29 de febrero de 2020

Valiente o temerario

Desde que Pedro Sánchez saltó a la primera línea de la política española, pensé que si algo lo caracterizaba era la valentía. Llamo valentía a lo que otros llamarán osadía o irresponsabilidad, porque en esto de los gustos hay mucha variedad.  Pero, en mi opinión, si por valiente se entiende hacer frente a los problemas sin temor a las dificultades y con determinación, qué duda cabe de que con la puesta en marcha de la mesa de diálogo con la Generalitat está demostrando que no hay complejidad que lo arredre.

Lo que sucede es que no basta con ser valiente, se necesita además tener éxito en lo que se emprende. El fracaso convierte la valentía en temeridad, es decir transforma la virtud en defecto. Por eso, si las negociaciones con los independentistas catalanes se torcieran, la oposición aumentaría aún más, si cabe, el redoble de los tambores de guerra y la opinión pública culparía al gobierno de haberlo intentado sabiendo que no había nada que hacer. Porque en un asunto como éste no cabe término medio: o se triunfa o se fracasa.

Es evidente que esto lo sabe el gobierno. Sin embargo no ha dudado en ningún momento en llevar adelante una política de negociación, convencido de que en el conflicto catalán no hay otra salida que el acuerdo político, una vez que ha quedado demostrado que las políticas de mano dura para lo único que sirven es para aumentar el número de independentistas, para nutrir las filas de la sedición y, por tanto, para hacer cada vez más difícil encontrar una solución. Ahora sólo cabe poner las cartas boca arriba, decirse unos a otros a la cara hasta dónde están dispuestos a llegar y tratar de encontrar un punto de encuentro que, suponiendo que llegue, nunca satisfará del todo a ninguna de las dos partes. Pero esto último es una de las características de los acuerdos pactados.

No va a ser fácil, porque las posiciones de partida están muy alejadas. Pero que sea difícil no significa que sea imposible.  Es más, si se consiguiera un acuerdo pactado, creo que todos saldríamos ganando, los españoles en general y los catalanes -independentistas o no- en particular. España no correría el peligro de vivir constantemente bajo la desestabilizadora amenaza de la escisión y Cataluña podría quitarse de encima la obsesión separatista y volcar sus energías en mejorar la vida de los catalanes.

Yo no he visto nada en la puesta en marcha de la mesa de negociación que pueda tacharse de anticonstitucional. No lo he visto hasta ahora y espero no verlo nunca. El gobierno ha dejado claro, como premisa indiscutible, que todo aquello que se pacte estará dentro de la legalidad. Eso no significa que no surjan propuestas de modificaciones de la Constitución. Pero si se hicieran estarían amparadas por las leyes, porque no hay otra manera de hacerlo. España es un Estado de derecho y nadie puede saltárselas.

El tiempo nos dirá si Pedro Sánchez ha sido valiente o temerario. Si acierta habrá logrado un éxito de enorme trascendencia. Si fracasa, todos lo sabemos, habrá puesto en peligro su futuro político.

23 de febrero de 2020

Senderismo urbano

Si algunos llaman termalismo social a "tomar las aguas" durante unos días en un balneario de la mano del IMSERSO o bajo la subvención de alguna dadivosa Comunidad Autónoma, creo que estoy en mi perfecto derecho a referirme como senderismo urbano al sano ejercicio de vagabundear por las calles de cualquier ciudad del mundo. Son dos expresiones eufemísticas que me parecen originales y ocurrentes. Quizá la primera más que la segunda, porque, según me han dicho, lo que se oculta bajo ese nombre empieza con un reconocimiento médico que deje al descubierto el estado de las constantes vitales del huésped, continúa con la entrega de un albornoz que se convertirá en algunos momentos del día en la vestimenta del alojado durante el tiempo que dure su estancia y se desarrolla practicando cuantas actividades termales dispongan los monitores de turno. Sí, decididamente, termalismo social es una expresión bastante más original y ocurrente que senderismo urbano.

