Si escribo hoy sobre este asunto es porque se trata de un
mundo que en algunas regiones está cambiando a pasos agigantados, sobre todo en
la llamada España vaciada. Los lugares de alojamiento,
los restaurantes y los bares van cerrando sus puertas poco a poco, porque el descenso de
población obliga a sus propietarios a buscar nuevas fuentes de ingreso o a
refugiarse en las jubilaciones. Si además tenemos en cuenta que sus hijos, bastante de ellos con carreras universitarias, buscan su porvenir en las
ciudades, a estos empresarios ni siquiera les queda la esperanza de la continuidad hereditaria.
Muchos de estos cierres provocan, como consecuencia
de la carencia de lugares de esparcimiento, nuevas deserciones, lo que agrava la
situación de la despoblación, que en algunos casos llega a que bastantes pueblos, hasta hace poco prósperos, estén alcanzando unos niveles de población que los convierten en
inviables como lugares de residencia, porque las leyes económicas los van
privando poco a poco de las más elementales asistencias sociales, desde la
sanidad, pasando por la educación, para terminar con la seguridad. No hay
médicos, no hay profesores, no hay Guardia Civil. ¡Ah!, y no hay buena conexión a internet.
La tradicional agricultura está desapareciendo. Hace años, el sector agrario suministraba un buen número de puestos de trabajo, fijos o estacionales. Pero el progreso ha ido poco a poco eliminando la mano de obra, un proceso que no ha hecho más que empezar, porque se adivina con facilidad la llegada de grandes empresas multinacionales, dotadas de grandes cantidades de capital para invertir, que se irán haciendo poco a poco con la tierra y que, apoyados en modernas técnicas de explotación, funcionarán con muy pocos operarios. Pasaremos de los minifundios y los latifundios a los “megafundios”, palabra que entrecomillo porque todavía no está aceptada por la Academia.
Los optimistas hablan del futuro del turismo rural o de los pueblos como segundas residencias, una utopía a mi modo de ver, porque si no hay vida en los pueblos éstos terminarán desapareciendo. Pero lo malo es que lamentablemente no caben soluciones. La exigencia de calidad de vida es irrenunciable y las leyes que rigen la economía son inexorables.
Pero como este es un tema muy complejo, hoy lo dejo aquí. Sin embargo, me propongo volver a él cualquier momento.
Tema interesante y complejo, desde luego.
ResponderEliminarLa juventud, seducida por las atracciones que ofrece la ciudad, abandona los pueblos, donde sí es posible tener trabajo, por las falsas promesas o los contratos precarios de la ciudad.
Fernando
Fernando, lo que sucede es que en el campo ya no hay trabajo. El nivel de vida ha subido y las nuevas generaciones intentan ganarse la vida en lugares donde dispongan de prestaciones que cada vez son más precarias en sus pueblos.
EliminarEn el campo sí hay trabajo, al menos en los campos que yo conozco aquí en Galicia. Hay un montón de pueblos y aldeas que se van abandonando, y cuando vemos a los viejos habitantes que se dedican a sus ovejas, sus vacas y sus huertas se quejan de lo mismo siempre: los hijos se van y ya no quieren saber nada del negocio familiar, les tira la ciudad.
EliminarDe vez en cuando vemos algunos "hippies" de pueblos abandonados que se han instalado en casas medio derruidas, y viven de sus artesanías que venden en las ferias, de sus cultivos, de sus animales... .
Es un modo de vivir duro, por supuesto, nadie lo niega, y los hijos de estas parejas "idealistas" terminan quedándose a vivir en la ciudad, donde les esperan, en muchas ocasiones, el paro o contratos no siempre bien remunerados, que les dan escasamente para pagar un alquiler, cuando podrían tener una vivienda suya en la aldea...
En fin... tema complejo, como decimos.
Fernando, el retrato que haces de lo que está sucediendo en la zona donde vives se parece mucho al que yo conozco en el Bajo Aragón. La gente joven, que tiene toda la vida por delante, prefiere enfrentarse a la dureza de la ciudad que vivir sin expectativas de futuro en un pueblo. El campo cada vez ofrece menos posibilidades de trabajo y menos prestaciones de servicios. Una triste realidad.
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