28 de enero de 2020

La veteranía es un grado

Cuando lo pienso, siempre llego a la misma conclusión, que no es cierto que a determinada edad se pierda interés por el mundo que le rodea a uno. Simplemente sucede que después de haber vivido un largo trecho de la existencia se llega al convencimiento de que no puede ourrir nada que no haya ocurrido ya y por tanto no se conozca Al fin y al cabo, lo que de verdad importa en la vida cambia muy poco a lo largo del tiempo. No me refiero a lo anecdótico o a lo circunstancial, a las modas o a los usos, sino a lo trascendente y a lo categórico, a lo que de verdad marca la vida de las personas. Las novedades suelen ser, como dice el sabio refrán castellano, los mismos perros con distintos collares.

Lo que ocurre es que se tarda algún tiempo en aprender esta lección. Pasamos gran parte de la vida pendientes de las posibles innovaciones que puedan cambiar nuestra visión del mundo y por tanto nuestras vidas. Y sólo cuando al cabo de los años  llegamos al convencimiento de que nunca aparece nada digno de consideración, terminamos perdiendo interés por las novedades, que en cualquier caso no son más que futilezas y nimiedades. Supongo que cuando se alcanza ese estadio de la vida es cuando se ha llegado a lo que algunos llaman madurez.

Cuando se tiene la vida por delante es obligado mantener una cierta esperanza en que todo mejore, esperanza que constituye el impulso vital necesario para continuar en la brecha del acontecer diario. Sin embargo, cuando uno alcanza cierta edad, comprobada la utopía que encierra esa ilusión, lo único que se pretende es que las cosas por lo menos no empeoren. El largo proceso de maduración que experimenta el ser humano a lo largo de su existencia concluye precisamente con el descubrimiento de que hasta entonces ha estado persiguiendo cambios  que nunca se darán. No me refiero a metas de carácter material, porque en el mejor de los casos quizá éstas se hayan alcanzado. Estoy pensando en esa vaga sensación de que cada amanecer nos tiene que traer algo distinto y por supuesto mejor.

No me gustaría que quien lea estas líneas sacara la conclusión de que estoy entonando un canto de tristeza o melancolía. Todo lo contrario, porque lo que digo es que cuando se llega al convencimiento de que no hay que esperar nada distinto de lo que ya se conoce, se ha alcanzado, como decía antes, la madurez plena, lo que en ningún caso puede ocasionar tristeza. Ni tampoco quisiera que alguien pensara que sostengo que con la edad se pierden los estímulos  por continuar en el mundo activo. Nada más lejos de mi intención. Simplemente constato que llega un momento en el que, al ser consciente uno de que nada interesante le queda por descubrir, enfoca su interés hacia lo que de verdad merece la pena, lo cotidiano que le rodea, y abandona la búsqueda de novedades que nunca son tales.

Ya lo dijo Calderón: “¿Qué es la vida? Un frenesí” “¿Qué es la vida? Una ilusión”, “una sombra, una ficción”. Nuestro insigne hombre de letras lo descubrió muy pronto y llevó sus conclusiones a la literatura universal. Había descubierto lo que la mayoría tardamos algún tiempo en comprender y algunos nunca comprenden, que la vida es una nebulosa de anhelos y de afanes, de ambiciones y de pretensiones que no encuentran respuesta. Una fábula imaginada.

Hoy lo voy a dejar aquí porque me he dado cuenta de que me estoy poniendo demasiado lírico, cuando lo que a mí mejor me va es la prosa.Y también algo filósofo, terreno que me produce verdadero vértigo.

23 de enero de 2020

De la igualdad de oportunidades al PIN parental

Existe una linea de pensamiento conservador que sostiene que en esta vida quien no progresa es porque no le da la gana. Los que  se manifiestan así ignoran por completo las diferentes circunstancias que acompañan a cada uno cuando nace. Dan por hecho que todos partimos de condiciones similares, que llegamos al mundo en cunas muy parecidas. Ya sé que parece increíble que alguien piense así, pero yo me he encontrado a lo largo de mi ya larga existencia a bastantes que en mayor o menor medida opinan de esta manera, puede ser que porque de verdad lo crean o quizá debido a que de esa manera tranquilicen sus conciencias. Es evidente que según esta teoría la igualdad de oportunidades ya existe, de manera que para qué forzarla. Si alguien tiene más es porque ha hecho mayor esfuerzo y los rezagados en las conquistas del bienestar se han buscado la situación que padecen con su desidia e inoperancia.

