26 de febrero de 2023

Menos mal que no todos pensamos igual

Supongo que alguno al leer el título de este artículo habrá pensado que ya estoy yo con las perogrulladas de siempre, porque efectivamente esta frase no es más que un auténtico cliché. Lo que ocurre es que me viene bien hoy aquí, porque, aunque el mensaje que transmite sea una obviedad, son muchos los que se comportan como si no existieran diferencias de opiniones y de ideologías. Creen que las suyas son tan indiscutibles, tan incuestionables, que van por el mundo comportándose como si los demás pensaran como ellos. No se les ocurre que pueda haber quien no comparta sus puntos de vista.

Un ejemplo son los grupos de WhatsApp, en los que algunos, convencidos de que están en posesión de la única verdad que existe, lanzan mensajes con intencionalidad política, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo. Están tan seguros de que nadie puede contradecirlos, tan ajenos al principio de que no todos pensamos igual, que no reparan en diatribas e insultos, en mamarrachadas y vulgaridades, algunas de ellas de perfiles infantiles. Yo me he visto obligado a darme de baja en alguno de ellos y si sigo en otros es porque, a pesar de los pesares, me mantiene en contacto con algún colectivo que me interesa. Cuando llega algún mensaje, lo abro con mucho cuidado, le echo un vistazo y en algunos casos me salgo de la lectura en la segunda línea. No tiro el teléfono a la basura, porque están muy caros. Pero sí lo limpio con mucho cuidado por si alguna mota de estupidez se hubiera quedado adherida a la carcasa.

En España, cuando la transición, salvo raras excepciones -el famoso bunker- todo el mundo se proclamaba demócrata. Parecía como si defender lo contrario fuera algo obsceno, pasado de moda y por tanto indigno de un ciudadano civilizado. Pero el tiempo ha transcurrido y las actitudes en muchos han ido cambiando, hasta el extremo de que ahora abundan los que han olvidado que ser demócrata es aceptar el principio de la diversidad de opiniones. Un comunista lo es porque tiene una opinión; un separatista se mantiene en sus trece porque tiene la suya; un abertzale lo seguirá siendo mientras no cambie de opinión; un socialdemócrata mantiene el principio de la igualdad de oportunidades y un conservador opina que con menos impuestos se crece más. Son puntos de vista diferentes, muchas veces radicalmente opuestos. Pero un demócrata nunca anatemizará a ninguno de ellos; defenderá el suyo, pero respetará el de los demás.

Tengo la sensación de que ahora son ya muchos los que, aunque nunca negarán que son demócratas, se están quitando la careta que se pusieron cuando la transición. Durante un tiempo han estado manteniendo una actitud compatible con los principios democráticos, lo que ha hecho posible la alternancia y el equilibrio institucional. Pero cuando el parlamento se ha fragmentado en muchas opiniones distintas algunos han empezado a saltarse a la torera el principio de la tolerancia y a condenar las ideas políticas que antes, cuando resultaban marginales, no les preocupaban. Se han dado cuenta de que, si siguen por la senda que transitaban cuando las cosas eran distintas, tendrán muchas dificultades para gobernar algún día.

De manera que leña al mono y caiga quien caiga. Son personas que no les importa que se les acuse de intolerantes si de esa manera ayudan a que los suyos gobiernen. Solos o con los todavía más intolerantes. Lo importante para ellos es volver a controlar los destinos del país, aunque para conseguirlo sea preciso ponerlo todo antes patas arriba. Han renunciado a continuar con el fair play y han empezado una escalada de acciones soterradas, de manejos ocultos, de maniobras poco claras, porque de otra manera acceder al poder se les puede ir de las manos. En definitiva, han llegado a la conclusión de que la democracia no les sirve.

Por eso conviene recordar de vez en vez que no todos pensamos igual, aunque sea algo tan obvio.

21 de febrero de 2023

Me cae mal, me cae bien

Cuántas veces utilizamos las expresiones coloquiales que titulan este artículo y siempre para transmitir nuestra simpatía o antipatía hacia alguna persona, dando a entender al mismo tiempo que nuestro juicio no tiene más fundamento que la impresión superficial que nos causa el individuo en cuestión. Cuando queremos ser más objetivos y contundentes en este tipo de apreciaciones, entramos en detalles, para así dejar claro que sabemos de qué hablamos. Los matices del lenguaje, aunque los utilicemos tantas veces de manera inconsciente, suelen reflejar perfectamente qué circula por la mente de quien habla.

