25 de febrero de 2019

La izquierda útil

Los que se consideran progresistas, y en consecuencia votan a partidos de izquierdas, deberían tener bien aprendido que no es posible cambiar la sociedad de la noche a la mañana, que las cosas de palacio van despacio. Los que están convencidos de que las reformas se pueden hacer con tan sólo disponer de voluntad política, o nadan en la utopía o ignoran la realidad que los rodea. Es muy bonito recrearse en ensoñaciones utópicas, pero no sirve de nada. Es tranquilizador suponer que el mundo es distinto a como es, pero se trata de una presunción que lleva al autoengaño y por tanto a la ineficacia.

Manta a manta las viñas no son tantas, un refrán que tenía olvidado y que alguien me ha recordado hace muy poco. Las grandes transformaciones requieren tiempo, no se consiguen de sopetón. La vehemencia es enemiga del progreso, porque no deja tiempo suficiente para vencer resistencias, para convencer, para ganar adeptos; porque la fogosidad y el apasionamiento provocan reacciones en contra, miedos innecesarios. Es cierto que para romper inercias es preciso hacer un gran esfuerzo, pero no confundamos la intensidad con la rapidez. No por mucho madrugar amanece más temprano, otro proverbio que me viene a la memoria.

La sociedad progresa día a día en derechos y en libertades. Éste es un hecho incuestionable, aunque los retrocesos reaccionarios que se producen de cuando en cuando parezcan desmentirlo. Además, me atrevería a decir que muchas veces la reacción se origina porque el desmedido ardor reformista la resucita, porque las ganas de cambiarlo todo deprisa y corriendo provoca su rebrote. Los retrocesos en política suelen ser producto del miedo, de la falta de comprensión de las propuestas progresistas, de no entenderse muy bien  a que tanto denuedo, a qué tanto furor. El radicalismo asusta porque no se entiende. El extremismo espanta. El maximalismo se digiere mal.

Cuando ahora oigo a algunos desde la izquierda acusar al gobierno de no haber sido suficientemente valiente para cambiar ciertas leyes en tan poco tiempo, me hago cruces. Son acusaciones que demuestran mala voluntad o ignorancia. Contra lo primero no tengo antídoto. Para lo segundo, recomendaría a los vehementes que no perdieran la calma, que analizaran con detenimiento el entorno, que meditaran sobre el hecho de que vivimos en una sociedad compleja, en la que existen grandes resistencias, en la que las cortapisas al progreso son muchas y muy variadas, en la que los enemigos de las reformas cuentan con una enorme cantidad de armas para impedir los cambios.

En democracia no hay más que un camino para hacer reformas, el que otorga una mayoría suficiente en las cámaras de representación. Todo lo demás es pura farfolla, pólvora mojada, pataleo inútil. No se puede hacer reformas sin los votos necesarios que las respalden; es imposible cambiar la sociedad en contra de la mayoría de los votos populares. Por eso –vuelvo al principio- los progresistas nunca deberían perder de vista que, por mucho que se denuncien las injusticias, por muchas demostraciones callejeras que se hagan, por mucha algarabía y griterío que se gaste, si no se dispone de una gran mayoría parlamentaria que sustente al gobierno, no hay nada que hacer.

Por tanto, utilicemos la inteligencia y no nos perdamos en votos inútiles.

21 de febrero de 2019

Se veía venir

A mí no me ha sorprendido la intransigencia de los de Aznarñán y los tres mosqueteros de la derecha española con su política de oposición furibunda, ni la cerrazón de los separatistas catalanes con sus intransigentes ensoñaciones. Aunque, si tengo que ser sincero como me gusta serlo, debería añadir que a los primeros no los creía tan sectarios e irresponsables ni a los segundos tan utópicos y tercos. Pero la realidad se ha impuesto y no tengo más remedio que aceptar que vivo en un país fanatizado, en el que resucitan las actitudes rancias de una derecha que añora el franquismo y los comportamientos desmadrados de un nacionalismo que ha perdido el norte y es capaz de elegir como estrategia el “cuanto peor, mejor”.

