Empezaré pidiendo encarecidamente disculpas por el oportunista título que he escogido para este artículo, porque como chiste es muy malo. Además, ni tan siquiera es mío. Se lo he oído esta mañana a un tertuliano graciosillo y desenfadado y me ha parecido que encajaba a la perfección con lo que hoy quiero exponer aquí. La maniobra que está fraguando la líder in pectore de Ciudadanos con la intención de crear una alianza electoral con el PP en determinados territorios de nuestro país, no es otra cosa que un movimiento de aproximación a los populares. Debe de ser consciente de que a su partido en solitario le queda muy poco recorrido e intenta salvar los muebles del desastre y a su persona del ostracismo.
No sé cómo le saldrá la jugada a Inés Arrimadas, porque la maniobra es tan descarada que ni en el Partido Popular ni en Ciudadanos hay unanimidad a la hora de aceptar su propuesta. Las reticencias de los populares provienen de considerar que esta alianza no sólo no les hace ninguna falta, sino que además pudiera perjudicarles a medio plazo. En cuanto a Ciudadanos, algunos de sus dirigentes ya han empezado a argumentar que una asociación de estas características los apartaría aun más de lo que están del centro político, su eslogan electoral. Es decir, que en los dos lados del posible acuerdo se sospecha, después de haber llovido lo que ha llovido en los últimos meses, que un pacto de esta índole resultaría contra natura.
Si yo fuera votante del PP o de Ciudadanos –de momento no parece que haya ningún riesgo- estaría preocupado. No lo digo con la ironía propia del rival político, sino con absoluto convencimiento. Estos bandazos, estas maniobras en momentos no electorales demuestran un gran desconcierto, una exagerada preocupación por su situación, tan desproporcionada que llama la atención. Quizá se deba a que no hayan asimilado las sucesivas derrotas de los últimos meses, o a que les cueste aceptar que están pasando horas bajas desde que una ola de corrupción sistémica puso al Partido Popular contra las cuerdas del voto de censura, o a que la irrupción de Vox amenace con alterar de manera drástica el reparto del voto conservador, o a que obligados a reorganizarse a toda prisa no hayan tenido tiempo para reflexionar con serenidad sobre la estrategia política que requiere una situación tan crítica. Pero, en cualquier caso, si yo fuera votante del PP o de Ciudadanos –repito- estaría preocupado.
La maniobra que intenta la señora Arrimadas se me antoja algo esperpéntica. Esta mañana le oí decir a la líder de Ciudadanos que no sólo llamaba al PP para unir fuerzas, sino que hacía extensiva su convocatoria a todas aquellas organizaciones de la sociedad civil que se oponen al “sanchismo”. Así de sencillo, sin más explicaciones. Si no fuera porque uno tiene ya el corazón endurecido después de haber oído tantas ocurrencias, pensaría que a la que fue segunda de Albert Rivera le ha dado una ventolera, dicho sea con absoluto respeto a su persona, que se lo tengo. Por cierto, de Vox ni palabra, faltaría más. A la bicha, como advierten los supersticiosos, no se la nombra. Después, si su colaboración fuese necesaria, ya se verá.
Algo les está sucediendo a los políticos de la derecha española cuando a estas alturas andan con tantos tejemanejes. Su electorado está ahí y no es pequeño, sino todo lo contrario. Sin afinar demasiado, la mitad de la población española tiene alma conservadora en mayor o menor grado, lo que permitiría que continuaran en el juego de la alternancia como hasta ahora. Lo que sucede es que ante tanta incoherencia, ante tanta inestabilidad y ante tanta anécdota insustancial a la hora de hacer oposición, sus electores no saben dónde mirar. Es muy posible que cuando caigan en la cuenta de sus errores recuperen la capacidad de reorientar el voto que ahora está tan desorientado.
Mientras tanto, la izquierda está obligada a seguir gobernando. Yo espero que con decisión progresista y con prudente moderación, que no son valores antagónicos. Y sin caer en las numerosas trampas que algunos quieren tenderles.
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