Creo que de mis paseos por Madrid he hablado en este blog en varias ocasiones -¡qué no habré contado ya después de tanto rollo que se me ocurre traer aquí!-, una actividad que no me cansa porque siempre descubro algo nuevo, a pesar de que resido en esta ciudad desde hace más de sesenta años. Hace unos dís me fui a dar un garbeo –paseo sin plan prefijado como dice la Academia- por las obras de la calle de Bailén, donde han aparecido los restos de una parte del palacio que algunos llaman de Godoy. Digo llaman, porque en realidad se trata del de Grimaldi, un suntuoso edificio diseñado por Sabatini y construido en la época de Carlos III como residencia de los secretarios de Estado, cuya titularidad ostentaba entonces el último de los mencionados. En 1932, durante la República, se derribó una parte del edificio original para ensanchar la calle que en estos momentos está en obras; y ahora, al remover la tierra, han aparecido vestigios de lo que entonces quedó oculto bajo el asfalto.

En esto de las remodelaciones de las ciudades tengo el alma dividida. Por un lado me disgusta que las sucesivas obras que se van haciendo a lo largo del tiempo desdibujen la antigua  fisonomía urbana, porque me produce la sensación de que se estuvieran destruyendo testimonios de la Historia, o al menos uno de los más reconocibles como es el urbanismo. Pero, por otro, creo que la sociedad requiere ir adaptando los lugares que habita a las nuevas necesidades, acercando cada vez más la calle al viandante y haciendo las poblaciones más habitables.

Las obras de Bailén responden a este último propósito, porque se inscriben dentro de una remodelación total de los alrededores de la plaza de España. Cuando el proyecto esté terminado, quedará un espacio abierto sin solución de continuidad desde la  plaza de Oriente, que además incluirá  el templo de Debod y el parque que se extiende a su alrededor, la Cuesta de San Vicente y los jardines de Sabatini. Y todo ello sin tráfico en la superficie, ajardinado en su totalidad y acondicionado para que los paseantes puedan disfrutar de su entorno.

Por eso sentí curiosidad y fui a contemplar las obras o, mejor dicho, lo que queda de aquel ala del palacio de Grimaldi. En estos momentos los trabajos están paralizados a la espera del dictamen de los expertos sobre la viabilidad de mantener los restos para el disfrute de los ciudadanos, ruinas que permanecerían entre los jardines que estaban previstos en la superficie. Parece ser que los sótanos han aparecido prácticamente en su estado original, lo que significa que también podrían visitarse. De esa manera, aunque inicialmente no estuviera en los planes urbanísticos, se conseguiría  mantener “vivo” un testimonio del pasado de la ciudad, sin renunciar a embellecer Madrid y ponerlo más al alcance de sus moradores y visitantes.

Mi alma, en este caso, ya no estaría dividida.

19 de febrero de 2020

¿Extrema pobreza o leyenda negra?

Llevado por la curiosidad, he indagado en el contenido de las declaraciones de Philip Alston, -el relator especial de la ONU para la extrema pobreza y los derechos humanos- que se han publicado en los medios de comunicación. Las noticias que me llegaban habían encendido mis alarmas, porque traslucían unas impresiones demoledoras sobre el panorama que el alto funcionario había observado entre nosotros durante su visita oficial a España. De manera que he querido comprobar hasta qué punto lo que se decía en sus informes era cierto o por el contrario exageraciones periodísticas. Y la conclusión que he sacado es que, como me temía, sus impresiones dejan poco resquicio para escurrir el bulto, a no ser que se tenga  alma de cántaro, que ya sabemos que son vasijas que están huecas.

Pero, a pesar de que sus opiniones supongan una crítica perfectamente documentada y absolutamente cierta de la situación de abandono que padecen amplios sectores de nuestra sociedad, tengo la impresión de que aquí, ni en el gobierno ni en la oposición, se esté prestando demasiada atención a sus denuncias. Parece ser que el informe oficial verá la luz en junio de este año y quizá por tanto en ese momento sebremos algo más. Pero mientras tanto, y en base a la información disponible, no quiero dejar de dar mi opinión.

