29 de abril de 2024

Punto y aparte. Otra crónica de urgencia


Tomo el título de esta reflexión de una de las frases de Sánchez en su comparecencia para anunciar su decisión de continuar al frente del ejecutivo, porque quizá haya sido la que más me ha llamado la atención. Aunque la expresión tenga un sentido figurado, el mensaje ha sido claro: sigo, pero de otra manera. Lo que hay que ver ahora es a qué se refiere en concreto, si a un nuevo estilo de gobierno o a una nueva manera de hacer parlamentarismo o a un cambio de guion en las reformas emprendidas o a todo a la vez. Si su meditación ha ido en el sentido de renovar la estrategia, bienvenida sea su decisión de continuar, porque al frentismo “antisanchista” sólo hay una manera de vencerlo, mediante la política. Estaba cayendo en el error del “y tú más”, cuando es evidente que esa actitud sólo sirve para realimentar la bola de la ignominia.

Decía yo en un artículo anterior que su “interregno” respondía a una maniobra política para remover las conciencias de los suyos y las de sus afines. Desde mi punto de vista ese objetivo lo ha cubierto con creces. Muchos progresistas de este país han visto las orejas al lobo y algunos nacionalistas intransigentes han temido que su dimisión diera paso a la alternativa de una reacción que acabaría, no sólo con sus absurdas pretensiones separatistas, sino además con los avances de autogobierno alcanzados hasta la fecha. Junts y ERC seguirán durante la campaña de las elecciones catalanas sin reconocer de manera explícita su disposición a colaborar con el gobierno central, pero no tengo ninguna duda de que tras los comicios el panorama cambiará.

Es pronto para saber qué anida en este momento en la mente de Sánchez. Como supongo que ya estará poniendo en marcha una nueva estrategia, habrá que estar muy atento a los movimientos que a partir de ahora haga el gobierno, porque nos irán dando una idea de por dónde van a ir los cambios. Es más, estoy convencido de que en esta nueva manera de hacer las cosas va a haber urgencia y dinamismo. Tenía yo un amigo, muy castizo él y un tanto ocurrente, que aconsejaba, “no te andes con el bolo colgando que se lo comerán las hormigas”. El bolo puede ser parte de la anatomía del hombre, pero también el comportamiento político. En política hay muchas hormigas y además termitas. La marabunta está ahí amenazante, no sólo en España, sino en el mundo entero. Los poderes fácticos no cesan en sus maniobras, muchas de ellas antidemocráticas, por lo que los responsables políticos deben de estar ojo avizor, sin caer en la provocación.

He oído también la comparecencia de Feijóo y me he quedado perplejo. Los mismos argumentos, las mismas amenazas e idéntica manera de hacer oposición. Ha venido a decir algo así como, ¿quieres guerra?, pues la vas a tener. ¿Sales reforzado de la maniobra?, pues te vamos a machacar. Ni una crítica política ni una idea alternativa. Leña al mono y caiga quien caiga. Es su estilo, el que le dicta su débil bagaje intelectual y discursivo, y ni puede ni sabe salirse del guion. Incluso se ha permitido decir que no va a presentar una moción de censura. ¡Qué cosas! Este país se merece una oposición a la altura de las circunstancias, no ésta.

Supongo que la para mí sorprendente reacción del líder de la oposición ya se habrá dado por descontada en la nueva estrategia de Sánchez, porque se esperaba. Pero, ¡ojo!, que no se vuelva a caer en la provocación. Sólo ofende quien puede. Lo demás son fuegos de artificio.

27 de abril de 2024

Impresiones a vuelapluma. Crónica de urgencia

 

Elijo este título porque de eso se trata, de escribir sobre la marcha, sin meditarlo demasiado y sin vacilaciones. Digo esto, porque hoy voy a escribir sobre el inesperado “interregno” de Sánchez antes de que nadie sepa, ni siquiera sus más inmediatos colaboradores, qué nos va anunciar el presidente del gobierno el próximo lunes. Lo prudente sería esperar para saber a qué atenerse y así opinar sobre seguro y no hacer suposiciones. Pero es que prefiero expresarme ahora, cuando ignoro cuál será su decisión, para soltar mis impresiones a vuelapluma.

