27 de febrero de 2022

A la izquierda de la izquierda

Algo se mueve en el ámbito de lo que hace unos años se dio en llamar el espíritu del 15 de mayo, que luego se convirtió en Podemos y en otras formaciones más o menos afines. Como afecta al entorno del mundo progresista, estoy muy atento a sus consecuencias, porque, aunque toda propuesta política cuente en principio con mi respeto, podría convertirse en mucho ruido y pocas nueces o, lo que todavía sería peor, perjudicar al conjunto de la izquierda. Me estoy refiriendo a la reunión en Valencia, hace unas semanas, de Yolanda Díaz con otras líderes cercanas a la formación morada.

La primera idea que me viene a la cabeza es que los pilares sobre los que se fundó Podemos se tambalean, no amenazando derrumbe, pero sí pidiendo cambios estructurales para apuntalarlos. Tengo la sensación de que una parte de sus simpatizantes ha terminado reconociendo que en política es necesario pisar el suelo y no levitar en la utopía. Pablo Iglesias es de estos últimos y ya no está en primera fila, circunstancia que propicia que las cosas en ese partido se revisen. No obstante, como todavía siguen dentro algunos de los que pertenecieron a su entorno más inmediato, otros han decidido cambiar de estilo para evitar ataduras con una manera de actuar que no acababa de convencerlos.

Aunque quizá la iniciativa no vaya sólo de revisión programática, sino también de oportunidades personales. Las cinco políticas que se sentaron en el escenario de Valencia se han ganado a lo largo del tiempo un buen prestigio, unas más que otras, pero todas han tenido la oportunidad de darse a conocer ante la opinión pública. Han logrado una notoriedad que quizá les haya hecho pensar que tienen allanado el terreno para dar un salto y convertirse en cabecera de una nueva cartelera política. Porque saben, además, que juntas valen más que separadas.

Llegado a este punto, me pregunto si esto es bueno o malo para el lado progresista del espectro político español, porque, aunque parece que introduce un matiz de sensatez y moderación a las formas que hasta ahora proponía Unidas Podemos, pudiera entrar en abierto conflicto con la socialdemocracia representada por el PSOE, un partido que, a pesar de sus altibajos a lo largo de los últimos años, ha demostrado capacidad de permanencia en los primeros puestos de la política española. Por eso digo que, si la iniciativa surge para sumar, bienvenida sea; pero si lo hace para intentar desbancar, apaga y vámonos, porque el entorno progresista está muy escarmentado de amenazas de sorpasso.

A la derecha no le ha gustado lo de Valencia, hasta ahí podíamos llegar. Ya han experimentado que la izquierda es capaz de gobernar en coalición y no debe de dejarlos muy tranquilos que surja una nueva formación política progresista, con nombres muy conocidos y con una distribución geográfica muy extendida. Si a ello le unimos que está liderada por mujeres, con el consiguiente tirón del voto femenino, no es de extrañar que Pablo Casado tildara en su momento a la reunión de Valencia de aquelarre, es decir, de reunión de brujas. Cuando descalifica es que algo teme.

Es pronto para saber hasta dónde llegará la iniciativa de estas cinco líderes, porque todavía queda mucha legislatura por delante. Yo confío que suponga un giro desde la radicalidad hacia el realismo político, en el que las prisas no caben. Si es así, yo me alegraré, porque significará que el lado izquierdo del parlamento esté ocupado, además de por el partido socialista, por una formación a su izquierda, pero sin que se produzcan grandes disonancias entre los mensajes de las dos, como ocurría con el Podemos que lideraba Pablo Iglesias.

Porque, no hay que olvidarlo, para que la izquierda repita legislatura y no de paso a la ultraderecha de la mano de la derecha, el PSOE tendrá que seguir contando necesariamente con todos los que se consideran progresistas. Guste más o guste menos.

18 de febrero de 2022

Pero, bueno, ¿qué os ha pasado?