El comentario de Alston que más me ha llamado la atención es aquel en el que asegura que ha visitado lugares que muchos españoles no reconocerían como parte de su país, bolsas de extrema pobreza cuyos moradores se siente totalmente abandonados, sin luz, sin alcantarillado, sin las mínimas condiciones de salubridad que deben exigirse en una sociedad avanzada como la nuestra. Denuncia que, siendo España un país rico, existen barrios pobres en condiciones peores que las que se dan en un campamento de refugiados. Y añade que cuando visitaba España como turista se encontraba con un país rico culturalmente, diverso y próspero, mientras que como relator de la pobreza, y por tanto yendo más allá de lo que se ve a simple vista, ha descubierto un porcentaje inusual de población que vive al límite y tiene dificultades para sobrevivir.

El señor Alston asegura que en España, entre 2007 y 2017, el 1% más rico incrementó su riqueza en un 24%, mientras que el 90% en menos del 2%. Lo que significa que no sólo hay una escandalosa desigualdad, sino que además la brecha entre pobres y ricos se va haciendo cada vez mayor. Además, siempre según Alston, la presión fiscal ha descendido en un 5%, de manera que las políticas llevadas a cabo por el gobierno anterior en materia fiscal han disminuido sensiblemente la capacidad de recaudación para fines sociales.

Ya sé que cuando no se quieren ver las cosas como son ni siquiera un informe como éste, procedente de tan alta instancia y carente por completo de visión partidista, se tiene en cuenta. Las verdades hieren y para algunos cuanto menos se airee esta insultante realidad mejor. Solucionar una situación tan injusta requiere políticas agresivas y serán muchos los que piensen que no está el panorama político español como para tomar medidas que aún tensionen más. Pero la realidad es que este gobierno ha llegado amparado por los que han creído en la promesa de mejorar las condiciones sociales del país y si no aborda decididamente la desigualdad que se ha instalado en nuestra sociedad fracasará por completo.  Perderá credibilidad y como consecuencia parte de los votos que lo sustentan.

14 de febrero de 2020

Chufla, chufla, como no te apartes tú

Me he acordado muchas veces de aquella secuencia de la película de Florián Rey, Nobleza Baturra (1935), que por primera vez vi cuando ni siquiera había cumplido los diez años. Un baturro a lomos de un asno cabalgaba por las vías del tren y, aunque oía los silbidos desesperados del maquinista para que se apartara,  no estaba dispuesto a echarse a un lado. Hasta ahí podíamos llegar, pensaría.

Aquel cuento me recuerda ahora a la tozudez con la que el gobierno actual está afrontando la legislatura. Digo tozudez, para mantener en lo  que voy a exponer a continuación un cierto paralelismo con la anécdota del maño, pero en realidad debería decir tenacidad. Sí, porque no se está arredrando ni un ápice ante los incesantes silbidos que le lanzan los maquinistas de las tres derechas y mira que es difícil mantener la calma en medio de la insistente algarabía que, aunque basada en supuestos no demostrables, resulta más molesta que una mosca cojonera. Y lo peor está por llegar, porque a medida que se avance en la aprobación de las leyes que figuran en su programa, los ataques cada vez serán más fuertes, más virulentos y más mordaces.

En la película que cito arriba, el baturro al final cede y se aparta de las vías. Una cosa es mantener el tipo y otra suicidarse. Yo espero que el gobierno en esto no se parezca al protagonista de nuestro cuento, porque está en la obligación de seguir cabalgando aunque ladren, ya que, como cuenta El cantar del mío Cid, precisamente por eso ladran. Otra cosa es que deba hacerlo con mesura, agilidad de cintura política y sentido de la oportunidad, porque ya se sabe que por la boca muere el pez. O los peces, porque en este caso hay dos bocas. Pero si la prudencia política acompaña a la clara decisión de mejorar las condiciones sociales de los españoles y la calidad democrática del país, el gobierno no tendrá por qué apartarse del camino elegido, chufle quien chufle.