Pasado un primer momento de desconcierto, enseguida intenté asimilar la maniobra y me puse a elucubrar. Digo maniobra, no en el sentido peyorativo con el que utilizan la palabra sus encarnizados adversarios, sino porque cualquier movimiento en política merece este nombre. Nadie en su sano juicio puede pensar que Sánchez no sepa qué pretende con esta finta, con este amago de dimisión. Otra cosa es que los demás caigan en las más diversas interpretaciones, desde los que le llaman Pedro I el triste, pasando por los que dicen que a la política hay que llegar llorados, hasta los que lamentan que se haya alcanzado este estado de deterioro de las relaciones institucionales.

Para mí, se trata de una llamada de atención a los suyos, sean éstos los de su propio partido, los del partido con el que gobierna en coalición o los de los partidos llamados de la investidura. Cuando tomó esta decisión, no estaba pensando en la derecha extrema y en la extrema derecha, porque su intransigencia, su manera de hacer oposición las debe de tener muy asumidas. No tenía en mente al adversario, sino el fuego amigo. Con esta maniobra da un aldabonazo en las conciencias de los que no hacen más que poner palos en las ruedas, cuando saben muy bien que la alternativa política no les conviene, o porque su ideología nada tiene que ver con las tesis conservadoras o porque la posibilidad de un gobierno presidido por el tándem Feijóo/Abascal les perjudicaría.

Ahora bien, lo que no sé ni imagino es hasta dónde esta dispuesto Sánchez a llegar. Posibilidades hay varias, desde la dimisión y el consiguiente ahí os quedáis, hasta el anuncio de continuar si a partir de ahora os portáis bien. Yo tengo la impresión de que su espíritu batallador y su coraje político no le van a permitir tirar la toalla. Pero vaya usted a saber, porque la ignominia política, la calumnia, los ataques al entorno familiar, las falsedades y el juego sucio pueden llegar a doblegar las voluntades más firmes.

Para acabar, sólo dos reflexiones. La derecha de este país cuando no puede vencer a la izquierda intenta echarla como sea, sin reparar en medios. La izquierda de este país, dividida en rivalidades estúpidas, le permite a la derecha que en ocasiones se haga con el poder.

Dentro de unos días más, pero ya sobre seguro.

25 de abril de 2024

Conservadores y progresistas

 


No se me escapa que las palabras pueden llegar a convertirse en armas de doble filo y que por tanto hay que tomar precauciones al utilizarlas. Tanto se habla de derechas y de izquierdas, de conservadores y de progresistas, que uno nunca sabe con quién está hablando, si con un rojo matacuras o con un facha meapilas, dichos sean los epítetos anteriores en sentido figurado. Sólo si se presta atención a sus ideas en general uno será capaz de distinguir qué anida de verdad en su cerebro.

Tenía yo un amigo, con el que perdí el contacto hace ya algunos años, que confesaba que era de izquierdas en lo social, pero que su mentalidad era de derechas. Se consideraba progresista, pero rechazaba a las minorías marginadas, a los inmigrantes, a los homosexuales o a los de otras razas distintas a la blanca. Quizá, no lo puedo asegurar, su confusión mental fuera la causa de nuestro posterior distanciamiento, porque yo nunca aceptaré que se considere uno progresista y rechace a los diferentes.

Es verdad que todos, en mayor o menor medida, tenemos en nuestra ideología una mezcla de factores, unos más o menos conservadores y otros menos o más progresistas. Por eso existen los radicalismos y también por eso las actitudes moderadas. Pero una cosa es la composición de la mezcla y otra muy distinta que ésta resulte explosiva o, si se prefiere, adulterada. No se puede ser progresista y racista al mismo tiempo. Es imposible ser de izquierdas y odiar a los homosexuales y a los inmigrantes.

Esto me lleva a una reflexión, la influencia de los esnobismos en las actitudes políticas, tanto en uno de los lados del espectro como en el otro. Hay quien se considera de izquierdas porque imagina que serlo significa rebeldía, inconformismo y modernidad, como los hay que suponen que su adscripción a las derechas les otorga más categoría social. Los primeros presumen de “aggiornamento” e innovación, los segundos creen liberarse de su verdadera situación social mediante el apoyo a las tesis conservadoras. Dos errores y dos “fraudes ideológicos”.

