19 de enero de 2020

Hechos son amores y no buenas razones

Son tantos los oráculos, las predicciones y los augurios truculentos que se han hecho y se siguen haciendo sobre el futuro que se cierne sobre nuestro país por causa del triunfo electoral de la izquierda, que hubo un momento que pensé titular este artículo “Miedo me da”. Al fin y al cabo siempre he sido un hombre temeroso y los anuncios catastróficos me causan inquietud. Además, por si fuera poco, los vaticinadores de estas futuras hecatombes no son ni uno ni dos ni tres, sino todo un coro de querubines perfectamente orquestado por la batuta de la incontenible verborrea política. Sin embargo, cuando me puse a pensar con detenimiento sobre el fundamento de tanto alarmismo, llegué muy pronto a la conclusión de que ni uno solo de los presagios era algo más que pura conjetura. No encontré ninguno que se basara en consideraciones razonadas ni en hechos debidamente constatados. Incluso algunas de las justificaciones rozaban el límite del esperpento.

Por eso he decidido encabezar esta entrada con un refrán que nos enseña que lo que de verdad importa son los resultados y no los enunciados. Es cierto que este gobierno se va a encontrar con grandes retos, porque a los que nuestro país ya tiene planteados habrá que sumar los palos que le va a estar arrojando la derecha a las ruedas en cada pedaleo. Pero no por eso debería alarmarme a priori, sino que por el contrario creo que lo razonable es observar los acontecimientos con objetividad y sacar conclusiones sobre los hechos, que son amores, y no sobre las buenas razones, que no dejan de ser visiones interesadas.

Cuando escribo estas líneas ya hay gobierno. A algunos ministros  los conozco y sobre ellos ya he formado mi propio juicio; y de los nuevos sólo he visto sus “curriculum”, por cierto con contenido de buena formación académica y profesional. Lo que venga a continuación ya se verá, porque como dice uno de mis hermanos algunos se dejan todo en la carrera y no les queda nada después para ejercerla. Pero, a pesar de todo, les otorgo a todos ellos un voto de confianza, el mismo que les daría si procedieran del lado conservador.

Los de Podemos son para mí una incógnita, que quizá tarde algún tiempo en despejar. Tengo la sensación de que están entrando con buen talante en esta nueva andadura -la de la verdad-, porque deben de ser consciente de que su proyecto político, y por tanto el de la izquierda en su conjuto, se juega mucho. Yo espero que haya sintonía política entre los dos partidos que forman la coalición progresista, que dejen unos y otros atrás las diferencias y que asistamos a una buena orquestación. Deseo que la consigna de un solo gobierno y una sola voz sea cierta y no un mero eslogan publicitario.

Lo de Cataluña va a ser sin lugar a dudas la prueba de fuego de la credibilidad de este ejecutivo. Hasta ahora, por mucho que digan los agoreros, Pedro Sánchez no ha dicho ni prometido nada que vulnere la legalidad vigente, incluida en ella por supuesto la Constitución. Mesa de dialogo, reconocimiento de que existe un problema político y consulta –que no “referéndum” de autodeterminación- a los catalanes. Sacar conclusiones previas es aventurado, porque todo ello puede hacerse, según sostienen reconocidos constitucionalistas, dentro de nuestro ordenamiento jurídico. Es cierto que en las negociaciones con ERC para la investidura los socialistas han cedido en algunos aspectos, pero de la misma manera que los independentistas han abandonado la unilateralidad, que no es moco de pavo.  Exigirles además que renunciaran por adelantado a sus pretensiones soberanistas hubiera sido algo así como pedirle peras al olmo. Habrá que esperar y ver como se desarrollan las conversaciones. Pero lo que no se puede negar es que se abre una etapa esperanzadora simplemente porque por fin se van a sentar a dialogar.

Insisto: todo, absolutamente todo está por venir. Lo único que ha quedado claro hasta ahora es que las instituciones han funcionado y se han impuesto sobre los intentos de bloqueo. Porque la democracia resiste hasta los delirios, como le oí decir hace unos días a un conocido político español. Dejémonos de vaticinios de hecatombes, hágase oposición firme pero no de trazo grueso y veamos que sucede. Aunque, pensándolo bien, quizá sea pedirle mucho a los vehementes.

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