30 de diciembre de 2014

Zaragoza (I) En las orillas del Ebro

Atardecer en Zaragoza
Quizá el motivo que nos ha llevado a mi mujer y a mí en esta ocasión a pasar tres días en Zaragoza haya sido el complejo que advierto de que, a pesar de haber nacido en aquella ciudad, apenas la conozco. He ido muchas veces, es cierto, pero casi siempre de paso y con tan poco tiempo libre que las impresiones que he recibido han sido muy superficiales.

En esta ocasión nuestro propósito era patear la ciudad para conocerla tan a fondo como fuéramos capaces, y también visitar alguno de sus lugares más emblemáticos, sólo unos cuantos, porque son tantos que serían necesarios muchos días para recorrerlos todos.

Cuando uno observa el plano de Zaragoza, descubre casi por intuición las sucesivas ampliaciones que la ciudad ha ido sufriendo a lo largo de su historia. Como en todas las grandes aglomeraciones urbanas, los barrios primitivos han permanecido estables en extensión a lo largo de siglos, de manera que para distinguir las sucesivas civilizaciones que los han poblado hay que recurrir a excavaciones arqueológicas.

En Zaragoza esa zona está formada por un rectángulo casi perfecto, uno de cuyos lados se apoya en la orilla derecha del río Ebro, mientras que los otros tres están constituidos por la Avenida de Cesar Augusto y los dos tramos del codo que forma el Coso, espléndidas calles que circunvalan y encierran la ciudad antigua. El trazado de estas vías se corresponde con el de las antiguas murallas romanas de Caesaraugusta, cuyos resto aparecen de vez en vez entre el caserío de la ciudad.

Adosado a este recinto, y envolviéndolo por tres de sus cuatro lados, se alza el ensanche de finales del XIX y principios del XX, donde el elegante Paseo de la Independencia se abre como una espina dorsal que lo atravesara de norte a sur. Los edificios en esta zona son completamente distintos de los que se aprecian en el casco antiguo, de mayor altura, lujosos portales y balconadas estilosas, que jalonan calles anchas y bien trazadas, entre las que de cuando en cuando se alberga alguna plaza, pequeña como la de Santa Engracia o de grandes proporciones como la de Los Sitios.

Y rodeando a este segundo recinto nuevas ampliaciones urbanísticas que se derraman a uno y otro lado del río Ebro, zonas que crecen día a día de forma imparable y que han convertido a Zaragoza en una gran ciudad.

En esta ocasión hemos paseado durante horas por las dos primeras zonas y hemos entrado en algunos de sus museos y de sus iglesias, y también comido y cenado en unos cuantos de sus restaurantes, desde tascas de ambiente alborozado de las que proliferan en El Tubo, hasta algún establecimiento de mayores pretensiones gastronómicas.

Pero como  entrar en detalles sobre cada uno de estos aspectos puede llevar algún tiempo y algunas líneas, voy a dejarlo hoy aquí y ya volveré a la carga en otro momento.

25 de diciembre de 2014

Avance imparable


(Escrito el 21.05.09 en mi diario de “Reflexiones esporádicas”)

Me satisface observar el avance continuo del mundo hacia cotas de libertad cada vez mayores, porque, aunque lo haga con lentitud, el progreso es imparable.
Ese caminar hacia adelante no es de ahora, siempre ha existido; lo que sucede es que como la vida del ser humano es tan corta, parece como si cada uno de nosotros sólo fuera consciente de las modificaciones que se realizan durante su existencia. Las anteriores las advertimos como un gran paquete de libertades que siempre hubiera estado ahí, cuando en realidad es el fruto del esfuerzo colectivo de muchas generaciones, a través de los siglos. De la misma manera, el resultado de nuestro empeño por  avanzar en esa dirección llegará a quienes nos sucedan como algo incluido en una gran bola, que seguirá rodando sin detenerse hacia la utopía igualitaria.

Es cierto que el avance es lento, como he dicho, e incluso sufre con frecuencia retrocesos, porque la reacción en contra es fuerte  y se opone con tenacidad al progreso. Pero la suma algebraica de impulsos hacia adelante y repliegues circunstanciales es siempre positiva y no hay quien la detenga.
La reacción proviene de muchos lugares, de todas aquellas organizaciones, laicas o religiosas, políticas o gremiales, que temen que los cambios puedan perjudicar sus intereses. Pero esa es la historia de la humanidad, la lucha de unos por avanzar y la de otros por frenar, si no retroceder. Y en esa lucha el progreso se abre camino con tesón, aunque en ocasiones alguno tenga que dejarse la piel a tiras.