Si a todo lo anterior le añadiéramos el componente religioso, la cosa todavía se complicaría más. No sé dónde está escrito que los conservadores tengan que creer en Dios y los progresistas no. Otra cosa son las actitudes con respecto a las religiones oficiales, la mayoría de las cuales siempre han estado y siguen estando del lado de los conservadores, porque sus jerarquías son las primeras que tienen mucho que conservar y como consecuencia las reivindicaciones sociales les aterran. Nada tiene de particular que en la izquierda haya prevención contra ellas, porque la Historia pone de manifiesto con quién se han ido aliando a lo largo de los siglos.

También hay quien piensa que los ricos tienen que ser necesariamente de derechas y los pobres de izquierdas. No digo que no tenga sentido esta reflexión, pero estoy muy acostumbrado a ver personas de condición humilde que votan a la derecha y, aunque menos frecuente, acomodados con tendencia progresista.

Ser de izquierdas o de derechas, salvo factores del subconsciente distorsionantes, debería suponer una actitud integral ante  la vida. No se puede ser de izquierdas y odiar a los inmigrantes. Como tampoco se entendería bien que un multimillonario de los que nadan en la abundancia acudiera a una manifestación a favor de la subida de impuestos.

Seamos coherentes.


21 de abril de 2024

Recuerdos olvidados 10. El lago de Bañolas

 

El verano de 1951, cuando yo todavía no había cumplido los 9 años, veraneamos en Bañolas. Después de haber pasado los primeros años de mi vida en Tetuán, entonces capital del Protectorado Español de Marruecos, un nuevo destino de mi padre nos había llevado a Gerona. Aquel cambio supuso para mí un contraste de tal envergadura, que muchos de aquellos recuerdos infantiles acuden a mi mente con frecuencia, difuminados pero insistentes. De alguno de ellos ya he escrito algo y confío en que con el tiempo siga recordando otros.

Mis padres habían alquilado una casa en la plaza porticada de Bañolas, un edificio de dos plantas, la de arriba apoyada sobre las arcadas que la rodean, con una serie de balcones que se asomaban a los gigantescos plátanos que la adornan. En la parte de atrás había un pequeño jardín, que a mí por aquel entonces me parecía tan grande como pudiera serlo la selva del Amazonas. Entre su fauna, una tortuga que campaba a sus anchas sin molestar a nadie, y en un pequeño estanque una colonia de diminutos renacuajos, que le ayudaron a mi padre a explicarme el fenómeno de la metamorfosis de los batracios.

Pero lo que constituye el centro de todos mis recuerdos es el lago de Bañolas, de algo más de dos kilómetros de longitud, rodeado de un impresionante paraje natural. Allí íbamos todos los días a bañarnos en unas instalaciones que se llamaban, y se siguen llamando, los Banys (los Baños), en los que unas pasarelas de madera (palancas) de aspecto palafítico se adentraban desde la orilla hacia el centro, estructuras que nos servían de trampolín para saltar como lo haría el mismísimo Johnny Weismüller en sus películas de Tarzán. Fue ese verano cuando aprendí a nadar o, mejor dicho, a prescindir de aquellos engorrosos flotadores de corcho, rudimentarios y toscos, pero muy prácticos, 

Recuerdo las pequeñas edificaciones repartidas de trecho en trecho por la orilla, con unas terrazas que se adentraban en el lago, cuyo propósito era el de servir de base para el ejercicio de la pesca con caña. A mí me gustaba contemplar a los pacientes pescadores a la espera de que alguna inocente carpa mordiera el anzuelo. No recuerdo haber visto nunca que alguno lo consiguiera, aunque nada tiene de particular, porque mucho más tarde aprendí que muy pocas veces los practicantes de este deporte consiguen el éxito. De lo que no me he olvidado es de la existencia de unas redes que cercaban  pequeñas zonas del lago junto a las pesqueras, en las que nadaban en cautividad algunos ejemplare de peces enormes, pescados en otro momento, entre ellos uno gigantesco al que todo el mundo llamaba Ramona.

Quizá haya sido el paso del tiempo el causante de que mi mente haya mitificado las experiencias de aquel verano. Fue ese año cuando tuve mi primera bicicleta, una flamante Vendrell de color azul, con la que con frecuencia me escapaba en solitario para dar grandes paseos por lugares que, aunque a mí me parecieran remotos y casi transfronterizos, no debían de estar a más de dos kilómetros o quizá tres de mi casa, generalmente por los alrededores del lago. La Puda, un antiguo balneario de aguas sulfurosas, que olían a muchos metros de distancia, era uno de mis lugares preferidos. Estaba situado junto al lago pequeño, una especie de anexo del grande, rodeado por un bosque de sauces llorones, que le daban al rincón el aspecto del cuento de Blancanieves y los siete enanitos. Se decía que por allí merodeaba un dragón gigante, una vieja leyenda que, aunque mi mente intentaba catalogar de falsa, nunca conseguía que mis temores desaparecieran del todo. 