Como yo también tengo pensamiento político, y sobre todo derecho a manifestarlo, voy hoy a dedicarle unas líneas a este escurridizo asunto. Perseguir la justicia social, ese concepto tan manoseado y tan poco entendido por algunos, consiste desde mi punto de vista en procurar para todos las oportunidades que les permita enfrentarse a los desafíos de la vida en igualdad de condiciones que los demás. Cualquier reforma social que persiga este objetivo estará dirigida a procurar justicia social. Por el contrario, quien abandone el principio de que es preciso igualar las oportunidades de todos estará haciendo política antisocial y reaccionaria. Dicho de otra forma, ser progresista consiste en perseguir que se den las mismas oportunidades a todos los ciudadanos; ser conservador significa dar por hecho que ésta igualdad ya se da y no hay que hacer nada para conseguirla.

Por tanto, y abundando más en este asunto, hacer políticas sociales no sólo es repartir con mayor equidad la riqueza que ya existe entre todos mediante políticas fiscales, sino además y sobre todo otorgar oportunidades a los que más las necesitan. Por eso es preciso poner la educación -ese bien social al que no todos pueden acceder en igualdad de condiciones- a disposición de cualquier ciudadano. El desarrollo personal es la mejor manera de dotar a los más necesitados de la plataforma necesaria para progresar y por tanto la primera  de las políticas sociales que hay que defender. Aun así, otras diferencias de oportunidades empañarán la bondad de las medidas que se pongan para que todo el mundo, sea cual sea su origen, tenga acceso a la educación en todos sus grados. Pero, en mi opinión, con una buena formación los demás escollos son más fáciles de salvar.

A ver si de una vez en este país se llega de verdad a un consenso sobre la educación al servicio de todos y nos dejamos de zarandajas que distorsionen cualquier política educacional que se quiera desarrollar. Pero los prejuicios de los reaccionarios están a flor de piel, de tal manera que nunca se han mostrado de acuerdo con defender la educación pública como un bien social irrenunciable, con el pretexto de que la socialización educativa significa ejercer control sobre la ciudadanía. Qué majadería tan grande, qué desatino tan desmesurado Lo que sucede en realidad es precisamente todo lo contrario, que para ellos la educación en igualdad de condiciones para todos significa perder el control que siempre han detentado sobre los sistemas educativos. Lo del PIN parental -¡qué nombrecito!-, esta controversia tan sacada de contexto por la ultraderecha, es una muestra más de la resistencia que ponen algunos a conseguir la igualdad de oportunidades educativas. Vox ha traído el tema a la palestra, pero Pablo Casado está coreando las consignas de aquél quizá incluso con mayor vehemencia. No todos los del PP dicen lo mismo, por supuesto, porque ya se empiezan a oír voces discrepantes. Y Ciudadanos, como nos tiene acostumbrados, no acaba de definir su posición.

La única manera de lograr una sociedad más justa es conseguir la igualdad de oportunidades para todos. Lo que sucede es que los que ya gozan de todas ellas desde que nacen no quieren perder los privilegios que les han tocado en suerte. Dicen eso de hasta ahí podíamos llegar. Que los profesores, que de esto entienden poco, nos dejen a los padres decidir lo que deben o no aprender nuestros hijos. Faltaría más.

19 de enero de 2020

Hechos son amores y no buenas razones

Son tantos los oráculos, las predicciones y los augurios truculentos que se han hecho y se siguen haciendo sobre el futuro que se cierne sobre nuestro país por causa del triunfo electoral de la izquierda, que hubo un momento que pensé titular este artículo “Miedo me da”. Al fin y al cabo siempre he sido un hombre temeroso y los anuncios catastróficos me causan inquietud. Además, por si fuera poco, los vaticinadores de estas futuras hecatombes no son ni uno ni dos ni tres, sino todo un coro de querubines perfectamente orquestado por la batuta de la incontenible verborrea política. Sin embargo, cuando me puse a pensar con detenimiento sobre el fundamento de tanto alarmismo, llegué muy pronto a la conclusión de que ni uno solo de los presagios era algo más que pura conjetura. No encontré ninguno que se basara en consideraciones razonadas ni en hechos debidamente constatados. Incluso algunas de las justificaciones rozaban el límite del esperpento.

Por eso he decidido encabezar esta entrada con un refrán que nos enseña que lo que de verdad importa son los resultados y no los enunciados. Es cierto que este gobierno se va a encontrar con grandes retos, porque a los que nuestro país ya tiene planteados habrá que sumar los palos que le va a estar arrojando la derecha a las ruedas en cada pedaleo. Pero no por eso debería alarmarme a priori, sino que por el contrario creo que lo razonable es observar los acontecimientos con objetividad y sacar conclusiones sobre los hechos, que son amores, y no sobre las buenas razones, que no dejan de ser visiones interesadas.