En la oposición hay inquietud, que duda cabe. Digo yo que será porque no les gusta el panorama que se les avecina a corto plazo. Como no está en sus manos evitar que se aprueben leyes de carácter social, porque al fin y al cabo la mayoría de los españoles, sean del color que sean,  las respalda, se dedica a atacar por los flancos de la anécdota cuando no del esperpento. El otro día le oí exclamar a una diputada del PP que la ley de la eutanasia tenía como objetivo ahorrar costes a expensas de la vida de los españoles, mientras se quedaba tan ancha respaldada por los aplausos de la bancada conservadora. ¿Qué anidará en la mente de esta ilustre representante del pueblo español para expresar en sede parlamentaria tamaña majadería? En cuanto a la historia interminable de la caza y captura del ministro Ábalos, lo que la oposición está haciendo deja claro que, al no encontrar por dónde atacar al gobierno con argumentos políticos, lo intentan sin ningún pudor en un asunto que tiene más de rocambolesca maniobra de improvisación ante circunstancias inesperadas que de maquinación política. Pero qué más da, pensarán, son oposición y algo tienen que decir.

Había un chiste, también baturro, que contaba que una maña le preguntaba a su marido todas las mañanas cuando éste salía a trabajar al campo: ¿y ésta noche cuando vuelvas de trabajar con qué ropa quieres que te reciba? A lo que el otro le contestaba: “ti” pongas lo que “ti” pongas, "te va a traer lo mismo”. Aquel hombre tenía las ideas muy claras.

Hay que ver lo que dan de sí los chascarrillos que se cuentan en  mi tierra.

10 de febrero de 2020

Amistad, divino tesoro

Nacemos hijos de nuestros padres, nietos de nuestros abuelos y hermanos de nuestros hermanos, pero no amigos de nuestros amigos. La amistad es algo que nace por casualidad, se consolida a través del tiempo y perdura o no en función de infinidad de variables, algunas incontrolables y otras determinadas por la voluntad de quienes la ostentan. Hacerse amigo de alguien es un curioso fenómeno, donde influye, entre otras muchas cosas, la afinidad de gustos, aunque no necesariamente tengan que ser idénticos. Las amistades infantiles y las juveniles tiene la gran ventaja de que como se traban durante la época del desarrollo de la personalidad, los caracteres de los amigos se van formando al unísono, en una constante interacción en la que no se sabe quién influye en quién. Después, si estas amistades de los primeros años de la existencia se mantienen a lo largo del tiempo, es muy posible que sean para siempre. Lo que sucede es que, al cambiar las circunstancias personales con la edad, suelen ser efímeras.

Pero no todas las amistades nacen a esa edad. Otras aparecen durante la edad adulta, entre personas que no compartieron la etapa de formación, cuando las mentalidades de los amigos ya están totalmente desarrolladas. En estos casos, las amistades se fraguan previa observación del otro, de manera más o menos consciente, pero en cualquier caso a la sombra del azar de las circunstancias. Si existen suficientes coincidencias de caracter se va adelante con la nueva relación de amistad y si no se deja a un lado. En este último caso, no hablamos de amigos sino de compañero de trabajo, de afición o de tantas otras variantes. Son aquellos a los que denominamos conocidos, una especie de limbo de la amistad.

También existen las amistades recuperadas, aquellas que se dieron en algún momento anterior y se abandonaron porque las circunstancias no favorecían la continuidad, pero que años después, por casualidad o con intención, se reactivan. En estos casos, después de años de separación, la amistad se puede reavivar con facilidad, ya que en realidad había quedado sólo adormecida de manera involuntaria. Pero también el intento puede  resultar un fracaso estrepitoso. Los viejos amigos han ido interiorizando por separado distintos modelos de vida y por tanto adoptando diferentes actitudes frente a la sociedad, de tal manera que cuando se reencuentran ni se conocen. El sustrato más o menos común sobre el que se mantuvo en su día la antigua amistad se ha desvanecido por completo y ya no hay manera de recuperar la sintonía que en su momento hubo. En estos casos se puede mantener un mínimo de cercanía amistosa en honor de lo que fueron los viejos tiempos, pero muchas veces ni tan siquiera eso.