Conviene meditar sobre este asunto con frecuencia, para no caer en el desaliento que produce contemplar la reacción de algunos sectores contra ciertas leyes progresistas. Y la conclusión de ese análisis será que es inútil oponerse al progreso, porque aunque los reaccionarios consigan frenar momentáneamente su avance, nunca lograrán detenerlo del todo.

22 de diciembre de 2014

Ana Montojo (I)

Hace unos días acudí a la presentación del libro de mi amiga Ana Montojo, Memoria secreta de una niña bien (Ediciones Atlantis), un volumen de 500 páginas. Se trata de una novela de carácter autobiográfico, a pesar de que la autora se encargara de advertir de lo contrario, aviso que se entiende bien cuando uno comprueba la valentía que derrocha al desvelar los profundos recovecos de la vida de Chelo Baltar, protagonista de la historia.

En estos momentos estoy absorto en su lectura, que espero concluir en breve; y cuando termine, volveré a entrar en este blog y daré mi opinión personal, que ya puedo anticipar en parte: un libro conmovedor y al mismo tiempo audaz, que parte del análisis siempre difícil de uno mismo y de sus circunstancias, como diría el filósofo.


Creo conocer bien la obra poética de Ana Montojo, intimista y desgarradora a veces, que he ido siguiendo a lo largo de los últimos años. Hace poco coincidí con ella en la boda de una sobrina que compartimos, aunque por distintas ramas, y estuvimos charlando sobre nuestras aficiones literarias. Fue entonces cuando me adelantó que en aquellos momentos se encontraba inmersa en la escritura de este libro. Dijo que amaba la poesía, pero que los condicionantes del género actuaban como un corsé que impidiera expresarse con la amplitud que ahora se proponía, razón por la que había recurrido a la narrativa.

La verdad es que cuando se lee el libro se entiende perfectamente su decisión. Ana quería echar fuera las inquietudes del alma de Chelo Baltar, pero la métrica se lo impedía. Quería explorar hasta el último rincón del subconsciente de la protagonista y arrojar sus conclusiones a los demás, propósito que requiere herramientas que sólo suministra la prosa. Quería matizar, no dejar dudas en los demás, que todos pudieran entender cómo había sido la vida de esa persona y qué condicionantes rodearon su existencia; y para eso hace falta una extensión narrativa que no cabe en unos versos, por certeros que sean.

Pero es que además Ana Montojo redacta en prosa como escribe poesía: con corrección de forma y concreción de fondo. La novela es extensa, pero no sobra nada. La narración  fluye dibujando poco a poco las ideas anunciadas páginas arriba, que aunque intuidas por el lector desde el principio, necesitan confirmación. En sus palabras hay precisión sintáctica, expresividad retórica y belleza lingüística. En definitiva, está escrita con el máximo respeto al lector, sin perderlo nunca de vista, cualidad que más aprecio en los escritores.

Y ahora voy a continuar leyendo Memoria secreta de una niña bien, que he interrumpido sólo hace unos minutos para improvisar estas líneas.

21 de diciembre de 2014

Cuba


Fidel Castro
Cuando en enero de 1959 Fidel Castro entró en La Habana, yo todavía no había cumplido los diecisiete años. Recuerdo que recibí la noticia con enorme entusiasmo, no sólo debido a que su triunfo representaba la derrota de un dictador, también porque la rebeldía y el romanticismo propios de la edad que tenía por aquel entonces me llevaban a ensalzar cualquier victoria revolucionaria que persiguiera objetivos de carácter social.

Durante muchos años me mantuve fiel a ese pensamiento, hasta el extremo de que a principios de los sesenta, aun a riesgo de ser fichado como subversivo, visité la embajada de Cuba en Madrid, junto a un viejo amigo de juventud que compartía mis inquietudes, para hacerme con publicaciones de carácter revolucionario que aportaran luz al proceso político que se desarrollaba en aquel país.

