Desde la primera línea queda claro que el prestigio de don Juan
Carlos I está empañado por un comportamiento muy alejado de su obligación institucional de dar ejemplo. Aunque es cierto
que el español de a pie perdona con facilidad los devaneos de alcoba, no lo hace con los enjuagues económicos. En este libro se pone de
manifiesto que en el caso que nos ocupa esas dos facetas del comportamiento han
ido unidas con solidez, la avaricia y la lujuria.
No voy a entrar en detalles, porque de todos son
conocidos. Pero sí diré que de este libro se desprende desde el
primer momento la absoluta impunidad que ha rodeado su protagonista desde el principio de su reinado, porque todos, desde los presidentes de los sucesivos gobiernos que se han ido sucediendo, hasta
los jefes de los servicios secretos, pasando por los jueces que han investigado
las causas en las que don Juan Carlos se ha visto involucrado, han permitido con su silencio,
cuando no con la colaboración necesaria, un estado de cosas que llega a lo inverosímil, por no decir a lo esperpéntico.
Explica el libro que en algunos casos este silencio cómplice
se ha debido a la cautela necesaria en los políticos cuando tratan los temas
que rodean al jefe del Estado en una monarquía. Pero es que, a lo largo de su lectura, uno va convenciéndose cada vez más de que no ha sido cautela
institucional, sino miedo a enfrentarse con el monarca y correr el riesgo de perder el estatus alcanzado. La inviolabilidad de
la figura real, amparada por la Constitución, crea una especie de concha
protectora alrededor del rey, que repele las tentaciones de afearle la
conducta, aunque ésta sea tan fuera de lo esperado como la que se narra en el libro.
No estamos hablando de nimiedades económicas, sino
de una auténtica fortuna acumulada a través de “regalos” interesados procedentes de
mandatarios extranjeros o de empresarios de cualquier lugar. Eso sin contar con
la utilización de fondos reservados para preservar el buen nombre de su
majestad o para facilitar acomodo a sus amantes o para satisfacer los caprichos
y exigencias de sus concubinas.
Supongo que lo que se cuenta en el libro no a todo el mundo le producirá el mismo efecto que me ha causado a mí. Los habrá que digan pelillos a la mar o que son
habladurías de rojos o que por qué no se resaltan sus contribuciones a la estabilidad de la nación o que al fin y al cabo es un hombre como los demás. Sí, habrá de todo. Pero a mí me ha reafirmado en una idea que guía mi pensamiento político desde que era muy joven, la
de que estos escándalos no se hubieran dado en un presidente de la república o, de darse, habría acabado con sus huesos en la cárcel y no en Abu Dabi.
Es un libro de lectura recomendable para todos aquellos que sientan interés por el funcionamiento de nuestras instituciones.
Comparto la repulsión hacia el personaje, pero creo que ha sido una herramienta útil.
ResponderEliminarQue ha sido útil no se lo niega ni el escritor del libro que cito ni yo como modesto lector del mismo. Pero pudiendo haber pasado a la Historia como un gran rey, me temo que lo hará acompañado de otros calificativos menos amables. En cualquier caso, lo preocupante es el estado de cosas que han propiciado un comportamiento tan poco edificante.
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