Aunque no frecuento las llamadas redes sociales, sí participo en algunas -muy pocas- listas de WhatsApp. Lo hago para facilitar de manera rápida y concisa la comunicación entre los componentes de algún grupo de amigos o familiares a los que afectan temas comunes, nunca como medio de difusión de mis opiniones políticas o de cualquier otro signo. Sin embargo, son muchos los que las utilizan para transmitir indiscriminadamente a los restantes participantes del colectivo todo aquello que les llega de otras fuentes, tenga o no algo que ver con el asunto para el que fue creado. A ellos les ha gustado lo que han recibido porque el contenido satisface su pensamiento y por qué no procurarles el mismo placer a sus amigos. No hace daño y en cualquier caso si les pica que se rasquen.
El otro día me llegó un video de una supuesta manifestación en Teruel contra Guitarte, el diputado de Teruel Existe. Una enorme muchedumbre, muy superior a la población de esta ciudad, a través de una inmensa avenida, que de ser turolense se saldría de sus límites, enarbolaba banderas españolas y gritaba enfebrecida “Guitarte, traidor”, “Guitarte, traidor”. El rugido era ensordecedor y las palabras de la marea humana se distinguían perfectamente. Un burdo montaje cinematográfico que sólo engaña a los más ignorantes, precisamente a aquellos a los que van dirigidas las fake news, por ser carne de engañifa ramplona.
Las fake news, esas modernas noticias falsas elaboradas con la pretensión de que mediante la insistencia en las redes sociales lleguen a convertirse en verdaderas, adolecen por lo general de una adulteración de la realidad que las convierte en auténticas patrañas. A pesar de todo, aunque en general rezuman mentira ramplona por todos sus poros, engañan a muchos, sobre todo a los poco duchos en la materia que se trate. Funcionan, lamentablemente, porque están dirigidas a los predispuestos a tragarse los embustes que les gustan, sin poner demasiada resistencia crítica. Lo que acabo de contar de Teruel Existe es un claro ejemplo de mentira pestilente. Conozco muy bien esa interesante ciudad y a mí no me la dan.
En las sesiones de investidura de estos días hemos sido testigos de muchas fake news, lanzadas a voz en grito desde la tribuna de oradores por Vox y por alguno de sus imitadores. Falsas estadísticas sobre la criminalidad en nuestro país y otras mentiras numéricas sin base ni fundamento, con la pretensión de alimentar la xenofobia. Y aunque algunas fueron desmentidas inmediatamente, han saltado a las ondas del infundio, han empezado a entrar en los oídos de los ingenuos y es posible que terminen convenciendo a algunos de que las cosas son como ellos mienten con descaro. En la guerra como en la guerra, dice el eslogan, y muchos de los difusores de estas noticias falsas parecen estar en continua contienda bélica.
Desgraciadamente ese es el futuro inmediato que aguarda a nuestra sociedad, el delembuste repetido y repetido hasta la saciedad para que con la insistencia se convierta en verdad. Frente a ello sólo cabe un recurso, el de la información exhaustiva, el de la pedagogía. Pero en cualquier caso, entre los esfuerzos por mentir y el afán por desmentir se gastan demasiadas energías, que deberían ser utilizadas en otros menesteres.
Es verdad que ahora estamos más cerca de la información que antes. Pero, ojo, también de la desinformación
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