Tenía yo un amigo, con el que perdí el contacto hace ya
algunos años, que confesaba que era de izquierdas en lo social, pero
que su mentalidad era de derechas. Se consideraba progresista, pero rechazaba a las minorías marginadas, a los inmigrantes, a los homosexuales o a los de otras razas distintas a la blanca. Quizá, no lo puedo asegurar, su confusión mental fuera la
causa de nuestro posterior distanciamiento, porque yo nunca aceptaré que se considere uno progresista y rechace a los diferentes.
Es verdad que todos, en mayor o menor medida, tenemos en
nuestra ideología una mezcla de factores, unos más o menos conservadores y
otros menos o más progresistas. Por eso existen los radicalismos y también por
eso las actitudes moderadas. Pero una cosa es la composición de la mezcla y
otra muy distinta que ésta resulte explosiva o, si se prefiere, adulterada. No
se puede ser progresista y racista al mismo tiempo. Es imposible ser de izquierdas
y odiar a los homosexuales y a los inmigrantes.
Esto me lleva a una reflexión, la influencia de los
esnobismos en las actitudes políticas, tanto en uno de los lados del espectro como en el otro. Hay quien se considera de izquierdas porque imagina que
serlo significa rebeldía, inconformismo y modernidad, como los hay que
suponen que su adscripción a las derechas les otorga más categoría social. Los
primeros presumen de “aggiornamento” e innovación, los segundos creen
liberarse de su verdadera situación social mediante el apoyo a las tesis
conservadoras. Dos errores y dos “fraudes ideológicos”.
Si a todo lo anterior le añadiéramos el componente
religioso, la cosa todavía se complicaría más. No sé dónde está escrito que los
conservadores tengan que creer en Dios y los progresistas no. Otra cosa son las
actitudes con respecto a las religiones oficiales, la mayoría de las cuales siempre
han estado y siguen estando del lado de los conservadores, porque sus jerarquías son las
primeras que tienen mucho que conservar y como consecuencia las reivindicaciones sociales les aterran. Nada tiene de particular que en la
izquierda haya prevención contra ellas, porque la Historia pone de manifiesto con quién se han ido aliando a lo largo de los siglos.
También hay quien piensa que los ricos tienen que ser necesariamente
de derechas y los pobres de izquierdas. No digo que no tenga sentido esta
reflexión, pero estoy muy acostumbrado a ver personas de condición humilde que
votan a la derecha y, aunque menos frecuente, acomodados con tendencia
progresista.
Ser de izquierdas o de derechas, salvo factores del subconsciente distorsionantes, debería suponer una actitud integral ante la vida. No se puede ser de izquierdas y odiar a los inmigrantes. Como tampoco se entendería bien que un multimillonario de los que nadan en la abundancia acudiera a una manifestación a favor de la subida de impuestos.
Seamos coherentes.
Si, a veces cuesta distinguir entre uno del lado derecho de la izquierda de otro que está en el lado izquierdo de la derecha. Se puede convivir bien con ambos.
ResponderEliminarLo malo es que a veces hay que convivir con los de los extremos y, como dice el artículo, con los que a veces se consideran equilibrados.
De acuerdo, Alfredo. Pero una cosa son los matices ideológicos, quiero decir la situación en el amplio espectro del posicionamiento político (moderados, extremistas, radicales, etc.) y otra muy distinta las incoherencias. Yo en este artículo me refiero a estas últimas. No se puede considerar uno progresista y rechazar al mismo tiempo a los homosexuales, a los inmigrantes y a los de otras razas. El progreso y la intolerancia son incompatibles.
ResponderEliminarTienes razón, Luis, me he ido por la tangente. Es porque considero extremistas de derechas a los que que rechazan a los homosexuales, a los inmigrantes y a los de otras razas. De derechas, aunque ellos se crean de izquierdas, como dice tu artículo.
ResponderEliminarLo son. Pero hay quien a pesar de ser de mentalidad ultraderechista se considera de izquierdas y vota como tal. Absoluta incoherencia.
Eliminar