Hoy le toca el turno al laísmo y a su hermano el loísmo. En realidad, aunque no dejan de ser virus debido a la facilidad con la que se contagian, se trata de viejos errores lingüísticos que tienen por causa un pobre conocimiento de la sintaxis del español, nunca bien aprendida. Por eso, quizá merezca la pena dedicar unos minutos a su análisis, por si a alguien le fuera de utilidad.
Las explicaciones que vienen a continuación, aunque he procurado simplificarlas, pueden resultar algo farragosas, pero animo a leerlas a quienes quieran aclarar las reglas que dicta la gramática sobre este asunto. Quizá lo ayuden a corregir alguno de estos defectos de expresión o, en el mejor de los casos, a entender por qué se cometen.
Empezaré diciendo que lo, la y le, y sus plurales los, las y les, funcionan en los casos que nos ocupan como pronombres, es decir sustituyendo o representando a un nombre. En vez de decir “miré a Rosa”, se puede decir “La miré”. Ese la está sustituyendo a un nombre de género femenino, que en el contexto de la oración es el objeto de la acción del verbo mirar (lo que se mira), es decir, el complemento directo. Si nos refiriéramos a Rosendo, diríamos “lo miré”; y si el objeto de las miradas fuera plural, masculino o femenino, diríamos “los miré” o “las miré”. Es decir, cuando sustituimos un nombre que constituye el complemento directo de la oración por un pronombre, usamos la o lo, o sus plurales, en función del género.
Hasta aquí parece sencillo. Las complicaciones para algunos suelen empezar cuando la palabra sustituida por un pronombre no es el complemento directo de la oración, sino el indirecto. Pongamos un ejemplo: “cuando Rosa pasó por mi lado, le miré el sombrero”. El complemento directo ahora es el sombrero (lo que se mira) y el indirecto Rosa (quien lo lleva puesto), y el pronombre le no sustituye al sombrero sino a Rosa. Cuando se utiliza un pronombre para sustituir a un complemento indirecto, no hay variación del pronombre en función del género, siempre se utiliza le o les, nunca lo, la, los o las. Por tanto, no se debe decir “la miré el sombrero” (laísmo), como tampoco “lo miré el sombrero” (loísmo), aunque ya sé que este último error en masculino es mucho menos frecuente que en femenino.
Pongamos otro ejemplo, ahora con el verbo decir. “Le dije que viniera” (a Rosa), o “le dije que viniera” (a Rosendo). Rosa y Rosendo son complementos indirectos. La acción del verbo recae sobre lo que se dice (las palabras que se pronuncian), no sobre a quién se le da el mensaje. Si quisiéramos referirnos con un pronombre a lo que se dice, y no al receptor de lo que se dice, podríamos decir “se lo di” (el mensaje) o “se la repetí” (la frase), porque recado y frase son aquí complementos directos, masculino y femenino respectivamente, y los pronombres lo y la los sustituyen.
Sé que da pereza entrar a entender lo que en principio parece un galimatías, pero estoy convencido de que si algún “loísta” o “laísta” se decide a leer estas palabras, y sobre todo a entenderlas, lo habré ayudado en algo importante. Como me ayudaron mí cuando me explicaron en su día estas sencillas reglas gramaticales.
Las explicaciones que vienen a continuación, aunque he procurado simplificarlas, pueden resultar algo farragosas, pero animo a leerlas a quienes quieran aclarar las reglas que dicta la gramática sobre este asunto. Quizá lo ayuden a corregir alguno de estos defectos de expresión o, en el mejor de los casos, a entender por qué se cometen.
Empezaré diciendo que lo, la y le, y sus plurales los, las y les, funcionan en los casos que nos ocupan como pronombres, es decir sustituyendo o representando a un nombre. En vez de decir “miré a Rosa”, se puede decir “La miré”. Ese la está sustituyendo a un nombre de género femenino, que en el contexto de la oración es el objeto de la acción del verbo mirar (lo que se mira), es decir, el complemento directo. Si nos refiriéramos a Rosendo, diríamos “lo miré”; y si el objeto de las miradas fuera plural, masculino o femenino, diríamos “los miré” o “las miré”. Es decir, cuando sustituimos un nombre que constituye el complemento directo de la oración por un pronombre, usamos la o lo, o sus plurales, en función del género.
Hasta aquí parece sencillo. Las complicaciones para algunos suelen empezar cuando la palabra sustituida por un pronombre no es el complemento directo de la oración, sino el indirecto. Pongamos un ejemplo: “cuando Rosa pasó por mi lado, le miré el sombrero”. El complemento directo ahora es el sombrero (lo que se mira) y el indirecto Rosa (quien lo lleva puesto), y el pronombre le no sustituye al sombrero sino a Rosa. Cuando se utiliza un pronombre para sustituir a un complemento indirecto, no hay variación del pronombre en función del género, siempre se utiliza le o les, nunca lo, la, los o las. Por tanto, no se debe decir “la miré el sombrero” (laísmo), como tampoco “lo miré el sombrero” (loísmo), aunque ya sé que este último error en masculino es mucho menos frecuente que en femenino.
Pongamos otro ejemplo, ahora con el verbo decir. “Le dije que viniera” (a Rosa), o “le dije que viniera” (a Rosendo). Rosa y Rosendo son complementos indirectos. La acción del verbo recae sobre lo que se dice (las palabras que se pronuncian), no sobre a quién se le da el mensaje. Si quisiéramos referirnos con un pronombre a lo que se dice, y no al receptor de lo que se dice, podríamos decir “se lo di” (el mensaje) o “se la repetí” (la frase), porque recado y frase son aquí complementos directos, masculino y femenino respectivamente, y los pronombres lo y la los sustituyen.
Sé que da pereza entrar a entender lo que en principio parece un galimatías, pero estoy convencido de que si algún “loísta” o “laísta” se decide a leer estas palabras, y sobre todo a entenderlas, lo habré ayudado en algo importante. Como me ayudaron mí cuando me explicaron en su día estas sencillas reglas gramaticales.
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ResponderEliminarOtro ejemplo: no se dice "pasó Rosa por mi lado y la miré el culo", sino "le miré el trasero". queda más fino y no se produce laismo.
EliminarPerdona la broma, Luis, pero no he podido evitar acordarme del Instituto y de lo bien que me lo pasaba yo en aquella gloriosas clases cuando tratábamos de estos liosos temas del lenguaje.