2 de septiembre de 2016

Parece que de momento sigue siendo NO

Como me gusta el lenguaje, colecciono frases, ingeniosas unas, malintencionadas otras, incluso alguna soez, pero todas oportunas dentro del contexto en el que se pronuncian. Ayer, durante el debate de investidura -que oí a través de la radio porque coincidió con un largo viaje mío en coche-, sonaron muchas, a cual más sabrosa, aunque también otras tan manidas y desafortunadas que prefiero olvidarlas cuanto antes. Una de las a mi juicio coleccionables fue aquella de “usted, señor Rajoy, no es de fiar”. La pronunció Pedro Sánchez durante su intervención, como todo el mundo sabe ya a estas alturas; y la espetó nada más y nada menos que arropado por la solemnidad del Congreso de los Diputados, contexto que no arroja duda alguna sobre su significado, que, lejos de ser personal, es absolutamente político: “no me fío de lo que pueda usted hacer como presidente del gobierno si los socialistas le facilitamos la investidura con nuestro voto afirmativo o con nuestra abstención”.

Quizá le faltara añadir la aclaración anterior, o incluso haber ido más lejos dejando claro que el PSOE que él lidera no está dispuesto a convertirse en cómplice subsidiario de los que han gobernado España durante la anterior legislatura, que además de haber aprovechado la crisis para profundizar en sus medidas neoliberales y antisociales, aplicando a saco su ideología, han dado lugar mediante la inoperancia a que muchos de los mandatarios populares se aprovecharan de la situación para saquear las arcas públicas. Puede ser que si lo hubiera aclarado no habría dado lugar a que sus enemigos lo atacaran una vez más tildándolo de maleducado, cuando su mensaje era exclusivamente de carácter político.

Es cierto que la actitud del PSOE bloquea la situación. Pero eso no es culpa de los socialistas, sino del reparto de escaños que ha surgido de las elecciones, es decir, de la voluntad de los españoles, distribución que ha dejado 170 parlamentarios a favor del señor Rajoy y 180 en contra, estos últimos por distintas razones, pero al fin y al cabo en contra. Por tanto, quien en realidad bloquea la situación es el señor Rajoy, que ya desde su discurso inicial dejó muy claro que él o el caos. No se apeó del burro en un solo punto y lo único que pidió fue un voto de confianza, un cheque en blanco, como si su prestigio personal y el expediente político que lo acompaña fueran suficientes para mover voluntades a su favor. Por eso Pedro Sánchez tuvo que decirle lo que le dijo: “no me pida la venia, porque no me fio de usted”.

Lo de Albert Rivera y Ciudadanos merece un comentario aparte porque tiene enjundia, pero que mucha enjundia. Ayer intentó hacer virtud de su desajustada aguja de marear, con frases como “he elegido entre lo malo lo menos malo” o “señor Rajoy, están ustedes en nuestras manos”. Le faltó decir, “pórtese bien, don Mariano, o se va a enterar”. No sé qué pensarán sus votantes, pero a mí tal actitud me pareció esperpéntica, tan carente de lógica que me cuesta un gran esfuerzo asimilarla. Un cambio de rumbo de 180 grados en alta mar es muy peligroso y requiere tiempo y cuidado para no naufragar en la maniobra, como bien conocen los navegantes; pero en política lo deja a uno con el culo al aire, aunque ya sabemos que al señor Rivera no le importa exhibirlo.

Si cuajara la iniciativa llamada de los intelectuales, consistente en que Podemos apoye al PSOE mediante un SÍ en una posible investidura de Pedro Sánchez, contando además con la necesaria abstención de Ciudadanos, vaya usted a saber que harían estos últimos, quizá repetir la jugada de hace unos meses y justificarla con razones parecidas, invocando la concordia, la paz social y la estabilidad económica. Ya lo hicieron en su momento.

Menos mal que el señor Tardá en un momento determinado animó un poco la sesión, dándonos lecciones de Historia a todos y reclamando en catalán a valencianos y baleares que le sigan en su deriva separatista. No pude por menos que sonreír con cierta tristeza y recordar aquello de qué país, qué paisaje y qué paisanaje, que exclamó hace ya mucho tiempo mi admirado don Miguel de Unamuno.

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