Ahora, en cualquier caso, lo que importa son las urnas. Tengo la sensación de que, con independencia de lo que adelanten las encuestas, se va a producir un intenso movimiento de votos de uno a otro lado, desde la derecha a la izquierda, desde la izquierda a la derecha, entre las izquierdas y entre las derechas, mucho mayor de lo acostumbrado. El periodo "sanchista" ha sido rico en experiencias y a los ciudadanos, por mucho que se les intente engañar, no se les escapan ciertas cosas. Ahora más que nunca son conscientes de que Pablo Casado está dando al PP un peligroso giro a la ultraderecha, un cambio que a sus seguidores más templados no les gusta; de que a Albert Rivera todavía le quedan chaquetas por probar, ninguna de ellas centristas como dice que las prefiere; de que a Santiago Abascal se le han abierto las puertas de par en par y que lo suyo no ha hecho más que empezar; de que a Pablo Iglesias se le están acabando las pilas de la credibilidad; y de que a Pedro Sánchez, aunque se le han visto con absoluta claridad los modales progresistas y su inequívoca posición frente a las pretensiones anticonstitucionales de los secesionistas, le ha quedado mucho por hacer.

Yo también hago encuestas, en este caso basadas en la intuición y no en la estadística, pero mirándole a la cara a los encuestados que no son otros que mis amigos. Y lo que me dicen es que la derecha está tan dividida que el resultado en escaños será peor que el vaticina la suma de sus votantes; y que en el otro lado, en la izquierda, se prevé una vuelta hacia el PSOE de muchos de los que en su día lo abandonaron, lo que no quiere decir, ni mucho menos, que Podemos vaya a desaparecer.

Si esto fuera así, el resultado de estos comicios será muy apretado. Todos sabemos que la ley d´Hont -los algoritmos que calculan el número de escaños a partir de los votos recibidos- favorece a la concentración y castiga a la dispersión. Por eso la campaña va a ser  decisiva, porque no olvidemos que, si bien son muchos los que no modifican sus intenciones electorales con facilidad, hay una franja de votantes muy amplia que entiende perfectamente eso que algunos llaman el voto útil, que no es otra cosa que reconocer que, si quieres que se hagan las cosas de la forma más parecida a lo que ti te gustaría, no debes nunca desperdiciar tu papeleta. Lo anterior lo saben todos –derechas e izquierdas-, pero quizá en estos momentos la derecha esté tan desunida que no pueda evitar las consecuencias de su dispersión.

Queda poco para verlo.

10 de febrero de 2019

La hora de los valientes, la hora de los cobardes

La cobardía en política consiste en rehuir los problemas que, aunque sean trascendentes para la convivencia entre los ciudadanos, gozan de impopularidad y por consiguiente se adivina el riesgo de que puedan pasar factura electoral. Por eso, cuando oigo a los tres cabezas visibles de la derecha que nos está tocando vivir en estos días llamar cobarde al presidente del gobierno, me sonrojo. Enfrentarse al desafío separatista con la esperanza de que mediante el diálogo y dentro de la legalidad constitucional se pueda desactivar el conflicto, no es una cobardía. Podría ser una ingenuidad, un intento inútil o un error de cálculo, pero nunca una cobardía. Los cobardes son los que no sólo no tienen el coraje necesario para enfrentarse con eficacia al reto, sino que además se aprovechan de él y lo utilizan como argumento electoral. Ni tienen el valor que se precisa para resolver el conflicto ni el más mínimo sentido de la responsabilidad que se le debe exigir a un político demócrata.

Estoy totalmente en contra de la independencia de Cataluña –ya lo he dicho aquí en muchas ocasiones-, pero soy consciente de que la quiebra social en aquella parte de España es una realidad incuestionable y, como consecuencia, estamos obligados a gestionarla con inteligencia, no con políticas maximalistas que sólo consigan agudizar y prolongar el problema.  Por eso me preocupa que, ante un reto como el que está sufriendo nuestro país, no se apoye al gobierno en la estrategia que ha escogido para defender la integridad territorial de nuestro país, tergiversando espuriamente la realidad con la acusación de que su presidente se ha convertido en cómplice de los separatistas. Es tan burdo lo que vocean, que produce rubor oírlo.

