7 de abril de 2017

A ver si me aclaro

La situación por la que está pasando el PSOE me desconcierta tanto, que referirme a ella me obliga a hacer un gran esfuerzo mental. Mejor dicho, me da tanta pereza enzarzarme conmigo mismo en una discusión que me ayude a aclarar las ideas, que voy a ver si escribiendo, diseccionando en la medida de lo posible las circunstancias que concurren, consigo disipar la niebla que dificulta distinguir con claridad lo que sucede.

Las broncas internas que el partido socialista está sufriendo, con la vista puesta en el próximo congreso, las entiendo perfectamente, porque unas primarias son al fin y al cabo elecciones en las que se elige a una persona que debería representar una visión política diferente de las que defienden los restantes aspirantes. Si los candidatos valoran sus propuestas como las mejores, es inevitable que señalen los defectos que observan en las de los rivales y las critiquen. No digo que deban recurrir al insulto ni a la descalificación personal, pero sí a poner en evidencia los fallos que perciban en los otros. Y eso, se ponga uno como se ponga, significa controversia y lucha dialéctica.

Por eso, la expresión "todos somos socialistas", que oigo repetir a los candidatos de vez en vez, no me vale, porque la pregunta que surge a continuación es qué clase de socialista eres. No sólo no me vale, sino que la considero una simpleza ramplona, casi un insulto a la inteligencia de los que reciben el mensaje. Decir que se es socialista, y dejarlo ahí en el enunciado sin explicar el contenido, es lo que suelen hacer los que no saben lo que quieren. Prefiero pensar que los aspirantes a la secretaría general del PSOE conocen lo que defienden.

Pero no tengo claro qué representa cada uno de los tres, más allá del estereotipo que los medios de comunicación les asignan. Según estas visiones, tan generales y difusas que poco significan, Susana Díaz representaría la moderación y la continuidad institucional -eso que llaman el aparato-, Pedro Sánchez la renovación y una vuelta de tuerca hacia posiciones más extremas -y según los suyos el apoyo de la militancia-, y Patxi López un intento de acercamiento de los dos extremos del espectro.

Para complicar aún más las cosas, están los talantes personales, muy distintos los unos de los otros, desde el acalorado Pedro, pasando por la vehemente Susana, hasta el frío, casi impávido, Patxi. Tres maneras de ser, tres estilos de expresión que a mí personalmente no acaban de gustarme del todo, aunque cosas mucho peores vea a diario cuando miro a otros partidos. Lamento decirlo por lo que pueda tener de nostalgia, pero echo de menos la oratoria política de Felipe González, la precisión lingüística de Alfredo Pérez Rubalcaba o el tono conciliador de José Luis Rodríguez Zapatero. Sé que son piezas del pasado y reconozco que hacen falta caras nuevas. Pero no puedo evitar acordarme de ellos en determinados momentos, aunque reconozca que son sujetos políticos quemados por el ejercicio de la cosa pública.

Si me quedara aquí, en la consideración de que los candidatos no responden a los estándares ideales para mí, estaría reconociendo que el PSOE ha dejado de parecerme una opción recomendable. Pero las cosas son bastante más complejas que el simple juicio de las personas. Es preciso entrar en el análisis comparativo entre los partidos, en la contemplación completa de las ofertas políticas disponibles. Y ahí es donde se me acaban las dudas, porque no estoy dispuesto a dar mi voto a la derecha rancia y ultraconservadora que representa el PP y sus amigos de Ciudadanos, ni tampoco a esa “nueva izquierda” encabezada por Podemos, que con tanto mal estilo, odio obsesivo a lo establecido y batiburrillo de grupúsculos diversos, incluso divergentes, me produce una desconfianza desmedida.

Me queda, por tanto, confiar en que el PSOE clarifique las ideas y las exponga en el próximo congreso. Si lo hace así, volveré a otorgar a su candidato mi confianza.

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