7 de enero de 2024

Recuerdos olvidados 3. El TBO, escuela de lectura

Siempre me he considerado un buen lector, no sólo en cantidad, también en calidad. Es cierto que he pasado por muchas etapas, desde la novela al ensayo, aunque deba confesar que nunca conseguí entrar en la poesía como a mí me hubiera gustado.
 
Muchas veces me he puesto a pensar en cómo me llegó a mí la afición por la letra impresa, cuando ni mi formación universitaria tiene nada que ver con el lenguaje ni mis profesores durante la secundaria hicieron nada que yo recuerde por fomentarla. Todo lo contrario, las recomendaciones que entonces recibía pasaban siempre por los clásicos del Siglo de Oro, una manera como otra cualquiera de disuadir a un niño de la lectura. Aunque mucho me temo que esto sea algo que ni ha cambiado ni tenga trazas de cambiar.

Mi afición, en realidad, empezó con la lectura de tebeos, eso que ahora llaman comics. Cuando tenía 11 años y cursaba segundo de bachillerato del plan de aquella época, vivíamos en Barcelona. Un día llegó a casa un vendedor de suscripciones que había llamado mi padre para encargarle el ABC -periódico que lo acompañó hasta el final de su vida-; y, cuando ya habían rellenado y firmado el correspondiente impreso, el avispado comercial, que me había visto revolotear por los alrededores, me preguntó si no querría yo algo para leer con regularidad. Ni corto ni perezoso le contesté que me gustaría recibir el Pulgarcito, el Jaimito y el TBO, publicaciones infantiles semanales de aquellos tiempos.  

Mi padre, que siempre demostró un gran interés por todo aquello que en su opinión afectara a nuestra educación, debió de considerar en aquel momento que los tebeos podrían fomentar en mí la afición a la lectura, y, sin pensarlo demasiado, le dijo al vendedor que añadiera aquellas publicaciones al encargo que le acababa de hacer. 

Recuerdo perfectamente que durante los dos años que permanecimos en Barcelona, yo esperaba con ilusión todas las semanas la llegada de los tebeos. Estoy convencido de que aquellas lecturas infantiles, que a pesar de su intrascendencia y trivialidad obligaban a pensar en el contenido de las palabras, fueron el origen de una afición que me ha acompañado toda la vida como algo imprescindible. Después de aquellas historietas vinieron otras sin demasiadas pretensiones -Diego Valor, El Cachorro, Hazañas Bélicas-, para muy pronto dar el salto a Emilio Salgari, a Julio Verne y a otros amenos escritores de lectura fácil. 

Durante muchos años devoré con pasión los libros de la colección Austral. Recuerdo que sus portadas tenían colores distintos dependiendo del contenido, verde para los ensayos y azul para las novelas, entre otros. En mi caso, durante los años universitarios, cuando la inquietud por aprender urgía, en las estanterías donde guardaba mis libros dominaba el verde, con algunas excepciones azules. Y desde entonces no he dejado de leer. Aunque la vida no esté en los libros, como alguien dijo, ayudan a entenderla.

Lo cuento, porque muchas veces he pensado que si no se hubiera producido aquella visita de un vendedor de suscripciones, quizá nunca hubiera llegado a ser un habitual lector, como he sido desde entonces. 


NOTA BENE. Como hoy toca hablar de libros, no puedo dejar de recomendar a mis amigos el que acabo de leer, "Mi querido hermano", escrito por Joaquín Pérez Azaústre y editado por Galaxia Gutenberg, un ensayo biográfico novelado de los hermanos Machado que, en mi opinión, no tiene desperdicio.


6 comentarios:

  1. Mis recuerdos literarios más jóvenes se remontan a Bugs Bunny, el conejo de la suerte. No sólo eran dibujos animados, sino que también los había en tebeos. Mas en esta ocasión no era por suscripción, pero casi. Todos los domingos íbamos a misa a la una, y a la vuelta pasábamos por una papelería. Mi padre compraría el ABC ¡cómo no! y yo historietas de Bugs Bunny. Llegué a tener una buena colección.
    Pero aparte de esos cómics (por supuesto también recuerdo el TBO), la primera novela (sin dibujos por medio) que leí entera fue Tarzán de los Monos, de Edgar Rice Burruoghs. Me la trajeron los reyes del año 1966 (iba a cumplir yo once años), sin haberla yo pedido. Recuerdo que en las tardes en que íbamos al cine, mi padre me adelantaba el capítulo que yo leería al regreso a casa. Me resultaban fascinantes estos relatos orales, de los que guardo un grato recuerdo nunca olvidado.

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    1. Cuando tú leías Bugs Bunny, yo ya había dado el salto a lecturas de mayores pretensiones. Cosas de la edad.
      Por lo que cuentas, tuviste una buena escuela de lectura. y, sobre todo, un buen profesor.

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  2. ¡Y gracias por la recomendación literaria de la "Nota bene"!

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  3. También he sido devorador de tebeos donde aparecían fantásticas exclamaciones como: “rayos y truenos”, “albricias” y cáspita” Mi afición al dibujo me mantiene conectado a los cómics y me presento a varios certámenes de Humor Gráfico. También soy asiduo de la estupenda Feria del Cómic de Barcelona en donde he tenido la suerte de ver trabajar en directo a maestros como el fallecido Ibáñez.
    Los tebeos, a mi modo de ver, una estupenda vía para aprender y para fomentar la lectura

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    1. Querido anónimo, me alegra haber coincidido contigo en la afición a la lectura de tebeos. Parece por lo que dices que en tu caso fomentó además un interés por el dibujo y que, por los datos que das, es algo más que simple hobby.

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