican los bancales entre sí y tantas otras cosas necesarias.

Recuerdo que al principio mi familia, cuando me veía sudar la gota gorda a pleno sol, con la azada en la mano y haciendo unos esfuerzos impropios de mi edad, me miraba con cara de preocupación, sospechando que algo grave debía de estar sucediéndole a mi sistema neuronal. Quizá por eso de que soy el mayor de los hermanos no se atrevieran a llevarme la contraria y me dejaran trabajar cuanto quería, pensando que el desvarío sería pasajero y en algún momento remitiría el brote de locura.

Un día, cuando descubrieron que alguien había descargado varias toneladas de piedras, colocadas en estratégicos montones, alineados a lo largo del perímetro donde había decidido construir unos alcorques de más de veinte metros de longitud y cuarenta centímetros de altura, debieron de pensar que el deterioro mental era ya irreversible, aunque continuaran guardando un respetuoso silencio, que me permitió seguir trabajando sin demasiados sobresaltos.

La pérgola
Han pasado más de diez años desde que tomé aquella decisión y el huerto ya es otra cosa. Los árboles van creciendo, los rosales se han convertido en arbustos vigorosos cubiertos de rosas durante muchos meses al año, los frutales florean multicolores en primavera y las enredaderas cubren la pérgola central. Y ahora todos disponemos de un lugar al aire libre donde leer, tomar el aperitivo o charlar con los demás miembros de la familia o con los amigos de toda la vida. Y lo que es mejor todavía, parece que he recuperado la confianza de la familia en mi cordura, gracias a que aquellas toneladas de piedra se han convertido en unas elegantes jardineras, llenas de frondosos arbustos y de flores de mil colores.

Es curioso que una cena en una cuadra decorada con cierta coquetería artificial haya dado lugar a que se recupere nuestro huerto de Castellote. Pero más curioso todavía es descubrir que de aquella cena surgiría más tarde el nombre de este blog, aunque quizá debiera cambiarlo, porque el huerto ya no está abandonado.

10 de abril de 2015

¿Dónde se sitúa Ciudadanos? ¿Es un partido de centro derecha?

De Ciudadanos ya he escrito en varias ocasiones en este blog, pero hasta ahora sin dedicarle la atención específica que en mi opinión se merece, no sólo por su rápido crecimiento en intención de voto, también por el perfil político que observo en las personas que a mi alrededor confiesan su preferencia o al menos simpatía por este partido emergente, quienes, casi en su totalidad, pertenecen a esa franja ideológica que yo me atrevería a situar entre la izquierda del PP y la derecha del PSOE. He dicho casi en su totalidad para cubrirme las espaldas, porque en realidad algunos de ellos asumen que se trata de un partido socialdemócrata, apreciación con la que no estoy de acuerdo en absoluto.

En mi opinión el pensamiento de Ciudadanos es conservador, aunque si lo comparamos con el del PP pudiera resultar hasta progresista. Prueba de ello, de que al fin y al cabo es un partido de derechas, es que Esperanza Aguirre no descarta una posible alianza poselectoral con ellos, al mismo tiempo que la cúpula del Partido Popular ha rectificado su estrategia de descrédito, por no decir de acoso y derribo, hacia esta formación. Ya no se refieren a "Ciutadans" como si se tratara de un partido foráneo (¡qué cosas hay que oír!), ni amenazan con la llegada al poder de los catalanes, una de los disparates políticos más grandes que se han dicho en los últimos días. Ni Groucho Marx hubiera superado una payasada dialéctica como la que acabo de mencionar. Pero en España siempre ha habido separatistas y separadores, estos a mi juicio más peligrosos para los intereses de España que los primeros, en cuanto que dan pábulo, con su ignorancia o quizá mala intención, a las pretensiones de los que pretenden fraccionar nuestro país desde alguna de sus diversas sensibilidades nacionales.

Quizá la prueba del algodón del posicionamiento político de Ciudadanos la tengamos dentro de unos días, cuando comprobemos su voto en la sesión o sesiones de investidura de Susana Díaz en el Parlamento andaluz. Doy por descontado que será negativo en la primera de ellas, aunque sólo sea para marcar diferencias y hacerse valer, pero ignoro qué harán en la segunda y definitiva de la primera ronda. Desde mi punto de vista, si no favorecen con su abstención el acceso del PSOE al gobierno de Andalucía, estarían lanzando claros mensajes de escorar a la derecha, aunque pretexten hacerlo porque están en contra de la corrupción, como si los demás no estuvieran. El asunto de Chaves y Griñán está en los tribunales y hay que esperar a que se dicte sentencia o al menos a que se les imputen delitos concretos. Ahora toca hacer política con mayúsculas y no demagogia con minúsculas.