El separatismo, desde que gobierna Pedro Sánchez,  no ha dado un paso adelante en sus pretensiones, si acaso se ha debilitado. Mucha palabrería, bastante postureo ridículo y algo de algarabía callejera. Una huida hacia adelante sin salida. Ni ha progresado en apoyos internacionales ni, según las encuestas, ha aumentado el número de seguidores. No sólo eso, sino que en su frente se han abierto profundas discrepancias y muchas dudas sobre la estrategia a seguir. Por tanto, las acusaciones carecen de fundamento. Lo que sucede es que la derecha de este país se ha echado al monte y, como no debe de encontrar debilidades reales en las acciones del gobierno actual, ha escogido un camino muy peligroso para la convivencia entre los españoles.

La historia del relator ha resultado un auténtico esperpento. Su anuncio, en mi opinión,  ha sido un error por parte del gobierno, que no supo medir bien el alcance de una iniciativa que, además de carecer de sentido práctico, se prestaba a interpretaciones fraudulentas por parte de los que están siempre dispuestos a sacarle punta a las palabras. Pero de ahí a dar sentido a manifestaciones “patrióticas” en defensa de la unidad de España hay un abismo. La dispersa derecha -que no es lo mismo que fraccionada- no sabe ya que hacer, y acude al tremendismo, a la demagogia populista y a eslóganes como el de “acudamos a Colón para salvar a España”, un estilo que yo, en mi optimismo, creía completamente desterrado de nuestras fronteras. Un planteamiento “guerracivilista”, permítaseme la expresión en sentido figurado. Porque la derecha española ha pasado de ser muy conservadora, como lo ha sido siempre, a extremadamente reaccionaria, como lo es en estos momentos.

Ahora que el gobierno ha anunciado que las conversaciones con la Generalitat se han interrumpido porque no está dispuesto, como nunca estuvo, a transigir con el referéndum de autodeterminación ni con otras pretensiones anticonstitucionales que reclaman los independemtistas, me gustaría saber qué van a decir los ultramontanos. Pero estoy seguro de que digan lo que digan no me sorprenderé, porque ya estoy curado de espantos.

6 de febrero de 2019

Carta abierta a don Pablo Casado

Muy señor mío:

me dirijo a usted para explicarle que, en mi modesta opinión, se está equivocando con la estrategia que ha elegido para ejercer la acción opositora. No voy a darle consejos, porque ni me los iba a aceptar ni creo que los necesite, ya que cuenta con un gabinete de asesores de renombre –como el señor García Egea, campeón de lanzamiento de hueso de oliva en 2008 entre otros méritos-, pero sí mi punto de vista, el de un demócrata que entiende que la crítica política es legítima, pero no el insulto rabalero ni la falta de rigor.

Está en su perfecto derecho –hasta ahí podíamos llegar- en sacar a relucir cuantos defectos quiera de la política que lleva a cabo el presidente del gobierno. Al fin y al cabo desde el último congreso del PP ejerce usted el liderazgo de un partido conservador, cada vez más alejado de la línea progresista que marca el rumbo del gobierno actual, y no puede sorprenderme que sus puntos de vista discrepen. Por tanto no seré yo quien ponga pegas a su contestación política, porque, entre otras cosas, entiendo que sus seguidores no se lo admitirían. Pero en lo que no puedo estar de acuerdo es en esa mezcla de mentiras de bulto y de tergiversaciones de la realidad que utiliza para desgastar la labor gubernamental. Se le ve tanto el plumero de la falsedad, que hasta sus más fieles defensores, aunque lo aplaudan a veces, en no pocas ocasiones se quedan perplejos ante su osadía.

Yo comprendo que cuenta con pocas armas políticas para desgastar al gobierno, porque la prudencia y contención con la que Pedro Sánchez está llevando a cabo su política le deja poco margen. Pero eso no justifica que recurra usted a la demagogia populista y a la falta de rigor con las que adorna continuamente sus proclamas. Lo que dice es tan exagerado, tan falto de coherencia, que da la sensación de que estuviera a la defensiva de los posibles ataques que le pudieran llegar. Al fin y al cabo no en vano ha sido usted partícipe, en su calidad de miembro de la cúpula del PP, de los manejos del gobierno anterior, y todos sabemos las causas que motivaron la moción de censura al señor Rajoy.

