En un ensayo filosófico escrito por Allexandre Jollien (Pequeño tratado del abandono, Espasa Libros S.L.U., 2013) he leído una frase de carácter metafórico que me ha llamado la atención e inspirado un comentario: es más difícil ser un hombre justo durante ocho días que un héroe durante quince minutos. Se refiere el filósofo con esta curiosa sentencia a que en la vida son más importantes el tesón y la tenacidad que los brotes de genialidad, a que es preferible la continuidad en el esfuerzo que el impulso pasajero que perece nada más nacer o, dicho de manera más poética, a que resulta más duradero el efecto de la gota de agua que horada la roca y modifica su forma poco a poco que la convulsión volcánica que transforma la naturaleza sin control y deja la labor inconclusa y desordenada.
Casi todas las cosas que destacan en la vida se consiguen gracias a la continuidad en el esfuerzo. En cualquier faceta de la existencia, desde la creación de obras de arte, pasando por la investigación científica, por el desarrollo personal, por la educación de nuestros hijos, hasta terminar en los avances de la sociedad hacia mayores cotas de bienestar, la clave del éxito radica en la perseverancia. No voy a poner ejemplos, porque el lector de estas líneas encontrará con facilidad centenares de casos a su alrededor y es posible que también pueda extraerlos de su propia experiencia personal.
Sin embargo, el mundo está lleno de arranques súbitos de proyectos sin continuidad en su desarrollo posterior, de intentos fallidos de reformas sociales por abandono de los reformadores, de propósitos personales cargados de buenas intenciones que no van más allá de meros inicios sin persistencia ni constancia en el empeño. Brotes de genialidad, luminosidades pasajeras que mueren nada más nacer por falta de la tenacidad necesaria para llevarlos a buen fin; buenas intenciones de principios de año que no llegan al día de Reyes.
Entre los defectos que yo achaco a nuestro sistema educativo (debería decir a nuestros sistemas educativos, porque cada gobierno trae el suyo debajo del brazo), está la carencia de una asignatura, o al menos cierto temario no excesivamente extenso, que tratara la importantísima cuestión de la continuidad como herramienta necesaria en cualquier actividad humana que persiga un buen resultado. Desde niños, deberíamos haber sido educados en esta doctrina, necesaria desde mi punto de vista para ser capaces de alcanzar cierto éxito humano, social y profesional a lo largo de nuestra existencia. Por el contrario, los alumnos, ayer y hoy, reciben consignas de prontitud, urgencia y celeridad, sin recomendación alguna de dar prolongación a lo emprendido. Es más, algunos pedagogos insisten en la rapidez con la que deben ejecutarse las tareas docentes y siembran en sus alumnos la sensación de que lo importante es acabar la labor de hoy cuanto antes, con independencia de que continuemos con ella mañana.
Está bien ser rápidos, acabar la tarea del día cuanto antes, pasar inmediatamente a otros capítulos, no emplear demasiado tiempo en un mismo tema, huir de las redundancias innecesarias; pero al mismo tiempo es preciso insistir en que cualquier actividad que persiga un objetivo concreto necesita perseverancia en el esfuerzo. Rapidez no significa discontinuidad. Por el contrario, sólo con la debida constancia se alcanzan las metas difíciles, que por lo general son las más gratificantes. Zamora no se tomó en una hora.
Por eso creo que, contestando al título de esta entrada, para triunfar en la vida como seres humanos hace falta genialidad en las ideas y perseverancia en el esfuerzo. Lo primero sin lo segundo no conduce a nada, lo segundo sin lo primero quizá sí.
Casi todas las cosas que destacan en la vida se consiguen gracias a la continuidad en el esfuerzo. En cualquier faceta de la existencia, desde la creación de obras de arte, pasando por la investigación científica, por el desarrollo personal, por la educación de nuestros hijos, hasta terminar en los avances de la sociedad hacia mayores cotas de bienestar, la clave del éxito radica en la perseverancia. No voy a poner ejemplos, porque el lector de estas líneas encontrará con facilidad centenares de casos a su alrededor y es posible que también pueda extraerlos de su propia experiencia personal.
Sin embargo, el mundo está lleno de arranques súbitos de proyectos sin continuidad en su desarrollo posterior, de intentos fallidos de reformas sociales por abandono de los reformadores, de propósitos personales cargados de buenas intenciones que no van más allá de meros inicios sin persistencia ni constancia en el empeño. Brotes de genialidad, luminosidades pasajeras que mueren nada más nacer por falta de la tenacidad necesaria para llevarlos a buen fin; buenas intenciones de principios de año que no llegan al día de Reyes.
Está bien ser rápidos, acabar la tarea del día cuanto antes, pasar inmediatamente a otros capítulos, no emplear demasiado tiempo en un mismo tema, huir de las redundancias innecesarias; pero al mismo tiempo es preciso insistir en que cualquier actividad que persiga un objetivo concreto necesita perseverancia en el esfuerzo. Rapidez no significa discontinuidad. Por el contrario, sólo con la debida constancia se alcanzan las metas difíciles, que por lo general son las más gratificantes. Zamora no se tomó en una hora.
Por eso creo que, contestando al título de esta entrada, para triunfar en la vida como seres humanos hace falta genialidad en las ideas y perseverancia en el esfuerzo. Lo primero sin lo segundo no conduce a nada, lo segundo sin lo primero quizá sí.
Además: la genialidad se encuentra en el genotipo: puede brotar o no, se encuentra quizá en el subconsciente genético, salta a la superficie del YO quizá por una frase oída a un tercero y que cala en tu tejido permeable, o leída en un texto que pasa casualmente por delante de tus narices; sin embargo la perseverancia en el esfuerzo se encuentra en el fenotipo: en largos años de educación, de escuchar, ver a tus padres y a los que fueron tus otros maestros, verte a ti mismo a lo largo de tu infrahistoria, ser consciente de tus errores y de tus fracasos, y aportar toda tu personalidad en un proyecto vital que nunca fracasará porque al fin y a la postre forma parte de tu singladura vital. No hay errores, no hay fracasos, sólo una tarea que se quedó sin terminar por falta de ganas, porque una neurona que antes se encontraba vital de repente murió.
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