Es un hecho incuestionable que la derecha en España ha tenido en los últimos años un comportamiento unitario y monolítico, al menos la parlamentaria, porque la extraparlamentaria está tan dividida que resulta difícil seguir sus huellas. El mérito de esa cohesión se debe en parte a Fraga Iribarne, que impuso el principio de la unidad como un valor imprescindible cuando se pretende gobernar.
Reconozco que a mí siempre me ha resultado difícil de entender que en el Partido Popular quepan posiciones tan diversas y se mantengan unidas todas ellas dentro de una misma disciplina. Conozco a muchos votantes populares y a veces me cuesta creer que todos voten lo mismo. Difieren en sus planteamientos tanto, que de hecho lo lógico sería pensar que pertenecieran a formaciones distintas. Pero no, todos dan su voto al PP, entre otras cosas porque coinciden en que no son de izquierdas.
En el lado progresista eso no es así, sino todo lo contrario. Su voto siempre ha estado dividido, al menos en dos grandes corrientes, las que representan respectivamente el PSOE e IU, el Partido Comunista incluido en esta última. Ahora, con la irrupción de Podemos en el escenario político, estamos viendo que la opinión de sus electores se fracciona aún más, aunque sospecho que pronto las aguas volverán a sus cauces anteriores, pero con distinto nombre. Seguirán existiendo dos grandes corrientes, una de ellas más centrada que la otra, porque, en mi opinión, Podemos terminará desplazando o absorbiendo a IU en el espectro político y el PSOE se mantendrá en su posición de izquierda moderada.
Pero volvamos a la derecha. Ese amplio grupo de electores, hasta ahora monolítico, parece estar escindiéndose en dos fracciones, la tradicional, que representa el PP, y otra situada más a su izquierda o, si se prefiere, algo más moderada en sus planteamientos ideológicos, que en estos momentos parece encarnar Ciudadanos. Otros intentos han existido y existen, pero tengo la impresión de que el partido de Albert Rivera es el que ahora aglutina esa intención de voto. En las elecciones andaluzas ha hecho su primer acto de presencia a nivel estatal, con unos resultados aceptables, que sospecho repetirán e incluso mejorarán en las que se avecinan a lo largo de este año cargado de comicios.
¿Es malo que aparezca una derecha más centrada que la actual en el panorama político español? Mi respuesta es que no, sino todo lo contrario. No estoy pensando en términos de rendimiento político propio –cuanto más dividido esté el adversario mejor para los míos-, sino en que la aparición de un grupo parlamentario conservador moderado rellenaría el abismo insalvable que ahora existe entre la izquierda moderada y la derecha tradicional, lo que como consecuencia otorgaría a la política parlamentaria mayor versatilidad en cuanto a posibilidades de pactos, permanentes o circunstanciales.
El otro día me preguntaba en este blog que dónde estaban los centristas, esos votantes que hasta ahora han ido dando la victoria a uno u otro de los dos grandes partidos de ámbito nacional. Y contestaba que puede ser que estén ahí, en los partidos moderados de izquierda o derecha. No digo que esas formaciones sean de centro, sino que algunos de sus votantes pertenecen a ese amplio espectro de electores, a quienes no satisfacen los extremos.
Si como dicen los analistas políticos se ha acabado el tiempo de las mayorías absolutas, incluso el de las grandes mayorías parlamentarias, por qué no pensar que el nuevo centro de gravedad se situará en al menos dos partidos, colindantes y alejados de los extremos políticos. Yo vislumbro un arco parlamentario formado por dos partidos situados en los extremos, Podemos y PP, y dos más centrados, un PSOE de centro izquierda y un Ciudadanos de centro derecha.
Si fuera así, la convulsión que ha sufrido la opinión pública española, tras el hartazgo provocado por la corrupción, habría servido al menos para colocar a los peones en el tablero con una mejor definición de sus funciones en el juego. No sé si serán ensoñaciones mías, pero lo estoy viendo venir a pasos agigantados. En las próximas elecciones autonómicas y estatales quizá lo verifiquemos.
Reconozco que a mí siempre me ha resultado difícil de entender que en el Partido Popular quepan posiciones tan diversas y se mantengan unidas todas ellas dentro de una misma disciplina. Conozco a muchos votantes populares y a veces me cuesta creer que todos voten lo mismo. Difieren en sus planteamientos tanto, que de hecho lo lógico sería pensar que pertenecieran a formaciones distintas. Pero no, todos dan su voto al PP, entre otras cosas porque coinciden en que no son de izquierdas.
En el lado progresista eso no es así, sino todo lo contrario. Su voto siempre ha estado dividido, al menos en dos grandes corrientes, las que representan respectivamente el PSOE e IU, el Partido Comunista incluido en esta última. Ahora, con la irrupción de Podemos en el escenario político, estamos viendo que la opinión de sus electores se fracciona aún más, aunque sospecho que pronto las aguas volverán a sus cauces anteriores, pero con distinto nombre. Seguirán existiendo dos grandes corrientes, una de ellas más centrada que la otra, porque, en mi opinión, Podemos terminará desplazando o absorbiendo a IU en el espectro político y el PSOE se mantendrá en su posición de izquierda moderada.
Pero volvamos a la derecha. Ese amplio grupo de electores, hasta ahora monolítico, parece estar escindiéndose en dos fracciones, la tradicional, que representa el PP, y otra situada más a su izquierda o, si se prefiere, algo más moderada en sus planteamientos ideológicos, que en estos momentos parece encarnar Ciudadanos. Otros intentos han existido y existen, pero tengo la impresión de que el partido de Albert Rivera es el que ahora aglutina esa intención de voto. En las elecciones andaluzas ha hecho su primer acto de presencia a nivel estatal, con unos resultados aceptables, que sospecho repetirán e incluso mejorarán en las que se avecinan a lo largo de este año cargado de comicios.
¿Es malo que aparezca una derecha más centrada que la actual en el panorama político español? Mi respuesta es que no, sino todo lo contrario. No estoy pensando en términos de rendimiento político propio –cuanto más dividido esté el adversario mejor para los míos-, sino en que la aparición de un grupo parlamentario conservador moderado rellenaría el abismo insalvable que ahora existe entre la izquierda moderada y la derecha tradicional, lo que como consecuencia otorgaría a la política parlamentaria mayor versatilidad en cuanto a posibilidades de pactos, permanentes o circunstanciales.
El otro día me preguntaba en este blog que dónde estaban los centristas, esos votantes que hasta ahora han ido dando la victoria a uno u otro de los dos grandes partidos de ámbito nacional. Y contestaba que puede ser que estén ahí, en los partidos moderados de izquierda o derecha. No digo que esas formaciones sean de centro, sino que algunos de sus votantes pertenecen a ese amplio espectro de electores, a quienes no satisfacen los extremos.
Si como dicen los analistas políticos se ha acabado el tiempo de las mayorías absolutas, incluso el de las grandes mayorías parlamentarias, por qué no pensar que el nuevo centro de gravedad se situará en al menos dos partidos, colindantes y alejados de los extremos políticos. Yo vislumbro un arco parlamentario formado por dos partidos situados en los extremos, Podemos y PP, y dos más centrados, un PSOE de centro izquierda y un Ciudadanos de centro derecha.
Si fuera así, la convulsión que ha sufrido la opinión pública española, tras el hartazgo provocado por la corrupción, habría servido al menos para colocar a los peones en el tablero con una mejor definición de sus funciones en el juego. No sé si serán ensoñaciones mías, pero lo estoy viendo venir a pasos agigantados. En las próximas elecciones autonómicas y estatales quizá lo verifiquemos.
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