Digo esto porque hoy quisiera reflexionar sobre los juicios precipitados que hacemos tantas veces sobre las personas que apenas conocemos. Es cierto que cuando ya se tiene una cierta experiencia en la vida las apariencias cada vez engañan menos, lo que no significa que muchas veces sigan engañando. Los juicios improvisados y sin fundamento, o tan solo guiados por la impresión que nos causa una frase, un gesto o un detalle sin importancia, suelen ser muchas veces equivocados Porque para juzgar hay que conocer y para conocer hay que darle tiempo al tiempo.

El otro día hablaba yo con un buen amigo sobre un cierto personaje, ya desaparecido, que los dos habíamos conocido superficialmente hacía años. El opinaba que se trataba de una persona muy poco simpática, mientras que yo lo recordaba, a través de alguna anécdota, como alguien dotado de un gran sentido del humor. Es decir, a él le caía mal y a mí me caía bien. En realidad, como acabo de decir, ninguno de los dos lo conocíamos y por tanto hubiéramos sido incapaces de pasar de esas impresiones simplistas, algo que reconocimos para así explicar nuestra diferencia de criterios.

Esto que acabo de contar nos sucede constantemente a todos y con frecuencia. Parece como si necesitáramos tener cuanto antes una idea formada sobre las personas que vamos conociendo, quizá porque si no es así nos sintamos inseguros. Qué duda cabe que adoptaremos una actitud u otra frente al recién llegado a nuestro entorno en función de la catalogación que hagamos sobre su persona. Nos abriremos al que nos “caiga bien” y nos cerraremos al que nos “caiga mal”.

Pero el que los juicios precipitados tengan una explicación, la que se derivada de la necesidad de posicionarnos frente a personas que acabamos de conocer, no impide reconocer que se trata de un gran error. Porque suele ocurrir que, si adoptamos una actitud de prevención o de rechazo, a su vez “le caigamos mal” al otro, con lo que entonces las dos antipatías se realimentarán, aumentarán y se convertirán en un obstáculo para llegar al exacto conocimiento de su verdadera personalidad.

Sensu contrario, en ocasiones nos quedamos deslumbrados frente a las cualidades del que acabamos de conocer, simplemente porque nos ha sonreído con simpatía, nos ha dicho una frase agradable o ha entrado en la conversación dándonos la razón en algo que para nosotros es muy importante. Nos “ha caído bien” y por tanto nos abriremos a su confianza, cuando puede que no se la merezca. Aquí, como en el caso anterior, las simpatías se realimentan y es posible que, sin pretenderlo, lleguemos a establecer un compadreo no del todo recomendable.

Somos humanos y por tanto estamos sometidos a nuestras debilidades. Y una de ellas, no menor, es hacer juicios precipitados sobre personas que apenas conocemos. Es cómodo, qué duda cabe, pero puede llevarnos a grandes equívocos en un área del comportamiento tan sensible como es el de las relaciones sociales.

Tengamos criterio sobre los que nos rodean, sí, pero con conocimiento de causa.

 

16 de febrero de 2023

Uno más uno, a veces no suman dos

Debería haber añadido al título “pero siempre más que uno”, y así anunciar lo que pretendo hoy contar. Porque me voy a referir al gobierno de coalición que preside Pedro Sánchez, en el que participan en distinta proporción PSOE y Podemos, un asunto que, con independencia de cualquier otra consideración, nos está enseñando a los españoles lo que significa gobernar en alianza con otro partido. Siendo éste un asunto que no parece difícil de entender, la oposición lo ha retorcido tanto que ha conseguido que muchos no sepan muy bien de qué va este asunto.

Por “uno más uno, a veces no suman dos”, me refiero a que una coalición siempre presentará fisuras y disfunciones, porque se trata de formas distintas de contemplar la realidad social y en consecuencia de criterios diferentes para resolver los problemas. Si estas diferencias se presentan incluso entre miembros de un mismo partido, mucho más sucederá cuando los ministros procedan de dos familias políticas distintas. No parece que este asunto ofrezca demasiada discusión.

En cuanto a “pero siempre más que uno”, es una manera de expresar que si la coalición no se hubiera producido no gobernaría ninguno de los dos, sino posiblemente el adversario político. Las coaliciones se forman para evitar el mal mayor, el de que gobierne "el otro". Tampoco parece que sea necesario insistir sobre esta idea.

