29 de junio de 2023

Tralará

Quién no ha cantado esa vieja canción alguna vez: “Ahora que vamos despacio, tralará, vamos a contar mentiras, tralará”. Los estribillos que se añaden a continuación suelen ser disparates, a cuál más surrealista, pero nunca tanto como las diferencias que se observan entre lo que el señor Feijoo dice ahora y lo que decía antes. Para muestra un botón: en los ayuntamientos tiene que gobernar la lista más votada. Porque lo de jamás gobernaré con Vox va por otro lado, por el del engaño burdo, por el de donde dije digo, digo Diego. Es cierto que no es el primer político que se ve obligado a contradecir sus propias opiniones, pero la diferencia está en que cuando don Alberto  expresó ésta sabía que era imposible cumplirla.

El problema de los pactos entre PP y Vox es que pueden no ser coyunturales, sino convertirse en permanentes. La derecha tradicional española, el PP, que durante años demostró su capacidad para gobernar en solitario, ahora es incapaz porque no cuenta con los apoyos suficientes. El fenómeno no es difícil de entender, porque sus bases, o al menos una parte de sus bases, nunca aceptaron la democracia de buen grado. Durante la transición se dieron cuenta de que los nuevos tiempos requerían vestirse de demócratas para entrar a formar parte del mundo occidental, pero lo hicieron a regañadientes. De manera que la presión de esas bases descontentas explotó un día, los díscolos se salieron del cascarón que los protegía y se fueron despavoridos a Vox, un partido que nunca ha disimulado su querencia franquista, su añoranza del autoritarismo.

Lo peor de este asunto es que, aunque a los estratos más sensatos del conservadurismo español no les guste nada la deriva hacia Vox, necesitan su apoyo. De momento creen que pueden controlarlos dándoles algún caramelo que otro, con lo cual en vez de contribuir a su aislamiento les están dando alas. Cría cuervos y te sacarán los ojos, dice el refrán.

Yo me temo que lo que pueda ocurrir es que se produzca una especie de ósmosis entre los dos partidos, de tal manera que poco a poco las ideas se vayan fusionando, los programas pareciéndose cada vez más y los objetivos identificándose. Es decir, transformándose en uno solo. Ya ni siquiera será una alianza conservadora, sino un gran movimiento reaccionario. Porque creen que de esa manera quizá tengan asegurada la mayoría absoluta.

Es ahí donde está el peligro, en el nacimiento de un gran partido populista y antisistema, reaccionario y de corte autoritario, lo que sería el preludio de una gigantesca involución, no de un cambio coyuntural, sino de una mutación permanente. Este gigantesco frente mediático que se ha formado para intentar cambiar el gobierno no es casualidad, es el motor que está llevando a esta situación, a la vuelta a unos tiempos que ya creíamos superados.

Aunque lo que estoy diciendo pueda parecer una exageración, basta con navegar por las redes, analizar los mensajes, diseccionar los argumentos que se esgrimen para entender que el peligro está ahí. Mucho se habla de cambio de ciclo, de alternancia, de relevo democrático, pero tal como se están produciendo los acontecimientos deberíamos poner las barbas a remojar. La ola ultra avanza y la derecha tradicional está presa de los populistas.

 Ojalá me equivoque.

24 de junio de 2023

¡Qué viene el lobo!

 

Estoy convencido de que si el PSOE centra su campaña exclusivamente en el miedo a que venga el lobo, no va a conseguir cambiar la intención de voto de muchos de los electores que en las anteriores han votado al PP. Como se dice en el lenguaje bursátil, ya han descontado el riesgo de que Feijoo y Abascal gobiernen juntos. No les debe de parecer el león tan fiero como lo pintan y en consecuencia avivar la llama de ese peligro sería muy poco efectivo. No digo que no haya que alertar de lo que se nos avecina con la presencia de Vox en las instituciones, porque los personajes que empiezan a aparecer en la palestra son dignos de mención. Sin embargo, creo que lamentablemente una parte de la sociedad ha virado hacia posiciones extremas y que por tanto la insistencia en este riesgo no tendría demasiada repercusión.

