Lo diré con claridad: lo que veo a mi alrededor cada día que
pasa me gusta menos. Vulgaridad, falta de estilo, muy poca empatía, rivalidad
desatada, puñaladas por la espalda, falta de respeto a los demás, egoísmo,
formación insuficiente, crítica a la excelencia, conformismo y dejadez. No, no
me gusta nada.
Por si alguien se pregunta que de dónde he sacado yo que las
cosas antes fueran mejores que ahora, diré que no es eso lo que digo. Lo que
sostengo es que eran diferentes. Ni mejores ni peores, diferentes. La
permeabilidad social, un valor añadido de los tiempos modernos, que no sólo no
censuro sino que alabo, tiene contrapartidas negativas. El igualitarismo,
consecuencia de los avances sociales, trae muchas veces como consecuencia que
determinadas actitudes que nunca me han gustado sean ahora la norma de
conducta. La campechanía, que antes se traducía en compañerismo y solidaridad,
ahora parece que nos trae café para todos, te guste o no. La vida práctica, cuando comporta la ausencia de adornos supuestamente innecesarios, acarrea muchas veces vulgaridad y falta de estilo.
El derecho a la intimidad, la defensa de la privacidad y la
discreción han pasado, desplazados por la ola de las nuevas costumbres, a todo lo
contrario, a un exhibicionismo desmedido, en el que todo el mundo presume de sus
bondades y algunos hasta de sus maldades. Las redes sociales, ese logro de
comunicación universal, se han convertido en escaparates de la trivialidad y de la falta de rigor, no
porque esa fuera la intención de sus diseñadores, sino porque las modas se han
aprovechado de ellas.
No quisiera que de esta reflexión mía se sacara la conclusión
de que me opongo a los avances, porque nada más lejos de mi intención. Me tengo
por progresista y no voy a caer en contradicciones. Lo que digo es que nadie me
pida que aplauda determinados comportamientos que veo a mi alrededor, porque
caería en la hipocresía. No puedo decir que la falta de elegancia me parezca
buena porque elimina tabúes, porque mentiría. Nunca
defenderé que dé lo mismo vestir de una manera o de otra, porque no lo
comparto. Ni se me oirá nunca decir que el feminismo equivale a que las mujeres
ya no tengan el privilegio de pasar delante de los hombres, porque creo que nada tiene que ver
la defensa de la igualdad de derechos con los protocolos sociales.
Por eso, aunque soy consciente de que el río de la evolución
social es imparable, yo ahora procuro permanecer a un lado para que no me arroye. He
vivido y disfrutado de lo que ha sido el mundo que me ha tocado vivir y ahora
contemplo éste con un cierto escepticismo, porque, aunque sigo viviendo en
él y procuro seguir disfrutándolo, no me acaba de convencer su deriva.
Menos mal que no somos eternos.
En la aldea gallega en la que vivo desde hace seis años y pico, el tiempo se ha detenido. Todo el mundo, excepto unos pocos, me trata de usted. Por más que le digo a mi vecino inmediato que me trate de tú, no le sale, y me sigue tratando de usted. He llegado a la conclusión de que yo también soy bastante mayor.
ResponderEliminarFernando
A mí, que soy mayor que tú, me tutea todo el mundo, desde los camareros hasta los dependientes, desde los médicos hasta los enfermeros. Cosas de los "avances sociales", de la "permeabilidad social" y del "igualitarismo" que digo arriba. Pero, como ya me he acostumbrado, esa no es mi queja.
EliminarDe todas formas, te diré que cuando me tutean desde un call center, a veces contesto, "señorita, ¿nos conocemos?"
A veces ciertos jóvenes, no necesariamente brillantes, te "hacen el favor" de usar contigo el tuteo, creyendo que así igualan generosamente tu nivel - el de un viejo - con el de ellos, que son jóvenes y por tanto superiores.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo. La mayoría de las personas cuando tutean creen que te están haciendo un favor.
EliminarPero, en cualquier caso, no es el tuteo algo que me disguste. Lo que no soporto es la vulgaridad galopante que traen los nuevos tiempos.