Como los caminos de los políticos son inescrutables, vaya usted a saber qué abriga la mente de lo dirigentes de Ciudadanos, si competir abiertamente con el PP para ocupar un lugar preeminente en la derecha del arco parlamentario, o convertirse en un partido de clara tendencia centrista, al que no le asusten posibles alianzas con la izquierda moderada. Sospecho que muchos de los simpatizantes de este partido a los que aludía arriba abrigan la esperanza de que sea lo segundo. ¿Pero lo verán igual Albert Rivera y compañía? La verdad es que no lo sé. Lo único que parece seguro es que, dependiendo de lo que decidan sus líderes, Ciudadanos podría consolidarse como partido de ámbito nacional o pasar a la historia de los intentos, lo que parece que le está sucediendo a UPyD, que tuvo su oportunidad y no supo aprovecharla.

Tengo que reconocer que para un simple aficionado a la actualidad política como yo, este año de cambios y sorpresas está resultando ser una auténtica bicoca, un manantial de información inagotable. Todos los días desayuno con alguna novedad, con lo que lo difícil no es encontrar noticias que comentar, sino elegir la más interesante entre tantas.

8 de abril de 2015

Agnosticismo y religiones

He confesado en alguna ocasión en este blog que me considero un agnóstico. No niego la existencia de Dios, porque al fin y al cabo se trataría de una creencia como otra cualquiera, pero tampoco creo que exista un ser todopoderoso ni un más allá. Unamuno lo decía con otras palabras: no es lo mismo creer que Dios no existe que no creer que Dios exista. No se trata de un juego de palabras, como alguno pudiera sospechar, sino del convencimiento de que si creer es aceptar lo que no se puede demostrar, yo no soy creyente. Mi mente sólo acepta como cierto lo científicamente demostrado.

Eso no significa en absoluto que no sienta interés por las religiones como conjunto de creencias compartidas por grupos, extensos o reducidos, de seres humanos. Me interesan, por supuesto, porque en la mayoría de ellas se dan parámetros parecidos, con ligeras variaciones más de forma que de fondo. Todas aceptan la existencia de poderes sobrenaturales, creencias que al influir en el comportamiento de los creyentes supeditan su visión del mundo.

Ahora bien, como he nacido, he crecido y he sido educado bajo la influencia de la religión católica, o por extensión de la cristiana, parece lógico que al conocerla mejor que a otras me interese más por ella. Pero también me importan, por razones de proximidad y relación,  la judía y la musulmana, las otras dos grandes religiones monoteístas.

Cuando digo que tengo interés por las religiones me refiero a que me interesan desde un punto de vista antropológico, en el aspecto social de esta expresión. Y cuando me refiero en este caso a la antropología, estoy pensando en mi preocupación por los comportamientos humanos en función de las creencias, tanto los pasados o históricos, como los actuales que afectan a las sociedades de nuestro tiempo.

De esta preocupación he ido extrayendo a lo largo de los años una serie de conclusiones. La primera es que la inmensa mayoría de las personas profesan una determinada creencia por el mero hecho de haber nacido en un lugar concreto. Si observamos un mapamundi en el que se refleje la difusión de cada una de ellas, concluiremos que la Historia ha determinado a través de los siglos sus respectivas influencias y por tanto la fe de las personas que habitan cada lugar. De ese proceso histórico viene que yo esté bautizado y figure en el padrón de los católicos, simplemente porque nací en la católica España. Si hubiera venido al mundo en Irán sería musulmán chiita, ortodoxo si fuera griego, suní o copto si egipcio o quizá mormón si procediera de Utah en los Estados Unidos. Quiero decir que estaría inscrito en sus registros, no que profesara su fe.

