3 de enero de 2024

Recuerdos olvidados 2. La fuga del internado

 

Hay una circunstancia en mi vida, por cierto muy poco frecuente en la mayoría de los estudiantes, que consiste en que cursé las enseñanzas primaria y secundaria hasta en seis colegios distintos, no porque me expulsarán por mala conducta o por alguna otra razón inconfesable, sino debido a las características que rodeaban la profesión de mi padre. Sus cambios de destino obligaban a toda la familia a trasladarse a otro lugar, lo que traía como consecuencia una nueva ciudad, un nuevo colegio, unos nuevos profesores y unos nuevos compañeros. Nunca sabré si aquellos traslados favorecieron o dificultaron mi formación. Prefiero pensar que todos ellos me aportaron alguna experiencia y quizá, por tanto, un poco más de conocimiento sobre la vida que me esperaba por delante.

Uno de esos colegios fue un internado en las estribaciones de los Pirineos catalanes, que ocupaba el antiguo monasterio de Santa María del Collell, completamente aislado en mitad de un impenetrable bosque situado entre Bañolas y Olot. Fue durante el curso 1951-52, cuando todavía no había cumplido los diez años y estudiaba el entonces llamado Ingreso al Bachillerato. Compartía habitación con mi hermano Manolo, dos años menor que yo, un privilegio que nos deparaba una cierta intimidad. De aquel curso retengo muchos recuerdos, casi todos agradables, porque a esa edad cualquier anécdota se convierte en pura aventura. Salvo el frio que se nos metía en los huesos y que todavía hoy al rememorarlo me hace tiritar. En aquel enorme edificio del siglo XVII no había calefacción, salvo alguna estufa de leña o carbón repartida por aquí y por allá, cuyas calorías apenas nos rozaban la piel.  Los sabañones eran una seña de identidad del alumnado, a pesar de que los pasamontañas nunca nos abandonaban.

Mi hermano y yo, cuando después de cenar nos recluíamos en nuestra habitación, antes de dormirnos nos entreteníamos soñando despiertos. Uno de esos sueños, muy recurrente, era escaparnos del internado y volver a casa andando, recorriendo la misma carretera por la que un taxi nos había llevado al colegio el primer día desde Gerona, sin reparar en que habíamos tardado casi una hora en recorrer unos cuarenta kilómetros. No nos preocupaban las posibles dificultades, no temíamos las inclemencias del tiempo, nos daba igual que nevara o lloviera. Los pasamontañas, las bufandas, los guantes y las solapas de nuestros chaquetones subidas hasta las orejas nos protegerían contra cualquier dificultad que pudiera sobrevenir durante el trayecto.

Tampoco nos importaba demasiado cuál sería la reacción de nuestros padres cuando apareciéramos en casa, porque dábamos por supuesto que ante el hecho consumado ya no habría marcha atrás. A veces, cuando nos asomábamos por la ventana del dormitorio y contemplábamos la impenetrable oscuridad que rodeaba el colegio, nos asaltaba alguna duda; pero inmediatamente reaccionábamos para darnos ánimos el uno al otro y disipar temores.

Un día me puse enfermo, supongo que fue una simple gripe. Me llevaron directamente del aula a la enfermería, un anexo separado del edificio principal, que contaba con calefacción y que regentaban unas monjas. Allí estuve ingresado durante tres o cuatro días, al cuidado de aquellas enfermeras, hasta que me dieron el alta y regresé a clase. Todo lo bueno se acaba en la vida, una lección que quizá aprendiera por primera vez en aquella ocasión.

Nadie le había comunicado a mi hermano que yo estaba enfermo. Él, el primer día, cuando por la noche vio que no llegaba al dormitorio, no preguntó por las razones de mi ausencia y no hubo un alma caritativa que le informara de mi situación. Se debía de haber formado una idea de las causas y para qué indagar.

Cuando el día de mi alta, ya por la noche, me vio llegar a la habitación, me miró con cara de sorpresa y un gesto de frustración mal disimulado y me soltó: ¿pero no te habías escapado?

2 comentarios:

  1. Emocionantes esos recuerdos, y divertido final, jajaja.

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    1. Gracias, Fernando. Como ya os dije el primer día, forman parte del borrador de un libro que nunca publiqué. Los iré publicando poco a poco, intercalándolos con otras reflexiones.

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