Decía yo el otro día que deberían cambiar de estrategia. La antigua, la del "y tú más", no mueve conciencias, mucho menos la de los que están siendo bombardeados por pamplinas inverosímiles a través de los medios de comunicación y de las redes sociales. Han llegado a creerse de tal forma lo “derogar el sanchismo”, que en sus cerebros los ataque del mismo estilo pero en sentido contrario les parecen las pedradas de los pandilleros de enfrente.

Deberían desmarcarse de esa manera de hacer las cosas y centrarse en poner de manifiesto los logros alcanzados en esta legislatura y en los objetivos marcados para la próxima. Pero con pedagogía y sin demagogia. Tenemos en este momento la inflación más baja de Europa y nuestro crecimiento duplica el de los países de nuestro entorno. Las cifras de turistas en número de personas y en gasto realizado están alcanzando cifras  récord. Las inversiones de capitales extranjeros, que habían bajado significativamente, suben como la espuma. Las exportaciones crecen. Cataluña, una región española que hace unos años estaba al borde de la rebelión contra el Estado, aunque algunos continúen con sus cánticos separatistas vive en paz y concordia con el resto del país. El terrorismo ha desaparecido y los independentistas vascos canalizan sus pretensiones a través de las instituciones del país. Hay paz social, el desempleo disminuye y los salarios mínimos suben. Las pensiones se han revalorizado y los empresarios se muestran razonablemente satisfechos. El déficit continúa descendiendo y el PIB ha alcanzado los niveles de antes de la pandemia. Etcétera, etcétera, etcétera.

Es cierto que hemos llegado a una situación de confrontación chabacana y macarra de la que es muy difícil desprenderse. No lo es menos que cuando se oye a un líder presidenciable decir que hay que derogar el sanchismo, como si ese fuera su único objetivo, entran ganas de mirar para otro lado. Pero, aún así, el PSOE debería desmarcarse de la intolerancia, de las malas artes políticas, de la lucha barriobajera. Es preciso distinguirse de los que así actúan, para lo cual sólo cabe una posición, la de explicar lo que se ha hecho y extrapolar a lo que queda por hacer. Y no es necesario proclamar que el adversario no lo hará, porque eso es algo que los ciudadanos conocen perfectamente. Como decía el otro día en otro artículo de este blog, el electorado no es estúpido.

20 de junio de 2023

Lo que natura no da Salamanca no presta

El conocido proverbio de ámbito universitario que he escogido como título de este artículo nos advierte de que, por muchos estudios que figuren en nuestro expediente académico, por extensa que sea la erudición que contenga nuestra mochila escolar y por más másteres que añadamos al currículo, si no gozamos de buenas cualidades intelectuales todo se queda en agua de borrajas o en fuego de artificios, que para los efectos cualquiera de estos símiles me sirve.

En las hornadas de líderes que llegaron a la primera fila de la política a caballo de aquellos partidos a los que pomposamente se les denominaba en su momento emergentes, había algunos con un buen bagaje académico, que como es lógico exhibían como garantía de su capacidad intelectual, una forma de ganarse la confianza de una parte de la sociedad. Después vino el día a día, la cruda realidad primero del parlamentarismo de oposición y después del arte de gobernar, y aquella condición inicial se manifestó insuficiente. Volviendo al eslogan universitario, aunque contaran con Salamanca, natura no los acompañaba.

La política, como cualquier actividad de carácter intelectual, requiere de conocimientos, pero sobre todo de intuición, de prudencia, de mano izquierda, de sentido de la oportunidad, de buen talante, de paciencia. Porque, por muchos conocimientos que se tengan de derecho constitucional, por mucha ciencia política que se haya asimilado en la universidad y por muchas horas de ejercicio de la docencia que uno cargue sobre las espaldas, si al frente de un ministerio se redactan leyes que rechinan en las conciencias de la sociedad, queda claro que mejor sería dedicarse a otra cosa.

Entre todas las virtudes que se requieren para ejercer la política, creo que la capacidad de gestión es la más importante. Un ministro de Defensa no tiene que ser militar ni uno de Sanidad médico ni uno de Educación catedrático. Lo que se les debe exigir es que sean buenos administradores de unas complejas maquinarias, en las que confluyen personas y recursos materiales, donde los presupuestos están limitados y a las que hay que sacar el máximo rendimiento. Es verdad que para ello el conocimiento ayuda; pero si no se posee la capacidad de gestión requerida, si no se cuenta con una buena natura vendrá el fracaso.