Aquellos paseos en solitario, rodando sobre senderos que se me antojaban la ruta de la seda o las vías del transiberiano, cuando mi imaginación infantil todavía no ponía fronteras claras entre lo real y lo ficticio, me abstraían hasta el punto de que, lo he pensado muchas veces, debieron en algún modo contribuir a desarrollar mi carácter, esa parte introspectiva y soñadora, quizá algo huidiza de la realidad cuando ésta no me gusta, que luego me ha acompañado durante toda mi vida.

A Bañolas he vuelto varias veces a lo largo de mi existencia movido por la nostalgia, intentando recuperar aquellas viejas vivencias, por supuesto sin conseguirlo del todo. Las fotos fijas que guarda mi memoria han sido barridas por la película de la realidad del paso del tiempo. Por eso, para no desprenderme del todo del pasado, es por lo que recurro a mis recuerdos de cuando en cuando; y aquel verano en Bañolas es una de mis fuentes preferidas, porque sospecho que los paseos en solitario al lago, navegando entre la fantasía y la inventiva, contribuyeron al desarrollo de mi propensión a la evasión mental.

16 de abril de 2024

Recuerdos olvidados 9. El campo de minas

 

Creo que ya he contado en alguna ocasión en estos Recuerdos olvidados que pasé el verano de 1961 en Sidi Ifni -uno de los destinos de mi padre-, capital del entonces territorio español de Ifni, situado muy al sur de Marruecos, cerca ya del Sahara. Fue un veraneo corto, porque había empezado ya la carrera y tuve que regresar a Madrid en septiembre para presentarme a los exámenes de las asignaturas que me habían suspendido en junio, no recuerdo cuales. Pero lo que sí permanece vivo en mi memoria es que durante julio y agosto acumulé un buen número de experiencias, alguna que ya he contado y otras que espero que con el tiempo vayan apareciendo por aquí. Estaba a punto de cumplir los 19 años y el futuro estaba abierto para mí con sus páginas en blanco. Nada me impedía imaginar que lo que el destino escribiera en ellas a partir de ese momento de mi vida estaría lleno de satisfacciones.

El clima en aquellas latitudes africanas era muy apacible. Todos los días íbamos a la playa o a la piscina y todas las tardes teníamos alguna fiesta, o bien guateques juveniles o celebraciones militares en el Casino de Oficiales. Una vida placentera, sobre todo si se carecía de preocupaciones importantes, como era mi caso.

Desde los ataques de Marruecos de 1957, el territorio ocupado por España se había reducido considerablemente. En realidad, sólo incluía la pequeña ciudad de Sidi Ifni y unos cuantos kilómetros a su alrededor. Los límites estaban protegidos por las llamadas posiciones, que como su nombre indica estaban constituidas por trincheras, fortines, reductos, pozos de tirador y otras improvisadas instalaciones militares defensivas, ocupadas por unidades del Grupo de Tiradores de Ifni, que se relevaban cada tres meses. Los ataques hacía tiempo que habían cesado, pero la amenaza persistía. Yo tuve la oportunidad de visitar algunos de aquellos búnkeres en varias ocasiones, siempre acompañado por algún oficial que se prestara a ello. Eran unas visitas cortas, pero que permitían observar de cerca un auténtico escenario de guerra, aunque, como ha quedado dicho, en aquel momento hubiera paz. Sólo a través de potentes prismáticos se podía ver al "enemigo" al otro lado de la improvisada frontera.

Una tarde decidí dar un paseo en bicicleta por un camino no asfaltado que se alejaba de la ciudad hacia el sur con un trazado paralelo al mar, una estrecha planicie entre el Atlántico y las montañas del interior. Dejé atrás el aeropuerto y continué hacia lo desconocido, sin ninguna meta concreta. Como las posiciones que yo conocía estaban situadas siempre en cotas altas, no se me había ocurrido que por aquellos parajes hubiera alguna. Pero cuando es posible que hubiera recorrido tan sólo unos seis o siete kilómetros, tuve que frenar para no pisar un cable negro medio oculto en la tierra que atravesaba el sendero de rodadura. Pensé que podría tratarse de un campo de minas y, sin pensármelo dos veces, sobrepasé la amenaza con la bicicleta al hombro. Después volví a montarme en ella y continué avanzando.

