26 de febrero de 2021

¿Cambio de sede o de titular?

Lo voy a decir de entrada: aunque no comparta la ideología que representa el PP, siempre he considerado que se trata de un gran partido político, con el que se identifican amplios sectores de la sociedad española. Su adscripción al centro derecha le ha permitido gobernar en varias ocasiones, con mayoría absoluta o con apoyos. Ha sido y podría volver a ser en algún momento un partido de gobierno. En un país como el nuestro, el correcto funcionamiento da la democracia necesita que existan partidos como el popular.

Sin embargo, lleva un tiempo dando preocupantes tumbos. Los escándalos de corrupción lo han marcado de tal forma que no sabe cómo quitarse los estigmas de encima. Puede que algunos digan que el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, y nos les faltaría razón.  Lo que sucede es que en el caso de los populares las irregularidades económicas han sido tantas y de tal envergadura, que han llegado a constituir un modus operandi muy frecuente entre sus dirigentes. El congreso del PP que nombró a Pablo Casado presidente creyó que con un simple cambio de ejecutiva todo se arreglaría, ignorando que el problema era institucional, pero sobre todo que todavía quedaba una gran parte de los trapicheos de la época anterior sin salir a la luz o, lo que es peor, tapados. Un error que los llevó a considerar que con un ligero maquillaje cambiarían de aspecto.

Por si esto no fuera suficiente, la aparición del populismo de Vox ha mellado la base electoral del PP, a la que ya había debilitado la aparición de Ciudadanos. Sin embargo, los nuevos dirigentes, en vez de reafirmarse en posiciones de centro derecha y marcar las diferencias con la extrema derecha, han intentado combatir la perdida de electores imitando la radicalidad de Santiago Abascal. Ni siquiera el duro ataque parlamentario que Pablo Casado le espetó al líder populista durante el grotesco voto de censura a Pedro Sánchez le sirvió de algo, porque su imagen bronca y malencarada ya estaba demasiado comprometida.

Desde entonces, quizá porque ya hubieran cruzado el Rubicón, el presidente del PP, su secretario general y su portavoz parlamentaria han ido incrementando el tono de radicalidad hasta rayar en el surrealismo. En vez de ejercer una oposición basada en contenidos políticos, en críticas razonadas, se dedican un día sí y otro también a atacar los aspectos anecdóticos de la gestión del gobierno de coalición, a veces incluso rozando el esperpento. El otro día, Pedro Sánchez le preguntó a Pablo Casado en el Congreso de los Diputados, en tono irónico y con la sonrisa en la boca, que quién le susurraba los consejos al oído. No daba crédito a tanto disparate “parlamentario”, a tanta falta de concreción, a tanto ruido inútil.

Yo, sin perjuicio de mi adscripción progresista, lamento lo que le está sucediendo al Partido Popular. Su actual ejecutiva, formada por bisoños muy poco avezados en los complicados mecanismos de la política real y por algunos históricos, a los que se les adivina  su compromiso con otras épocas, están destrozando el partido que durante estos años ha representado el sentimiento conservador de un gran sector de la sociedad española. La alternancia podía tener sus defectos, no lo voy a negar, pero permitía que una amplia franja de españoles, de mentalidad moderada y no comprometidos con ninguno de los extremos, otorgaran su confianza a uno u otro de los dos grandes partidos. La fragmentación actual ha permitido que los extremismos y los oportunismos se cuelen de rondón.

El PP no necesita un cambio de sede social como ha propuesto Pablo Casado. La cirugía que requiere es mucho más incisiva y determinante. Es preciso que cambie de ejecutiva. En situaciones de gravedad no sirven de nada las cataplasmas ni los paños calientes. Si no lo hace pronto, Vox lo dejará fuera de combate o, al menos, muy debilitado. Y entonces, como dicen los castizos, apaga y vámonos.