Seguramente quien lea esto estará pensando que voy a dar nombres. Pues bien, aunque son varios los que rondan por mi cabeza, como no me gusta hacer leña del árbol caído guardaré silencio. Además, así dejo que cada uno ponga los que quiera, porque en esto de mucha academia y poca habilidad política hay bastante donde elegir. Pero sí diré que tengo la sensación de que en aquella hornada de fundadores de los partidos emergentes había mucho relumbrón universitario y muy poca experiencia, escasa capacidad de gestión y ningún sentido de la prudencia.

Hace tiempo escribí un artículo en el que vaticinaba que Ciudadanos y Podemos acabarían desapareciendo. Me basaba exclusivamente en la intuición, en el convencimiento de que cuando la pólvora ya está inventada poco sentido tiene volver a inventarla. En el caso de Podemos, aunque el adormecimiento del PSOE pudiera haber justificado en aquel momento su aparición para mover el árbol y que se cayeran las hojas secas, una vez conseguido el objetivo parece que sobran. Por lo menos eso es lo que dicen las urnas. Porque lo de Sumar de Yolanda Díaz nada tiene que ver con aquellos gritos de las castas, con las diputadas dando el pecho en el hemiciclo y con los aspavientos revolucionarios propios de los tiempos del asalto al Palacio de Invierno.

16 de junio de 2023

Siete veces cien

Una vez más voy a celebrar haber escrito y subido a este blog cien artículos más. El de hoy ocupa el lugar setecientos en el total de veces que he tecleado el ENTER para que otros puedan, si les apetece, compartir conmigo mis ocurrencias, conocer cuáles son mis opiniones sobre las diferentes situaciones a las que se asoma mi interés y, si acaso, asentir o discrepar. A mí, recordar estas centenas me ayuda a hacer un alto en el camino, a meditar sobre el propósito que me mueve a mantenerme en el empeño y a valorar si quiero continuar o abandonar. No es que estas meditaciones las haga sólo cada cien artículos, porque si quiero ser sincero debo decir que se trata de una inquietud recurrente que, además, cada vez me asalta con mayor frecuencia.

Pero, aunque las tentaciones de abandonar el blog a medida que pasa el tiempo vayan siendo más insistentes, cuando pienso que si lo cierro me voy a quedar sin la válvula de escape de mis fantasmas y de mis demonios, me entra un curioso vértigo. Sí, porque cada vez que a lo largo del día se desliza entre mis neuronas una idea, por vaga que ésta sea, me acuerdo del blog, tomo nota en mi cuaderno de anotaciones improvisadas y empiezo a madurar razonamientos, hasta que me llegue la hora de abrir el portátil y empezar a escribir, es decir a convertir las ideas en palabras.

Pero es que además considero que el blog constituye un aglutinador de amistades, un hilo conductor de preocupaciones. Sólo el hecho de haber lanzado un artículo a la red, a la nube como ahora gusta decir, me produce la sensación de no estar solo, de compartir intimidad, de despojarme de un lastre. Es cierto que se trata sólo de una sensación, porque la auténtica realidad es que las inquietudes no se comparten. Cada uno ya tiene bastante con las suyas.

Puede ser que se trate de una terapia psicológica. Pero si así fuera, puedo asegurar que es muy efectiva desde el punto de vista anímico. A mi me tranquiliza, me estimula, me produce satisfacción y me empuja hacia adelante, aunque sepa muy bien que no todas mis opiniones son compartidas por todos los que las leen. Pero es que así es la vida, un conjunto de ideas dispares, de pensamientos diversos y de contraste de pareceres, que bien agitados en la coctelera del pensamiento universal producen eso que llamamos civilización.

Si mis pensamientos y mis pareceres entran en la mezcla como un modesto granito más, ¿por qué abandonar? Al menos no de momento.

 

 

12 de junio de 2023

Un inglés dijo yeh yeh y un francés dijo uh la la

Decía el otro día Núñez Feijoo a propósito de su absoluta falta de conocimiento del idioma inglés, que se iba a poner a estudiarlo inmediatamente y que mientras tanto se apoyaría en los intérpretes de turno. Cuando lo oí tuve que contener la carcajada. Que un líder político que pretende presidir un país perteneciente a la Unión Europea no sepa ni gota del idioma que se ha convertido en el usual entre las clases dirigentes es muy preocupante. No sería el primero, por supuesto, porque hemos tenido presidentes de uno y otro signo que cuando asistían a las reuniones europeas, aquellas en las que se deciden los destinos de los estados miembros, salvado el apretón de manos inicial, con la sonrisa abierta y el temor en la mirada, se quedaban al margen de cualquier conversación. Rajoy, el más reciente, transmitía una soledad inquietante, a la vez que patética.

