21 de diciembre de 2014

Cuba


Fidel Castro
Cuando en enero de 1959 Fidel Castro entró en La Habana, yo todavía no había cumplido los diecisiete años. Recuerdo que recibí la noticia con enorme entusiasmo, no sólo debido a que su triunfo representaba la derrota de un dictador, también porque la rebeldía y el romanticismo propios de la edad que tenía por aquel entonces me llevaban a ensalzar cualquier victoria revolucionaria que persiguiera objetivos de carácter social.

Durante muchos años me mantuve fiel a ese pensamiento, hasta el extremo de que a principios de los sesenta, aun a riesgo de ser fichado como subversivo, visité la embajada de Cuba en Madrid, junto a un viejo amigo de juventud que compartía mis inquietudes, para hacerme con publicaciones de carácter revolucionario que aportaran luz al proceso político que se desarrollaba en aquel país.

Años después –la resistencia a los cambios ideológicos suele ser obstinada- empecé a cuestionar la deriva política que sufría el régimen castrista, empeñado en fomentar valores de carácter social a costa de restringir libertades fundamentales. No es que no entendiera su tesón en defender los logros alcanzados hasta el momento, sino que me parecía que actuaba con una enorme falta de flexibilidad política, en mitad de un mundo globalizado que caminaba por derroteros muy distintos, posición que podía llevarlos a la ruina.

Más tarde cayó el “telón de acero”, lo que provocó que Cuba se quedara totalmente aislada. Pero aún así, Fidel Castro decidió seguir adelante con su política de guante de hierro y hacer caso omiso de la realidad que lo rodeaba. Y entonces empezó un declive imparable de la situación económica de Cuba, que en los últimos años ha llegado a alcanzar cotas preocupantes.

Por otro lado, el injusto y torpe bloqueo estadounidense ha estado actuando durante todos estos años como acelerador del hundimiento económico del país y ha contribuido a incrementar la situación de pobreza de los ciudadanos de Cuba, sin conseguir el objetivo de doblegar la voluntad del gobierno cubano.

Hace unos días oí esperanzado la noticia de que volvían a abrirse las embajadas de los dos países y se iniciaban conversaciones entre los gobiernos de Cuba y EEUU, medida que ha sido posible gracias al pragmatismo combinado de Raúl Castro y del presidente Obama, lo que en mi opinión supone dar un gran paso en el buen camino.

No quiero entrar a preguntarme quién ha ganado un pulso que ha durado algo más de medio siglo. Prefiero pensar que los ganadores somos todos, sin excepción. Pero si me viera obligado a destacar a uno de los triunfadores, no tendría duda en señalar al pueblo cubano, a quien ahora se le presenta un futuro más esperanzador.

Y también ha ganado mi conciencia, que ya no tendrá que debatirse entre el convencimiento de que la Revolución Cubana fue algo extraordinario y digno de elogio y la sensación de que era imposible mantener sus principios nadando contracorriente, en perjuicio de los derechos humanos.

1 comentario:

  1. Es un tema largo de debatir, pero en mi opinión el inhumano bloqueo a que ha sido sometida Cuba no tiene justificación alguna. La única víctima ha sido el pueblo cubano.

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