14 de diciembre de 2014

Castellote

Vista general de Castellote
Hace algún tiempo, alguien me dijo que algo le falta a quien vive en una ciudad y no tiene un pueblo. Se refería, por supuesto, a un pueblo donde estén y conozcas tus raíces. Como no soy amigo de expresiones categóricas, me limitaré a decir que en mi opinión quien lo tiene posee algo de un valor incalculable.

Un pueblo donde estén tus raíces no es simplemente un lugar en el que pasar alguna temporada, es una amarra que te sujeta con fuerza al mundo, es un símbolo de continuidad que te redime en parte de la cortedad de la vida, que te eleva por encima de la finitud de la existencia y te hace imaginar que cuando tú desaparezcas todo continuará como si nada hubiera sucedido. Porque un pueblo, al menos como yo lo estoy considerando aquí, no sólo te pertenece a ti, también a los que te antecedieron y a los que te sucederán.

Yo tengo uno y se llama Castellote. Allí hay una casa que antes fue de mi madre, con anterioridad de mi abuelo, que a su vez la heredó de mí bisabuelo y éste de mi tatarabuelo; y, como no quiero enredarme en complicadas explicaciones genealógicas, me limitaré a decir que antes de todo eso perteneció a otros  de mis ascendientes desde hace varias generaciones.

Ahora comparto la casa con mis hermanos y sus hijos y sus nietos y, por supuesto, con los míos. Allí nos vemos con frecuencia, mucho mayor ésta que aquella con la que nos acercamos en la ciudad. Allí compartimos pasado y presente, pero sobre todo futuro. Allí recordamos a los que nos antecedieron, no con pena, sino con la convicción de que eran eslabones necesarios de una cadena a la que pertenecemos y no quisiéramos que se interrumpiese. Allí discutimos a veces de lo que nos separa, pero sobre todo de lo que nos une. Allí nuestros hijos, como nosotros en su momento, aprendieron a convivir y allí aprenden ahora los suyos.

Cuando estoy en el pueblo me encuentro con los que tienen la misma sensación de arraigo que yo, con gentes que saben que mis antecesores conocieron a los suyos y que sus descendientes conocerán a los míos. No es una relación sólo a título personal, también generacional. Pisamos un escenario que poco ha variado a lo largo del tiempo y contemplamos unos horizontes que ya estuvieron en las retinas de nuestros antecesores, los suyos y los míos. Compartimos por tanto un pasado y confiamos en compartir un futuro, incluso cuando no estemos para verlo.

Supongo que a eso se refería el que en su día me dijo que le falta algo a quien no tiene un pueblo y a eso me refiero yo cuando digo que quien lo tiene posee algo de un gran valor.

1 comentario:

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