Si el presidente del PP cree que si se pone a estudiar inglés ahora salvará su déficit idiomático, es que nunca ha estudiado un idioma. Puede ser que aprendiera a decir nice to meet you o the weather is nice, pero que se olvide de poder mantener una conversación. Para ello es tarde. Tendría que haberse ido hace años a un país de habla inglesa durante una buena temporada, aislado entre nativos, dedicándole muchas horas al día.

En contra de lo que muchos creen, las conversaciones que llevan a las decisiones fundamentales no son las que se ven en los telediarios, cuando todos los mandatarios están sentados alrededor de una mesa, sino las que tienen lugar en los corrillos. En el mundo de los negocios se utiliza la expresión hacer lobby, que significa mantener conversaciones en privado o al menos en pequeños grupos fuera de las reuniones oficiales entre empresas. Es en los lobbies donde se toman las decisiones más importantes, donde se cuecen los negocios.

A la ciudadanía debería preocuparle que quien les representa en los tableros internacionales no sepa inglés, no por un prurito de dignidad patria, sino por razones de peso. Si no puede entenderse con sus colegas, si no es capaz de utilizar la sutileza verbal y la capacidad de sus palabras para transmitir lo que le conviene a su país, estará en inferioridad de condiciones con sus socios. Éstos tomarán decisiones a su lado y el asentirá con la cabeza sin saber de qué se está hablando. Será, a efectos prácticos, un convidado de piedra.

Sánchez en este aspecto ha puesto el listón muy alto. Lo hemos visto mantener conversaciones de muy alto nivel con los mandatarios que mueven los hilos del mundo, desde la presidenta de la Comisión Europea hasta el presidente de USA. Conversaciones largas, profundas y decisorias, sin que a su lado tuviera que sentarse ningún intérprete. Por eso España en los últimos años ha conseguido ayudas millonarias y ha paseado su imagen de país de primera fila con orgullo.

¿Qué pasaría si Núñez Feijoo accediera a la presidencia del gobierno de España? Quizá, no lo sé, esté pensando en que el vicepresidente Abascal le echará una mano.

8 de junio de 2023

El miedo y la ignorancia

El auge de la ultraderecha en el mundo constituye una realidad incuestionable. Lo de Trump en USA, lo de Bolsonaro en Brasil, lo de algunos de los gobiernos de países procedentes de la órbita rusa y hoy miembros de la Unión Europea, lo de Giorgia Meloni en Italia, lo del Frente Nacional en Francia y lo de tantos otros casos a lo largo y ancho del panorama internacional demuestran unos avances muy preocupantes de la intolerancia y por consiguiente suponen un peligro para las democracias. Porque, no lo olvidemos, en el fondo del pensamiento de cualquiera de los que he nombrado hay, en mayor o menor medida, una evidente negación de los principios democráticos y el sólido convencimiento de que la Autoridad, con mayúscula, es el bálsamo de Fierabrás que necesita hoy el mundo. Nosotros aquí en España tampoco nos privamos de este alarmante fenómeno.

Lo que me pregunto es cuáles son las causas de este resurgir de los fascismos, nombre que utilizo para no andarme con paños calientes, porque se trata de los herederos de los fascismos del siglo pasado. Curiosamente, en contra de lo que pudiera pensarse en principio, no se trata de que el creciente bienestar de los países occidentales haya provocado una exacerbación del conservadurismo, ya que la ultraderecha cuenta con unos buenos caladeros en las capas menos favorecidas de estas sociedades. Por tanto, las causas no hay que buscarlas en el aumento de la calidad de vida, sino en algún tipo de percepción subjetiva.