De repente, cuando iba abstraído en mis pensamientos, puede que imaginándome los escenarios de guerra que recreaban los comics de la colección Hazañas Bélicas, una de mis lecturas de adolescente, oí un siniestro “¡Alto o disparo!”, seguido de un “¡Cabo de guardia!”, con un inconfundible acento gallego. Frené en seco, dejé no sé por qué la bicicleta en el suelo y esperé a que alguien hiciera acto de presencia. Frente a mí, a unos cien metros de distancia, se adivinaba la silueta de una posición militar bajo una tupida red de camuflaje, de la que emergieron dos sodado con sus fusiles en posición de “prevengan”. Uno de ellos, al que distinguí por sus galones como cabo, se adelantó hacia mí. Cuando estuvo cerca y me pudo ver con toda claridad, colgó el mosquetón al hombro, cambió el gesto y me espetó: “¿Qué coño haces por aquí?”. Había visto que el intruso no parecía un infiltrado procedente del otro lado de la línea defensiva y se había relajado.

En aquella posición había unos quince hombres, en ese momento al mando de un cabo primero, todos ellos algo mayores que yo, pero no mucho más. Como debían de estar muy aburridos y yo rompía la monotonía de la jornada, me dejaron entrar en la trinchera, me enseñaron el mortero que tenían instalado y pude contemplar la incomodidad que los rodeaba, unos camastros dentro de un par de refugios subterráneos. A unos cincuenta metros de distancia de la fortificación, en un rincón apartado, las letrinas.

De repente, uno de los soldados dijo, “Mi primero, no creo que al brigada le guste esta visita si se entera cuando vuelva mañana. “Sí, no os preocupéis, me voy”, dije yo, dándome cuenta de que estaba comprometiendo la disciplina de aquellos soldados. "Gracias por vuestra acogida y buen servicio".

Cuando volvía a Sidi Ifni empezaba a anochecer. Como acababan de explicarme que los cables que atravesaban el sendero eran de telefonía y que por allí no había minas, esta vez no me detuve hasta llegar a casa.

Esa noche mientras cenábamos se lo conté a mi padre, quien me dijo que era un imprudente, que podían haberme disparado y que no se me ocurriera repetir la experiencia. Le hice caso y nunca más volví a las posiciones sin las autorizaciones y acompañamientos preceptivos. Una pena, porque aquella escapada en solitario al "frente" había resultado una experiencia interesante para mi calenturienta imaginación.

12 de abril de 2024

Teoría de la infinitud

 

Hace tiempo que llegué a la conclusión de que las magnitudes físicas espacio y tiempo carecen de límites cuando se refieren al universo, quiero decir que no tienen ni principio ni fin. Como consecuencia, el cosmos ni fue creado en un momento determinado ni nació de la nada por generación espontánea ni tiene fronteras. Existe desde siempre y no se acabará nunca. Además, si se pudiera viajar por las lejanas galaxias, nunca se llegaría a sus bordes.

Sé que estoy jugando a filósofo, pero resulta que esta teoría resuelve muchas de las grandes incógnitas del universo. Las preguntas cuándo empezó y quién lo creó, quedan inmediatamente contestadas. Nunca fue creado y como consecuencia nadie lo creo. No hay que acudir a la intermediación de creadores, porque, según esta teoría de la infinitud, no son necesarios.

Es cierto que aceptar lo anterior plantea otras incógnitas, porque nuestra mente está acostumbrada a que todo tenga un principio y un fin y, por tanto, no es capaz de entender el concepto infinito, una abstracción matemática. Pero para esa incomprensión también hay respuesta, la de que estamos todavía en una etapa muy temprana de la evolución del hombre y, como consecuencia, nuestra capacidad neuronal en un estado de poco desarrollo. Es más, posiblemente nunca llegue el hombre a entender el alcance del infinito, porque es posible que el ser humano desaparezca mucho antes de que su cerebro haya alcanzado la capacidad necesaria para entenderlo. Por cierto, digo que habrá desaparecido el hombre, pero no el universo, que, de acuerdo con la teoría que sostengo, seguirá existiendo hasta el infinito. Nuestro mundo, el que conocemos, no es más que una pequeña circunstancia dentro de la inmensidad del tiempo y del espacio.