22 de febrero de 2021

Los tocapelotas

Reconozco que el título que he escogido para este artículo resulta algo chabacano, vulgar en cierto modo e incluso un pelín grosero. Pero es que no se me ocurre a bote pronto otro adjetivo mejor para calificar a los que, pudiendo alcanzar sus pretensiones por los cauces que aconsejan la prudencia y la inteligencia política, se dedican a insistir una y otra vez en temas polémicos, convencidos de que así consiguen mayor  beneficio. Por cierto, es un apelativo que aplico cariñosamente de vez en vez a algunos de mis amigos, cuando su insistencia en algún asunto manido me resulta chocante por repetitivo. Por tanto, que nadie lo tome aquí como un insulto. Nada más lejos de mi intención.

Pablo Iglesias lleva una temporada en una actitud de refunfuño constante que llama la atención. A mí me da la sensación de que no ha entendido el objetivo de la alianza estratégica que firmó en su día con el PSOE, a bombo y platillo, por cierto, para que no faltara lucimiento alguno. Yo entonces opiné aquí que este pacto podría funcionar, siempre y cuando Unidas Podemos entendiera las reglas del juego no escritas necesarias para que la unión de dos partidos tan dispares funcione. Daba también por hecho que la inteligencia dominaría los impulsos, porque los antecedentes de las relaciones entre las dos formaciones no avalaban el éxito de un acuerdo tan cogido con pinzas como es éste.

He oído la opinión de algunos politólogos que sostienen que, a pesar de los pesares, la sangre de la desavenencia entre los dos partidos no llegará al río, y yo comparto este análisis siempre que se refiera a la actual legislatura. La ruptura de un gobierno de coalición como el actual sería un desastre de proporciones tan mayúsculas para la izquierda, que tardaría mucho tiempo en recuperar la credibilidad ante muchos de sus votantes. Los números obligan a las dos partes a mantener la alianza a toda costa, porque sus rivales nadan en círculo a su alrededor como los tiburones alrededor de las balsas de los náufragos o como vuelan los buitres sobre los animales moribundos. Porque sucede que estas desavenencias o, dicho de otra forma, esta manera de exteriorizar los desacuerdos, alimentan las expectativas de los partidos de la derecha, no a corto plazo, pero sí a medio y largo. Arañan la imagen de la izquierda y pone en tela de juicio su capacidad de gobierno.

Le oí decir el otro día a Miguel Sebastián, exministro de Rodríguez Zapatero, que en su opinión las dos partes que forman el gobierno creen sacar provecho de estos enfrentamientos. Unidas Podemos, porque realza ante la opinión pública su "progresismo inquebrantable”, y el PSOE al transmitir por contraste una imagen de moderación y de partido de gobierno. Sin embargo, y en mi opinión, aunque el rédito que obtienen los socialistas pueda tener algunos tintes positivos, no estoy tan seguro de que no les esté perjudicando, porque la oposición se encarga de culpar de las salidas de tono de Pablo Iglesias a Pedro Sánchez. En cuanto al líder de Podemos, no tengo ninguna duda de que, habiendo estado en sus manos la oportunidad de demostrar ante la opinión pública que posee mimbres de estadista, ha perdido la ocasión en beneficio de una imagen de activista callejero y de político antisistema.

No es bueno lo que está pasando, al menos desde la óptica de la izquierda. Una vez más surgen las discrepancias, al parecer irreconciliables, entre mentalidades de corte filocomunista y el socialismo democrático. Es una vieja historia que desde siempre ha perjudicado el avance del progreso social. Mientras que aquellos pretenden conquistar los cielos sociales por la vía rápida, la socialdemocracia sabe muy bien que los caminos que conducen a las reformas profundas son tremendamente tortuosos. Es la utopía versus el realismo político, el avance social continuado frente a los frenazos y retrocesos.

La vida política es muy larga y continuada, de manera que en cuanto queramos darnos cuenta se habrá acabado la legislatura y volveremos a las urnas. Será entonces cuando surgirán las consecuencias de lo que está sucediendo, porque tantos dimes y diretes y tanta salida del guion de la moderación de los tocapelotas pasarán factura a los dos partidos que ahora gobiernan. A unos por haber provocado con sus constantes desavenencias un clima de inestabilidad política que a nadie gusta y a los otros por haberlo permitido. Los errores se terminan pagando.

