Creo que de mis paseos por Madrid he hablado en este blog en varias ocasiones -¡qué no habré contado ya después de tanto rollo que se me ocurre traer aquí!-, una actividad que no me cansa porque siempre descubro algo nuevo, a pesar de que resido en esta ciudad desde hace más de sesenta años. Hace unos dís me fui a dar un garbeo –paseo sin plan prefijado como dice la Academia- por las obras de la calle de Bailén, donde han aparecido los restos de una parte del palacio que algunos llaman de Godoy. Digo llaman, porque en realidad se trata del de Grimaldi, un suntuoso edificio diseñado por Sabatini y construido en la época de Carlos III como residencia de los secretarios de Estado, cuya titularidad ostentaba entonces el último de los mencionados. En 1932, durante la República, se derribó una parte del edificio original para ensanchar la calle que en estos momentos está en obras; y ahora, al remover la tierra, han aparecido vestigios de lo que entonces quedó oculto bajo el asfalto.
En esto de las remodelaciones de las ciudades tengo el alma dividida. Por un lado me disgusta que las sucesivas obras que se van haciendo a lo largo del tiempo desdibujen la antigua fisonomía urbana, porque me produce la sensación de que se estuvieran destruyendo testimonios de la Historia, o al menos uno de los más reconocibles como es el urbanismo. Pero, por otro, creo que la sociedad requiere ir adaptando los lugares que habita a las nuevas necesidades, acercando cada vez más la calle al viandante y haciendo las poblaciones más habitables.
Las obras de Bailén responden a este último propósito, porque se inscriben dentro de una remodelación total de los alrededores de la plaza de España. Cuando el proyecto esté terminado, quedará un espacio abierto sin solución de continuidad desde la plaza de Oriente, que además incluirá el templo de Debod y el parque que se extiende a su alrededor, la Cuesta de San Vicente y los jardines de Sabatini. Y todo ello sin tráfico en la superficie, ajardinado en su totalidad y acondicionado para que los paseantes puedan disfrutar de su entorno.
Por eso sentí curiosidad y fui a contemplar las obras o, mejor dicho, lo que queda de aquel ala del palacio de Grimaldi. En estos momentos los trabajos están paralizados a la espera del dictamen de los expertos sobre la viabilidad de mantener los restos para el disfrute de los ciudadanos, ruinas que permanecerían entre los jardines que estaban previstos en la superficie. Parece ser que los sótanos han aparecido prácticamente en su estado original, lo que significa que también podrían visitarse. De esa manera, aunque inicialmente no estuviera en los planes urbanísticos, se conseguiría mantener “vivo” un testimonio del pasado de la ciudad, sin renunciar a embellecer Madrid y ponerlo más al alcance de sus moradores y visitantes.
Mi alma, en este caso, ya no estaría dividida.
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