17 de marzo de 2015

Partidos políticos y ciudadanos libres

Un reciente encuentro con un amigo, al que no veía desde hacía la friolera de cincuenta años, me ha traído a la memoria una vieja reflexión que me asalta en ocasiones: una cosa son los partidos políticos, sus estructuras organizativas, los programas que defienden, las estrategias que utilizan, la palabrería que derrochan, la agresividad que rezuman, y otra muy distinta la mentalidad y el comportamiento de sus electores, que somos los que al fin y al cabo les damos nuestra confianza para que intenten alcanzar el poder.

Para que se entienda bien lo que pretendo decir, la persona a la que aludo en el párrafo anterior milita en el Partido Popular. Yo sin embargo me considero socialdemócrata y suelo votar al PSOE. Durante más de una hora de conversación, en la que no mencionamos de forma explícita nuestras preferencias políticas, nos fuimos poniendo al corriente de cómo habían transcurrido nuestras respectivas vidas durante todos estos años, los más decisivos de nuestras existencias, y de cuáles habían sido las escalas de valores que habían guiado las principales decisiones que tuvimos que ir tomando a lo largo del tiempo. Cuando terminamos el intercambio de información, concluimos que eran muchas las coincidencias de conducta, con total y absoluta independencia de cuales fueran nuestras opciones políticas.

Una cosa son los grandes estereotipos que acompañan las declaraciones de principios que se hacen en política y otra muy distinta el comportamiento cotidiano en la vida. ¿Cómo puede ser que esta persona, que teóricamente defiende unos programas políticos tan distintos a los que promueven los que voto yo, haya actuado a lo largo de su existencia de forma tan parecida a la mía o yo de manera tan similar a la suya? ¿Qué explicación tiene que en temas tan complejos como educación, seguridad, sanidad, Europa y tantos otros que son objeto de controversia política estemos de acuerdo en lo fundamental?

Da que pensar, decía un amigo mío cuando no acababa de entender algo. Nos mueven los gritos de los políticos, sus proclamas llegan a influir en nuestros pensamientos, las consignas que manejan nos hacen meditar, y todo eso nos convierte en zombis repetidores de sus eslóganes. Pero, a la hora de la verdad, actuamos con total independencia de los arquetipos, porque tomamos decisiones en función de nuestro ADN o de nuestra percepción personal de la vida, lo que no significa que seamos unos cínicos o unos hipócritas, sino que en los amplios marcos de las ideas caben muchos comportamientos individuales, que en realidad no tienen por qué ser contradictorios.

Viene bien meditar de vez en vez sobre la relatividad de los posicionamientos políticos, conviene poner a prueba las grandes ideas que creemos inamovibles y merece la pena revisar eso que llamamos ideología; y no necesariamente para cambiar de bando, sino para relativizar su valor. Sólo así se puede ser libre y actuar con independencia de criterio.

¡Hay que ver cuánto aporta un encuentro como el del otro día con un viejo y querido amigo! A mí me ha hecho meditar y me atrevería a decir que a él también. Aunque luego sigamos cada uno de nosotros adscritos a nuestras respetivas ideas. No pasa nada.

1 comentario:

  1. Eso seguramente te pasa porque sólo habéis coincidido unos minutos después de cincuenta años. Si a partir de ahora empezáis a coincidir más veces vuestras distintas posturas acabarían posiblemente volviéndoos a distanciar.

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