Las desavenencias entre doña Isabel y don Pablo estaban cantadas, pero que la brecha fuera tan profunda me ha dejado sorprendido. La presidenta de la Comunidad de Madrid nunca ha disimulado su desmedida ambición política, muy crecida en los últimos meses desde que las urnas la santificaron y la convirtieron en un referente del Partido Popular, en una figura que había que sacar en procesión cada vez que se pretendía hablar de triunfos electorales. Por su parte, el señor Casado nunca pudo ocultar del todo el temor que sentía ante la posibilidad de que la popularidad de la artifice del Zendal le hiciera sombra. Intentaba disimularlo, pero los gestos y a veces los comentarios lo delataban.

Lo que nadie podía sospechar es que las hostilidades abiertas, sin tapujos y sin paliativos, se desatarían a raíz de un posible caso de corrupción. Tan grande había sido el daño que la descontrolada etapa anterior había causado en el PP, que nadie en su sano juicio podía pensar que a alguno de sus líderes le rondaran las sospechas de corrupción. Como siempre, antepongo la presunción de inocencia; pero, como no puedo evitar acordarme del refranero, me viene a la memoria aquel tan conocido: cuando el río suena, agua lleva. En cualquier caso, las acusaciones de sospecha de irregularidades a la ínclita política no vienen ahora de la oposición, sino del cuartel general de su partido. Dos declaraciones seguidas, la de Díaz Ayuso -atacando a la defensiva- y la de García Egea -defendiendo mediante un ataque-, a cuál más estridente.

Yo le recomendaría al PSOE inteligencia ante la crisis de sus rivales, porque cargar las tintas en demasía podría resultar contraproducente. La mecha la han encendido los populares y son ellos los que deben controlar su propia catástrofe, que, por cierto, no hay que ser demasiado avispado para suponer que no ha hecho más que empezar. Que se pidan explicaciones, eso sí, pero nada más, porque ya se encargarán los protagonistas del desaguisado de despellejarse mutuamente. Ya sé que resulta difícil contener los ímpetus ante un escándalo político de esta envergadura, pero ahora toca esperar y ver.

A Vox no le diría lo mismo, porque sería inútil. Supongo que en su sede se estarán frotando las manos. Esta situación les beneficia más que a nadie, porque supongo que serán muchos los votantes conservadores que en estos momentos se sentirán desconcertados ante las noticias que están llegando. A la izquierda ni siquiera mirarán, por convicción; y Ciudadanos ya no tiene ninguna relevancia, de manera que sólo les queda la ultraderecha como refugio. Quién le iba a decir al señor Abascal que una cosa así sucedería, algo parecido a un milagro. Doy por hecho que a estas alturas estarán cargando los cañones de su artillería más pesada para atacar a sus compañeros de legislatura.

De las declaraciones que he señalado arriba, aunque no haya tenido tiempo todavía para analizarlas con detenimiento, hay una frase de doña Isabel que se me ha quedado grabada, la que se refiere a la crueldad. Yo creo que el subconsciente -o su consejero Miguel Ángel Rodríguez- la ha traicionado, porque se suele utilizar esta palabra para enfatizar, para, una vez aceptado el daño que se está sufriendo, resaltar que encima hay ensañamiento. Es algo así como decir, una cosa es que me acuséis, pero hacedlo con más miramientos. No seáis crueles.

Por su parte, de las del secretario general del PP me ha llamado la atención la insistencia en que ya se le había advertido a la señora Díaz Ayuso del riesgo que corría si se destapaba el entuerto; pero ella, según don Teodoro, como si nada. Las preguntas que habría que hacerle al señor García Egea son: si lo sabían, ¿por qué no lo han denunciado antes?, ¿qué razones han tenido para tirar de la manta en este momento y no en otro?

Supongo que de este asunto se hablará mucho en los próximos días y semanas, y quizá meses, con bastante más conocimiento de causa que el ahora tengo yo. Pero no he podido resistir la tentación de improvisar a bote pronto estas líneas de urgencia. Continuará.