En las democracias occidentales son frecuentes las coaliciones gubernamentales, porque los partidos con solera se han ido dividiendo en otros más pequeños, debido a muchas causas, aunque éste sería un asunto que, como decía el ínclito, hoy no toca. Lo importante ahora es que la fragmentación es una realidad con la que los españoles tendremos que contar de ahora en adelante, nos guste o no. Por tanto, las coaliciones estarán presentes en los gobiernos futuros, sean del signo que sean.

Que en el seno del gobierno de Sánchez surjan con frecuencia diferencias de enfoque no debería extrañar a nadie. No representan la misma ideología y por tanto lo lógico es que se produzcan discrepancias en la manera de resolver los problemas. Lo que hay que tener en cuenta aquí son dos cosas, la primera, si esas diferencias son en lo sustancial o en lo circunstancial, entendiendo por circunstancial la oportunidad, el momento y la intensidad. Desde mi punto de vista, los problemas a resolver son los mismos para uno que para otro, pero la manera de intentar  resolverlos no siempre coincide

La segunda consideración sería la voluntad de llegar a entendimientos que resuelvan satisfactoriamente las discrepancias. En este sentido, aunque en muchas ocasiones el ruido haya sido innecesario, las discrepancias se han ido limando y en consecuencia los proyectos saliendo adelante. Es cierto que con mucho desgaste frente a la opinión pública, porque a los ciudadanos no les gusta el alboroto innecesario.

Lo importante, quiero decir lo inteligente, es intentar que uno más uno se acerque a dos, algo que, aunque parezca una utopía, es un objetivo que nunca debería perderse de vista. Decía arriba que el PSOE y Podemos no representan la misma ideología, porque aunque hay coincidencia en muchos puntos de sus programas, también existen grandes diferencias. Poner el foco en las primeras y consensuar soluciones para que las segundas no sean un obstáculo para el entendimiento es fundamental. Pero para ello no hay que perder de vista nunca que la política debe estar al servicio de los ciudadanos y no al de los personalismos egocéntricos, que existir existen.

No. Hoy no voy a hablar del innecesario y torpe espectáculo que se ha montado a cuento de la ley del sólo sí es sí.

 

12 de febrero de 2023

Ni es sí ni es no

Una vez más debo excusarme por haber acudido a un juego de palabras al elegir el título de este artículo. Un buen amigo me ha preguntado si iba a escribir algo sobre el debatido asunto de la ley del “Sólo sí es sí” y le he contestado que no me sentía con ánimo para entrar en un asunto de tanta complejidad jurídica como éste. Mis conocimientos sobre los temas de carácter legal son limitados, como lo son para la mayoría de los que ahora se pasan el día dando opiniones en este debate, con la diferencia de que a mí me puede el pudor. Cuando se exponen ideas propias hay que asegurarse de que no se mete uno en jardines desconocidos, no vaya a ser que termine con los pies encharcados.

Pero como por otro lado empiezo a tomar conciencia de que lo que pudiera subyacer detrás de la controversia entre los dos partidos que forman la coalición es algo más que la cuantía de las penas, voy a hacer de tripas corazón y me voy a atrever a explicar dónde creo yo que pueda estar el fondo de la discrepancia. Insisto en que no es más que mi interpretación de un asunto tremendamente complejo y que por tanto puedo estar equivocado. Pero, aun así, ahí van mis conclusiones.

En derecho no hay blancos ni negros, todo son grises y además tornasolados. La casuística que interviene en la comisión de un delito es muy variada, lo que justifica la necesidad de la función judicial, porque los jueces son los responsables de ponderar la gravedad de los delitos, valorando circunstancias agravantes y atenuantes y todo todo aquello que pueda ayudar a determinar su gravedad y, en consecuencia, la dureza del correspondiente castigo, que en un estado de derecho debe ser proporcional a la culpa.

Por tanto, lo que puede estar sucediendo ahora, no es que se hayan bajado algunas penas, sino que se haya simplificado demasiado la valoración del delito. El eslogan "sólo sí es sí", con el que se conoce la ley que nos ocupa, pone de manifiesto que se pretende establecer una clasificación casi binaria, 0 o 1, sí o no, blanco o negro, como si no cupieran valores intermedios. Esa simplificación, desde mi punto de vista excesivamente radical, puede haber originado que se juzguen distintas gravedades como iguales, de manera que al aplicar el castigo se decida alguno que no corresponda exactamente al que hubiera correspondido si el espectro donde elegir fuera más amplio. Es decir se castigue como menos grave a uno más grave.

