Oí el otro día por radio a un comentarista sostener que en España esta situación no se podría dar nunca, porque carecemos de iconos parecidos a lo que representa el oso Paddington en el Reino Unido. Me quedé perplejo ante esta afirmación, porque en mi opinión lo que nunca hemos tenido son monarcas capaces de resistir una exposición pública de carácter tan festivo como la que nos mostraron los británicos hace unos días. Aquí, un “tea party” como el de Isabel y Paddington, no sólo no hubiera hecho ninguna gracia, sino que habría servido de mofa y escarnio contra la institución.
Quizá alguno de los que lean estas líneas esté pensando en que nuestro carácter no se presta a bromas de esta índole. Yo, sin embargo, creo que la razón no está en nuestra idiosincrasia, sino en la relación afectiva que une al pueblo español con la Corona. Desde siglos, los monarcas españoles se han aislados de sus ciudadanos por barreras físicas y protocolarias, como si una nube intencionada de ocultación los protegiera del contacto con el pueblo. El hermetismo y la opacidad informativa los ha mantenido siempre alejados de la opinión pública, lo que, además de propiciar en ocasiones actitudes deplorables por parte de la realeza -en las que hoy no voy a entrar porque no es el tema-, ha devenido en que sus figuras no estén presentes en el imaginario colectivo. No es algo de ahora, es la herencia de nuestra Historia.
La monarquía británica sí ha conseguido romper esas barreras de aislamiento, al menos desde el punto de vista psicológico. No digo que la reina Isabel se codee con sus subditos o que no mantenga la distancia protocolaria debida, sino que ha conseguido con su comportamiento que el pueblo británico la acepte como algo suyo, lo que en definitiva es lo que da valor a una institución de carácter simbólico como es la monarquía. Si los lazos de comunicación entre el soberano y el pueblo no existen, el valor de la figura real se diluye, pierde fuerza y tiende a desaparecer.
Mucho me temo que esta situación de aislamiento sea irreversible. En España, hasta los monárquicos más fervientes no sienten esos lazos con la Corona de los que hablaba hace unas líneas, porque en la institución monárquica sólo ven una garantía de que sus privilegios se mantengan, o al menos creen que con ella están más seguros que con aventuras republicanas. Pero esa no es la razón que debería moverlos, sino la de conseguir esa conveniente permeabilidad de arriba abajo y de abajo arriba que ahora no existe.
Como no soy monárquico, no voy a ponerme ahora a defender a la casa de Windsor. Pero sí me veo en la obligación de reconocer que así se deben hacer las cosas y no como se hacen aquí. No sé si el oso Paddington es monárquico o no, pero tomando el té con la reina y chupeteando la tetera le ha hecho un gran servicio a la institución.
Yo creo que es esencial tener en cuenta que en el Reino Unido la monarquía está absolutamente asentada y en España la cosa no está tan clara. Ahora, con los escándalos de Juan Carlos, Felipe VI no está en condiciones de actuaciones que puedan conllevar el menor riesgo, antes por el contrario, tiene que hacer muy bien su trabajo y recuperar así lo que la monarquía ha perdido con Juan Carlos.
ResponderEliminarYo creo que una cosa es la credibilidad perdida como consecuencia de los escándalos y otra muy distinta la falta de sintonía entre los reyes de España y los españoles y viceversa. No es de ahora, es de siempre. Aquí sería imposible una broma como la del oso Paddington. Como tú dices, allí la institución está asentada y aquí nunca lo ha estado.
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