25 de abril de 2017

Poned las barbas a remojar: ha llegado Macron

Siempre he pensado que las comparaciones, además de odiosas, son inútiles. Sin embargo, algunos de los datos que los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas aportan me sugieren algún parangón con la situación actual española, de manera que no soy capaz de resistirme a la tentación de escribir sobre ello. Sí advierto de antemano de que soy consciente de que los escenarios galo y español son muy distintos, aunque no tanto como al principio pudiera parecer. Nosotros como ellos contamos con unos partidos tradicionales en crisis, que pugnan por salir del agujero en el que los ha metido el descrédito, las luchas internas y la corrupción; los dos países disponen de partidos de nuevo cuño, que luchan por ganarse un lugar en la contienda política; y, cómo no, ni Francia ni España carecen de populistas, aunque sean de signo contrario. Más semejanza imposible.

La derecha tradicional, el partido de Fillon, se ha hundido como pronosticaban las encuestas. La corrupción del líder ha debido de tener mucho que ver con su catastrófico resultado, aunque es posible que el desgaste político, después de tantos años de ordenada alternancia con el partido socialista, haya pasado factura a los conservadores franceses. No tengo claro hacía dónde habrán dirigido el voto sus incondicionales de siempre, aunque supongo que de todo habrá, desde los que se hayan decantado hacia la extrema derecha de Le Pen, hasta los que prefieran el abrigo del centrista Macron.

La espectacular derrota del partido socialista se veía venir desde las primarias del PS, cuando el indómito Hamon derrotó al pragmático Valls. Al electorado de la izquierda moderada francesa no han debido de gustarle las proclamas radicales del primero y han vuelto su mirada a Macron, al fin y al cabo un ex ministro de Holland, con su mensaje reformista, moderado y sostenible, su inequívoca apuesta por la economía de mercado y su europeísmo decidido y sin tachas nacionalistas. En definitiva, un perfil muy del gusto de los progresistas de las amplias clases medias francesas. Y todo esto sin olvidar que Valls, el líder socialista derrotado en las primarias de su partido, lo apoyó decididamente. No creo que nadie tenga dudas a estas alturas de que la mayoría de los votantes de Macron proceden de las filas de los tradicionales electores del PS, no sé si de su militancia.

Ahora vienen la segunda vuelta, y tanto la derecha como la izquierda tradicionales se han apresurado a recomendar a los suyos que en éstas voten al líder emergente. Es cierto que en parte esta recomendación procede de la necesidad de hacer frente a la amenaza populista de extrema derecha que representa Marine Le Pen, pero no lo es menos que la posición centrada de Emmanuel Macron no suscita demasiados rechazos, como sin embargo suele ocurrir con los extremismos radicales.

Mientras tanto, no se sabe -cuando escribo estas líneas- que recomendación hará Jean-Luc Mèlenchon a los suyos, a los votantes del partido Francia Insumisa, la formación a la que apoyó Pablo Iglesias con su presencia puño en alto en algún mitin de la campaña electoral de nuestros vecinos. Aunque no creo que sus siete millones de votantes de izquierda radical vayan a dar apoyo a la extrema derecha de Le Pen, por mucho que, como algunos dicen, los extremos se toquen.

¿No se parecen las dos situaciones mucho? En nuestro país, más de uno, si no todos, deberían poner sus barbas a remojar, aunque se afeiten todos los días.

19 de abril de 2017

Culto a la personalidad. Las primarias del PSOE

Ya he confesado en alguna ocasión que los periodos de vacaciones, cuando uno cambia de domicilio para pasar unos días fuera de su entorno habitual, son ricos en contactos con personas distintas de las del día a día y, por tanto, también una magnífica ocasión para recibir opiniones completamente diferentes a las acostumbradas.

En uno de estos encuentros, me decía el otro día un militante socialista, proclive a la candidatura de Pedro Sánchez a la Secretaría General del PSOE, que si no ganaba éste las primarias dejaría de votar a su partido. Me quedé pensativo ante una manifestación tan categórica, que mi interlocutor basaba en la necesidad absoluta de establecer un cambio de rumbo, ya que, en su opinión, el aparato ha llevado a la formación socialista a desviarse de los principios de izquierda renovadora que hasta ahora la caracterizaban.

A la vista de esta opinión, se me ocurre pensar que aunque la militancia sea conveniente e incluso necesaria para sustentar un partido político, los militantes nunca deberían olvidar a los que verdaderamente consiguen que se ganen o se pierdan las elecciones, es decir a los electores. Se podrán dar de baja aquellos que quieran, pero numéricamente su abandono poco representaría comparado con el efecto devastador que causaría un candidato con unas ideas no aceptadas por la gran masa de votantes socialistas. Ahí es donde está el quid de la cuestión y no en las preferencias internas.

La misma persona me aseguraba en otro momento de nuestra conversación que la elección de Pedro Sánchez representaría el regreso o la permanencia de muchos jóvenes en las filas socialistas, porque es un candidato que representa a la juventud, mientras que a Susana Díaz sólo la apoyan las viejas guardias del partido. Discrepo de esta opinión, que me parece poco rigurosa, porque son muchos los jóvenes de mentalidad progresista que rechazan un excesivo giro hacia la izquierda radical y antisistema, que en estos tiempos identifican con Podemos; y Pedro Sánchez con algunas de sus declaraciones ha dado motivos para despertar dudas al respecto. No creo en absoluto que las preferencias hacia uno u otro candidato tengan que ver con la edad. Insisto en que desde mi punto de vista ese planteamiento resulta demasiado simple.