Puede ser que el miedo sea una de las causas, por supuesto el miedo al diferente. También la ignorancia, no porque el ciudadano de hoy sea más ignorante que el de ayer, sino porque tiene mayor acceso a la información y por tanto también mayor riesgo de recibir adoctrinamientos engañosos, fáciles de aceptar si no se cuenta con la suficiente formación. Pero a estas razones, que son las que siempre se han esgrimido, yo añadiría el complejo de inferioridad, una situación anímica que inclinan al individuo que la padece a buscar refugio en la autoridad, en la fuerza, en la protección contra peligros que imagina.

Si al miedo y a la ignorancia les unimos la falta de autoestima, la propensión a la intolerancia está servida. El miedo a lo que se percibe como un peligro, la ignorancia sobre la realidad social que te rodea y la subestimación o infravaloración de tu valía personal constituyen un caldo de cultivo muy eficaz para que muchos se enamoren de los discursos de los caudillos, de los salvadores de la patria, de los guardianes de la pureza de la raza. ¡Qué mejor que estar bajo el amparo de un valiente, sabio y seguro de sí mismo!

Sí, nos guste o no la ola reaccionaria está creciendo y amenaza con convertirse en un sunami arrasador. Luego, cuando tengamos al monstruo dentro de casa, vendrán los lloros y el crujir de dientes.

4 de junio de 2023

Más vale prevenir que curar

La guerra de Ucrania está sacando a la luz una serie de pormenores totalmente desconocidos hasta ahora por la opinión pública europea. Uno de ellos es lo relativo al gasto militar. Todos los países, tanto si pertenecen al bloque occidental como a la órbita de Rusia, disponen de sus correspondientes fuerzas armadas. Sin embargo, la distribución del esfuerzo entre cada uno de los aliados de uno y otro lado es muy desigual. En el bloque occidental un porcentaje altísimo de la capacidad militar está en manos de Estados Unidos, mientras que el resto de los aliados, confiados en el inmenso poder bélico de la gran potencia, han ido disminuyendo a lo largo del tiempo el esfuerzo en mayor o menor cuantía, quizá porque no le vieran las orejas al lobo o porque, aunque se las vieran, era preferible que el gasto lo tuvieran otros. El caso de España es de los más llamativos, ya que su presupuesto militar llevaba años muy por debajo del que le exigen sus aliados.

Pero la guerra de Ucrania ha cambiado los criterios por completo, por supuesto en toda Europa, pero en el caso de España quizá en mayor medida. Lo que sucede es que, como se trata de gastos impopulares, no se le está dando la notoriedad que a mi juicio merecería la nueva manera de hacer las cosas. Para mí este ocultismo es un gran error, porque creo que es el momento de explicarle a la ciudadanía que los gastos en defensa son imprescindibles si se quiere preservar nuestro sistema de vida, si se pretende continuar viviendo en democracia y libertad. El ciudadano debe saber que si cuenta con un buen sistema defensivo estará mucho más lejos de entrar en guerra que si éste es débil.

Aunque me considero bien informado sobre los distintos programas armamentísticos en los que están inmersas en este momento nuestras fuerzas armadas, no voy a entrar en detalles. Lo que pretendo hoy es decir que, como consecuencia de la guerra de Ucrania, tras comprobarse que Rusia representa una amenaza real para la estabilidad de Europa, los gobiernos del bloque occidental han reaccionado al unísono y han iniciado un rearme de grandes proporciones. Putin no había medido bien el riesgo que corría, porque su iniciativa ha traído como consecuencia el fortalecimiento de sus potenciales adversarios. El bloque occidental se está fortaleciendo y extendiendo.

No se trata de militarismo ni de defensa de la industria armamentística ni de ansias imperiales, como seguramente algunos creerán. Es tan sólo una reacción lógica frente a las amenazas. Putin con la invasión de Ucrania ha conseguido que, además de que dos países tradicionalmente neutrales -Suecia y Finlandia- se sumen al bloque occidental de manera incondicional, el resto haya puesto el foco en la defensa. 

Si a esto le añadimos que un país “hermano” de Rusia, Ucrania, ha cambiado completamente de posición geoestratégica, después de la masacre que está sufriendo es muy difícil no sospechar que Putin haya cometido un gran error al no medir adecuadamente las consecuencias de su “operación especial”. Ha fortalecido a su enemigo, lo ha hecho más extenso, ha puesto en contra a uno de sus mejores aliados históricos y, por si fuera poco, está poniendo en evidencia con una guerra tan prolongada las debilidades de sus fuerzas armadas.