27 de noviembre de 2022

Ni tirios ni troyanos

Cuando se me ocurren títulos extraños como el de hoy, siempre, por prudencia, acudo a los documentos para que me confirmen que no me estoy apoyando en una frase inadecuada o que no venga al caso. Parece ser que esta expresión hace referencia a enemigos irreconciliables y, por tanto, me vale aquí, porque voy a referirme a los que, para no comprometerse demasiado políticamente, defienden la equidistancia entre los adversarios políticos, es decir, se quedan en el terreno de nadie. No es algo nuevo, porque siempre han existido los que dicen no casarse ni con tirios ni con troyanos. Lo digo a nivel de pensamiento, no de participación activa. 

Suele darse en personas que no están convencidas de lo que defienden en privado, es decir, de lo que piensan de verdad; de manera que en público, para no contradecir demasiado su verdadero pensamiento, se muestran equidistantes. Se les ve el plumero de la incertidumbre, pero ellos se sienten más confortables. Creen que de esa manera no se les notará demasiado su inclinación ideológica. Dicen cosas tales como todos son iguales o aseguran que al fin y al cabo se trata de políticos. De esa manera defienden a los suyos sin decirlo, metiéndolos dentro de un totum revolutum.

Yo siempre he creído que, si se entra en el terreno de lo opinable, es conveniente mantener una posición. No se puede ser a la vez reo y verdugo o pederasta y víctima. Que nadie se tome estos símiles de manera literal, lo que quiero decir es que no parece posible mantener posiciones intermedias entre los que defienden postulados antagónicos, cuando, como sucede hoy en España, gobierno y oposición están en las antípodas del pensamiento político. A unos les preocupa la sociedad en su conjunto, a otros lo que le pueda molestar a eléctricas y bancos.

Supongo que algunos de los que lean estas improvisadas reflexiones estarán pensando que existe la moderación. Por supuesto que existe y yo la defiendo. Pero aquí no estamos hablando de moderación, sino de la defensa de dos modelos de sociedad completamente diferentes y de dos maneras distintas de hacer política. Desde mi punto de vista, las ideologías que ahora se contraponen están muy lejos la una de la otra, de tal manera que escabullir el bulto sin comprometerse es algo que no cuela. No se puede criticar las malas artes que algunos están utilizando ahora en el parlamento y defender que al fin y al cabo todos insultan. Es una forma de defender la mala educación y las malas prácticas a las que conduce la desesperación política, la inseguridad de conseguir gobernar sin falsear la realidad.

La equidistancia es un intento de escaqueo porque, aunque preferiríamos que el escenario político fuera distinto, tenemos la obligación de comprometernos, no sólo con nuestros votos cuando corresponda, también con la opinión que expresemos. No caben medias tintas. No se debe mirar hacia otro lado. O se es progresista o se es conservador. Lo que no se puede ser es mediopensionista, porque los partidos que representarían alguna posición intermedia han desaparecido por completo del mapa político español. Es más, estoy convencido de que nunca han existido.

Por lo general los equidistantes tienen una clara preferencia, a la que lógicamente votan cuando llega el momento. Pero, como no acaban de estar muy convencidos de que no estén en un error o, quizá, les parezca poco estética su preferencia, en sus opiniones se expresan con tantos circunloquios, ambages y cautela que dan la sensación de nadar entre dos aguas, cuando en realidad, como he dicho antes, saben perfectamente lo que quieren y, además, se les nota. 

Hay que llamar al pan pan y al vino vino.

23 de noviembre de 2022

La osadía, la ignorancia y la desfachatez

Cuando en una persona coinciden la osadía con la ignorancia, la mezcla resulta explosiva. Un osado, si se mueve con conocimiento de causa, podrá llegar a destacar como ciudadano de pro; y un ignorante, si es consciente de su falta de conocimientos y se comporta con prudencia, será capaz de bandearse en esta vida con cierta soltura. Pero, cuando ni se sabe ni se piensa mucho lo que se dice, la explosión llegará, tarde o temprano, en forma de desprestigio.

He buscado una palabra que me ayudara a sistematizar lo que pretendo escribir hoy y he encontrado la de desfachatez, que no es otra cosa que la característica de los que hablan y obran con excesiva desvergüenza. El osado que no sabe de qué habla cae en la desfachatez, es decir, en la desvergüenza. Nunca se sabe si la causa es la osadía o la ignorancia, porque en estos casos se suelen realimentar entre ellas. Cuanto más ignorante se es, más se nota la osadía; y cuanto más atrevido es uno, menor freno encontrará para no ir por ahí poniendo en evidencia su ignorancia.

