Afortunadamente la transición fue adelante y la democracia llegó. Sin embargo, ese temor a la libertad ha permanecido oculto en las mentes de muchos y ha dado lugar, al cabo de los años, al renacimiento de la ultraderecha. El miedo a la libertad, y por tanto la defensa del autoritarismo, es el caldo de cultivo que alimenta las mentalidades de un buen número de votantes de extrema derecha. Los dictadores, los dirigentes con mano de hierro y el ordeno y mando constituyen para ellos el ideal político, más allá de cualquier otra consideración. Por el contrario, el diferente les da miedo y arremeten contra él. Los dirigentes de la ultraderecha, que presumen de valientes, alimentan de temores el alma de sus votantes.
Libertad implica tolerancia, de manera que para combatir aquella fomentan la intolerancia. Intolerancia hacia todo lo que signifique para ellos alguna amenaza: hacia los inmigrantes, hacia los homosexuales, hacia los feministas, hacia los sindicalistas, hacia los librepensadores y hacia tantos otros grupos que, al defender unas ideas de libertad, amenazan su concepción del orden. Si se rasca un poco en sus argumentos, al final siempre encontraremos una demonización de los componentes de los colectivos que denuncian. Los inmigrantes ponen en peligro los puestos de trabajo de los españoles, los homosexuales pervierten las costumbres, los feministas alteran el orden natural de los sexos, los sindicalistas amenazan el orden público, los librepensadores atentan contra la armonía religiosa y, por tanto, según ellos, contra la moral.
Resulta muy sorprendente por otro lado analizar el estatus social del electorado de ultraderecha, porque una gran parte procede de las clases medias y humildes de la sociedad. No me refiero a la posición de los dirigentes, por lo general acomodada, sino a la de sus votantes, muchos de los cuales, aunque no crean que la ultraderecha los vaya a sacar de su situación económica, temen los peligros que los líderes les denuncian.
Tengo la sensación de que la clase media tradicional se mantiene leal a los partidos de centro derecha, mientras que los recién ascendidos tienden con más facilidad al extremismo. Quizá los primero se sientan más seguros en un estatus que les resulta familiar porque les viene de generaciones, mientras que los segundos sean más propensos a absorber los miedos que les infunden, debido a que se consideran menos asentados en su posición social.
Lo que sucede últimamente es que
los partidos conservadores moderados, al constatar que un gran estrato de
las clases medias, y no tan medias, se les escapa, se mimetizan hasta confundirse
con la ultraderecha. Si la intolerancia tiene éxito entre su potencial electorado, razonan, fomentémosla o seguiremos perdiendo votos. El resultado es una gran ultraderecha combativa, que inventa amenazadores gigantes donde no hay más que molinos.
Es curioso que al cabo de los años se vuelva a oír aquel viejo eslogan de no es lo mismo la libertad que el libertinaje. Hasta los miedos son cíclicos.
Realmente produce mucho miedo esta gran incultura, fomentada además por los medios y por muchos de nuestros líderes políticos de todos los estratos ideológicos.
ResponderEliminarFernando, el miedo es libre, como decía el otro.
Eliminar