Es cierto que en el fondo de esta simplificación prevalece la idea de que no se le añada al sufrimiento de la víctima de la violación el calvario de la interrogación del juez preguntando por los pormenores. Pero puede suceder que, como derivada no deseada de esta buena intención, aparezcan situaciones de condenas desproporcionadas con el delito. Porque no es lo mismo violar con un cuchillo en la garganta en la oscuridad de un portal o en grupo, que seducir con engaños y artimañas después de una noche de desenfadada camaradería que acaba en la cama. No voy a negar que en el segundo caso también pudiera haber violación si no ha habido pleno consentimiento y que, por tanto, haya que castigar al culpable; pero a mí me parece que los castigos deben de ser distintos en un caso que en otro, porque la culpa también lo ha sido.

Lo anterior no es más que un ejemplo fácil para explicar lo que pretendo. Pero cualquiera puede poner cuantos quiera, porque en un asunto como éste caben tantas situaciones distintas como píldoras en las alacenas de las boticas. Y no hay que tener demasiada imaginación, porque la intimidación machista, en sus distintas modalidades, está lamentablemente instalada en el corazón de nuestra cultura. El otro día le oí a un prestigioso comentarista que no hay un asunto tan resbaladizo como valorar la presión psicológica que una persona pueda ejercer sobre otra. Sobre todo, si el sexo anda rondando.

No quería dar mi opinión en este asunto, pero la he dado y dada está.

7 de febrero de 2023

La paguita de Sánchez

Pido disculpas por el título que he escogido para este artículo, cuyo culpable ha sido un malévolo chiste “rojo” sobre la subida de las pensiones, uno de esos que circulan por las redes. En el chascarrillo -un supuesto documento de renuncia personal a la subida de pensiones- figuraban varias razones para justificar el rechazo voluntario al incremento, como, por ejemplo, “Prefiero la subida del PP del 0,25 %”, “Quieren arruinar a los pensionistas” o “Pretenden comprar mi voto”. Señalando la casilla que uno prefiriese, los pensionistas explicaban el motivo de su renuncia al incremento del 8,5 %. Ya digo que se trata de una broma socio-comunista-bolivariana-separatista, pero a mí me ha hecho gracia.

Porque, chistes aparte, que poco habla la oposición sobre esta subida. Debe de ser porque no le interesa sacar a relucir los avances sociales que poco a poco va consolidando el gobierno de Sánchez. Los ignora olímpicamente y concentra la atención sólo en aquellos asuntos que considera que pueden hacer daño a su imagen, sean reales o imaginarios. No sólo la oposición, también su amplia red mediática, que cuando muerde la pantorrilla de algún tema de los que no favorecen al ejecutivo no la suelta y a la que le cuesta mucho informar con rigor a sus lectores si la información trae consigo alabanzas implícitas a la gestión gubernamental.

Dicho esto, lo que me sorprende es que el gobierno no esté difundiendo con más energía y contundencia la importancia de una medida que, aunque no vaya a solucionar por sí sola la situación de muchas familias españolas, la alivia en cierta medida. Desde mi punto de vista, en esta actitud de recato hay un exceso de timidez o, por decirlo de otra manera, una aceptación implícita de que haga lo que haga el mensaje no va a trascender y, por tanto, no va a cambiar el rumbo de las cosas. Puede ser que, como considera que está haciendo lo que debe hacer, no valore la repercusión social de la medida, sobre todo en mitad de una crisis que está dando a las empresas pretextos para congelar los salarios. Aunque también es posible que, convencido de que en democracia no se deben aprovechar en beneficio propio los medios públicos, no haga nada por difundir una noticia que no deja de ser muy importante.

Lo cierto es que esta subida es histórica, porque hasta ahora las pensiones han sido las primeras víctimas de cualquier medida de austeridad a la que los gobiernos de turno se hayan visto obligados. De manera que subir un 8,5% las contributivas y un 15% las no contribuidas es una medida digna de tenerse en cuenta, sobre todo cuando los tres partidos de la derecha, no sólo no la ha apoyado, sino que además la ha criticado hasta la saciedad, algo que llama poderosamente la atención.