Lo que he escrito hasta ahora, los dos párrafos anteriores, no son más que teoría, y a mí me gusta apoyarme en casos reales, porque con ejemplos todo se entiende mejor. Cuando un político o política dice a voz en grito que la prueba de que la sanidad pública en su comunidad está boyante es que a la huelga convocada por los sindicatos médicos sólo han acudido medio millón de personas en vez de dos millones, está ejerciendo la desfachatez, nunca sabremos si por ignorancia o por osadía, aunque mucho me temo que por las dos cosas.

Pero si además insiste en que este gobierno, el de Sánchez, cada vez se parece más al de Nicaragua, es decir, al del dictador Ortega, entonces está poniendo en evidencia que no conoce la realidad nicaragüense y que, además, su osadía lo lleva o la lleva a no reparar en pequeños detalles y a lanzarse al ruedo del ridículo. La desfachatez de su comportamiento lo delata o la delata como una persona ignorante que cabalga a lomos del desparpajo.

Si, no contento con las afirmaciones anteriores, asegura en sede parlamentaria, con luz y con taquígrafos, que el cambio climático es un invento de los comunistas, porque siempre han existido ciclos meteorológicos y, sin embargo, aquí estamos todos vivos y coleando, entonces queda claro que sus estudios primarios, secundarios y universitarios, si los hubiera, no han dejado una gran huella en su mente. Queda palpable que su desfachatez tiene raíces en la osadía y en la ignorancia. En la osadía, porque no se ha puesto a pensar con detenimiento en lo que está diciendo; y en la ignoracia, porque no sabe de que está hablando, aunque posiblemente le suene aquello de las glaciaciones de otros tiempos.

Lo que sucede es que, como la naturaleza humana es muy compleja, la desfachatez de los que de esta manera se expresan no les produce demasiados desgastes electorales, ya que siempre habrá quien en este tipo de comportamientos vea gracia castiza, valor heroico y, hablando mal y pronto, que los tiene más grandes que el caballo de Espartero. Es más, es posible que ayuden al político o política en cuestión a mejorar su imagen.

No, no voy a dar nombres. Pepe Iglesias, el Zorro, un humorista del que las generaciones de mis hijos y las de mis nietos ni siquiera han oído hablar, pero que los de la mía recordamos con cierta nostalgia, porque en aquellos oscuros años cincuenta y sesenta amenizaba desde la radio nuestras vidas, decía, con acento argentino, “callate niña que se te entiende todo”. 

No sé porqué me he acordado ahora de aquel simpático cómico, quizá porque me haya dado cuenta de que si sigo escribiendo se me va a escapar algún nombre. 

18 de noviembre de 2022

Viaje a Las Hurdes. Las edades del hombre. (4 de 4)

El tercer día de nuestra estancia en Plasencia amaneció lluvioso, como ya sabíamos de antemano. Desde el balcón de nuestra habitación se adivinaban a lo lejos las cumbres de la cordillera cubiertas por una espesa cortina de agua. Durante el desayuno, momento en que solemos tomar las decisiones conjuntas, nos propusimos no movernos por ahora de la ciudad, hacer una ronda de visitas a algunas de las numerosas iglesias y palacios monumentales del lugar y, a medida que fuera avanzando el día, decidir algún plan alternativo al inicialmente previsto, que no implicara ni alejarnos demasiado ni subir a los montes.

Nada más salir del parador, nos topamos con la iglesia de San Nicolas, con su majestuosa fachada románico-tardía. Entramos y, sin darnos tiempo a reaccionar, un individuo de aspecto mojigato, que se identificó como el sacristán de aquel lugar, nos abordó por sorpresa. Sin que le hubiéramos dado la venia, empezó a explicarnos los pormenores del templo, obligándonos a seguir un itinerario predeterminado y advirtiéndonos de que él nos indicaría los mejores ángulos para hacer fotografías. Mi acendrado respeto al ser humano, sea de la condición que sea, no me dejó cortar su iniciativa hasta pasados unos cinco minutos de oír torpes explicaciones y anécdotas insustanciales, una retahila de sandeces que salían de su boca como las tablas de multiplicar de la de los párvulos. Al cabo de un rato puse fin a la perorata y nos libramos de él. Su despedida consistió en señalarnos el cepillo, no fuera el escolano a quedarse sin su merecida compensación económica.

