28 de octubre de 2022

Las tribulaciones de doña Cuca


Le oí decir el otro día a la señora Gamarra, Cuca para los amigos, que los Presupuestos Generales del Estado que ha presentado el gobierno no persiguen el bienestar de los españoles, sino que Sánchez continúe en la Moncloa. Bueno, en realidad ella dijo se perpetúe, pero ya sabemos que los políticos tienden a la hipérbole. Ni que decir tiene que soltó la frase apoyándose en su característica expresion gestual, situada entre la de la madrastra de Cenicienta y la de la señorita Rottenmeier. Me sorprendió tal afirmación, porque como la ínclita portavoz del grupo popular en el Congreso sabe, para continuar como presidente del gobierno será preciso ganar las próximas elecciones, ya que en una democracia no caben otros caminos. De manera que, con este comentario estaba admitiendo que gracias a las cuentas que presenta el ejecutivo, el PSOE ganará los próximos comicios. Supongo que la traicionó el subconsciente.

Bromas aparte, todavía no he visto por parte de la oposición una crítica razonada a los próximos presupuestos, no sé si porque no saben por dónde meterle el diente o porque les trae al pairo las cuentas del Estado. Con una enmienda a la totalidad cumplen con lo que consideran su obligación como oposición y para qué andarse con detalles. Miguel Sebastián, el conocido profesor de economía y antiguo ministro de Zapatero, a quien oigo y leo cada vez que tengo oportunidad, opina que basarse en conjeturas de crecimiento para echar por tierra la propuesta gubernamental es muy arriesgado, porque nadie sabe con seguridad qué va a suceder en los próximos meses. Por tanto, en principio son tan válidas las previsiones del gobierno como cualquier otra.

Estoy de acuerdo en que hace tiempo que no se producía una incertidumbre tan grande sobre la inmediata evolución del mundo cómo la que se está dando en la actualidad. No sólo la guerra de Ucrania pone en entredicho cualquier previsión, porque también la creciente hegemonía de China, la inestabilidad en Irán, la posición desleal de Arabia Saudita, la disparatada política nuclear de Corea del Norte y el crecimiento de los movimientos neofascistas en el mundo y en Europa en concreto hacen muy difícil pronosticar los comportamientos de la economía global en un futuro inmediato.

El gobierno lo sabe y ha decidido jugar una gran baza presupuestaria, primando a las partidas de carácter social como nunca se había hecho antes, sin, a pesar de la oposición de sus socios de gobierno, dejar de cumplir con su compromiso de ir aumentando poco a poco el gasto en defensa. En este mundo inestable, con amenazas provenientes de tantos flancos, no estar en condiciones de colaborar en la defensa colectiva sería un riesgo que España no se puede permitir.

Tampoco se ha olvidado el ejecutivo de las pensiones, esa partida tan importante en una sociedad civilizada como la nuestra. Por eso, a pesar de que una inflación tan galopante como la que estamos sufriendo no estaba prevista en la mente del legislador cuando decidió ligar el crecimiento de las jubilaciones al IPC, el gobierno está decidido a cumplir con el compromiso adquirido. Los pensionistas se lo tienen que agradecer y por eso es muy probable que en la mente de doña Cuca estuviera presente esta circunstancia cuando dijo lo que dijo. Sí, señora Gamarra, cabe dentro de lo posible que gracias a estos presupuestos Sánchez continue en el Palacio de la Moncloa.

Esperemos a ver que sucede con los presupuestos, pero de lo que no cabe duda es que su perfil atrae a los progresistas de este país ydeja bastante desazonados a los líderes conservadores. De ahí precisamente la ambigüedad calculada con la que se expresa el señor Núñez, al que todavía no se le ha oído decir esta boca es mía. Debe de ser porque criticar las ayudas sociales y las subidas de pensiones no da votos, y él, con su gran experiencia, lo sabe muy bien.