La amistad tiene un valor del que muchas veces ni se es consciente. Parece como si se tratara de algo indestructible y no hiciera ninguna falta cuidar. Por eso, la mayoría de las amistades mueren por inanición, por falta del alimento que es preciso darles para que no perezcan. Y entre los ingredientes que se necesitan está el de la continuidad en el trato. La dejadez, el abandono y el olvido acaban con las mejores amistades, por muy sólidas que estas sean.

Como digo en el título, la amistad es un tesoro. Cuidémosla por tanto como se merecen las cosas valiosas o acabaremos sin darnos cuenta más solos que los antiguos fareros.

6 de febrero de 2020

Arrimadas se arrima

Empezaré pidiendo encarecidamente disculpas por el oportunista título que he escogido para este artículo, porque como chiste es muy malo. Además, ni tan siquiera es mío. Se lo he oído esta mañana a un tertuliano graciosillo y desenfadado y me ha parecido que encajaba a la perfección con lo que hoy quiero exponer aquí. La maniobra que está fraguando la líder in pectore de Ciudadanos con la intención de crear una alianza electoral con el PP en determinados territorios de nuestro país, no es otra cosa que un movimiento de aproximación a los populares. Debe de ser consciente de que a su partido en solitario le queda muy poco recorrido e intenta salvar los muebles del desastre y a su persona del ostracismo.

No sé cómo le saldrá la jugada a Inés Arrimadas, porque la maniobra es tan descarada que ni en el Partido Popular ni en Ciudadanos hay unanimidad a la hora de aceptar su propuesta. Las reticencias de los populares provienen de considerar que esta alianza no sólo no les hace ninguna falta, sino que además pudiera perjudicarles a medio plazo. En cuanto a Ciudadanos, algunos de sus  dirigentes ya han empezado a argumentar que una asociación de estas características los apartaría aun más de lo que están del centro político, su eslogan electoral. Es decir, que en los dos lados del posible acuerdo se sospecha, después de haber llovido lo que ha llovido en los últimos meses, que un pacto de esta índole resultaría contra natura.

Si yo fuera votante del PP o de Ciudadanos –de momento no parece que haya ningún riesgo- estaría preocupado. No lo digo con la ironía propia del rival político, sino con absoluto convencimiento. Estos bandazos, estas maniobras en momentos no electorales demuestran un gran desconcierto, una exagerada preocupación por su situación, tan desproporcionada que llama la atención. Quizá se deba a que no hayan asimilado las sucesivas derrotas de los últimos meses, o a que les cueste aceptar que están pasando horas bajas desde que una ola de corrupción sistémica puso al Partido Popular contra las cuerdas del voto de censura, o a que la irrupción de Vox amenace con alterar de manera drástica el reparto del voto conservador, o a que obligados a reorganizarse a toda prisa no hayan tenido tiempo para reflexionar con serenidad sobre la estrategia política que requiere una situación tan crítica. Pero, en cualquier caso, si yo fuera votante del PP o de Ciudadanos –repito- estaría preocupado.

La maniobra que intenta la señora Arrimadas se me antoja algo esperpéntica. Esta mañana le oí decir a la líder de Ciudadanos que no sólo llamaba al PP para unir fuerzas, sino que hacía extensiva su convocatoria a todas aquellas organizaciones de la sociedad civil que se oponen al “sanchismo”. Así de sencillo, sin más explicaciones. Si no fuera porque uno tiene ya el corazón endurecido después de haber oído tantas ocurrencias, pensaría que a la que fue segunda de Albert Rivera le ha dado una ventolera, dicho sea con absoluto respeto a su persona, que se lo tengo. Por cierto, de Vox ni palabra, faltaría más. A la bicha, como advierten los supersticiosos, no se la nombra. Después, si su colaboración fuese necesaria, ya se verá.