Poco después, ya en las catedrales, nos encontramos con una exposición de las llamadas “Edades del hombre”, organizada en este caso por la diócesis de Plasencia. La recorrimos durante más de una hora, aunque este tipo de exhibiciones de los tesoros y riquezas acumuladas por la Iglesia a lo largo del tiempo no sean demasiado de mi interés. En una capilla habilitada a tal efecto contemplamos un vídeo en el que, entre otros temas, se explicaban las razones que motivaron el Concilio de Trento. Una voz engolada contaba que, ante el cisma luterano, el papa se vio obligado a reforzar su autoridad. Como consecuencia, se decidió que, a partir de ese momento, el único con capacidad para interpretar las Sagradas Escrituras sería el pontífice de Roma. Cualquier incumplimiento de esta norma sería castigado por la Santa Inquisición. Eficaz medida, pensé, para evitar que los fieles utilicen la razón y se desvíen del conveniente sendero.

A la salida, un grupo de colegiales rodeaba a su profesor. Acababan de salir de la exposición, y uno de ellos, de unos doce años de edad, le preguntó al docente que dónde estaba enterrada la virgen María, a lo que el otro contestó: en ningún lugar de la tierra, porque subió a los cielos en cuerpo y alma. Está claro que todavía perduran los efectos de Trento, aunque supongo que el curioso alumno terminará preguntándose algún día por qué hay que creer fantasías para comportarse en esta vida con decencia y dignidad.

A la una, después de un buen recorrido por la ciudad, como la lluvia había amainado decidimos ir a comer a Hervás, una localidad que ya conocíamos de viajes anteriores y que se nos antojó adecuada dadas las circunstancias. Comimos en un restaurante escondido en el barrio judío que encontré en Internet, El almirez. Una vez más nos quedamos sorprendidos por la calidad de la cocina que se puede uno encontrar en los lugares más recónditos de nuestra geografía. Mi mujer, muy curiosa siempre en asuntos culinarios, se hizo con un par de recetas, que espero probar un día de éstos en casa.

Del viaje de hace unos años a Hervás recordaba un cercano yacimiento arqueológico romano, las ruinas de Cáparra, y hacia allí nos dirigimos para rematar la excursión, después de dar un paseo por el pueblo, con caperuchas puestas y bajo un paraguas. Ya he contado aquí en alguna ocasión que el mundo romano, que descubrí con cierta profundidad a través de los escritos de la historiadora Mary Beard, me atrae poderosamente. Por eso, visitar uno de sus lugares siempre me parecerá un entretenimiento provechoso, porque me ayuda a entender mejor la Historia. Este emplazamiento está muy bien conservado y, con la ayuda didáctica de su centro de interpretación, uno se lleva una buena dosis de romanización.

Por cierto, este enclave pertenecía a la Ruta de la Plata, una vía romana que comunicaba Mérida (Emérita) con Astorga (Astúrica), donde estaba situado el cuartel general de las legiones que luchaban contra cántabros y astures. Nunca se utilizó para trasportar plata, como circula por ahí y como yo he creído hasta ahora. El nombre procede de las piedras planas que se utilizaron en su construcción -lapidatas- lo que dió lugar a que se la denominara vía lapidata y de ahí vía de la plata o ruta de la plata. Cosas veredes.

Esta excursión se estaba acabando. Regresamos al parador, matamos un buen rato bajo el manto de su espléndida arquitectura, cenamos y nos retiramos a nuestra habitación. Al día siguiente volveríamos a casa, para empezar a pensar en una nueva escapada a cualquiera de los numerosos rincones que se esconden por nuestra geografía. Ni el frío ni la lluvia ni los días cortos son impedimentos para practicar uno de los entretenimientos mas provechosos que dispone el ser humano, el de viajar. Al menos, mientras el cuerpo y la mente aguanten.

16 de noviembre de 2022

Viaje a Las Hurdes. Gabriel y Galán. (3 de 4)

Después de visitar Pinofranqueado continuamos hacia El Gasco. Nos detuvimos en Caminomorisco, otro de los pueblos que figuraban en mi lista. Parece ser que esta localidad se llamaba hasta hace muy poco Las Calabazas, nombre que supongo que no debía de sonar demasiado bien a sus habitantes. Nos dimos un paseo para comprobar una vez más que el progreso en forma de bienestar ha llegado hasta el último rincón de Las Hurdes. Pasamos frente a un Instituto de Enseñanza Media, el Gregorio Marañón, en cuyo exterior se empezaban a acumular en animadas conversaciones padres y madres para recoger a sus hijos. Después seguimos ruta hacia El Gasco, el pueblo más adentrado en la cordillera de los que figuraban en nuestro recorrido.