Cuando escribo estas líneas ya hay gobierno. A algunos ministros  los conozco y sobre ellos ya he formado mi propio juicio; y de los nuevos sólo he visto sus “curriculum”, por cierto con contenido de buena formación académica y profesional. Lo que venga a continuación ya se verá, porque como dice uno de mis hermanos algunos se dejan todo en la carrera y no les queda nada después para ejercerla. Pero, a pesar de todo, les otorgo a todos ellos un voto de confianza, el mismo que les daría si procedieran del lado conservador.

Los de Podemos son para mí una incógnita, que quizá tarde algún tiempo en despejar. Tengo la sensación de que están entrando con buen talante en esta nueva andadura -la de la verdad-, porque deben de ser consciente de que su proyecto político, y por tanto el de la izquierda en su conjuto, se juega mucho. Yo espero que haya sintonía política entre los dos partidos que forman la coalición progresista, que dejen unos y otros atrás las diferencias y que asistamos a una buena orquestación. Deseo que la consigna de un solo gobierno y una sola voz sea cierta y no un mero eslogan publicitario.

Lo de Cataluña va a ser sin lugar a dudas la prueba de fuego de la credibilidad de este ejecutivo. Hasta ahora, por mucho que digan los agoreros, Pedro Sánchez no ha dicho ni prometido nada que vulnere la legalidad vigente, incluida en ella por supuesto la Constitución. Mesa de dialogo, reconocimiento de que existe un problema político y consulta –que no “referéndum” de autodeterminación- a los catalanes. Sacar conclusiones previas es aventurado, porque todo ello puede hacerse, según sostienen reconocidos constitucionalistas, dentro de nuestro ordenamiento jurídico. Es cierto que en las negociaciones con ERC para la investidura los socialistas han cedido en algunos aspectos, pero de la misma manera que los independentistas han abandonado la unilateralidad, que no es moco de pavo.  Exigirles además que renunciaran por adelantado a sus pretensiones soberanistas hubiera sido algo así como pedirle peras al olmo. Habrá que esperar y ver como se desarrollan las conversaciones. Pero lo que no se puede negar es que se abre una etapa esperanzadora simplemente porque por fin se van a sentar a dialogar.

Insisto: todo, absolutamente todo está por venir. Lo único que ha quedado claro hasta ahora es que las instituciones han funcionado y se han impuesto sobre los intentos de bloqueo. Porque la democracia resiste hasta los delirios, como le oí decir hace unos días a un conocido político español. Dejémonos de vaticinios de hecatombes, hágase oposición firme pero no de trazo grueso y veamos que sucede. Aunque, pensándolo bien, quizá sea pedirle mucho a los vehementes.

16 de enero de 2020

La ciudad que ya no existe

Hace muchos años, quizá más de treinta, hice un viaje en tren desde Londres hasta Southapton, una pequeña ciudad situada en el sur de Inglaterra, a orillas del canal de La Mancha. Ni que decir tiene que aproveché cada minuto y cada kilómetro de aquel breve recorrido de menos de dos horas para contemplar la campiña que se extiende por esa parte del Reino Unido, puesto que para mí resultaba una novedad. Pero curiosamente lo que más llamó mi atención de lo que vi fueron las estaciones de ferrocarril por las que pasábamos, que parecían extraídas de alguna película ambientada en el siglo XIX. Limpias, relucientes y funcionales, conservaban toda la belleza de la época victoriana, como si el tiempo no hubiera pasado sobre ellas.

Si aquel descubrimiento me sorprendió fue por contraste con lo que sucede en nuestro país, tan poco respetuoso con el patrimonio heredado. Me refiero no sólo a los monumentos romanos y a las catedrales góticas, sino también a las modestas construcciones civiles que han desaparecido y siguen desapareciendo todos los días bajo la piqueta de la irresponsabilidad. Sucede que el afán de modernización, unido a que son muchos los políticos que no resisten la tentación de dejar su impronta en los lugares que en algún momento les ha tocado administrar, no deja títere con cabeza. De tal manera que la fisonomía de nuestras ciudades nada tiene que ver con el aspecto que tuvieron en épocas pasadas.