24 de octubre de 2022

Entre patán e infantil

Como soy un gran admirador del humor inglés, cuando oigo la chabacanería que utilizan algunos para provocar la risa de sus oyentes me quedo siempre algo triste. Quizá se trate de un reflejo condicionado por la comparación que hace mi subconsciente entre la sutileza, el doble sentido y la ironía que utilizan los británicos cuando quieren amenizar la conversación, con la descarnada utilización por parte de algunos humoristas -profesionales o simples aficionados- del lenguaje obsceno y la reiteración machacona de sus gracias o gracietas. El humor británico me produce alegría y buen humor, mientras que el de los segundos me deja siempre la sensación de estar oyendo chiquilladas.

He escogido el título de este artículo consultando los diccionarios de la lengua, no fuera a ser que no expresara lo que de verdad quiero decir. Patán es sinónimo de zafio y tosco, mientras que infantil es un adjetivo que indica pertenencia o relación con la infancia o con los niños. Pues bien, a mí me parece que el humor del que hablo está entre la tosquedad o la zafiedad y el jolgorio inmaduro de los niños. Ni me hace gracia ni considero que se trate de un humor propio de personas maduras. Es un producto de consumo, o un comportamiento mundano, que se basa en la incapacidad de ser gracioso. Decir una palabra procaz de vez en vez o citar los genitales de cuando en cuando demuestra que no se entiende en que consiste el verdadero humor, que se confunde la llamativa salida de tono con el arte de hacer reír. Reincidir en lo dicho, una y mil veces, pone de manifiesto falta de variedad y originalidad.

A Gila, uno de los humoristas que figuran en mi particular santoral del arte de hacer reír, jamás le oí una palabra malsonante ni una insinuación “genitosexual”. Cuando contaba que su padre era pobre y que tenía una vaca en el balcón, y que un día al abrir la puerta se encontró con un paseante que le había caído encima un cuerno del animal y que le preguntaba con expresión dolorida si aquella cornamenta era suya, la respuesta fue “y yo qué sé”. No necesitaba utilizar la zafiedad para hacernos reír. La ironía y el doble sentido con los que aderezaba sus guiones bastaban. Era humor en estado puro. Los humoristas que navegan entre la patanería y la tosquedad hubieran adornado el guion con tacos o expresiones escatológicas, porque son incapaces de utilizar la sutileza. Es un humor inmaduro dirigido a un público que sólo entiende la chabacanería.

Puede ser que se trate de un producto de nuestra época, en la que lo inmediato, lo tangible y sobre todo lo transgresor priva sobre la reflexión divertida y el esparcimiento inteligente. Es posible, quizá, que las preferencias de los consumidores de humor hayan pasado de la sutilidad y el ingenio a la chabacanería y a la vulgaridad. Puede ser, no lo sé, que estos tiempos de redes sociales y de exhibicionismo casposo haya convertido el verdadero humor en payasada. Porque a muchos de estos humoristas sólo les falta la nariz postiza y los zapatones para parecer auténticos payasos, dicho sea con el máximo respeto a los auténticos payasos.

Lo malo de la proliferación de este tipo de humor es el contagio, porque los medios de comunicación crean escuela. Por eso ahora es muy fácil encontrarse con graciosillos impertinentes, que, con actitudes de mayor o menor vulgaridad, pero sobre todo mediante la reiteración, creen que hacen reír, cuando en realidad dan pena. Son imitadores de los humoristas de turno, con el agravante de que ellos no se ganan la vida diciendo sandeces.

¡Ay!, admirado Gila, como echo de menos tu genial sentido del humor.

21 de octubre de 2022

Correrías por mi ciudad

Con casi seiscientos cuarenta artículos publicados en este blog, nada tiene de particular que de vez en vez repita algún tema que ya haya comentado en otras ocasiones. Pero como escribo a impulsos de mis impresiones más inmediatas, sean éstas de la índole que sean, voy hoy a referirme de nuevo a mi devoción al barrio de las letras de Madrid, ese cuadrilátero irregular comprendido entre el paseo del Prado, la carrera de San Jerónimo, la calle de La Cruz y la calle de Atocha.