La segunda conclusión es que las religiones se han disputado desde siempre su hegemonía o supervivencia con las armas en la mano. La Historia ha sido y sigue siendo el relato de una inacabable y sangrienta guerra de religiones, de una lucha a muerte entre creencias en nombre de sus respectivos dioses. El integrismo, que se da o se ha dado en todas ellas sin excepción, trasvasa las verdades privadas al ámbito de lo público; y las religiones, cuando se ven amenazadas apelan a la libertad de conciencia y cuando llegan al poder abandonan la tolerancia.

La tercera conclusión y última por hoy, aunque me queden muchas otras en el tintero, se refiere a la distinción que hago entre el aparato oficial de cada una de las religiones -el establishment como ahora gusta decir a los entendidos- y el conjunto de creyentes que profesa una determinada fe religiosa. Por los primeros no siento ninguna consideración intelectual, porque los contemplo sólo como organizaciones humanas que han perseguido desde siempre y siguen persiguiendo ahora intereses materiales, amparados en una supuesta espiritualidad. A los segundos los considero personas de “buena fe”, nunca mejor dicha la expresión, que aceptan lo que les han dictado los primeros a lo largo de los siglos, por lo que merecen mi respeto, con independencia de que no pueda entender su proceder.

7 de abril de 2015

¿Para quién escribo?

Un amigo mío, que tiene abierto un interesante blog desde hace varios años, en el que escribe sus impresiones sobre todo aquello que acontece a su alrededor y merece su atención, se preguntaba en un artículo si debería escribir lo que a los demás les gusta leer o lo que en realidad a él le apetece escribir. Reflexionaba que lo primero puede significar contar con un mayor número de seguidores y lo segundo expresar sus propias inquietudes, con independencia de que los puntos de vista que exponga sean o no compartidos por sus lectores, un dilema tan personal que no me atrevería a darle una opinión, si acaso a sugerirle que puede haber un punto de encuentro entre las dos proposiciones.

Cuando empecé a escribir mi primera novela, confieso que lo hice guiado fundamentalmente por la vanidad de expresar mi visión del mundo, sin medir a priori que ésta pudiera resultar interesante a los lectores del libro o, por el contrario, producir rechazo a su lectura. Después, en ese largo proceso de corrección y depuración al que someto cualquier cosa que escribo (uno de mis muchos defectos es el inútil perfeccionismo), fui suprimiendo escenas, personajes y reflexiones, que mi instinto me dictaba innecesarios o contraproducentes, porque podrían provocar la apatía de los lectores. Había descubierto, de repente, que cuando se escribe no se hace sólo para el propio deleite; también, y sobre todo, para que los demás lean lo que escribes.

En este blog me sucede algo parecido, aunque no exacto, porque la brevedad del texto exige distintos criterios de revisión que los que demanda la extensión de una novela. Pero, en cualquier caso, debo confesar que, aunque aquí escribo bajo el impulso de ideas sobrevenidas o cogidas al vuelo de “mi” propia actualidad, cuando termino de hilar las frases reviso lo escrito con la mirada puesta en los lectores. La primera parte del trabajo surge de lo que me apetece escribir en ese momento, sin tapujos ni cortapisas, y la segunda de lo que en mi opinión esperan los lectores. A la espontaneidad inicial añado después una cierta dosis de racionalidad, que procuro que no anule la frescura de la improvisación.

Aun así es difícil escribir para todos los gustos. Diría incluso que esta circunstancia podría traer aneja la vulgaridad y la falta de interés. Pero como lo que escribo va dirigido a un entorno muy cercano a mi persona en ideas, costumbres y usos, procuro ceñirme al denominador común que supongo en todos ellos. Lo que no significa en absoluto que lo que figura en estas entradas guste a todos por igual, ni siquiera a la mayoría. Pretendo sólo que no produzca rechazos. Con eso me conformo.

Esta visión permanente de mis potenciales lectores me ha llevado a establecer una serie de criterios que procuro no olvidar, aunque posiblemente me los salte incoscientemente de vez en cuando. El primero es presentar mis reflexiones como fruto de la subjetividad, nunca intentando sentar cátedra. Lo que yo piense no tiene que ser verdad para todos, es sólo mi verdad. Reconozco que problemas de redacción, ese difícil proceso de expresar con exactitud por escrito lo que la mente dicta, puede en ocasiones dar otra sensación, y no son pocos los que me han hecho llegar algún que otro reproche. Gajes del oficio de escribir, que asumo como tales.