Sé muy bien que las ciudades están vivas y que es preciso en ocasiones derribar lo viejo para construir lo nuevo con criterios actuales. Pero una cosa es modernizar y otra muy distinta arramblar con todo lo anterior sin miramientos, para, en el mejor de los casos, edificar con la vista puesta en la mejora de la ciudad o para, en el peor y más frecuente, especular. Madrid, la ciudad en la que vivo desde ya ni me acuerdo cuando, no se ha librado de los derribos a mansalva, de las apisonadoras interesadas. Por eso, cuando trato de localizar lugares que sé que existieron y no encuentro ni vestigios me deprimo.

Lo que sucede es que, haciendo de la necesidad virtud, la búsqueda de lo que la pica se llevó por delante ha llegado a convertirse en mí en una especie de entretenimiento, que me anima a pasear por la ciudad con un libro entre las manos. Últimamente estoy recorriendo los trazados que seguían las murallas de la capital de España –la musulmana (siglo IX) y la cristiana (siglo XI)-, en un intento de entender mejor su historia. Digo los trazados, porque lamentablemente apenas queda algún resto, más o menos escondido entre el caserío. Pero algo es algo, porque los historiadores, a golpe de conocimientos y no menos intuición, han conseguido determinar con bastante exactitud dónde estaban situadas. Recorrer detenidamente ese trazado ya inexistente resulta muy interesante, sobre todo cuando uno lo relaciona con la configuración actual del casco antiguo, que curiosamente refleja en cierto modo el recorrido de las murallas.

Estos paseos no tienen desperdicio, aunque, todo hay que decirlo, lo poco que se puede ver de lo que existió aparezca en estado lamentable, no porque el tiempo haya dejado su huella, sino por la desidia municipal y la barbarie ciudadana. A modo de ejemplo de lo que acabo de decir, dejo en este artículo una foto de unos restos de la muralla cristiana. Y no hago comentarios porque a mi juicio sobran.

Pero, a pesar de los pesares, animo a los amantes de pasear por la ciudad a que recorran a pie las desaparecidas murallas de Madrid. Estoy seguro de que disfrutarán.

13 de enero de 2020

Nunca segundas partes fueron buenas

Titulo este artículo con una frase proverbial cervantina, que viene al pelo del asunto. Las continuaciones con frecuencia  se convierten en remedos torpes de las primeras partes, grotescos intentos de parecerse a lo anterior. Es un fenómeno que sucede además en muchos ámbitos de la vida, por lo que nada tiene de particular que la política no se libre de sus consecuencias. La señora Arrimadas, tras la renuncia de su jefe de filas, el señor Rivera, a continuar en la brecha, tuvo una magnífica oportunidad de cambiar el rumbo errático de su partido, reconducirlo hacia el verdadero centro político y situarlo en posiciones intermedias entre los dos frentes que el intento de bloqueo había abierto en la política española. Pero en vez de hacerlo prefirió continuar con la extravagante andadura que llevó a Ciudadanos al fracaso electoral más contundente que yo recuerde. Ha optado por escribir una segunda parte.

Las actitudes de la señora Arrimadas se parecen tanto a las de su anterior líder que si no fuera por la voz femenina que la distingue uno no sabría si está hablando Albert o Inés. Aunque, pensándolo mejor, debo reconocer que hay algunas diferencias, porque las patéticas recomendaciones a los barones del partido socialista para que traicionaran a su jefe de filas o las ridículas y estériles llamadas a la deserción dirigidas a los diputados del PSOE son palabras que nunca se las oí pronunciar al señor Rivera. Con estas melodramáticas imploraciones, repetidas una y otra vez en un tono de súplica plañidera,  ha conseguido diferenciar algo su discurso del de su antecesor. Aunque lamentablemente se trate de diferencias que empeoran el modelo imitado.

El debate de investidura nos ha regalado una gran cantidad de anécdotas dialécticas, algunas divertidas, otras algo repulsivas, sin que hayan faltado las que rezuman odio y rencor por cada una de sus sílabas. Con todas ellas podría documentarse un tratado de oratoria que explicara a los alumnos lo que debe decirse y lo que no conviene mencionar en una tribuna. Pero sólo voy a citar hoy una que logró dibujar cierta sonrisa en mis labios, aunque supongo que a más de uno se le saltaría la hiel al oírla. Fue cuando el candidato dijo aquello de que las tres derechas eran tan iguales que resultaba difícil encontrar diferencias entre ellas. Si acaso, añadió, Vox representaría una extrema derecha de tapa dura, el PP de tapa blanda y Ciudadanos una edición de bolsillo.

