19 de septiembre de 2016

Turismo interior o turismo exterior

Cuántas veces habremos oído aquello de para qué vas a viajar al extranjero, existiendo en España lugares tan maravillosos que visitar, dos proposiciones que nada tienen que ver la una con la otra, totalmente independientes entre sí y que, además, la primera en ningún caso debería ser consecuencia de la segunda. Se puede hacer y se debe hacer turismo interior, pero sin abandonar los viajes al extranjero, siempre y cuando el presupuesto lo soporte y la salud lo resista. Contraponer lo uno a lo otro me parece algo estrecho de miras y en cualquier caso falto de rigor.

Cuando se viaja por placer, es decir, cuando se hace turismo, puede deberse a varios motivos. Unos lo harán guiados por el afán de descubrir países, ciudades, monumentos o paisajes, y otros para conocer costumbres, usos y formas de vivir. A los primeros les interesan más las cosas y a los segundos las personas, aunque en realidad la mayoría de los viajeros llevan en la mochila de sus inquietudes un poco de todo, en mayor o menor proporción. Los hay incluso que viajan simplemente por encontrar algo nuevo, sin plantearse a priori que será lo que conozcan. La sorpresa para ellos forma parte del atractivo del viaje.

Desde mi punto de vista, el turismo interior se diferencia de los viajes al extranjero en las sorpresas que se puedan encontrar en uno u otro. Si uno viaja dentro de España, no pude esperar descubrir grandes novedades en el comportamiento de los habitantes de los lugares que visite, porque por lo general poco diferirá del que observa en su lugar de residencia a lo largo de todo el año, por mucho que se aleje de su entorno habitual y por peculiares que resulten las costumbres de los lugareños. Al fin y al cabo estará entre compatriotas, que beben a diario en las mismas fuentes culturales que bebe el turista, dicho sea en el sentido amplio de la palabra cultura.

Sin embargo, cuando se cruzan las fronteras exteriores, en el momento que uno pisa un país distinto al suyo, empezará a notar que los que lo rodean se comportan de forma diferente a como lo hacen sus conciudadanos. Naturalmente esas diferencias no tendrán la misma intensidad si viaja por Europa que si recorre Asia o América o cualquier otro continente. La distancia es un factor diferencial decisivo, porque no en vano cuanto más lejos menor habrá sido la intercomunicación a lo largo del tiempo entre los compatriotas del viajero y los habitantes del país que visita.

En los últimos meses he tenido ocasión de visitar con cierto detenimiento tres comarcas españolas, tan distintas entre sí como puedan ser las Rías Altas gallegas, la Jacetana pirenaica y las serranías de Ronda y Cadiz, unas zonas naturales separadas entre sí por la distancia, con topografías y climas completamente diferentes, pero todas ellas dentro de nuestras fronteras. Si las juzgo por sus bellezas naturales, no admiten comparación, porque cada una de ellas responde a la hermosura de su entorno. Pero si pongo atención en las personas, en sus formas de vida, en sus preocupaciones, poco difieren las unas de las otras o de las mías, más allá de pequeños matices, por lo general anecdóticos y conocidos.

Sin embargo, cuando cruzo nuestras fronteras percibo inmediatamente la diferencia, no en las cosas, sino en las personas. Los aeropuertos serán iguales o parecidos a los nuestros, pero el comportamiento de los empleados cambiará según el lugar, no ya por el idioma, que sin duda es un hecho diferencial, sino por el temperamento de las gentes. Y si tomo un taxi, el vehículo será igual o parecido al que hubiera parado en España, pero el taxista me hablará y me mirará de forma distinta, porque al fin y al cabo su comportamiento responderá al de los habitantes del país en cuestión, diferente por supuesto del que se estila en el nuestro.

Viajemos por España, claro que sí, recreémonos en las bellezas de sus rincones, que nunca dejarán de sorprendernos, pero no lo comparemos con las salidas al extranjero, porque es fuera de nuestro entorno cotidiano donde de verdad se pueden conocer comportamientos distintos a los que nos rodean día a día, donde nuestra cultura ciudadana se verá enriquecida. Para bien o para mal, pero eso es otra historia.

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