14 de febrero de 2022

Pederastia en las instituciones

La pederastia, el abuso sexual a menores, siempre me ha parecido un delito execrable, un auténtico crimen. Que un niño, cuya mente está todavía en proceso de desarrollo, sea víctima por medio de engaños, embelecos o argucias -cuando no de amenazas o intimidaciones- de los instintos depravados de un adulto, es algo absolutamente deleznable, impropio del mundo civilizado. El hecho de que el intelecto del menor esté todavía sin formar propicia que cualquier factor procedente de su exterior cause en su todavía maleable personalidad daños irreparables. Pero, aunque las leyes traten de proteger a las víctimas, lamentablemente es un crimen que está a la orden del día.

Es cierto que este delito no distingue entre pederastas de una clase y pederastas de otra. Pero no lo es menos que, cuando se prodigan dentro de un determinado colectivo, es preciso, además de perseguir y castigar a cada uno de los delincuentes en concreto, poner atención en el entorno que propicia los abusos y examinar las causas. Supongo que cualquiera que esté leyendo esta reflexión sabe muy bien a qué me refiero, a la Iglesia Católica, de cuyas instituciones nos llega todos los días alguna nueva denuncia de pederastia.

Yo, como tantos otros españoles, me eduqué en colegios religiosos; y puedo asegurar que jamás observé, ni en mí ni a mi alrededor, nada que me hiciera sospechar lo que ahora, al cabo de tanto tiempo, estoy descubriendo. Lo digo para dejar sentado desde el principio que no sostengo que la acusación pueda extenderse al colectivo en su conjunto. Ahora bien, los casos son muchos, muy diversos y por lo general en países donde la Iglesia Católica goza de cierta consideración, por no decir de un estatus especial; de manera que estoy convencido de que, a la vista de las denuncias, es un asunto que requiere por parte del Estado de una atención específica. Por eso aplaudo la decisión de formar una comisión de expertos que analice, con absoluta objetividad, qué ha pasado y qué sigue pasando.

Supongo que las causas son muy diversas, aunque me imagino que la confianza que en principio ofrece un religioso, en el amplio sentido de la palabra confianza, está entre ellas. Un niño se acerca a un hombre de la iglesia convencido de que nunca recibirá de él nada que le perjudique, sino todo lo contario. De manera que el pederasta, amparado por su manto de hombre bueno -por no decir santo ante los ojos de un niño-, cuenta con una ventaja que de otro modo puede que no tuviera.

La Iglesia Católica en su conjunto ha preferido ocultar los escándalos, guiado por un principio de autoprotección y de cautela mal entendido, actitud que en vez de corregir estos abominables delitos los ha fomentado, aunque por supuesto no fuera esa su intención. Ahora empiezan a alzarse voces en su interior -la del papa Francisco es una de ellas-, pero tengo la sensación de que lo hacen con demasiada mesura, con un tacto que va más allá de la prudencia. Son los primeros que están obligados a quitarse esta lacra de encima, porque evidentemente está mermando la credibilidad de sus instituciones a pasos agigantados.

En los últimos días, he observado con perplejidad como los reaccionarios de siempre han empezado a moverse inquietos a causa de las denuncias de estos escándalos, por un lado tratando de que la investigación no se limite al entorno religioso y, por otro, sacando a relucir las aportaciones positivas a la sociedad de muchas organizaciones católicas. Con lo primero tratan de diluir la responsabilidad entre muchos -no sólo hay pederastas en las instituciones religiosas, explican- y, con lo segundo, compensar el descrédito con las bondades de la caridad -hay corruptos, pero también santos, justifican-, como si las manzanas podridas dejaran de oler mal mezclándolas con las sanas. En cualquier caso, un intento de minimizar el impacto negativo de las denuncias.

Yo espero que la comisión de investigación vaya adelante, al mismo tiempo que confío en que ni la Iglesia ni los reaccionarios laicos obstaculicen sus trabajos. La sociedad en su conjunto saldrá ganando.