18 de febrero de 2021

Impresiones a vuelapluma. Elecciones catalanas

Creo que los resultados de las elecciones autonómicas catalanas merecen una reflexión. Hay asuntos que no requieren demasiada meditación, quizá porque ya se haya pensado en ellos muchas veces. Por eso, y por la rapidez con la que me he puesto a escribir estas impresiones, las califico de a vuelapluma.

La primera conclusión que me sugiere el nuevo reparto de escaños en el “parlament” es que, al menos en un aspecto, las cosas han cambiado con respecto a la situación anterior. Un partido, el PSC, con solera y arraigo en Cataluña, sin sospechas de ser independentista, pero al mismo tiempo catalanista en el exacto sentido de la palabra, ha quedado el primero. No tiene suficiente mayoría para hacerse con la presidencia de la autonomía, pero unos y otros tendrán que contar a partir de ahora con los socialistas. A ERC no le resultará fácil oponerse a las medidas de tipo social que le reclame el PSC, porque sus bases no lo admitirían. Si Pere Aragonès llega a gobernar con Junts, que representa la derecha neoliberal en Cataluña, se va a encontrar a lo largo de la legislatura, un día sí y otro también, con la “crítica constructiva” de Illa, que los acusará de no cumplir con su programa y de seguir las directrices conservadoras que les marcan los de “Waterloo”.

Mi segunda conclusión procede del hecho de que el reparto de fuerzas entre independentistas y no independentistas se mantiene con terquedad en torno al fifty-fifty, punto arriba punto abajo. La división es estructural y no creo que vaya a variar a corto plazo, a no ser que algún factor externo modifique la situación de estancamiento. En mi opinión, ya lo he dicho en más de una ocasión, este factor tiene que proceder del diálogo. Hay que sentarse y negociar  hasta que las bocas se queden secas y las voces roncas. Quizá así pueda llegarse a algún punto de encuentro aceptable. De otra manera, el problema se enquistará, con el consiguiente perjuicio para los intereses de España en general y de Cataluña en particular. La sensatez obliga a las dos partes a llegar a acuerdos con urgencia.

La tercera reflexión procede de algo que lleva sucediendo hace meses en la política española, la división continuada del voto de la derecha, sin tendencia fija. El PP ha sufrido un nuevo varapalo, esta vez mostrando su debilidad frente a Vox, que en Cataluña lo ha superado y en el resto de España le sigue los pasos a corta distancia. Los señores Casado y García Egea deberían reflexionar sobre la estrategia que han elegido, porque está claro que les está perjudicando. Sin embargo, parece que no estén dispuestos a modificar el rumbo, como demostraría el mensaje de que “lo de Cataluña no es extrapolable al resto de España" y con la acusación a los socialistas de ser los causantes de que el independentismo haya crecido. Sin comentarios.

Ciudadanos -estaba cantado- se ha desvanecido. No han sabido ejercer de oposición en Cataluña, porque su único mensaje era “independencia no”. Y en política cuando se está en la oposición hay que manejar los hilos con habilidad y no encerrarse en callejones sin salida. Rivera se dio cuenta de su fracaso y dejó la política, pero no parece que Arrimadas vaya a imitar en esto a su antiguo mentor.

Los “comunes”, la marca Podemos catalana, no se ha movido. Ese estancamiento también debería hacerle pensar a algunos de sus líderes en Madrid la estrategia que están siguiendo. Hay asuntos en los que no puede uno moverse en la ambigüedad. A cuento de qué viene cuestionar la calidad democrática de España y qué tripa se les ha roto cuando hablan de presos políticos en nuestro país. Los errores se pagan.

Hoy no voy a hacer conjeturas sobre cómo quedará el próximo gobierno catalán, porque no serían más que especulaciones sin fundamento y hoy no toca. Pero sí diré algo que me ronda por la cabeza: en política valen de muy poco las declaraciones que se hacen en periodos electorales o durante el transcurso de las negociaciones. Por eso, no doy por descartado que pueda haber sorpresas. Pronto lo sabremos.