Durante algún tiempo -exactamente desde septiembre de 2007 hasta junio de 2010- me mantuve en el empeño de escribir con frecuencia una pequeña reflexión sobre cualquier suceso que ocurriera a mi alrededor, fuera éste de apariencia trascendente o intrascendente, perteneciera al terreno de las ideologías políticas o religiosas o reflejara simplemente una inquietud surgida en mi mente al calor de alguna lectura reciente o de algún comentario oído.
Muchos días, como digo, me sentaba en mi rincón habitual de lectura, tomaba un bolígrafo, abría un cuaderno, escogía un tema de los que me rondaban por la cabeza y empezaba a escribir. Así llegué a reunir hasta trescientos pequeños escritos, de tan sólo una página o a lo sumo dos, que conservo manuscritos en tres bonitos cuadernos, que compré en su momento en la tienda del museo Thyssen-Bornemisza.
Recuerdo que cuando escribía lo hacía bajo el convencimiento de que aquellas palabras estaban condenadas al olvido, ya que mi intención no era publicarlas, sino tan sólo ejercitar mi mente en la para mí no fácil actividad del ensayo. Cuando ahora leo los manuscritos observo en ellos tachaduras, incorrecciones sintácticas y, lo que más pudiera preocuparme, algunas discrepancias entre lo que entonces pensaba y ahora pienso.
Sin embargo, como a pesar de todo creo que algunos de ellos pudieran servirme como base para traer al blog ciertas reflexiones de entonces, me propongo hacerlo bajo la categoría de Reflexiones esporádicas, una de las varias que encontraréis en la clasificación de las entradas de El huerto abandonado.
Aunque, eso sí, procuraré que ahora no haya tachaduras ni errores sintácticos. Y, además, si mi visión del tema hubiera cambiado desde entonces, lo advertiré para que nadie se lleve a engaño.
Muchos días, como digo, me sentaba en mi rincón habitual de lectura, tomaba un bolígrafo, abría un cuaderno, escogía un tema de los que me rondaban por la cabeza y empezaba a escribir. Así llegué a reunir hasta trescientos pequeños escritos, de tan sólo una página o a lo sumo dos, que conservo manuscritos en tres bonitos cuadernos, que compré en su momento en la tienda del museo Thyssen-Bornemisza.
Recuerdo que cuando escribía lo hacía bajo el convencimiento de que aquellas palabras estaban condenadas al olvido, ya que mi intención no era publicarlas, sino tan sólo ejercitar mi mente en la para mí no fácil actividad del ensayo. Cuando ahora leo los manuscritos observo en ellos tachaduras, incorrecciones sintácticas y, lo que más pudiera preocuparme, algunas discrepancias entre lo que entonces pensaba y ahora pienso.
Sin embargo, como a pesar de todo creo que algunos de ellos pudieran servirme como base para traer al blog ciertas reflexiones de entonces, me propongo hacerlo bajo la categoría de Reflexiones esporádicas, una de las varias que encontraréis en la clasificación de las entradas de El huerto abandonado.
Aunque, eso sí, procuraré que ahora no haya tachaduras ni errores sintácticos. Y, además, si mi visión del tema hubiera cambiado desde entonces, lo advertiré para que nadie se lleve a engaño.
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