Después de visitar Pinofranqueado
continuamos hacia El Gasco. Nos detuvimos en Caminomorisco, otro de los pueblos
que figuraban en mi lista. Parece ser que esta localidad se
llamaba hasta hace muy poco Las Calabazas, nombre que supongo que no debía de sonar demasiado bien a sus habitantes. Nos dimos un paseo para comprobar una vez
más que el progreso en forma de bienestar ha llegado hasta el último rincón de
Las Hurdes. Pasamos frente a un Instituto de Enseñanza Media, el Gregorio
Marañón, en cuyo exterior se empezaban a acumular en animadas conversaciones padres
y madres para recoger a sus hijos. Después seguimos ruta hacia El Gasco, el
pueblo más adentrado en la cordillera de los que figuraban en nuestro
recorrido.
Aunque no llegamos a verlos, porque
el tiempo empezaba a apremiarnos, teníamos intención de haber visitado dos
lugares de interés situados cerca de este pueblo. Uno de ellos, el llamado Volcán, cuyo cráter en realidad se
originó por la colisión contra nuestro planeta de un meteorito gigantesco, descubrimiento
relativamente reciente de los estudiosos. El otro, el Chorro de la Miacera, una
espectacular caída de agua. Pero, como he dicho, el tiempo marca o, mejor
dicho, cercena las intenciones. Dimos un paseo, durante el que pudimos ver un
buen número de restaurantes, bastantes casas rurales y unas cuantas tiendas
especializadas en productos típicos de la comarca. El turismo, sin lugar a
dudas, ha llegado a Las Hurdes con mucha fuerza. Entre otros vestigios del subdesarrollo ya superado, pudimos ver un conjunto de viejas viviendas típicas de la región que se conservan con bastante dignidad. Una clara muestra de un pasado no demasiado lejano.
A las cinco y media iniciamos el
regreso al parador, esta vez por una carretera distinta, situada más al norte de la ruta anterior. Sabíamos que al día siguiente
llovería, con lo que queríamos ver cuanto más mejor. Nos dirigimos hacia el
pantano de Gabriel y Galán, cuyo nombre resonaba en mis oídos como uno de los
poetas españoles que estudié en el bachillerato, del que después dejé de oír
hablar, casi como si no hubiera existido. Este escritor, que
precisamente murió a los treinta y cinco años de edad en uno de los pueblos que
íbamos a atravesar -El Guijo de Granadillas- escribió en español y en dialecto
extremeño, el castúo, una lengua que investigó en profundidad. Del nombre de este habla proviene el del restaurante que cité al hablar de Pinofranqueado.
El nivel del embalse estaba muy
bajo, por lo que apenas nos detuvimos. Nos dirigimos entonces de regreso a Plasencia con la
intención de llegar al parador antes de que anocheciera. Los años merman facultades y huyo de conducir de noche como de la peste. Si a eso le unimos que
nos habíamos pasado el día visitando pueblos, ni que decir tiene que estábamos
convencidos de que nos habíamos ganado un rato de tranquilidad y sosiego. Qué mejor para
ello que una cervecita cobijados bajo el claustro del antiguo convento
dominico.
Durante cerca de una hora
estuvimos sentados alrededor de una mesa, bajo una elegante escalera de corte neoclásico, saboreando nuestra bebida. Aquella cafetería estaba completamente llena, como lo
estaba el parador, pero no sólo con gente que allí se hospedara, porque se adivinaba la presencia
de algunos lugareños. Los paradores en las pequeñas ciudades se han convertido
en un lugar más de encuentro social. La edad media era alta, lo que nada tiene
de particular en un mes de noviembre y en días laborables. Se veían también
bastantes extranjeros, muchos de los cuales vestían poco acorde con la época
del año, quizá porque a los centroeuropeos las temperaturas de las serranías
españolas en invierno no les parezcan bajas. A mí su vestimenta me producía
verdaderos escalofríos.
Como sabíamos que al día siguiente
llovería, dedicamos un rato a estudiar posibles alternativas a continuar
adentrándonos en Las Hurdes. De no haber sido por este inconveniente, yo tenía previsto haber atravesado
la sierra que separa Cáceres de Salamanca por un estrecho desfiladero, el Parque
Natural de las Batuecas, para dirigirnos a La Alberca, un lugar que ya
conocíamos de otros viajes, pero que hubiera sido un buen remate de la excursión. Pero el temor
a la lluvia nos disuadió y nos obligó a cambiar de planes.
Pero de éstos hablaré en el
próximo capítulo.
Hasta muy pronto.
Bonito ese Parador: parece un castillo medieval.
ResponderEliminarHe recorrido mucho esa zona, por los motivos que ya conoces de mi comentario a la entrada anterior, y hay muchos pueblecitos muy bonitos de visitar. Supongo que ya conocéis todo el valle del Jerte.
A la espera del próximo capítulo quedamos. Hasta muy pronto.
Sí, lo conocemos. A los amantes de las emociones fuertes les recomiendo que crucen por el puerto de Honduras desde el valle de Ambroz, donde está Hervás, al del Jerte. La carretera es muy estrecha, empinada y curvilínea, pero desde allí se puede ver una fantástica panorámica del valle que citas.
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