Por mi parte estoy más pendiente de lo que se proponga en el próximo congreso, es decir del programa político que surja del debate congresual, que de las primarias propiamente dichas. Tengo la sensación de que hay mucho ruido, el correspondiente a un periodo electoral, pero que las aguas no amenazan con desbordarse, porque doy por hecho que el sentido de la supervivencia política se impondrá. Para ser más preciso, estoy a la espera de que se clarifique la posición que mantendrá el PSOE con respecto a Podemos, puesto que las diferencias con el PP las tengo claras. Y esa clarificación afecta a dos aspectos a cuál más importante, en primer lugar marcar las diferencias con la radicalidad populista de la llamada por algunos nueva izquierda, y en segundo definir las condiciones que se exigirían ante una hipotética alianza poselectoral con ésta. Ni me gustan las proclamas rupturistas de los "podemitas" ni me fio de ellos como aliados políticos. No pierden la ocasión de insultar, denigrar o calumniar al PSOE, como si el partido socialista fuera su verdadero enemigo. Aunque se trate de una formación de factura muy reciente, ya cosechan suficiente historia como para que se pueda predecir su comportamiento futuro.

Después dependiendo del programa votaré o no al PSOE, con independencia del candidato que resulte elegido en las próximas primarias. Al fin y al cabo me interesan las ideas mucho más que las personas.

7 de abril de 2017

A ver si me aclaro

La situación por la que está pasando el PSOE me desconcierta tanto, que referirme a ella me obliga a hacer un gran esfuerzo mental. Mejor dicho, me da tanta pereza enzarzarme conmigo mismo en una discusión que me ayude a aclarar las ideas, que voy a ver si escribiendo, diseccionando en la medida de lo posible las circunstancias que concurren, consigo disipar la niebla que dificulta distinguir con claridad lo que sucede.

Las broncas internas que el partido socialista está sufriendo, con la vista puesta en el próximo congreso, las entiendo perfectamente, porque unas primarias son al fin y al cabo elecciones en las que se elige a una persona que debería representar una visión política diferente de las que defienden los restantes aspirantes. Si los candidatos valoran sus propuestas como las mejores, es inevitable que señalen los defectos que observan en las de los rivales y las critiquen. No digo que deban recurrir al insulto ni a la descalificación personal, pero sí a poner en evidencia los fallos que perciban en los otros. Y eso, se ponga uno como se ponga, significa controversia y lucha dialéctica.

Por eso, la expresión "todos somos socialistas", que oigo repetir a los candidatos de vez en vez, no me vale, porque la pregunta que surge a continuación es qué clase de socialista eres. No sólo no me vale, sino que la considero una simpleza ramplona, casi un insulto a la inteligencia de los que reciben el mensaje. Decir que se es socialista, y dejarlo ahí en el enunciado sin explicar el contenido, es lo que suelen hacer los que no saben lo que quieren. Prefiero pensar que los aspirantes a la secretaría general del PSOE conocen lo que defienden.

Pero no tengo claro qué representa cada uno de los tres, más allá del estereotipo que los medios de comunicación les asignan. Según estas visiones, tan generales y difusas que poco significan, Susana Díaz representaría la moderación y la continuidad institucional -eso que llaman el aparato-, Pedro Sánchez la renovación y una vuelta de tuerca hacia posiciones más extremas -y según los suyos el apoyo de la militancia-, y Patxi López un intento de acercamiento de los dos extremos del espectro.

Para complicar aún más las cosas, están los talantes personales, muy distintos los unos de los otros, desde el acalorado Pedro, pasando por la vehemente Susana, hasta el frío, casi impávido, Patxi. Tres maneras de ser, tres estilos de expresión que a mí personalmente no acaban de gustarme del todo, aunque cosas mucho peores vea a diario cuando miro a otros partidos. Lamento decirlo por lo que pueda tener de nostalgia, pero echo de menos la oratoria política de Felipe González, la precisión lingüística de Alfredo Pérez Rubalcaba o el tono conciliador de José Luis Rodríguez Zapatero. Sé que son piezas del pasado y reconozco que hacen falta caras nuevas. Pero no puedo evitar acordarme de ellos en determinados momentos, aunque reconozca que son sujetos políticos quemados por el ejercicio de la cosa pública.

Si me quedara aquí, en la consideración de que los candidatos no responden a los estándares ideales para mí, estaría reconociendo que el PSOE ha dejado de parecerme una opción recomendable. Pero las cosas son bastante más complejas que el simple juicio de las personas. Es preciso entrar en el análisis comparativo entre los partidos, en la contemplación completa de las ofertas políticas disponibles. Y ahí es donde se me acaban las dudas, porque no estoy dispuesto a dar mi voto a la derecha rancia y ultraconservadora que representa el PP y sus amigos de Ciudadanos, ni tampoco a esa “nueva izquierda” encabezada por Podemos, que con tanto mal estilo, odio obsesivo a lo establecido y batiburrillo de grupúsculos diversos, incluso divergentes, me produce una desconfianza desmedida.

Me queda, por tanto, confiar en que el PSOE clarifique las ideas y las exponga en el próximo congreso. Si lo hace así, volveré a otorgar a su candidato mi confianza.