12 de noviembre de 2022

Viaje a Las Hurdes. Preámbulo. (1de 4)

He contado aquí en alguna ocasión que de vez en vez planifico pequeñas excursiones de tres, cuatro, cinco o más días de duración, con la intención de conocer comarcas españolas en las que nunca antes hubiera estado. Las Hurdes, esa zona de tanto renombre como consecuencia de las leyendas negras que se han ido tejiendo a lo largo del tiempo sobre su ya superado subdesarrollo, situada al norte de la provincia de Cáceres y que linda con otra también muy conocida, Las Batuecas, era una de las que figuraban en mi lista de pendientes. Hace unas semanas cayó en mis manos un pequeño relato sobre el viaje que en junio de 1922 realizó Alfonso XIII para conocer el estado de aquellos pueblos, lectura que depertó mi curiosidad, porque de acuerdo con las descripciones conocer la comarca podía resultar interesante, tanto desde un punto de vista sociológico como turístico.

Lo que sucede es que me encuentro con una dificultad  por delante que me va a obligar a dividir el relato del viaje en varios capítulos, ya que, si sumo los detalles previos a los del viaje propiamente dicho, en un artículo del tamaño que acostumbro no cabría. Lo que viene a continuación no es más que un preámbulo, conveniente desde mi punto de vista para entender mejor lo que contaré más adelante. Cuando escribo estas líneas todavía no sé cuánto espacio me van a ocupar las descripciones, aunque me propongo no iniciar la publicación hasta que todo esté redactado. Después, publicaré uno detras de otro.

Alfonso XIII viajó allí en junio de 1922 a instancia del doctor Marañón, uno de sus médicos. Lo acompañaba un pequeño séquito de cuatro o cinco personas, que hicieron parte de los trayectos en coche y parte a caballo por los intrincados senderos que se adentran en los valles de la comarca, pernoctando en casas de lugareños o en tiendas de campaña. Sin embargo, hubo tiempo para todo, no sólo para tomar conciencia de en qué estado se encontraba aquella comarca, también para el esparcimiento. Una anécdota relata que el regio visitante se bañó desnudo en varias de las numerosas piscinas naturales que se forman en los ríos de la zona, de tal manera que algunas de las fotos que entonces se tomaron circularon más tarde, durante la Segunda República, entre la ciudadanía. Ya en aquellos tiempos había que ser muy cuidadoso con los testimonios gráficos que se van dejando por ahí.

El caso es que, según se dice, el rey comprobó sobre el terreno lo que le habían anticipado sus consejeros, es decir, que se trataba de una comarca sumida en el subdesarrollo más profundo, tanto desde un punto de vista económico como humano. Como consecuencia de aquel estado de cosas, a partir de este viaje se tomaron decisiones para paliar la situación, es decir, para reactivar la explotación de los escasos recursos económicos de la zona y para sacar del atraso a sus moradores que, según los testimonios de la época, vivían en condiciones infrahumanas..

Sin embargo, poco efecto debieron de causar aquellas medidas, porque cuando diez años después Luis Buñuel rodó allí su película “Tierra sin pan”, la situación no había cambiado. Mucho más tarde, al final de la dictadura franquista, se iniciaron algunas actuaciones, que consistieron sobre todo en una intensa repoblación forestal, medida que por cierto causó algunos trastornos medioambientales, porque redujo la extensión de los pastos y, sobre todo, la tradicional apicultura de la comarca.

Parece ser que ahora, a partir de la llegada de la democracia, las cosas han cambiado por completo. Una buena red de carreteras permite la rápida intercomunicación entre sus pueblos y, sobre todo, ha facilitado un espectacular incremento del turismo. Los municipios y alquerías se han modernizado y los jurdanos o hurdanos disponen ahora de un nivel de vida similar al del resto de los españoles. Por fin la civilización y el progreso han llegado a una comarca que estuvo durante siglos dejada de la mano de Dios.

Con estos antecedentes, que no son pocos para vapulear mi siempre inquieta curiosidad, preparamos un viaje de tres noches en el parador de Plasencia, un tiempo que suponía que nos permitiría conocer la comarca con cierto detalle. Aunque la zona que nos proponíamos visitar no es demasiado extensa, las guías que consulté me advertían de que las carreteras, aunque bien asfaltadas y en buen estado de conservación, al ser de montaña estaban plagadas de curvas, con lo que las medias de velocidad necesariamente son bajas. Por eso dividí el viaje en dos jornadas, que describiré en los sigientes artículos.

Hasta muy pronto.

2 comentarios:

  1. Interesante. Este viaje promete. A la espera estamos del siguiente artículo.

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    1. Dentro de unos minutos publicaré, según lo prometido, el segundo.

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