Aunque también mencionaba las posibles dificultades que pudieran surgir en la distribución de las vacunas, no quise entrar entonces en las procedentes de la propia industria farmacéutica, dando por hecho que su capacidad de fabricación y el cumplimiento de los contratos firmados cubriría la demanda. Pero, como se está viendo estos días, lamentablemente están apareciendo muchos problemas para abastecer al mercado. Puede ser, prefiero pensar así, que no sean más que desajustes circunstanciales y que en poco tiempo se logre el ritmo previsto.
De lo que no hablaba en aquel artículo era de la picaresca ramplona que pudiera sobrevenir, porque, guiado por mi cándida ingenuidad, ni por asomo se me había ocurrido pensar que, en un asunto tan delicado como éste, algunos pudieran utilizar el privilegio de su rango para “colarse” descaradamente en el orden establecido, algunos incluso convencidos de que lo hacen en beneficio de la sociedad. Como dice El cantar del mío Cid, “cosas veredes Cid, que farán hablar las piedras”. O, como repiten algunos ahora con simpático desparpajo, tienen un morro que se lo pisan. De esta astucia fraudulenta no se libran ni paisanos ni militares ni curas, casi todos ellos de alta categoría, precisamente los que por su visibilidad en la sociedad están obligados a dar ejemplo. Como los capitanes de los barcos en los naufragios, deberían ser los últimos en abandonarlos.
Después de haber pasado casi dos meses desde que se iniciara la campaña de vacunación, nadie sabe quiénes serán los siguientes en vacunarse. Circulan declaraciones de intención, calendarios con más propósito de propaganda política que de rigor, pero no un plan de prioridades o preferencias perfectamente definido. A estas alturas debería existir un listado en el que cada uno de los ciudadanos españoles tuviéramos nuestro correspondiente número. De esa manera todo resultaría más fácil. Pero hacer las cosas como propongo compromete demasiado a los responsables, que parecen estar más cómodos nadando en la ambigüedad.
En cuanto a las “dosis sobrantes”, el plan de vacunación debería haber previsto que era algo que se podría producir con alguna frecuencia. Para ese problema existen soluciones fáciles, como contar con la presencia de algunos “suplentes” en cada sesión. Lo peor que les podría suceder a éstos sería que tuvieran que volver al día siguiente, si en ese momento no hubiera sobrado ninguna.
Yo he llamado a mi centro de salud y allí nadie sabía nada. Ni tienen listas, ni instrucciones ni nada que suponga un mínimo de planificación. Ante mi pregunta de a mí cuándo me tocará, la amable señorita de atención al paciente me ha contestado que tranquilo, que va para largo. Eso sí, que no me preocupe, porque tarde o temprano me llegará el turno. Al fin y al cabo tengo un número de la seguridad social que me acredita como beneficiario de los servicios sanitarios del Estado. Dios aprieta, pero no ahoga.
La situación es tan esperpéntica, que resulta difícil encontrar un calificativo para describirla, a no ser que queramos acudir a expresiones malsonantes. De éstas se me ocurren varias.
Sólo puedo añadir a tu escrito: “typical spanich “
ResponderEliminarPara llorar
Un saludo
Conchi
Y siguen dándose casos. No hay vergüenza.
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