1 de diciembre de 2023

Los pecados capitales

Hace mucho que no reviso el catecismo, no sé si porque prefiero no enfrentarme a sus constantes acusaciones o porque haya perdido confianza en sus postulados. El padre Ripalda debía de ser bastante exigente con su propia conducta y como consecuencia extendió sus imposiciones a los catecúmenos. Porque, una vez revisados los pecados capitales, he llegado a la conclusión de que no estamos hablando de dicotomías -sí o no-, sino de facetas de la conducta humana que admiten muchas graduaciones.

Pongamos la pereza como ejemplo. Me pregunto dónde acaba y dónde empieza. A mí, concretamente, hay muchas cosas que me dan pereza, por las que no muevo un músculo del cuerpo para resolverlas. Me tengo por diligente, por persona muy poco amiga de rehuir responsabilidades, pero a veces prefiero olvidarme de ciertas obligaciones y mirar para otro lado.

Hablemos de la avaricia. Queda muy bien, incluso a veces resulta espectacular decir aquello del dinero no da la felicidad. Pero cuando vemos que nuestra capacidad económica puede soportar los gastos a los que nos llevan algunos caprichos, nos sentimos más contentos que unas castañuelas. De la misma manera que nos embarga la frustración cuando el presupuesto no alcanza.

En cuanto a la ira, si no nos cabreamos de vez en vez por las estupideces que nos rodean, corremos el riesgo de acumular tanta bilis que terminemos enfermos. En muchas ocasiones parece recomendable abrir la válvula de los improperios y soltar adrenalina. Un grito a tiempo resulta muchas veces liberador de las tensiones acumuladas.

Supongo que si hablo de una buena fabada o de un sabroso cocido o de una pasta al dente, no habrá quien a estas alturas de esta torpe reflexión no adivine que voy a referirme a la gula. En mi opinión, si tu aparato digestivo no te da guerra, si tu propensión a engordar está controlada y si tu tensión arterial se mantiene dentro de unos límites aceptables, no hay nada que te impida gozar de una suculenta comida, de esas de relamerse los labios. Incluso, por qué no, de repetir.

Cuanta vece hemos oído decir aquello de la envidia sana, una manera de suavizar el escozor que nos produce desear tener algo que otros tienen. ¿A quién le hacemos daño cuando pensamos en que nos gustaría disfrutar de las comodidades que le brinda un buen coche al vecino o en el piso confortable de un conocido?

Lo de la soberbia es harina de otro costal. Porque si uno no tiene confianza en su talento, si no se halaga a sí mismo de vez en cuando, quién lo hará? Para hablar mal ya están los demás. Yo creo que en la vida hay que sentirse seguro, no hay que arrugarse. Es más, nunca sobra una cierta arrogancia y andar con la cabeza alta.  

He dejado para el final la lujuria y vaya usted a saber por qué. ¿Dónde empieza la exacerbación del deseo carnal y acaba el instinto sexual? ¿Dónde termina el mandato de nuestros instintos y empieza el pecado? Ni lo sé, ni me lo pregunto. Porque aquí si que entramos en un terreno que, como dicen los eruditos, más vale no menear.

De manera que, a pesar de las doctas enseñanzas que nos dejó el turolense Ripalda hace unos siglos, yo me declaro inocente.

4 comentarios:

  1. Luis, parece que sí te sientes inocentes de los seis primeros, pero no estoy tan seguro, a tenor de tu escrito, del séptimo.
    Un abrazo (con envidia).
    Angel

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    1. Ángel, para mí los pecados son como los hijos: no tengo preferidos. Lo que sucede es que me da PEREZA hablar de la LUJURIA, no vaya a ser que se me escape la SOBERBIA o que me embargue la IRA por las oportunidades perdidas o que se me note la AVARICIA insatisfecha o la ENVIDIA que me dan los ligones o que a veces, como consecuencia, me refugie en la GULA.
      Chascarrillo por chascarrillo.
      Un abrazo

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  2. Tema interesante éste de los pecados capitales desde que iniciamos su estudio en la asignatura de religión, en nuestra más temprana infancia. Creo que esta lista de siete pecados es una buena guía espiritual para el pecador que quiera redimirse. Hora es de repasarlos, a ellos y sus contrarios: "contra la "X" la "Y"...

    Analizamos esos pecados en el mismo orden que lo has hecho tú:

    Creo que la pereza se convierte en pecado cuando afecta a tus relaciones con los demás: no te levantas de la cama para ir al trabajo, no te arreglas para salir cuando tienes una cita para el ḿedico o con un amigo...
    Contra la pereza diligencia.

    Creo que el pecado de avaricia se comete cuando tu ambición afecta a tu vecino: imagina que hay dos territorios: uno tuyo y el otro del vecino. La avaricia empieza cuando te vas apoderando poco a poco, de modo inmisericorde, de los territorios del vecino, dejándole sin agua con que dar de beber a su ganado. Esto se ve y se ha visto mucho a lo largo de la historia de las naciones.
    El hecho de que yo quiera ganar un poco más para llegar cómodamente a final de mes o para poder permitirme cualquier tipo de placer extra, creo que son minucias sin importancia.
    Contra la avaricia generosidad.

    El tema de la ira es muy complejo: se trata de saber canalizar tus emociones ante lo que consideras un agravio de tu prójimo: ¿hasta cuándo es bueno soltarle un grito o quedarte callado y tragarte toda la bilis? En el primer caso puedes pasar por un tipo violento o maleducado; en el segundo la ira puede volverse contra ti y causarte mucho malestar.
    A veces, reconozco, que no es fácil dar una respuesta canalizada racionalmente a las provocaciones.
    Contra la ira paciencia.

    En cuando a la gula, creo que es bueno comer siempre que no te haga daño.
    Contra la gula templanza.

    Creo que eso que llamamos envidia sana es un sinónimo de sentir admiración. La envidia envidia es cuando tratas de restarle importancia a los méritos del prójimo: "bah, todo lo que tiene es porque lo ha heredado, o porque ha tenido suerte", sin pararte a valorar el esfuerzo de esa persona por haber llegado adonde ha llegado.
    Contra la envidia caridad.

    En cuanto a la soberbia, creo que una cosa es el orgullo personal, por haber realizado una buena acción, y otra el orgullo desmedido o soberbia, cuando te consideras superior en todos los campos a tu prójimo y te permites insultarle y humillarle con cualquier medio a tu alcance. Una vez más tu orgullo acaba o debe acabar donde empieza el orgullo de los demás.
    Contra la soberbia humildad

    En cuanto a la lujuria, vuelve a ser un apetito desmedido y desordenado, que se vuelve pecado cuando afecta al bienestar de los demás. Creo que pecar en solitario no es lujuria, mientras ésta no se convierte en una obsesión y te haga olvidar otras obligaciones.
    Contra la lujuria castidad

    Yo me declaro que estoy en el camino de la salvación.

    Y perdona, Luis, por la extensión de este comentario, que, en este caso, considero justificado, porque siete son muchos pecados capitales para comentar en un solo artículo.

    Amén

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  3. Fernando, queda claro que yo no fui un buen catecúmeno. Pero, una vez leído con atención tu documentado comentario, sigo declarándome inocente.

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