Años después –la resistencia a los cambios ideológicos suele ser obstinada- empecé a cuestionar la deriva política que sufría el régimen castrista, empeñado en fomentar valores de carácter social a costa de restringir libertades fundamentales. No es que no entendiera su tesón en defender los logros alcanzados hasta el momento, sino que me parecía que actuaba con una enorme falta de flexibilidad política, en mitad de un mundo globalizado que caminaba por derroteros muy distintos, posición que podía llevarlos a la ruina.

Más tarde cayó el “telón de acero”, lo que provocó que Cuba se quedara totalmente aislada. Pero aún así, Fidel Castro decidió seguir adelante con su política de guante de hierro y hacer caso omiso de la realidad que lo rodeaba. Y entonces empezó un declive imparable de la situación económica de Cuba, que en los últimos años ha llegado a alcanzar cotas preocupantes.

Por otro lado, el injusto y torpe bloqueo estadounidense ha estado actuando durante todos estos años como acelerador del hundimiento económico del país y ha contribuido a incrementar la situación de pobreza de los ciudadanos de Cuba, sin conseguir el objetivo de doblegar la voluntad del gobierno cubano.

Hace unos días oí esperanzado la noticia de que volvían a abrirse las embajadas de los dos países y se iniciaban conversaciones entre los gobiernos de Cuba y EEUU, medida que ha sido posible gracias al pragmatismo combinado de Raúl Castro y del presidente Obama, lo que en mi opinión supone dar un gran paso en el buen camino.

No quiero entrar a preguntarme quién ha ganado un pulso que ha durado algo más de medio siglo. Prefiero pensar que los ganadores somos todos, sin excepción. Pero si me viera obligado a destacar a uno de los triunfadores, no tendría duda en señalar al pueblo cubano, a quien ahora se le presenta un futuro más esperanzador.

Y también ha ganado mi conciencia, que ya no tendrá que debatirse entre el convencimiento de que la Revolución Cubana fue algo extraordinario y digno de elogio y la sensación de que era imposible mantener sus principios nadando contracorriente, en perjuicio de los derechos humanos.

18 de diciembre de 2014

Naturaleza cultivada

Castellote
(Escrito el 26.06.10 en mi diario de "Reflexiones esporádicas")

Quizá mi gusto por los espacios ajardinados, pulcros y cuidados proceda de cuando durante la carrera estudié una asignatura opcional que se llamaba algo así como Parques y Jardines. No es que no me atraiga la naturaleza salvaje o asilvestrada, es que descubro gran belleza en los pequeños rincones o en las grandes extensiones donde crecen plantas cultivadas por la mano del hombre, sea para su aprovechamiento agrícola o para el simple deleite de quien los frecuenta.

Cuando contemplo en Castellote el valle abancalado, formado por  la secuencia interminable de  terrazas cultivadas que descienden como una gigantesca escalera hacia el río Guadalope, siento el placer que me produce  el bello colorido de los huertos, al mismo tiempo que la satisfacción de comprobar cómo esa belleza procede precisamente del afán utilitario y funcional del ser humano.

Escribo esto desde Chiclana -donde estoy pasando unos días- mientras contemplo los cuidados jardines de la urbanización  donde vivo y de las que me rodean. Donde cuando yo llegué hace veinticinco años sólo había un bosque de pinos achaparrados, retorcidos y maltratados por la acción del salitre y de los vientos que en ocasiones azotan el litoral gaditano, se ven ahora cuidados parterres, árboles que sobrepasan la altura de los chalets, flores multicolores, frondosas enredaderas sobre las tapias y praderas de grama cuidadas con exquisito mimo.

Sucede además que como al construir se respetó el mayor número posible de los pinos que existían en aquel momento, los muchos que hoy perduran, limpios, podados y regados con esmero, triplican en altura y masa forestal al conjunto de los originales, un ejemplo de que el progreso puede, no sólo respetar, también embellecer la naturaleza salvaje.

A eso llamo yo naturaleza cultivada.

Reflexiones esporádicas

Durante algún tiempo -exactamente desde septiembre de 2007 hasta junio de 2010- me mantuve en el empeño de escribir con frecuencia una pequeña reflexión sobre cualquier suceso que ocurriera a mi alrededor, fuera éste de apariencia trascendente o intrascendente, perteneciera al terreno de las ideologías políticas o religiosas o reflejara simplemente una inquietud surgida en mi mente al calor de alguna lectura reciente o de algún comentario oído.

