23 de octubre de 2016

¿Es ésto populismo?

Explica el diccionario de la lengua que por populismo se entiende la tendencia política que pretende atraerse a las clases populares. Pero añade, a continuación, que se suele utilizar en sentido despectivo. Quizá por eso yo me haya negado hasta ahora a emplear este término cuando me refería a determinados comportamientos tan de moda en los tiempos que corren, como las algarabías estudiantiles en la puerta de un aula universitaria cuando se iba a pronunciar una conferencia -con ridículas caretas para ocultar el rostro-, o las pancartas en el hemiciclo parlamentario reivindicativas de los derechos humanos, nada más y nada menos. Pero todo tiene un límite y hoy he decidido abandonar el lenguaje timorato y no andarme con rodeos. Por eso digo que comportamientos como los que acabo de citar son populistas y que quien no los condena con contundencia se sitúa el primero en la lista del populismo, por méritos propios.

Me confesaba hace unos días una persona, que por edad pertenece a la generación de mis hijos, que en las últimas elecciones había dado su vota a Podemos, pero que había decidido no otorgarle su confianza en las próximas. Argumentaba que en su momento le había parecido que sus mensajes representaban un sano y necesario revulsivo en la política española, pero que sus comportamientos posteriores, desde que disponen de representación parlamentaria, desde cuando les llegó la hora de hacer política y no “callejerismo”, le habían defraudado. Las formas populistas no le convencían por vacuas e inútiles y le habían hecho cambiar de idea.

Hace tiempo escribí en este blog que el día que vi entrar por primera vez en la sala de plenos del parlamento a los diputados electos de Podemos sentí vergüenza ajena, se me cayeron los palos del sombrajo como diría un castizo. Hasta ese momento, aunque sus mensajes radicales no acabaran de gustarme, y mucho menos de convencerme, conservaba la esperanza de que hubieran abandonado la etapa del campamento urbano para entrar en la dinámica política civilizada. Pero no era así y en aquel momento comprendí que lo peor estaba por llegar. Chaquetas en los respaldos de los asientos, recién nacidos amamantados en el escaño, gritos estridentes, charangas en la Carrera de San Jerónimo, un comportamiento que nada tiene que ver con el honorable oficio de la cosa pública, con la representación de los ciudadanos, y sí mucho con la chabacanería y el mal ejemplo social.

Desde entonces han sucedido muchas cosas, entre ellas que el electorado ha frenado sus expectativas de “asalto a los cielos”. Si hago caso de lo que me decía mi joven amigo hace unos días, quizá la causa haya que buscarla en esas formas, tan alejadas del sentir general de la ciudadanía española, a quien no le gusta ni las vulgaridades ni los estereotipos ni las exageraciones, a quien no le convence el populismo. El pueblo español está mucho más maduro de lo que algunos creen y nunca aceptará democráticamente actitudes que rechinen. No son prejuicios, no: es sabiduría popular.

Con esos materiales es imposible hoy por hoy construir en España una alternativa seria de izquierdas. No hay un sustrato homogéneo que la soporte, como lo había cuando el PSOE convencía a las amplias clases medias de este país, que son las que inclinan la balanza en las elecciones. Es cierto que el PSOE debe adaptarse a las nuevas circunstancias, revisar sus políticas y renovar sus estructuras. Pero mientras tanto, mientras este proceso tiene lugar -y en estos momentos lo está teniendo con intensidad-, hará muy bien en marcar las diferencias con lo que representa Podemos, como lo hizo cuando nunca se dejó convencer por los cantos que le llegaban desde el Partido Comunista, primero, y desde Izquierda Unida, más tarde.

Si no lo hace así, si se deja envolver por el radicalismo de sus “amigos” de Podemos cometerá un error, puede que irreversible, porque ni recuperará el voto perdido ni conservará la fidelidad de sus actuales votantes. Además, aunque muchos no acaben de entenderlo, lo peor será que algunos de esos votos irán a la abstención y otros a engrosar el número de electores conservadores, en cualquier caso a favorecer al partido popular.

En mi opinión, ya lo he dicho más de una vez en este blog, la aparición de Podemos, que pudo haber revitalizado la izquierda española, en realidad lo que ha conseguido es dinamitar a corto plazo las aspiraciones de la progresía moderada de este país, que es mucho más amplia de lo que algunos creen.


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