26 de junio de 2022

¿Estamos en guerra?

Si yo hubiera tenido que responder a la pregunta que hago en el título, habría contestado que sí sin dudarlo ni un instante. La guerra de Ucrania no se está librando sólo entre Rusia y el país invadido, porque toda la Unión Europea está participando en ella de una u otra forma. También Estados Unidos, por supuesto, pero de manera diferente y a mucha distancia de la contienda. Las medidas restrictivas que está aplicando occidente contra la economía rusa están teniendo unas contrapartidas que poco a poco van debilitando a los países europeos de manera alarmante. Tengo la sensación de que Europa no había medido adecuadamente las consecuencias de su intervención cuando se decidió a tomar partido en el conflicto. De haberlo hecho, quizá no estaríamos como estamos.

Rusia ha demostrado a lo largo de los siglos una enorme capacidad de resistencia frente a las amenazas de todo signo. La historia de este país nos demuestra que el pueblo ruso está dotado de una inmensa capacidad de resistencia, lo que, unido a su propensión a dejarse dirigir por autócratas del signo que sea, los convierte en una potencia difícil de vencer. La revolución rusa acabó con los privilegios de los zares, pero sustituyó el zarismo por el comunismo, una dictadura por otra. A su vez, la llamada perestroika puso fin al régimen soviético, pero introdujo una democracia de bajo tono, puede que muy del gusto de la inmensa mayoría de los ciudadanos rusos, que se sienten más seguros bajo gobiernos autoritarios que con otros de carácter democrático. Las dictaduras con el tiempo cambian las mentes de los ciudadanos de manera colectiva.

Lo cierto es que, después de varios meses de guerra, no parece que la moral de los rusos haya decaído, más allá de algunas voces discordantes que son acalladas con facilidad. El pueblo ruso está convencido de que la guerra de Ucrania es necesaria, porque creen que de otra manera estaría en riesgo su seguridad. Mientras tanto, en occidente estamos sufriendo consecuencias desastrosas, soportando una inflación desatada, con el precio de la energía por las nubes y con los bolsillos de los ciudadanos cada vez más vacíos, algo que por supuesto nadie había previsto cuando se desató el conflicto. En aquel momento se creía que todo acabaría en unos días y que la gran Rusia saldría escarmentada por su inaudita osadía.

Por eso digo que estamos en guerra, aunque ésta no se haya declarado oficialmente. No hay soldados en el frente ni nuestras ciudades están siendo bombardeadas. Pero sufrimos las mismas consecuencias económicas que si hubiéramos intervenido directamente, con el inconveniente de que, por ignorar la realidad, no se están tomando las medidas económicas que serían acordes con las circunstancias. En las guerras declaradas se racionan determinados bienes de consumo, se controlan los precios de otros y se ponen en marcha medidas acordes con las circunstancias. Es la llamada economía de guerra, ingrata para los ciudadanos que tienen que sufrirla, pero necesaria para la subsistencia del país. Parece como si nadie hubiera tenido en cuenta aquella frase de “es la economía, imbécil”, que lanzó hace años James Carville, entonces consejero del presidente Clinton, para señalar la importancia de las consecuencias de carácter económico cuando se rompen los equilibrios geoestratégicos.

A estas alturas de la guerra, no parece posible una vuelta atrás en las decisiones que entonces se tomaron. Ni posible ni recomendable, diría yo. Pero sí se está a tiempo de tomar medidas acordes con el hecho de que, nos guste o no, estamos en guerra, en vez de aplicar los paños calientes que de manera desordenada y sin una clara estrategia está tomando la Unión Europea desde que decidió apoyar a Ucrania. La palabra guerra es muy dura, pero mucho más lo es estar en medio de una de ellas y no reconocer la realidad.

 

22 de junio de 2022

Se veía venir y ha llegado

Empezaré confesando que como socialdemócrata que me considero no puedo estar satisfecho con el resultado de las elecciones andaluzas. Pero añadiré que tampoco me ha sorprendido demasiado. Ciudadanos ha desaparecido del panorama andaluz y no creo que tarde en desaparecer del español. Unos cuantos líderes siguen aún aferrados a una idea que nunca tuvieron clara, y que ellos denominan liberal, cuando en mi opinión no es más que una copia del pensamiento conservador que representa el PP. 

Vox ha sufrido una gran desilusión, porque cuando sus dirigentes se creían imprescindibles para la gobernabilidad de Andalucía, las urnas los han devuelto a la realidad. El histrionismo de doña Macarena ha tenido mucho que ver, pero sobre todo la vuelta a la cordura de una parte de sus potenciales votantes que han entendido que con las políticas conservadoras de los populares tienen bastante y que no necesitan aventuras de corte neofascista.

Moreno Bonilla lo ha hecho bien, hay que reonocerlo. Su talante educado y moderado le ha ayudado mucho, porque a estas alturas de la legislatura los ciudadanos están hartos de tanto grito y de tanta bronca. El candidato popular ha sabido conjugar bien su buena imagen con la petición de aunar esfuerzos para conseguir una mayoría que le permitiera gobernar sin ataduras. Si no lo hubiera logrado, no tengo ninguna duda de que Vox estaría ahora negociando su entrada en el gobierno, lo que para el líder popular  significaría pan para hoy y hambre para mañana. Lo repito, ha jugado muy bien sus cartas, tan bien que muchos otros líderes del PP lo están empezando a mirar por el rabillo del ojo con cierta desconfianza.