Como este asunto no forma parte de mi área de conocimientos, -¡quién me mandará meterme en camisa de once varas!-, ignoro si esta teoría existe en el mundo de la filosofía, aunque, como sé muy bien que todo está inventado, doy por hecho que no soy el primero que ha llegado a esta conclusión. Pero como no hay una oficina donde registrar las teorías, no me voy a molestar en solicitar la autoría. Sí lo hiciera, la registraría bajo el fantástico título de Teoría de la Infinitud del Tiempo y del Espacio Cósmicos

Las teorías sólo desaparecen cuando aparecen otras con más fuerza argumental y las desplazan. Pero mientras esto no ocurra, yo la doy por buena. Sé que será rebatida, como le sucede a todas las teorías que se precien de tales, y sé también que las críticas procederán sobre todo del campo de las numerosas interpretaciones religiosas, que cuando no encuentran explicaciones físicas acuden a conceptos metafísicos para zanjar el asunto. Al fin y al cabo, si las creencias religiosas existen es porque el ser humano está muy limitado en su capacidad intelectual y tiene que refugiarse en fantasías liberadoras de sus inquietudes. Para algunos es más fácil aceptar lo de la creación del mundo en siete días que elucubrar sobre magnitudes físicas. Pero a mí lo de la luz el primero, la atmósfera el segundo, la tierra y las plantas el tercero, etc. no me acaba de convencer. Ni tampoco lo del creador, porque la pregunta que me hago a continuación es: ¿Quién creó al creador?

Por favor, amigos físicos, matemáticos y filósofos que os asomáis de vez en vez a mis torpes reflexiones, os pido que seáis benevolentes conmigo.

8 de abril de 2024

No es país para viejos

 


El título de la conocida novela de Cormac McCarthy, que leí hace ya algunos años, me ha sugerido la siguiente reflexión. Durante muchos años, cuando era joven o no tan joven, mantuve que la actitud de los mayores en contra de la evolución de los usos y costumbres era un síntoma de su propia decrepitud. Ahora, que no sólo he dejado de ser joven, sino que además soy viejo, entiendo que cueste mucho mantenerse alineado con las modas que van surgiendo. Es decir, he comprendido que la rebeldía pasiva de los viejos tiene sus razones. Con más de ochenta años, uno ha visto tantos cambios de modas, incluso ha participado de manera activa en ellos, que seguir el ritmo que imponen los nuevos tiempos resulta agotador.

Lo diré con claridad: lo que veo a mi alrededor cada día que pasa me gusta menos. Vulgaridad, falta de estilo, muy poca empatía, rivalidad desatada, puñaladas por la espalda, falta de respeto a los demás, egoísmo, formación insuficiente, crítica a la excelencia, conformismo y dejadez. No, no me gusta nada.

Por si alguien se pregunta que de dónde he sacado yo que las cosas antes fueran mejores que ahora, diré que no es eso lo que digo. Lo que sostengo es que eran diferentes. Ni mejores ni peores, diferentes. La permeabilidad social, un valor añadido de los tiempos modernos, que no sólo no censuro sino que alabo, tiene contrapartidas negativas. El igualitarismo, consecuencia de los avances sociales, trae muchas veces como consecuencia que determinadas actitudes que nunca me han gustado sean ahora la norma de conducta. La campechanía, que antes se traducía en compañerismo y solidaridad, ahora parece que nos trae café para todos, te guste o no. La vida práctica, cuando comporta la ausencia de adornos supuestamente innecesarios, acarrea muchas veces vulgaridad y falta de estilo.

El derecho a la intimidad, la defensa de la privacidad y la discreción han pasado, desplazados por la ola de las nuevas costumbres, a todo lo contrario, a un exhibicionismo desmedido, en el que todo el mundo presume de sus bondades y algunos hasta de sus maldades. Las redes sociales, ese logro de comunicación universal, se han convertido en escaparates de la trivialidad y de la falta de rigor, no porque esa fuera la intención de sus diseñadores, sino porque las modas se han aprovechado de ellas. 