Siento sinceramente que las cosas sean así, porque a mí me gustaría que existiera un centro de verdad, no de pacotilla. Viviría más feliz pensando que las diferencias entre mi pensamiento y el de los que se situan a mi derecha son menores, no como sucede en estos momentos, que son tan grandes que en ocasiones me producen vértigo. Las posiciones de centro suelen estar ocupadas por partidos que no miran con desconfianza ni a la derecha ni a la izquierda. Ocupan una posición bisagra que les permite apoyar uno u otro lado en función de las circunstancias y de la coyuntura política, con lo que gozan de un gran poder de influencia, ya que los partidos colindantes se ven obligados a moderar sus discursos políticos para no parecer extremistas.

Ciudadanos hoy, como le sucedió a UPD en su día, ha fracasado en el intento de ocupar el centro. Y si ha fracasado hay sido porque en realidad no nació con vocación centrista, sino con la pretensión de desplazar al PP. Vano intento, diría yo, porque a los partidos consolidados como el popular no es fácil sustituirlos. Suelen estar sólidamente implantados, los electores los identifican con facilidad y rechazan el quítate tú para que me ponga yo. A  Rivera se le vio el plumero del sorpasso; a Arrimadas el de la lucha por la supervivencia a costa de lo que sea, incluido el tamayazo.

Mientras tanto, el centro ni está ni se le espera. Los que sí están son los de Vox, a quienes, entre otros, Rivera y Arrimadas han ayudado a encumbrar. Si eso es el centro, que venga Dios y lo vea.

8 de enero de 2020

Miente, que algo queda

Aunque no frecuento las llamadas redes sociales, sí participo en algunas -muy pocas- listas de WhatsApp. Lo hago para facilitar de manera rápida y concisa la comunicación entre los componentes de algún grupo de amigos o familiares a los que afectan temas comunes, nunca como medio de difusión de mis opiniones políticas o de cualquier otro signo. Sin embargo, son muchos los que las utilizan para transmitir indiscriminadamente a los restantes participantes del colectivo todo aquello que les llega de otras fuentes, tenga o no algo que ver con el asunto para el que fue creado. A ellos les ha gustado lo que han recibido porque el contenido satisface su pensamiento y por qué no procurarles el mismo placer a sus amigos. No hace daño y en cualquier caso si les pica que se rasquen.

El otro día me llegó un video de una supuesta manifestación en Teruel contra Guitarte, el diputado de Teruel Existe. Una enorme muchedumbre, muy superior a la población de esta ciudad, a través de una inmensa avenida, que de ser turolense se saldría de sus límites, enarbolaba banderas españolas y gritaba enfebrecida “Guitarte, traidor”, “Guitarte, traidor”. El rugido era ensordecedor y las palabras de la marea humana se distinguían perfectamente. Un burdo montaje cinematográfico que sólo engaña a los más ignorantes, precisamente a aquellos a los que van dirigidas las fake news, por ser carne de engañifa ramplona.

Las fake news, esas modernas noticias falsas elaboradas con la pretensión de que mediante la insistencia en las redes sociales lleguen a convertirse en verdaderas, adolecen por lo general de una adulteración de la realidad que las convierte en auténticas patrañas. A pesar de todo, aunque en general rezuman mentira ramplona por todos sus poros, engañan a muchos, sobre todo a los poco duchos en la materia que se trate. Funcionan, lamentablemente, porque están dirigidas a los predispuestos a tragarse los embustes que les gustan, sin poner demasiada resistencia crítica. Lo que acabo de contar de Teruel Existe es un claro ejemplo de mentira pestilente. Conozco muy bien esa interesante ciudad y a mí no me la dan.

En las sesiones de investidura de estos días hemos sido testigos de muchas fake news, lanzadas a voz en grito desde la tribuna de oradores por Vox y por alguno de sus imitadores. Falsas estadísticas sobre la criminalidad en nuestro país y otras mentiras numéricas sin base ni fundamento, con la pretensión de alimentar la xenofobia. Y aunque algunas fueron desmentidas inmediatamente, han saltado a las ondas del infundio, han empezado a entrar en los oídos de los ingenuos y es posible que terminen convenciendo a algunos de que las cosas son como ellos mienten con descaro. En la guerra como en la guerra, dice el eslogan, y muchos de los difusores de estas noticias falsas parecen estar en continua contienda bélica.

Desgraciadamente ese es el futuro inmediato que aguarda a nuestra sociedad, el delembuste repetido y repetido hasta la saciedad para que con la insistencia se convierta en verdad. Frente a ello sólo cabe un recurso, el de la información exhaustiva, el de la pedagogía. Pero en cualquier caso, entre los esfuerzos por mentir y el afán por desmentir se gastan demasiadas energías, que deberían ser utilizadas en otros menesteres.


Es verdad que ahora estamos más cerca de la información que antes. Pero, ojo, también de la desinformación