No sabría explicar de dónde nace mi afición a pasear por las calles de este barrio, porque hay comportamientos del ser humano inexplicables. Quizá proceda de saberme paseante por un escenario histórico que conserva todavía edificios del Siglo de Oro, muy modificados por supuesto, pero manteniendo un estilo inconfundible. Mis abuelos paternos vivieron durante algunos años en una de sus calles, la de la Alameda, junto al paseo del Prado, en un piso cuya distribución todavía recuerdo, a pesar de que entonces yo tenía siete u ocho años, y en el que sólo pasé algunos días cuando hacía escala en Madrid con mis padres. Me contaron entonces que durante la Guerra Civil un proyectil de la artillería de los sublevados había destruido parte de una de las fachadas, dejando la cocina a la intemperie. Mi imaginación infantil recreó entonces la escena, posiblemente de forma muy distinta a la que debió de suceder, y aquella imagen continua en mi memoria como si hubiera sido real: alguien preparando la comida al borde de un precipicio que se asoma a la calle.

En el barrio de las letras uno se encuentra de todo, conventos e iglesias, bares y restaurantes, salas de arte y estudios de artistas, tiendas de muebles antiguos o de grabados de época. Como la circulación de coches está restringida, uno puede permitirse el lujo de pasear en mitad de la calzada, con la vista puesta en balcones y aleros, marquesinas y carteles. Pero, además, si dispone de tiempo, puede organizar un programa completo, que abarque desde lo cultural hasta lo gastronómico, pasando por supuesto por un aperitivo en alguna de las muchas terrazas desde la que se contemple el bullicio callejero.

El otro día, cuando salí con mi mujer a pasear por este bario sin ningún plan predeterminado, descubrimos mientras vagabundeábamos sin rumbo fijo un estudio de pintura en la calle de Lope de Vega, en cuyo interior una interesante mujer, de aspecto entre aristocrático y bohemio, pintaba un cuadro de gran formato. Con un gesto, nos invitó a entrar, nos enseñó su obra y hasta tuvimos tiempo para conocer un poco de su vida; de manera que, como ya sabemos que el mundo es un pañuelo, descubrimos durante nuestra charla que teníamos amistades comunes. Me quedé con sus credenciales y estoy seguro de que volveremos a vernos. Una experiencia inolvidable. 

Después, en la plaza de Matute, nos sentamos a tomar una cerveza, mientras la gente a nuestro alrededor, extranjeros y nativos, pasaban junto a nosotros inmersos en sus conversaciones. Pero cuando ya habíamos decidido iniciar el regreso a casa y descendíamos hacia el Prado, al pasar frente a la Taberna de Mariano, una especie de santuario gastronómico para nosotros -¡qué callos!-, caímos en la tentación y nos quedamos a comer. ¿Se puede pedir más?

En este barrio hay una plaza, la de Santa Ana, que no tiene desperdicio, un lugar que ocupa el solar sobre el que se erigía a principios del XIX un convento que se derribó en tiempos de José Bonaparte, aquel rey foráneo que intentó convertir el apelmazado centro de Madrid en un barrio transitable. Gracias a aquella decisión, hoy este entorno cuenta con una especie de corazón que aumenta todavía más el ritmo de sus latidos y la satisfacción de sus residentes y visitantes. El teatro Español, ese emblemático foro de las artes escénicas, ocupa uno de sus flancos, recordando al paseante la interesante historia que esconden sus paredes. Pero es que, además, las cervecerías de esta plaza se han convertido en proverbiales lugares de encuentro, en centros de animada holganza. Ni siquiera la estrambótica linea arquitectónica del hotel Reina Victoria -el de los toreros- logra romper la armonía de esta plaza de Madrid.

Lo dejo aquí, porque, a pesar de que de acuerdo con mis costumbres no son horas para estos menesteres, me están entrando ganas de ir a tomar una cañita vespertina a la Cervecería Alemana. Quizá mañana.