Pero como para algunos, una vez puestos a exagerar, qué más da ocho que
ochenta, no contentos con la amenaza de la ruptura de nuestro país, ahora ciertos líderes conservadores tildan a Sánchez de dictador y de golpista. Isabel Díaz Ayuso incluso se atreve
a opinar que lo que está sucediendo es tan grave como lo que aconteció el 23F. Cuca Gamarra, por su parte, con esa media sonrisa que la caracteriza, nos informa de que el próximo gobierno de Pedro Sánchez
será ilegal, porque nace de unos pactos que no son legales. Y no contento
con lo anterior, ya metido en la dinámica del esperpento, Alberto Núñez Feijóo
no deja de gritar a los cuatro vientos que quien ganó las elecciones fue él y
no los que ahora van a formar gobierno.
Si no fuera por las cicatrices que estas actitudes
histéricas dejan en la sociedad, sería para tomárselo a guasa. Pero cuando
los que están obligados por su representatividad institucional a moderar el
lenguaje sacan los pies del plato, no es risa lo que produce, sino tristeza.
Estas derechas de ahora no están a la altura de las circunstancias, les han entrado de repente unas prisas acaloradas por recuperar el poder y no reparan en el daño que hacen a nuestra
convivencia. Están rompiendo, sin querer o queriendo, el pacto constitucional
que tanto esfuerzo costó construir después de la dictadura.
Yo confío en la fortaleza de nuestras
instituciones y, como consecuencia, no tengo la menor duda de que estas locuras se quedarán en agua de borrajas. Pedro Sánchez explicará en el Congreso el alcance de los pactos conseguidos, será investido presidente del gobierno
dentro de unos días, conformará un gobierno progresista y se pondrá en marcha una
nueva legislatura. El Constitucional estudiará los recursos que se le presenten, si es que se le presentan o si es que los admite a trámite, y dictará sentencia; y si hay que corregir algo se corregirá. Y la oposición se
tendrá que centrar en lo que le corresponde en democracia, en defender sus opiniones en el
parlamento y no en inundar las calles de enloquecidos vociferantes envueltos en banderas
anticonstitucionales o de otros tiempos.
Pero en la sociedad española quedará el regusto del mar de fondo que los populares y los de la ultraderecha al unísono han creado durante estos meses, un sabor a desesperación, a frustración, a revancha y a odio, que tardará algún tiempo en desaparecer.
¡Cómo echo de menos aquella derecha respetuosa con la
democracia y con la Constitución que aceptaba la alternancia sin aspavientos! Pero se tomaron muy en serio aquello de la derechita
cobarde y se lanzaron al monte de las revueltas callejeras, de los gritos y de los insultos.
Si, PP y Vox no están dando la talla. Me parece bien que se manifiesten, siempre que sea pacíficamente, pero deben parar ahí y evitar crear mas polarización con su lenguaje. Hay demasiada polarización y eso es preocupante. También los partidos de izquierda tienen en eso algo de responsabilidad, aunque no en las últimas semanas.
ResponderEliminarGuste, o no, el gobierno que se va a formar es legal y la ley hay que acatarla. Otra cosa es la ética que soporte ese gobierno. Ganar unas elecciones con unas promesas y hacer , no algo distinto, sino específicamente lo contrario, es un mal ejemplo para el presente y para el futuro.
Alfredo, totalmente de acuerdo en que hay que evitar más polarización. También de acuerdo en que las manifestaciones pacíficas son aceptables. Lo que sucede es que cuando se trata de conseguir en la calle lo que no se ha conseguido en las urnas entramos en un terreno resbaladizo.
EliminarEn cuanto a hablar de ética en política - el arte de lo posible- es muy peligroso. ¿Es ético que en algunas comunidades el PP haya introducido a Vox en carteras claves cuando decía lo contrario? ¿Es ético gritar al adversario "qué te vote Chapote", insinuando que hay cercanía con los terroristas"? Esa era la alternativa si Sánchez no hubiera conseguido la confianza del Congreso. No lo perdamos de vista.