Mi segunda norma es huir de la acritud. Puedo no estar de acuerdo con determinadas ideas o con ciertos personajes, pero la discrepancia no me da derecho a demonizarlos. Prefiero defender aquello en lo que creo, que atacar lo que rechaza mi mente. Lo primero me parece constructivo, lo segundo estéril.

Como digo al principio de esta reflexión, en mi opinión se puede y se debe escribir para dar rienda suelta a las inquietudes que uno tenga,  sin perder al mismo tiempo de vista a los potenciales lectores, que son para quienes en realidad uno escribe.

5 de abril de 2015

¿Se puede hablar de política en vacaciones?

Acabo de pasar unos días en un ambiente distinto al mío habitual, aunque rodeado por personas que conozco desde hace muchos años y cuya forma de pensar, por consiguiente, no puede sorprenderme a estas alturas. Han sido días de vacaciones, largos y tranquilos, con mucho tiempo y bastantes ocasiones para mantener charlas sobre lo humano, lo divino y, ¡cómo no!, lo político, algunas de ellas bizantinas, para qué voy a negarlo, pero otras de absoluta actualidad; y a lo largo de ellas ha ido apareciendo con mucha frecuencia la pregunta de qué va a pasar en las próximas elecciones locales y autonómicas que se avecinan, y más tarde en las generales. De ese interrogante y de las distintas respuestas voy a decir hoy algo.

En primer lugar, no he observado en ninguna de estas personas que la entrada en escena de los partidos de nuevo cuño haya introducido cambios sustanciales en su alineación política anterior. Acaso, algunos de signo conservador confesaban su hartazgo con el gobierno actual mediante guiños dialécticos a la opción Ciudadanos, y otros, progresistas de siempre, mencionaban a Podemos, más como herramienta de castigo temporal a los partido tradicionales de izquierda que como definitivo cambio de intención de voto. Pero a ninguno de ellos lo he visto desertar abiertamente de sus antiguas lealtades.

En alguna ocasión he dicho que las ideas personales son tercas y reacias al cambio. Por tanto lo que acabo de explicar arriba no me ha sorprendido. La mayoría de los individuos permanecen aferrados a determinados ideales que consideran acertados y mucho tiene que pasar para que modifiquen su criterio. Puede ser que estén dispuestos a efectuar pequeñas variaciones en su adhesión política, siempre que no afecten demasiado a su conciencia, es decir, podría ser que no les importara buscar acomodo en posiciones que intuyen cercanas a las que siempre han defendido. Lo que sucede es que esas intuiciones a veces fallan y ellos lo saben.

Hoy he oído decir a Esperanza Aguirre que lo que necesita el Partido Popular para salir de la crisis que sufre es clarificar su ideología ante la opinión pública. Ella sabrá lo que quiere, pero a mí me parece que si lo hace así cometerá un error político. Precisamente, lo que ha dado la victoria a este partido en varias ocasiones ha sido la nebulosa bajo la que ha sabido ocultar determinadas líneas programáticas, lo que ha permitido que un gran número de votantes se sintiera amparado por ese amplio paraguas ideológico, donde cabe todo o casi todo. La clarificación que propone la conocida política aglutinaría a su alrededor a un buen número de votantes de ideología claramente reaccionaria, pero espantaría al centro derecha, que no está de acuerdo, como se ha visto a lo largo de esta legislatura, con posiciones tan cerradas. Otra cosa es que a ella personalmente le interese hacerlo así para alzarse con el liderazgo de un sector de su partido y después... ya se verá.

Por el contrario, sí creo que al PSOE le interese clarificar la suya. De hecho cada vez oigo con mayor insistencia apelar a la doctrina socialdemócrata y acusar de no estar en ella a Podemos. Entiendo la estrategia, porque en nuestro país hay mucho socialdemócrata que no sabe quién defiende mejor esta ideología. Es a ellos a quienes el Partido Socialista debe dirigir las aclaraciones pertinentes, porque es ahí donde está su caladero: en los centristas del PP, en los que no acaban de ver que Podemos sea un partido socialdemócrata y en los que piensan en Ciudadanos porque no se atreven a dar un paso mayor.

