Si algo tengo claro a estas alturas de la película respecto a la situación por la que atraviesa Venezuela, es que Maduro no debe seguir ni un día más al frente de los destinos de aquel país sin pasar primero por el filtro de unas elecciones limpias y transparentes. Después podría hacer otras consideraciones –y de hecho las haré a continuación-, pero ninguna de ellas tiene la suficiente contundencia para anular a la primera. El heredero de Hugo Chávez ha demostrado a lo largo del tiempo que ni está capacitado para resolver los problemas del pueblo venezolano ni dispuesto a someterse al juego limpio de las urnas. Hay que exigirle por tanto que se eche a un lado inmediatamente y dé paso a un sistema democrático.
No voy a negar que EEUU esté al frente de la maniobra de acoso y derribo de la llamada revolución bolivariana, ni que la razón que guía su intervención no sea precisamente el bienestar del pueblo venezolano. Un conglomerado de intereses económicos, por un lado, y un conjunto de consideraciones geoestratégicas, por otro, llevan tiempo agudizando el instinto intervencionista de Washington, siempre dispuesto a practicar la doctrina Monroe, América para los americanos. Por eso Europa -y España con ella, pero no sin ella como parece demandarle al gobierno español la desnortada derecha de nuestro país-, debe buscar soluciones que de verdad acaben con la angustiosa situación de aquel pueblo, sin que el oportunismo permita que el pretexto sirva para convertir a Venezuela en otro coto cerrado de la ultraderecha internacional, del capitalismo incontrolado.
Europa, lamentablemente, carece de una política exterior unificada que sea capaz de proponer soluciones eficaces; y siento decirlo porque me considero un europeísta convencido. Pero, en cualquier caso, tiene suficiente peso en el ámbito internacional para contribuir, aunque sólo sea desde la presión diplomática, a lograr que la salida de la crisis sea pacífica y ordenada, sin intervenciones militares que pongan en peligro vidas humanas, sin invasiones militares que provoquen un derramamiento de sangre.
Me cuesta creer que todavía haya voces en la izquierda radical que defiendan la tiranía populista de Nicolás Maduro, aunque justifiquen que lo hacen para poner freno al intervencionismo norteamericano. Si las cosas se hubieran hecho bien desde el principio, si no se le hubiera dado cancha a una dictadura populista, quizá ahora estuviéramos hablando de una situación completamente distinta. Pero desgraciadamente sigue habiendo quien confunde progresismo con populismo anticapitalista, que no distingue el culo de las témporas. Ser de izquierdas nunca ha sido patente de corso para defender dictaduras, sino todo lo contrario.
Ahora es tarde y ya no hay quien detenga el proceso. Más de dos millones de emigrados por razones económicas, una inflación galopante y un desabastecimiento que pone a las clases más humildes al borde de la inanición no permiten más retrasos. Justo lo que los enemigos de la revolución bolivariana estaban esperando, que la situación se conviertiera en insostenible y así contar con un pretexto para hacerse con el control del país.¡Cuándo aprenderán algunos!
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