Aunque, como dicen los taurinos, hasta el rabo todo es toro, parece ser que el caimán por fin se va para Barranquilla. Los electores han votado, los colegios electorales han comunicado los resultados y Joe Biden ha resultado vencedor. A Donald Trump sólo le queda el drecho al pataleo, algo que nadie puede negarle, porque la democracia protege incluso a los que no creen en ella. Proclamar que hubo fraude electoral es una manera de suavizar la derrota y, quizá, dejar la puerta abierta para que él o alguno de sus descendientes se presenten a las elecciones de 2024. En cualquier caso, mucho me habré equivocado si no lo vemos abandonar la Casa Blanca en un par de meses.
Estados Unidos se ha dividido en dos mitades que parecen irreconciliables. Trump, entre otros logros, puede apuntarse el de haber polarizado su país, que hoy lo está como hacía décadas que no sucedía. De tanto atacar a los que no piensan como él los ha convertido en decididos enemigos de sus políticas, al mismo tiempo que ha transformado a sus partidarios en irreconciliables con todo aquello que no sea la radicalidad “trumpista”. Biden tiene por delante una difícil misión, la de intentar cerrar heridas, suavizar las diferencias y cortar la deriva frentista. Sin embargo, está obligado a no andarse con paños calientes, porque los daños causados por los disparates cometidos por su antecesor durante los últimos cuatro años requieren de una cirugía radical.
Entre tantas buenas nuevas como nos trae el triunfo de Biden, está la presencia de una mujer en la vicepresidencia. Kamala Harris -de procedencia afroamericana y surasiática al mismo tiempo- es desde mi punto de vista uno de los valores más relevantes que aporta el nuevo presidente a la política americana. Mujer, de raza negra, progresista y carismática, puede convertirse en uno de los principales puntales del nuevo presidente. Es cierto que el movimiento se demuestra andando, pero no se puede negar que, incluso antes de que la nueva administración americana se haya puesto en marcha, ya se espera mucho de ella.
La tradición americana reserva un papel poco significativo a los vicepresidentes, quizá porque los constituyentes consideraran que no había que quitarle nunca el protagonismo al presidente. Yo creo, sin embargo, que todo depende del talante de los dos. No me atrevo a vaticinar cómo va a funcionar este tándem en concreto, pero, sólo a modo de conjetura sin fundamento, sospecho que Kamala Harris va a ocupar un papel mucho más importante que el que han desempeñado hasta ahora sus predecesores en el cargo.
Mike Pence, el vicepresidente de Trump, ha sido durante estos cuatro años un cero a la izquierda, quizá no tanto por su falta de talento como por la abrumadora y aplastante personalidad de su jefe, que al ocupar todo el espacio disponible lo dejaba sin capacidad de movimiento. Verlo en las ruedas de prensa detrás del presidente, tapado completamente por la corpulencia de éste, inducía conmiseración. Para mí ha sido una de las imágenes más patéticas de las comparecencias mediáticas del todavía inquilino de la Casa Blanca.
Nosotros -me refiero a Europa- deberíamos alegrarnos del triunfo de Biden. Trump, en vez de tratarnos como socios estratégicos en el complejo tablero internacional, nos ha considerado sus rivales. Su “America first, America first”, el endogámico eslogan con el que inauguró el mandato, fue una declaración de intenciones muy clara que luego se ha ido materializando en un proteccionismo comercial perjudicial para la economía europea. Ahora, aunque tampoco haya que esperar milagros, confiemos en que las cosas mejoren.
En cualquier caso, si vuelvo a Nueva York y paseo por delante de la Trump Tower, ya no me referiré a ella con este nombre, sino con el de Barranquilla. Dadas las circunstancias, el sonoro nombre de esta ciudad colombiana me parece mucho más adecuado que el actual.
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