Las encuestas no le están yendo demasiado bien. Supongo que las causas son varias, pero no le quite importancia a una de ellas, el estilo que está utilizando. A los ciudadanos no les gustan las malas formas ni mucho menos la reiteración del insulto canalla. El español es un pueblo maduro, que sabe distinguir muy bien la crítica política del tremendismo surrealista, que no confunde la discrepancia con la pelea barriobajera. Yo le recomendaría, aunque ya le he dicho al principio que sé muy bien que no me hará caso, que se acordara de lo que le enseñaron los Hermanos Maristas de su ciudad natal. Haga caso a sus recomendaciones de entonces, por lo menos en lo que se refiere a la educación ciudadana.

Supongo también que su deriva hacia posiciones ultraderechistas le esté pasando factura, porque le flanquean dos compañeros de viaje muy peligrosos para sus intereses. Alguno de sus antiguos votantes le recriminará ese viaje hacia la extrema derecha que ha emprendido desde el principio de sus labores al frente del partido y mirará hacia Ciudadanos, algo más edulcorado; y otros, por el contrario, lo harán hacia Vox, pensando que al fin y al cabo qué más da uno que otro.

De todas formas, le deseo mucha suerte en lo personal.

Atentamente

3 de febrero de 2019

La encrucijada de Venezuela

Si algo tengo claro a estas alturas de la película respecto a la situación por la que atraviesa Venezuela, es que Maduro no debe seguir ni un día más al frente de los destinos de aquel país sin pasar primero por el filtro de unas elecciones limpias y transparentes. Después podría hacer otras consideraciones –y de hecho las haré a continuación-, pero ninguna de ellas tiene la suficiente contundencia para anular a la primera. El heredero de Hugo Chávez ha demostrado a lo largo del tiempo que ni está capacitado para resolver los problemas del pueblo venezolano ni dispuesto a someterse al juego limpio de las urnas. Hay que exigirle por tanto que se eche a un lado inmediatamente y dé paso a un sistema democrático.

No voy a negar que EEUU esté al frente de la maniobra de acoso y derribo de la llamada revolución bolivariana, ni que la razón que guía su intervención no sea precisamente el bienestar del pueblo venezolano. Un conglomerado de intereses económicos, por un lado, y un conjunto de consideraciones geoestratégicas, por otro, llevan tiempo agudizando el instinto intervencionista de Washington, siempre dispuesto a practicar la doctrina Monroe, América  para los americanos. Por eso Europa -y España con ella, pero no sin ella como parece demandarle al gobierno español la desnortada derecha de nuestro país-, debe buscar soluciones que de verdad acaben con la angustiosa situación de aquel pueblo, sin que el oportunismo permita que el pretexto sirva para convertir a Venezuela en otro coto cerrado de la ultraderecha internacional, del capitalismo incontrolado.

Europa, lamentablemente, carece de una política exterior unificada que sea capaz de proponer soluciones eficaces; y siento decirlo porque me considero un europeísta convencido. Pero, en cualquier caso, tiene suficiente peso en el ámbito internacional para contribuir, aunque sólo sea desde la presión diplomática, a lograr que la salida de la crisis sea pacífica y ordenada, sin intervenciones militares que pongan en peligro vidas humanas, sin invasiones militares que provoquen un derramamiento de sangre.

Me cuesta creer que todavía haya voces en la izquierda radical que defiendan la tiranía populista de Nicolás Maduro, aunque justifiquen que lo hacen para poner freno al intervencionismo norteamericano. Si las cosas se hubieran hecho bien desde el principio, si no se le hubiera dado cancha a una dictadura populista, quizá ahora estuviéramos hablando de una situación completamente distinta. Pero desgraciadamente sigue habiendo quien confunde progresismo con populismo anticapitalista, que no distingue el culo de las témporas. Ser de izquierdas nunca ha sido patente de corso para defender dictaduras, sino todo lo contrario.

Ahora es tarde y ya no hay quien detenga el proceso. Más de dos millones de emigrados por razones económicas, una inflación galopante y un desabastecimiento que pone a las clases más humildes al borde de la inanición no permiten más retrasos. Justo lo que los enemigos de la revolución bolivariana estaban esperando, que la situación se conviertiera en insostenible y así contar con un pretexto para hacerse con el control del país.¡Cuándo aprenderán algunos!