Aunque no llegamos a verlos, porque el tiempo empezaba a apremiarnos, teníamos intención de haber visitado dos lugares de interés situados cerca de este pueblo. Uno de ellos, el llamado Volcán, cuyo cráter en realidad se originó por la colisión contra nuestro planeta de un meteorito gigantesco, descubrimiento relativamente reciente de los estudiosos. El otro, el Chorro de la Miacera, una espectacular caída de agua. Pero, como he dicho, el tiempo marca o, mejor dicho, cercena las intenciones. Dimos un paseo, durante el que pudimos ver un buen número de restaurantes, bastantes casas rurales y unas cuantas tiendas especializadas en productos típicos de la comarca. El turismo, sin lugar a dudas, ha llegado a Las Hurdes con mucha fuerza. Entre otros vestigios del subdesarrollo ya superado, pudimos ver un conjunto de viejas viviendas típicas de la región que se conservan con bastante dignidad. Una clara muestra de un pasado no demasiado  lejano.

A las cinco y media iniciamos el regreso al parador, esta vez por una carretera distinta, situada más al norte de la ruta anterior. Sabíamos que al día siguiente llovería, con lo que queríamos ver cuanto más mejor. Nos dirigimos hacia el pantano de Gabriel y Galán, cuyo nombre resonaba en mis oídos como uno de los poetas españoles que estudié en el bachillerato, del que después dejé de oír hablar, casi como si no hubiera existido. Este escritor, que precisamente murió a los treinta y cinco años de edad en uno de los pueblos que íbamos a atravesar -El Guijo de Granadillas- escribió en español y en dialecto extremeño, el castúo, una lengua que investigó en profundidad. Del nombre de este habla proviene el del restaurante que cité al hablar de Pinofranqueado.

El nivel del embalse estaba muy bajo, por lo que apenas nos detuvimos. Nos dirigimos entonces de regreso a Plasencia con la intención de llegar al parador antes de que anocheciera. Los años merman facultades y huyo de conducir de noche como de la peste. Si a eso le unimos que nos habíamos pasado el día visitando pueblos, ni que decir tiene que estábamos convencidos de que nos habíamos ganado un rato de tranquilidad y sosiego. Qué mejor para ello que una cervecita cobijados bajo el claustro del antiguo convento dominico.

Durante cerca de una hora estuvimos sentados alrededor de una mesa, bajo una elegante escalera de corte neoclásico, saboreando nuestra bebida. Aquella cafetería estaba completamente llena, como lo estaba el parador, pero no sólo con gente que allí se hospedara, porque se adivinaba la presencia de algunos lugareños. Los paradores en las pequeñas ciudades se han convertido en un lugar más de encuentro social. La edad media era alta, lo que nada tiene de particular en un mes de noviembre y en días laborables. Se veían también bastantes extranjeros, muchos de los cuales vestían poco acorde con la época del año, quizá porque a los centroeuropeos las temperaturas de las serranías españolas en invierno no les parezcan bajas. A mí su vestimenta me producía verdaderos escalofríos.

Como sabíamos que al día siguiente llovería, dedicamos un rato a estudiar posibles alternativas a continuar adentrándonos en Las Hurdes. De no haber sido por este inconveniente, yo tenía previsto haber atravesado la sierra que separa Cáceres de Salamanca por un estrecho desfiladero, el Parque Natural de las Batuecas, para dirigirnos a La Alberca, un lugar que ya conocíamos de otros viajes, pero que hubiera sido un buen remate de la excursión. Pero el temor a la lluvia nos disuadió y nos obligó a cambiar de planes.

Pero de éstos hablaré en el próximo capítulo.

Hasta muy pronto.

14 de noviembre de 2022

Viaje a Las Hurdes. Pinofranqueado. (2 de 4)

Llegamos a Plasencia a las cinco de la tarde del día 1 de noviembre de 2022, después de un viaje de cuatro horas y media desde Chiclana de la Frontera, donde habíamos pasado unos días, con una parada en Torremejía para comer. Una vez acomodados en el Parador, y comprobado que la habitación respondía a nuestras pretensiones, todavía tuvimos tiempo para dar un buen paseo por la localidad antes de que se nos echara encima la hora de cenar. Aunque conocíamos la ciudad, volvimos una vez más a sorprendernos por la atractiva ordenación urbana de su casco antiguo. La plaza mayor a esas horas hervía de trasiego humano y las tiendas, encendidas todas a pesar de las recomendaciones gubernamentales, atraían la atención de los últimos compradores del día. Nos sentamos en una terraza que calentaban unas estufas de gas -el tardío otoño de este año se dejaba notar- y dedicamos un buen rato a tomar el pulso a la vida de los placentinos. Después nos acercamos a las catedrales -nueva y vieja-, cerradas a cal y canto a esa hora, pero con las fachadas iluminadas. La piedra cobra vida con la luz artificial, un espectáculo que procuramos no perdernos nunca.