Muchos días, como digo, me sentaba en mi rincón habitual de lectura, tomaba un bolígrafo, abría un cuaderno, escogía un tema de los que me rondaban por la cabeza y empezaba a escribir. Así llegué a reunir hasta trescientos pequeños escritos, de tan sólo una página o a lo sumo dos, que conservo manuscritos en tres bonitos cuadernos, que compré en su momento en la tienda del museo Thyssen-Bornemisza.

Recuerdo que cuando escribía lo hacía bajo el convencimiento de que aquellas palabras estaban condenadas al olvido, ya que mi intención no era publicarlas, sino tan sólo ejercitar mi mente en la para mí no fácil actividad del ensayo. Cuando ahora leo los manuscritos observo en ellos tachaduras, incorrecciones sintácticas y, lo que más pudiera preocuparme, algunas discrepancias entre lo que entonces pensaba y ahora pienso.

Sin embargo, como a pesar de todo creo que algunos de ellos pudieran servirme como base para traer al blog ciertas reflexiones de entonces, me propongo hacerlo bajo la categoría de Reflexiones esporádicas, una de las varias que encontraréis en la clasificación de las entradas de El huerto abandonado.

Aunque, eso sí, procuraré que ahora no haya tachaduras ni errores sintácticos. Y, además, si mi visión del tema hubiera cambiado desde entonces, lo advertiré para que nadie se lleve a engaño.

14 de diciembre de 2014

Castellote

Vista general de Castellote
Hace algún tiempo, alguien me dijo que algo le falta a quien vive en una ciudad y no tiene un pueblo. Se refería, por supuesto, a un pueblo donde estén y conozcas tus raíces. Como no soy amigo de expresiones categóricas, me limitaré a decir que en mi opinión quien lo tiene posee algo de un valor incalculable.

Un pueblo donde estén tus raíces no es simplemente un lugar en el que pasar alguna temporada, es una amarra que te sujeta con fuerza al mundo, es un símbolo de continuidad que te redime en parte de la cortedad de la vida, que te eleva por encima de la finitud de la existencia y te hace imaginar que cuando tú desaparezcas todo continuará como si nada hubiera sucedido. Porque un pueblo, al menos como yo lo estoy considerando aquí, no sólo te pertenece a ti, también a los que te antecedieron y a los que te sucederán.

Yo tengo uno y se llama Castellote. Allí hay una casa que antes fue de mi madre, con anterioridad de mi abuelo, que a su vez la heredó de mí bisabuelo y éste de mi tatarabuelo; y, como no quiero enredarme en complicadas explicaciones genealógicas, me limitaré a decir que antes de todo eso perteneció a otros  de mis ascendientes desde hace varias generaciones.

Ahora comparto la casa con mis hermanos y sus hijos y sus nietos y, por supuesto, con los míos. Allí nos vemos con frecuencia, mucho mayor ésta que aquella con la que nos acercamos en la ciudad. Allí compartimos pasado y presente, pero sobre todo futuro. Allí recordamos a los que nos antecedieron, no con pena, sino con la convicción de que eran eslabones necesarios de una cadena a la que pertenecemos y no quisiéramos que se interrumpiese. Allí discutimos a veces de lo que nos separa, pero sobre todo de lo que nos une. Allí nuestros hijos, como nosotros en su momento, aprendieron a convivir y allí aprenden ahora los suyos.

Cuando estoy en el pueblo me encuentro con los que tienen la misma sensación de arraigo que yo, con gentes que saben que mis antecesores conocieron a los suyos y que sus descendientes conocerán a los míos. No es una relación sólo a título personal, también generacional. Pisamos un escenario que poco ha variado a lo largo del tiempo y contemplamos unos horizontes que ya estuvieron en las retinas de nuestros antecesores, los suyos y los míos. Compartimos por tanto un pasado y confiamos en compartir un futuro, incluso cuando no estemos para verlo.

Supongo que a eso se refería el que en su día me dijo que le falta algo a quien no tiene un pueblo y a eso me refiero yo cuando digo que quien lo tiene posee algo de un gran valor.