No quisiera que de esta reflexión mía se sacara la conclusión de que me opongo a los avances, porque nada más lejos de mi intención. Me tengo por progresista y no voy a caer en contradicciones. Lo que digo es que nadie me pida que aplauda determinados comportamientos que veo a mi alrededor, porque caería en la hipocresía. No puedo decir que la falta de elegancia me parezca buena porque elimina tabúes, porque mentiría. Nunca defenderé que dé lo mismo vestir de una manera o de otra, porque no lo comparto. Ni se me oirá nunca decir que el feminismo equivale a que las mujeres ya no tengan el privilegio de pasar delante de los hombres, porque creo que nada tiene que ver la defensa de la igualdad de derechos con los protocolos sociales.

Por eso, aunque soy consciente de que el río de la evolución social es imparable, yo ahora procuro permanecer a un lado para que no me arroye. He vivido y disfrutado de lo que ha sido el mundo que me ha tocado vivir y ahora contemplo éste con un cierto escepticismo, porque, aunque sigo viviendo en él y procuro seguir disfrutándolo, no me acaba de convencer su deriva.

Menos mal que no somos eternos.

3 de abril de 2024

Pequeñas casualidades

 


Vi el otro día una película francesa titulada “Pequeñas casualidades", interesante reflexión cinematográfica sobre la influencia del azar en la trayectoria de nuestras vidas. El argumento transcurre a través de una complicada estructura arborescente, con varios puntos de bifurcación a partir de los cuales se inician secuencias distintas, una la correspondiente a lo que hubiera sucedido si la protagonista tomara una determinada decisión en ese momento de su vida, la otra, muy distinta, si la elección fuera diferente. En definitiva, una película que obliga a estar muy pendiente de los detalles para no perderse en el laberinto de trayectorias alternativas que van surgiendo. A mí, aunque reconozco su complejidad, me encantó.

Porque la vida es eso, una secuencia de casualidades que nos lleva por caminos inesperados, sin dejarnos elegir. El primer hito, la primera de esas casualidades, es dónde hemos nacido, en qué país y en qué familia. Cualquiera de nosotros sería capaz de imaginarse con facilidad lo diferente que hubiera sido su vida si, en vez de venir al mundo rodeado de ciertas circunstancias, éstas hubieran sido otras muy distintas. Los millonarios quizá estuvieran mendigando y los mendigos navegando en yates de lujo. Los católicos puede que fueran fervientes protestantes o fervorosos budistas o convencidos musulmanes. Los yihadistas quizá guardias suizos en el Vaticano. María Curie, si en vez de nacer en Polonia y nacionalizarse francesa hubiera sido afgana, es posible que en vez de descubrir el radio y el polonio hubiera sido analfabeta. Son tantos y tan distintos los posibles orígenes, que no hay que ser demasiado sagaz para imaginar en función de ellos una vida diferente a la que nos ha tocado vivir.

Una vez superada la casualidad de nuestro nacimiento, pensemos en la cantidad de puntos de bifurcación que nos hemos ido encontrando a lo largo de nuestra vida. A veces pequeños condicionantes que suelen pasar desapercibidos, pero que han influido en nuestras vidas de manera decisiva. Nos hemos casado con la persona que nos hemos casado, porque un día alguien sin pretenderlo nos la presentó. Hemos elegido la profesión que hemos elegido, porque tu padre te insistió en que fueras ingeniero o porque un profesor te dijo un día que habías nacido para registrador de la propiedad o porque eras tan guapo que no tenías más remedio que ser actor. Casualidades de la vida que te llevan por un camino determinado.

Es verdad que tomamos decisiones libremente y en consecuencia en ocasiones da la sensación de que podemos elegir entre varias alternativas. Pero incluso aquí estamos condicionados, porque ha sido nuestra capacidad intelectual, otra casualidad, la que nos ha inducido a ir por un camino determinado, eso sin tener en cuenta la cantidad de variables que hemos analizado para tomar la decisión en concreto, todas ellas ajenas a nuestra voluntad. Si hubiéramos sido más listos o mas torpes, quizá nos hubiéramos decantado por otra alternativa. Si las variables analizadas hubieran sido distintas, es muy posible que llegáramos a otras conclusiones.

Sí, la vida es una sucesión de casualidades que condicionan su trayectoria. Lo que sucede es que esa realidad es tan frustrante, tan carente de atractivo, que optamos por imaginarnos que estamos viviendo como queremos, que somos dueños de nuestros destinos. Pero no nos engañemos porque no es así.