El Parador de Plasencia ocupa un antiguo convento dominico, con más pretensiones de palacio renacentista que de cenobio. Parece ser que fue un regalo que le hicieron los marqueses de Mirabel a la orden, en agradecimiento por la milagrosa curación de uno de sus hijos. La historia de los edificios monumentales pasa a veces por curiosos episodios, entre los que no falta la superstición en forma de dádiva. En cualquier caso, hoy constituye un interesante hotel, situado además en un lugar privilegiado, dentro de la vieja ciudad amurallada.  Desde allí se puede recorrer a pie todo el centro histórico.

Cuando nos levantamos al día siguiente, sabíamos de antemano que teníamos que aprovechar muy bien el tiempo, porque los pronósticos amenazaban lluvia a partir de entonces. Elegimos un itinerario entre los muchos que recomiendan los conocedores de Las Hurdes, con la idea de ver cuanto pudiéramos en un día, es decir, primando la extensión sobre el detalle. En las notas que había tomado para preparar el viaje figuraban tres localidades, Pinofranqueado, Caminomorisco y El Gasco, cuyos nombres me atrajeron desde el primer momento, y hacia allí nos dirigimos nada más desayunar.

Recorrimos la parte baja de la comarca, a través de inmensas dehesas de pastos muy verdes a pesar de la sequía, pobladas de elegantes alcornocales, un terreno muy ondulado, pero sin grandes complicaciones para el tránsito rodado. Al norte se dibujaban las montañas que separan Extremadura de Castilla, donde se asienta el verdadero corazón de la comarca que nos proponíamos visitar. Poco a poco la topografía fue cambiando y sin darnos cuenta empezamos a ganar altura hacia la sierra. Empezaron a aparecer enormes pinares que cubrían las laderas de las montañas por las que ascendíamos. Me di cuenta desde el primer momento de que, a pesar de las leyendas sobre el ancestral retraso de aquellas tierras, el progreso había llegado hasta allí con fuerza. Los pueblos que atravesábamos contaban con un caserío moderno, con centros de salud, con grupos escolares e institutos y, algunos de ellos, con flamantes supermercados. La miseria y la estrechez de otros tiempos habían desaparecido sin dejar rastro.

En Pinofranqueado nos desviamos de nuestra ruta, para adentrarnos, a través de una empinada y curvilínea carretera, en una zona donde se asientan diez de las llamadas alquerías, pequeñas pedanías pertenecientes a este pueblo, diseminadas a lo largo de una carretera abrupta que, a través de la cordillera, comunica la provincia de Cáceres con la de Salamanca. El paisaje que se veía era espléndido, vistoso y colorista, bosques de aspecto impenetrable. Nos detuvimos en Aldehuela, la más alejada de aquellas alquerías, y pregunté a unos lugareños que pasaban por allí si se podía continuar hasta el otro lado de la cordillera. Por supuesto que sí, pero a través de un buen trecho de pista sin asfaltar. De manera que, dada la hora, regresamos a Pinofranqueado. Elegimos un restaurante, a orillas del río Los Ángeles, de aguas transparentes y bastante caudaloso.

La calidad del servicio, su esmerada cocina y los precios de El Castúo (ya hablaré del significado de este nombre más adelante) nos permitieron constatar que Las Hurdes de ahora nada tienen que ver con las descripciones de la leyenda negra. Como suelo hacer con frecuencia, mantuve una larga conversación con el que parecía encargado del local, quien nos dió una serie de recomendaciones, aunque nos advirtió de que en esta época las lluvias suelen dificultar cualquier visita. En cierto modo, cuando uno va pensando que se va a encontrar con un ambiente exótico y anacrónico, la normalidad puede resultar decepcionante. Pero, sin embargo, comprobar cómo el progreso mejora drásticamente la fisonomía de un lugar y la calidad de vida de sus moradores resulta reconfortante. Las actuaciones socioeconómicas bien administradas modifican por completo a las sociedades.

Después de aquella obligada parada, continuamos adentrándonos en la profundidad de la comarca, ganando altura poco a poco, por una carretera cada vez más tortuosa. El cielo había empezado a nublarse, lo que nos recordó que los pronósticos meteorológicos amenazaban lluvia para el siguiente día. Pero esta parte tendré que contarla en otro momento.

Hasta muy pronto.