La oposición sólo habla de temas que a la mayoría de los españoles le trae al pairo. Lo que de verdad importa al ciudadano de a pie es el bolsillo, que en una época tormentosa como la que estamos atravesando por culpa de la invasión de Ucrania tiene muchos agujeros. Pero el señor Núñez y su plana mayor, conscientes de que ese tema, el de los avances sociales, mejor ni tocarlo, desvía la atención hacia asuntos manidos y sobados, muchos de los cuales la ciudadanía ya ha olvidado, porque forman parte de unos tiempos superados por completo.

La paguita de Sánchez no es una ocurrencia sino una promesa electoral, la de aumentar las pensiones de acuerdo con el IPC. Ha creado un precedente que es difícil que alguien pueda discutir, porque entre sus ventajas está en principio la de propiciar para el futuro una revaloración digna de la paga de los mayores.

Ahora bien, ¿alguien puede asegurar que un gobierno conservador apoyado por los radicales de la extrema derecha mantendrá esta política de carácter social? Yo, desde luego, no.

3 de febrero de 2023

Asignatura de primero de carrera

Si existiera una carrera superior para acceder a la presidencia del gobierno, lo primero que se le enseñaría a los aspirantes es que antes de opinar deben someter sus opiniones a un severo examen crítico, ya que nunca se debe emitir un juicio de valor sin analizar a priori cómo puede ser interpretado por los ciudadanos. Además, se les haría ver que en muchas ocasiones expresar juicios, no sólo no aporta nada, sino que además éstos se pueden volver contra el opinante como los bumeranes.  Pero, por si alguno aun así no lo entendiera, se añadiría que ojo con lo que dices porque si no precisas tus palabras pudiera ser que tu juicio se interpretara como tu crees que no se va a interpretar.

Como no existe esta carrera, todos los días asistimos a dislates espectaculares. El último, y nos es el único que ha protagonizado el señor Núñez, nos lo ha brindado éste a raíz del atentado terrorista de Algeciras, una ligereza que podría ser incluida en el libro de texto correspondiente a ese hipotético primer curso, como ejemplo de lo que no se debe decir nunca, y menos cuando se aspira a tan alta magistratura, nada menos que a dirigir durante un tiempo el rumbo de una nación, incluidas las relaciones internacionales. No sólo ha señalado al Islam como responsable del asesinato del sacristán, sino que además ha comparado la religión musulmana con la católica.

El hecho en sí no sólo es grave desde un punto de vista político, sino que, además, cuando dice que los católicos no han cometido atentados desde hace siglos, demuestra falta de información. Es posible que ese desconocimiento de la Historia sea perdonable en un ciudadano de a pie, pero no se puede pasar por alto en todo un candidato a presidente del gobierno español. El conocimiento de nuestro pasado y del universal es imprescindible para ejercer como presidente.

Por si lo anterior no fuera suficiente para recomendarle prudencia, sus consejeros deberían informarle de que en España residen en la actualidad dos millones de musulmanes, muchos de ellos con derecho a voto. Aunque no fuera más que por eso, un candidato a presidir el gobierno debería andarse con pies de plomo, porque es posible que a muchos de ellos no les haya hecho demasiada gracia las aseveraciones de don Alberto. Esos asesores deberían explicarle que no es lo mismo ser musulmán que ser terrorista.

Yo me imagino que en sus propias filas debe de haber cundido la preocupación, porque el patinazo no es pequeño. Aunque también es posible que algunos se hayan frotado las manos, ya que en el fondo de sus mentes permanece soterrado el deseo de quitárselo de encima y sustituirlo por otro o por otra. Cualquier fallo cuenta en esa carrera para desbancar al líder.

A mí me entristece esta falta de cautela, no sólo porque pone en evidencia la poca capacidad de un significado líder político, sino además porque si llega a gobernar nuestro país se corre el riesgo de entrar en conflictos permanentes con un entorno, el norte de África, en su mayoría musulmán. No me lo imagino en una cumbre en Rabat con el gobierno marroquí promocionado un entente cordiale entre las dos naciones vecinas, porque si se acuerdan de sus declaraciones lo mirarán con desconfianza; y la memoria para ciertos asuntos suele ser de elefante.

No, no existe una facultad universitaria para formar a los presidentes de gobierno, ni siquiera un master. Pero, si la hubiera, el señor Núñez se habría atascado en esta elemental asignatura, la de no diga usted aquello que, además de innecesario, provoca conflictos.