Algo les está sucediendo a los políticos de la derecha española cuando a estas alturas andan con tantos tejemanejes. Su electorado está ahí y no es pequeño, sino todo lo contrario. Sin afinar demasiado, la mitad de la población española tiene alma conservadora en mayor o menor grado, lo que permitiría que continuaran en el juego de la alternancia como hasta ahora. Lo que sucede es que ante tanta incoherencia, ante tanta inestabilidad y ante tanta anécdota insustancial a la hora de hacer oposición, sus electores no saben dónde mirar. Es muy posible que cuando caigan en la cuenta de sus errores recuperen la capacidad de reorientar el voto que ahora está tan desorientado.

Mientras tanto, la izquierda está obligada a seguir gobernando. Yo espero que con decisión progresista y con prudente moderación, que no son valores antagónicos. Y sin caer en las numerosas trampas que algunos quieren tenderles.

1 de febrero de 2020

¿Por qué destrozan el idioma?

Quizá me haya convertido sin darme cuenta en un defensor romántico de la pureza de nuestro idioma. Lo digo porque el romanticismo siempre ha sido una corriente que sólo atrae a minorías y observo a  mi alrededor que son muy pocos los que se preocupan de expresarse con un mínimo de corrección gramatical. No digo con calidad literaria, porque eso sería pedirle demasiado a las nuevas generaciones, más pendientes  por razones prácticas del fondo de los mensajes que lanzan que de la forma con la que los expresan. Me limito con la debida humildad a exigir el cumplimiento de las más elementales normas que dicta nuestra gramática. No creo que sea mucho pedir, aunque supongo que alguno al observar mi empeño pensará que me gusta entrar en batallas perdidas de antemano.

La última bestialidad que he oído ha sido en un anuncio en televisión, de esos que aunque no quieras oír terminan entrando en tus indefensos pabellones auditivos. Un conocido presentador de televisión, convertido en este caso en modelo publicitario, decía entre exclamaciones admirativas “¡una pedazo de tarifa!” en un reclamo de cierta operadora de telefonía. No doy nombres, porque para qué. El daño ya está hecho y nada hay que pueda remediar la situación, ni una condena leve ni la prisión permanente revisable ni tan siquiera el garrote vil, porque en este caso no se puede aplicar el proverbio de muerto el perro se acabó la rabia. El virus está en el aire, de boca en boca, y el contagio ya es masivo y no hay mascarillas que valgan. Y lo peor de todo es que como destrozar el idioma no es delito, ni siquiera falta, el anuncio sigue en antena machacando los oídos de los espectadores día a día, como el rayo que no cesa.

Lo de “las miles de personas”, esa barbaridad lingüística de la que creo haber hablado ya en alguna ocasión, se ha extendido de tal forma que se lo oigo (no digo se lo escucho como ahora dicen tantos) a personas de cuyo ascendiente académico cabría esperar una mínima corrección gramatical. Lo que sucede es que los virus del lenguaje se transmiten a tal velocidad que es imposible cortar la epidemia. Habría que cerrar, como están haciendo las autoridades chinas, varias ciudades o, en este caso, varias cadenas de radio y televisión, algo impensable en nuestro mundo de libertades. Además este tipo de virus también muta, porque el otro día le oí decir a un locutor “varias millones de especies”, lo que tratándose de las millones supera en mucho a las miles.

Pero vaya usted a explicarle a estos bárbaros aquello de la concordancia gramatical, porque le mirarán a uno de arriba abajo con caras de panolis, preguntándose sorprendidos éste de qué va. De nada serviría argumentar que miles y millones son masculinos y por tanto no admiten artículos femeninos. No lo entenderían, a pesar de que muchos de estos delincuentes gramaticales ostenten con orgullo el título de Licenciado en Ciencias de la Información.

Insisto en que la degradación del idioma no cesa. Y si no cesa es porque nadie corrige a los infractores. Los periódicos, las emisoras de radio y las cadenas de televisión deberían contar con departamentos de vigilancia lingüística que pusiera orden entre tantos indocumentados. Pero con el pretexto de que el periodismo requiere agilidad no se molestan en llamar la atención a sus profesionales. Y si no hay control, ya se sabe, el deterioro está servido.