Existe una linea de pensamiento conservador que sostiene que en esta vida quien no progresa es porque no le da la gana. Los que se manifiestan así ignoran por completo las diferentes circunstancias que acompañan a cada uno cuando nace. Dan por hecho que todos partimos de condiciones similares, que llegamos al mundo en cunas muy parecidas. Ya sé que parece increíble que alguien piense así, pero yo me he encontrado a lo largo de mi ya larga existencia a bastantes que en mayor o menor medida opinan de esta manera, puede ser que porque de verdad lo crean o quizá debido a que de esa manera tranquilicen sus conciencias. Es evidente que según esta teoría la igualdad de oportunidades ya existe, de manera que para qué forzarla. Si alguien tiene más es porque ha hecho mayor esfuerzo y los rezagados en las conquistas del bienestar se han buscado la situación que padecen con su desidia e inoperancia.
Como yo también tengo pensamiento político, y sobre todo derecho a manifestarlo, voy hoy a dedicarle unas líneas a este escurridizo asunto. Perseguir la justicia social, ese concepto tan manoseado y tan poco entendido por algunos, consiste desde mi punto de vista en procurar para todos las oportunidades que les permita enfrentarse a los desafíos de la vida en igualdad de condiciones que los demás. Cualquier reforma social que persiga este objetivo estará dirigida a procurar justicia social. Por el contrario, quien abandone el principio de que es preciso igualar las oportunidades de todos estará haciendo política antisocial y reaccionaria. Dicho de otra forma, ser progresista consiste en perseguir que se den las mismas oportunidades a todos los ciudadanos; ser conservador significa dar por hecho que ésta igualdad ya se da y no hay que hacer nada para conseguirla.
Por tanto, y abundando más en este asunto, hacer políticas sociales no sólo es repartir con mayor equidad la riqueza que ya existe entre todos mediante políticas fiscales, sino además y sobre todo otorgar oportunidades a los que más las necesitan. Por eso es preciso poner la educación -ese bien social al que no todos pueden acceder en igualdad de condiciones- a disposición de cualquier ciudadano. El desarrollo personal es la mejor manera de dotar a los más necesitados de la plataforma necesaria para progresar y por tanto la primera de las políticas sociales que hay que defender. Aun así, otras diferencias de oportunidades empañarán la bondad de las medidas que se pongan para que todo el mundo, sea cual sea su origen, tenga acceso a la educación en todos sus grados. Pero, en mi opinión, con una buena formación los demás escollos son más fáciles de salvar.
A ver si de una vez en este país se llega de verdad a un consenso sobre la educación al servicio de todos y nos dejamos de zarandajas que distorsionen cualquier política educacional que se quiera desarrollar. Pero los prejuicios de los reaccionarios están a flor de piel, de tal manera que nunca se han mostrado de acuerdo con defender la educación pública como un bien social irrenunciable, con el pretexto de que la socialización educativa significa ejercer control sobre la ciudadanía. Qué majadería tan grande, qué desatino tan desmesurado Lo que sucede en realidad es precisamente todo lo contrario, que para ellos la educación en igualdad de condiciones para todos significa perder el control que siempre han detentado sobre los sistemas educativos. Lo del PIN parental -¡qué nombrecito!-, esta controversia tan sacada de contexto por la ultraderecha, es una muestra más de la resistencia que ponen algunos a conseguir la igualdad de oportunidades educativas. Vox ha traído el tema a la palestra, pero Pablo Casado está coreando las consignas de aquél quizá incluso con mayor vehemencia. No todos los del PP dicen lo mismo, por supuesto, porque ya se empiezan a oír voces discrepantes. Y Ciudadanos, como nos tiene acostumbrados, no acaba de definir su posición.
La única manera de lograr una sociedad más justa es conseguir la igualdad de oportunidades para todos. Lo que sucede es que los que ya gozan de todas ellas desde que nacen no quieren perder los privilegios que les han tocado en suerte. Dicen eso de hasta ahí podíamos llegar. Que los profesores, que de esto entienden poco, nos dejen a los padres decidir lo que deben o no aprender nuestros hijos. Faltaría más.
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