12 de diciembre de 2014

Viaje al centro de la Historia

Navegando en Malta
Entre los propósitos que me han guiado a iniciar la andadura de este blog está el de poner a disposición de sus lectores alguno de los escritos que llevan mi firma. Uno de ellos, el más reciente, se titula VIAJE AL CENTRO DE LA HISTORIA, somera narración sobre mis vivencias en Malta durante los siete días que pasé allí con mi mujer hace unos meses.

Es muy posible que si no fuera por el impacto que me causó ahondar en la Historia de este pequeño país, nunca me hubiera decidido a escribir mis impresiones y mucho menos a publicarlas. Sin embargo, a pesar de que me considero un curioso del pasado, y como consecuencia me interesa todo aquello que pueda aportar algún conocimiento añadido a mi modesto bagaje intelectual, tener la oportunidad de profundizar en el devenir de aquellas islas me ha llenado de sorpresas, sobre todo al descubrir cómo unas tierras, en apariencia  apartadas del continente europeo, han podido influir con tanta fuerza en la Historia de Europa.

Si a eso le unimos el protagonismo que la Orden de Malta tuvo en el desarrollo de la identidad nacional de aquel país, el posterior dominio del Imperio Británico sobre el archipiélago maltés y su reciente aparición como país independiente y miembro -con indiscutible derecho- de la Unión Europea, se entenderá mejor mi interés por conocer el minúsculo país.

Si pincháis en los enlaces que figuran más abajo, podréis acceder al escrito y descargarlo en vuestro habitual medio electrónico de lectura. Aunque también cabe la opción de ignorar mis palabras, que al fin y al cabo sólo reflejan impresiones subjetivas de un escéptico enamorado de la Historia.

 

9 de diciembre de 2014

Apertura

El autor
Sin saber por qué, y mucho menos cómo, me he sorprendido a mí mismo tomando la decisión de abrir un blog. Cuando tomo iniciativas de esta índole procuro analizar sus causas, porque no soy persona que actúe sin motivos, sean estos evidentes o pertenezcan al terreno del subconsciente. Mi percepción del mundo, realista, alejada de ensoñaciones utópicas, me obliga a conocer las razones de cualquier cosa que haga, por insignificante que sea. Y esta de exponer mis opiniones a la intemperie no es en ningún modo intrascendente.

Puede que la razón haya sido obligarme a ejercitar la escritura, afición que cada día que pasa me atenaza con mayor intensidad. O que me haya atacado el ansia de un exhibicionismo literario que hasta ahora permaneciera en mayor o menor medida soterrado en las profundidades de mi mente. O, por qué no, que de repente desee, como decía el poeta, echar los versos del alma. Pero lo cierto es que no he sido capaz de sustraerme a la tentación y aquí estoy con el ordenador abierto, una página en blanco en la pantalla e infinidad de ideas bullendo en mi cabeza.

Por intentar poner un cierto orden desde el primer momento y no caer en ese caos que aunque en ocasiones me atraiga siempre termina por deprimirme, me propongo escribir de cuando en cuando –la frecuencia la determinará mi capacidad de trabajo- pequeños artículos de opinión, sin más pretensión que extraer las ideas de mi interior y lanzarlas a ese espacio etéreo que los introducidos denominan nube. Y también poner a disposición de los curiosos que transiten por el blog algunos escritos de mayor entidad en cuanto a extensión, relatos de viajes, pequeñas historias que me hayan sucedido e incluso, qué lo impide, alguna de las novelas que haya publicado o esté por publicar.

Pero en cualquier caso, camino se hace al andar. Lo que en realidad vaya a suceder con el proyecto que hoy inauguro está por ver; y dependerá en gran medida de mi voluntad, pero también de la respuesta que obtenga de los demás, de ese universo que rodea a cualquier ser humano y que constituye la otra parte de su persona, porque ésta está formada por su yo, pero también por el conjunto de los demás, nunca he sabido muy bien en qué proporción lo uno y lo otro.

Dejo abierto por tanto el blog para que el que desee entrar lo haga y opine. Me atendré a las consecuencias, tragaré saliva y continuaré adelante. O me sentiré satisfecho, apaciguaré mi vanidad y procuraré seguir sin  inmutarme, al menos mientras la mente y el cuerpo aguanten.