18 de octubre de 2022

Cartucho, cartucho, que no te escucho

El otro día desayuné oyendo a una simpática colaboradora de la SER impartiendo una pequeña lección sobre la frecuente confusión que cometen muchos hablantes entre los verbos oír y escuchar. Explicaba que se oye, aunque no se pretenda, y se escucha, sólo si se presta atención. Por tanto, los tiros no se escuchan, sino que se oyen; no se despierta uno cuando escucha las explosiones de las bombas, sino cuando las oye; el fragor de la batalla no se escucha, sino que se oye.  Tampoco, como precisamente se le escapa alguna vez a la presentadora del programa que refiero, se debe decir que no puede continuar la conexión telefónica con un compañero “porque no se le escucha bien”. Si no se le escucha es porque no se le presta atención, lo cual es de muy mala educación, se mire como se mire. Lo que ha querido decir la ilustre comunicadora es que no se le oye bien.

Si yo fuera propenso a afiliarme en alguna de esas sociedades que se constituyen para defender causas perdidas -defensa de la selva amazónica, defensa de las ballenas, defensa de la no emisión de gases contaminantes, defensa del lobo, defensa de la tauromaquia- buscaría alguna que se titulara “defensa del verbo oír”.  No lo he hecho hasta ahora, porque no creo en los milagros. Por eso, cuando esta mañana he oído la radio, se me ha iluminado la cara de satisfacción. Por fin -pensé- alguien que intenta poner orden entre tanto desatino lingüístico.

Pero lo cierto es que la satisfacción me duró poquísimo, porque unas horas más tarde oí a una tertuliana de cierta cadena de televisión decir que no se escucharían tantas barbaridades machistas si a los jóvenes desde el colegio se les diera la oportuna educación.  No me imagino, por mucho que lo he intentado, a la preclara periodista ir prestando atención por las calles a lo que dicen los jóvenes, para así descubrir frases machistas. Quería decir que no se oirían, pero se le ha olvidado la existencia del verbo oír. Ni los periodistas se libran de esta frecuente incorrección.

El verbo escuchar, si se habla con corrección, no puede sustituir al oír, porque tienen en español significados distintos. Como lo tienen el ver y el mirar. Se ve, aunque no se pretenda, y se mira, sólo si se quiere mirar. Es cierto que muchas veces utilizamos el verbo oír cuando deberíamos utilizar el escuchar. Por ejemplo, decimos oír la radio. Lo que sucede es que para escuchar hay que oír, porque si no se perciben los sonidos difícilmente se podrá prestar atención a lo que se oye; de manera que, aunque en este caso escuchar sea lo más apropiado, no es incorrecto decir que se oye. Lo mismo sucede con sus verbos hermanos -ver y mirar-. Decimos que vemos una película y no precisamos que además la miramos.

Tengo la sensación de que esta confusión no es de ahora, sino de hace tiempo. Es más, en algunas regiones españolas la confusión entre oír y escuchar siempre ha existido. Lo que sucede es que últimamente este virus lingüístico está causando estragos, fagocitando al verbo oír. Nadie oye, todos escuchan, sean explosiones, ruidos del vecino o el estrépito del tráfico. Lo que significaría, si hablaran con propiedad, que se pasan la vida prestando atención a lo que oyen, les interese o no.

Cuando éramos pequeños decíamos aquello de "cartucho, cartucho, que no te escucho", para advertir de que lo que decía el otro nos entraba por un oído y nos salía por el otro, es decir, para dejar claro que no fuera pesado porque no le íbamos a prestar atención, no íbamos a escucharle, se pusiera como se pusiera. Es que sabíamos lo que significa escuchar y no como ahora.

Cuando aparezca la “Liga por la defensa del verbo oír”, quizá sea uno de los primeros en afiliarme. No servirá de nada porque se trata de una causa perdida, ya lo decía arriba, pero al menos me ayudará a soportar mejor el trauma que me supone esta paulatina pérdida de la utilización de un verbo tan noble. 

 

2 comentarios:

  1. Ayer precisamente, escuchando el programa de RTVE "La Noche 24 horas", entrevistaron al que fue durante muchos años barman del Hotel Palace de Madrid desde los años 50 hasta finales de los noventa de la pasada centuria. A lo largo de la entrevista uno de los tertulianos le dijo que seguramente habría escuchado muchas conversaciones interesantes de artistas y políticos en la barra del bar, y el barman, cuyo nombre he olvidado, respondió muy sabiamente: oír sí, escuchar no, porque yo estaba distraído sirviendo copas, y para escuchar hay que prestar atención, y a mí no me daba tiempo. Me recordó al mayordomo de la película "Lo que queda del día", papel interpretado por Anthony Hopkins.
    Creo que en aquellos tiempos se le prestaba más atención a la lengua y a la correcta sintaxis, aunque muchas veces escuché a mi padre, siendo yo pequeño, quejarse de la incorreciones gramaticales de los periodistas, aseguramente debido a las prisas de la redacción.
    Yo participaría muy gustosamente en esa liga que mencionas, pero no la circunscribiría al verbo oír, sino simplemente al Verbo a secas.

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    1. El que le preguntó al barman confundía oir con escuchar. Estoy de acuerdo en que nuestro idioma se está deteriorando en general, pero yo he querido en este artículo circunscribirme a esta frecuentísima incorrección, cada vez más extendida.

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