Todas estas maniobras y sus consecuencias nos conducen, como ya he dicho en alguna ocasión en este blog, a un panorama a cuatro bandas, dos en los extremos del arco parlamentario y otras dos ocupando respectivamente el centro izquierda y el centro derecha. Es cierto que veo este dibujo a corto plazo, pero no aseguro que se mantenga a largo, porque es posible que el juego democrático de las alianzas termine simplificando las cosas y reduciendo las cuatro tendencias a tres: derecha centro e izquierda.

Ya falta menos para saber por dónde irán los tiros. Mientras tanto yo aprovecharé cualquier ocasión que se presente para sondear el parecer de los de mi entorno, tan diverso en tendencias e interesante en opiniones.

4 de abril de 2015

La ciudad sí es para mí

Ahora que acabo de volver de pasar unos días en el campo, me ha venido a la cabeza una vieja reflexión que me he hecho muchas veces a lo largo de la vida, la de la satisfacción que me produce vivir en una gran ciudad. Desde hace sesenta años resido en Madrid, por lo que a nadie puede sorprender que después de tanto tiempo me considere un urbanita, porque en la urbe me siento muy a gusto y disfruto todo lo que puedo de las ventajas que me concede.

Es cierto que la mayoría de las personas no vivimos donde queremos sino donde el destino nos ha llevado, axioma que en mi caso se cumple en toda su extensión. A Madrid me trajo por primera vez el azar, arrastrado por uno de los destinos profesionales de mi padre. Y en esta ciudad estudié el bachillerato, después la carrera, tuve novia, me casé, han nacido mis hijos y mis nietos, trabajé durante muchos años y aquí es donde posiblemente acabarán mi días.

Quizá este entusiasmo por la ciudad no sea más que un intento de hacer de la necesidad virtud. Puede ser que sea eso, no lo sé con seguridad, pero lo cierto es que me muevo en ella como pez en el agua. A lo largo de los años he aprendido a disfrutarla, a sacar el máximo provecho a sus ventajas y a soportar con benevolencia sus inconvenientes, hasta el extremo de que, cuando con cierta frecuencia paso fuera algunas temporadas, estoy deseando volver al que considero mi hábitat natural, porque empiezo a sentir, no ya nostalgia, sino la falta de sus prestaciones, en el extenso sentido que para mí tiene esta palabra.

En la ciudad encuentro absolutamente todo lo que necesito, desde entretenimientos hasta cultura. Aquí es donde hago “callejerismo”, porque me gusta patear las calles de la ciudad, contemplar el paisaje de su trazado, analizar los edificios como haría Linneo con las plantas de un monte, sentarme en una terraza a tomar algo mientras observo tranquilamente el ir y venir de mis apresurados conciudadanos, o simplemente dejar que transcurra el tiempo encerrado en la introspección que me causa sentirme anónimo entre tanta gente.

Observo con frecuencia y con cierto pesar que mis gustos en este aspecto no coinciden con los de muchos de los que me rodean, a quienes la ciudad les abruma. Digo con pesar, porque verse obligados a vivir en un lugar que sólo les causa sinsabores debe de ser penoso. Comprendo, sin embargo, que los que nunca han residido en ella no sientan ninguna atracción por hacerlo. En este caso, la falta de adaptación al entorno, con los consiguientes desajustes emocionales, anularía cualquiera de las ventajas que aporta la ciudad.

Está muy de moda hablar de calidad de vida, una expresión difícil de definir. Es un tópico recurrente que trata de indicar que en determinados lugares se vive mejor que en otros, como si lo intangible pudiera valorarse. Se pretende con ello establecer una escala de valores medibles y comparables, sin tener en cuenta la interrelación entre ellos; y se usa mucho precisamente para comparar las ventajas o inconvenientes de vivir en unos lugares u otros, por lo general a favor del lugar donde reside el que hace la valoración.

Yo no hablaré por tanto de calidad de vida, porque sólo puedo referirme a mi impresión personal y por tanto subjetiva. Lo que digo simplemente es que disfruto de la ciudad y que he aprendido a vivir en ella. Me otorga cuanto necesito y me costaría mucho acomodarme en otro lugar, más allá de pequeñas escapadas, alejado de su bullicio y ajetreo. Por eso, ahora que he regresado a Madrid después de pasar unos días en el campo, empiezo a recobrar el tono vital que he estado a punto de perder entre tanto silencio, tranquilidad y abundancia de aire limpio.