En cuanto a los partidos situados a la izquierda del PSOE, los resultados que han obtenido suponen un auténtico fracaso sin paliativos. La desunión ha sido la tónica general, lo que manifiesta más preocupación por los proyectos personales de cada uno de sus líderes que por sacar adelante las reformas que prometen. Los restos de Podemos que quedan han pasado de ser poco significativos a la absoluta insignificancia, una situación que raya en el ridículo electoral.

El PSOE, que sigue siendo el único partido de la izquierda con posibilidades de gobernar en España y en cualquiera de sus autonomías, se ha visto arrastrado por la vertiginosa caída de imagen que le han causado sus alianzas. Pero además ha cometido muchos errores de bulto, desde la elección de un candidato poco conocido, hasta basar su estrategia en asuntos marginales a lo fundamental, como ha sido la machacona insistencia en el mensaje de que el PP necesitaría a Vox para gobernar, dando por hecho desde el principio que los de Moreno Bonilla iban a ganar, fomentando con ello el voto popular.

La cúpula socialista debería revisar en profundidad sus estrategias, porque de no hacerlo dentro de poco tendremos un gobierno central conservador, con mayoría absoluta del PP o con apoyos de otros. Si no lo hacen, y no percibo que lo estén haciendo, la bola de nieve irá creciendo hasta sepultar todas las esperanzas de progreso social durante años, porque los cambios de tendencia suelen traer consecuencias duraderas. Los votantes de esas izquierdas ahora marginales tendrán necesariamente que cambiar de actitud, porque cada vez está quedando más claro que la aparición de Podemos ha provocado el lento pero continuo deterioro de la imagen de los progresistas en general. En este país no gustan ni las actitudes tramontanas de la extrema derecha ni las utopías redentoras de la izquierda radical. La mayoría de los españoles se mueve en una amplia franja que se articula alrededor del centro, y que hoy, para ellos, está representada por el PP o por el PSOE. Lo demás lo consideran mucho ruido y pocas nueces, sacar los pies del plato y, paradojicamente, retrasar el progreso social y la lucha contra las desigualdades. En este mundo que nos ha tocado vivir no se le pueden pedir peras revolucionarias al olmo de la globalización.

¿Volvemos al bipartidismo? Pues puede ser que sí, porque las alianzas no funcionan en medio de tanta fragmentación.

18 de junio de 2022

El Rocío, los incendios forestales y otras noticias de actualidad

Quien haya estado pendiente del desarrollo de la campaña electoral autonómica de Andalucía sabrá que todos los líderes políticos, de derechas o de izquierdas, conservadores o progresistas, católicos o librepensadores, se dieron un garbeo por la campa del Rocío, aprovechando la conocida romería almonteña. No podía faltar ninguno de ellos, no fueran a pensar los votantes que su andalucismo y su amor a la Blanca Paloma eran menores que los de sus rivales.

Por otro lado, quienes nos asomamos a las noticias de carácter nacional sabemos a ciencia cierta que ningún candidato de las elecciones andaluzas ha dejado de pasar por el incendio de Sierra Bermeja, muy interesados todos ellos en conocer los pormenores del siniestro y el avance de los trabajos de extinción, con declaraciones de distinto signo, pero todas coincidentes en que su preocupación por el desastre no conoce límites.

Es lógico que sea así, porque cuando los mensajes políticos no calan por anodinos, porque todos dicen lo mismo o muy parecido, cuando a los electores les traen al pairo los programas de los unos y los otros, porque saben que una cosa es lo prometido y otra el cumplimiento de la promesa, y lo único que les llama la atención son las actitudes personales, situaciones como éstas definen perfectamente a los candidatos. Una concentración popular de alto valor sentimental para muchos andaluces y una catástrofe medioambiental son situaciones que un político habilidoso no puede desaprovechar.

Aunque soy muy aficionado a ver los debates electorales, confieso que de estos últimos en Andalucía no he visto ninguno, salvo retazos retrasmitidos después por algunas cadenas. En ellos he comprobado lo repetitivos que son los tópicos: un Moreno Bonilla con corbata, un Espada sin ella, una Olona más patriota que el Cid, un Marín tan ajeno a la realidad que produce escalofríos, una Rodríguez más echada para adelante que la Pasionaria y una Nieto voluntariosa intentando marcar distancias con todos. Si es verdad que son tantos los indecisos, no creo que estos debates hayan servido para sacarlos de dudas.

Parece cantado que el PP ganará las elecciones. Desde mi punto de vista, esto sucederá, no tanto por méritos propios, como por deméritos de los otros. También está claro que para gobernar van a necesitar la colaboración de Vox, aunque intenten negarlo con la boca chica; o no tan chica, porque no he oído hasta ahora una negativa firme a la más que posible alianza, sino la expresión ambigua de que lo que quiere el candidato popular es gobernar en solitario. Pues claro, como todos.

En cualquier caso, de las cosas más sorprendentes que he observando en esta campaña es la actitud del candidato de Ciudadanos, que parece ignorar la debacle que se le avecina. En vez de intentar marcar distancias con el PP, le está haciendo el juego sucio a Moreno Bonilla, resaltando las virtudes del gobierno en el que aún ocupa la vicepresidencia e ignorando que sus compañeros de andanzas durante la legislatura anterior le han dado una patada en donde más duele.  A mí me parece increíble y reconozco mi incapacidad para catalogar su comportamiento con los parámetros de la lógica que suelo utilizar. De emplear algún calificativo para definir su comportamiento sería el de patético.

Si es cierto que estas elecciones van a servir como laboratorio experimental para las próximas generales, no descarto volver a este tema muy pronto, una vez que se conozca el resultado y haya habido tiempo para madurarlo.